Entrevista con Luis Miguel Estrada
Contador de historias
Luis Miguel Estrada Orozco
tuvo miedo y luego de un análisis frío y práctico decidió que estudiaría contabilidad,
sin embargo ahora los libros contables trocaron en libros de narrativa dándole un
sabor especial a su vida.
En entrevista para PROVINCIA
el joven escritor moreliano habló sobre su triunfo en el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen que
recibió el pasado 19 de junio, el tercer galardón de este tipo que recibe.
-¿Por qué
decidió estudiar contabilidad en primera instancia?
Puro miedo y una cuestión de estadística. Mis padres son
contadores públicos, ambos. Luego leí una estadística de oferta de trabajo y
contabilidad siempre estaba en los primeros cinco lugares, creo. Entonces, mi
conclusión fue que si estudiaba contabilidad nunca iba a estar desempleado
aunque estuviera subempleado. Fue una decisión a los 17 años, y con el tiempo
vi que sí podía dedicarme a otra cosa y no morir de hambre en el intento.
Pasaron los años y vi que económicamente tenía aspiraciones más bien modestas,
además, cada vez me iba apasionando más por escribir. Crecía y crecía. El miedo
sigue ahí, las estadísticas siguen en mi contra, pero eso también da algo del
sabor que nunca encontré ejerciendo contabilidad.
-¿En qué momento empezó a pesar más la creación
literaria?
Cuando egresé de la carrera y tuve que trabajar a tiempo
completo en contabilidad. Durante la carrera estuve en muchos trabajos de medio
tiempo más o menos relacionados con contabilidad o con alguna cuestión
administrativa o financiera. Pero eran trabajos que podía abandonar y luego
agarrar cualquier otra cosa. Sin embargo, cuando salí de la carrera me pesó muy
en serio las ocho horas diarias en un trabajo que disfrutaba poco. Así que leía
más y escribía más. El tiempo que le dedicaba a esto fue aumentando hasta que
se me coló en el trabajo. Me llevaba libros, hacía notas de cosas que estaba
escribiendo en pleno horario laboral. Había que hacer algo y cambiar las cosas.
Si le iba a dedicar tantas horas al día a algo, mejor que fuera a literatura.
-¿Está ya enfocado totalmente en su carrera literaria o
todavía la combina con la contabilidad?
Esa licenciatura nunca me va a abandonar. Planeo mi
economía personal bajo firmes principios contables. A veces, cuando me hacen
preguntas del área, me da por investigar un poco para dar con la respuesta. Eso
no abandona, pero ahora, cuando vuelvo a ser un contador momentáneo, me da risa
y sobre todo me da gusto haber aprendido algo tan diferente pero que es
sumamente práctico. Además, conocí un montón de gente y vi cosas que desde una
mesa en una biblioteca jamás me habría enterado de que existían.
Los años de carrera no fueron un desperdicio para Estrada
Orozco, aunque consideró que la meticulosidad con la que se espera que trabaje
alguien que maneja números y hasta las finanzas de alguien más no es algo que
esté siempre presente en los contadores.
“Creo que la meticulosidad tiene poco que ver con la
carrera. He visto a contadores sepultados bajo pilas de papel, extraviando
documentos legales importantes, haciendo balances como si garrapatearan la
lista del súper. En lo que sí me ayudó mucho la carrera fue a entender que
siempre hay algo práctico y urgente que resolver. Me ayudó a entender que la
escritura está al centro y todo lo demás te roba tiempo para practicarla. Hay
que disciplinarse, buscar el tiempo, ser eficiente en lo que uno hace para
tener tiempo de escribir. Y con todo, siempre siento que me falta tiempo.
Siento que despierto y ya se me hizo tarde”.
Para lo que no se le hizo tarde en su vida fue para
empezar a leer. El joven autor señaló que varias veces miembros de su familia le
han contado que cuando estudiaba la primaria pedía libros que tuvieran muchas
letras.
“El primero que
verdaderamente recuerdo y que aún conservo es Simbad el marino. Claro que
entonces no sabía que era parte de las Mil y una noches, así que lo leí como si
fuera un trabajo acabado, final en sí mismo”.
-¿Y su vida como escritor?, ¿escribía desde niño?
Me gustaba escribir, el acto mecánico de hacer las
grafías. Pero creativamente o, mejor dicho narrativamente, lo empecé a hacer
hacia el final de la primaria, pero fue algo esporádico. Más bien, al terminar
la secundaria estuve trabajando en un taller de algo que nos habían dicho que
era periodismo, pero yo tenía poco interés por la parte inmediata. Ahí fue
cuando empecé a escribir cuentos, a hacer cosas que ya tenían la cara de
primeros intentos de verdad. Eran muy malos, por supuesto; algunos me los rechazaban,
pero fue entonces cuando empecé a hacer cuentos con cierta frecuencia.
-El Nobel de Literatura del año pasado fue para una
cuentista, ¿cree que ese hecho ayudó a que el género retomara auge o nunca lo
ha perdido?
No creo que haya perdido tanto auge como parece. Es claro
que identificamos a la novela como el género literario narrativo por
excelencia, pero el cuento tiene tanta tradición en muchos idiomas que nunca ha
dejado de producirse y menos de leerse. Hace poco, por ejemplo, leí a un autor
dominicano radicado en Estados Unidos, Junot Díaz. Tiene dos libros de cuentos
y una novela. Más cuentos que novela. Y es un trancazo. Si le sumamos a Alice
Munro o si vemos la literatura latinoamericana y en general la literatura en
inglés, el cuento está presente. Nunca se va. Sin embargo, sí creo que un
premio Nobel le puede dar atención al género para gente que antes no se había
acercado a él.
Aunque la narrativa corta es lo que más ha destacado en
la contundente carrera literaria de Luis Miguel Estrada, ya ha incursionado en
otros géneros, “este año salió un libro de crónica de box en La Dulce Ciencia
Ediciones, se llama Crónicas a contragolpe. Pero también está lo que hay abajo
del colchón. Quiero decir que no he pensado incursionar en la novela, sino que
ya lo he hecho, sólo que aún no he conseguido ni una publicación o algún
reconocimiento.
“Creo que es claro por el tipo de cosas que escribo que
la narrativa es lo que practico más. Quizás en el libro de Crónicas a contragolpe
empiezo con algunas exploraciones más ensayísticas, pero ese género todavía
está en proceso. Me gusta, disfruto leerlo, pero me cuesta más trabajo
escribirlo".
Noctámbulo
El creador moreliano radicado actualmente en Cincinnati,
Estados Unidos, comentó que prefiere la quietud de la noche para escribir.
“La gente ya se fue a dormir, casi nadie llama por
teléfono. De niño y de adolescente leía mucho de noche. En la carrera lo hacía
porque era el único tiempo que me quedaba después de trabajar y hacer tareas,
así que me acostumbré a ese horario. A veces he podido recorrerlo un poco hacia
la tarde, pero todo depende de qué tan pronto puedo terminar con lo que urge
durante el día para trabajar en lo que importa. Hago muchas notas a mano y
corrijo mucho. Cuando termino el borrador de un cuento, a veces pienso, ‘aquí
empieza la chamba’. Es difícil dar con la idea, con la historia, con la voz,
con los inicios y con los finales. El primer borrador parece que lo tiene todo,
pero es un engaño. Casi siempre está plagado de errores que hay que corregir. Y
en esa corrección es donde está lo bueno. Es lo más tardado, lo que más se
parece a la relojería y lo que más disfruto”.
-Actualmente hay varios escritores michoacanos que están
en sus treintas y han destacado con premios nacionales –como usted, como Víctor
Solorio- o con publicaciones, ¿cómo ve el panorama actual de los escritores del
estado?, ¿va por buen rumbo?
Creo que vamos con un rumbo excelente. Durante muchos
años yo no tuve idea de que se escribía por acá. Pero ahora, el movimiento es
mucho más visible y no solo eso, los resultados son más claros. Hay muchos
proyectos en marcha. Con el que estoy más familiarizado es con el de la
Sociedad de Escritores Michoacanos (Semich), formo parte de ella.
Lo interesante de esto es que se trata de sumar
esfuerzos, no de cerrar filas. Es un proyecto inclusivo en el que hay mucha
retroalimentación y bastante gente compartiendo lo que ha aprendido en años de
oficio. Sobre todo, creo que ha ayudado a que lo que uno escribe se lea. Porque
la lectura es la parte más importante de la literatura. Vamos muy bien y creo
que hay gente que aún no tiene tanto reconocimiento pero que ya tiene mucho
trabajo. Esto se puede poner mejor todavía.
Luis Miguel Estrada tiene la licenciatura en Contabilidad
que, como ya dijo, no lo abandonará, pero su currículum académico ahora suma
una maestría en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla (BUAP) cuya tesis fue sobre el autor michoacano Xavier Vargas Pardo.
Sobre al autor de Céfero comentó: “Lo más evidente es su
tratamiento del lenguaje, una prosa rica en giros regionales, en modismos. Pero
además sus cuentos están escritos alrededor de hechos violentos. Hay pocos
cuentos en el que no haya al menos una tragedia que pone los pelos de punta.
Pero lo que hace Vargas Pardo no es exhibir esa violencia con deleite sino
parar al hombre frente a ella y ponerlo a actuar. Simboliza a muchos niveles
todo lo que ocurre. Además, sus inicios atrapan y sus finales son potentes,
redondos, dan envidia”.
-Uno de los premios de literatura de la Secretaría de
Cultura del estado lleva el nombre de Xavier Vargas Pardo, ¿alguna vez
participó?
No, nunca pude participar porque, si no me falla la
memoria, no pueden participar escritores que radiquen fuera del estado. Cuando
me enteré del premio yo ya vivía en Puebla, estaba empezando con mi maestría,
así que nunca pude entrarle. Ahora que estoy viviendo en el extranjero, pues
creo que es menos probable que lo haga algún día.
-Van tres premios al hilo, primero por Colisiones, luego
por Alain Prost y ahora por Journeymen, ¿qué han significado estos tres galardones
nacionales?, ¿en qué se han traducido?
No fueron exactamente al hilo. El premio Juan José
Arreola fue en 2008. El Agustín Yáñez en 2012 y el Owen se falló en 2014
(aunque el premio tiene el nombre del año anterior). Los cuentos de cada libro
los trabajé durante bastante tiempo, los envié a varios concursos y no
obtuvieron el resultado que esperaba de forma inmediata. Entonces me regresaba
a los cuentos, los volvía a revisar, pedía que amigos o colegas los leyeran y
que me dieran sus opiniones. Luego rearmaba los manuscritos y los volvía a enviar.
Aquí fue cuando comprendí otra parte de mi proceso de la que no me había dado
cuenta: No tengo un proyecto para un libro de cuentos. Cada cuento es un
proyecto en sí mismo. Cuando tengo que armar el manuscrito, la parte más
difícil es qué incluir y qué dejar fuera para que el libro dé la impresión de
tener una temática que los une a todos. Así que a veces hay que esperar algunos
años a que se junten varios cuentos que tengan cohesión entre ellos. Luego, hay
que corregir estos cuentos.
Cada premio se ha traducido en algo distinto. El Arreola fue el que comenzó todo. Tenía cierta urgencia por dejar contabilidad. Quería estudiar una maestría en literatura pero no había muchas universidades que me quisieran aceptar porque mi licenciatura venía de otra área. El Arreola me dio la libertad económica de mudarme de ciudad y el currículo para que me aceptaran en un programa de postgrado. Me quitó los pretextos para no abandonar la vida conocida. Cuando gané el Yáñez había tenido que volver a contabilidad por una serie de problemas, ya tenía en mente ir a estudiar a Cincinnati. Así que de nuevo el premio fue un boleto de salida. Un impulso que me llevó más lejos que el primero pero montado en la misma corriente. Ahora que he estado con lo del doctorado, he estado enfocado en literatura, pero de pronto no hallo tiempo para escribir. Hago academia, leo textos críticos, pero tardo un poco más en mis cuentos y en lo que sea que esté escribiendo. El Owen me regresó la certeza de que se trata de escribir. La academia está muy bien, pero la escritura fue la que lo comenzó todo. Fue el inicio del viaje. Me gusta que haya sido un tipo de vida viajera el que me haya regresado esta certeza, que el premio me haya encontrado de viaje, un viaje que empieza y termina con la literatura; siempre. Por si fuera poco, es visibilidad, es decir, lectores potenciales. Y he hecho mucho énfasis en esto: El lector es la literatura. Uno lo es siempre, aunque escriba.
Cada premio se ha traducido en algo distinto. El Arreola fue el que comenzó todo. Tenía cierta urgencia por dejar contabilidad. Quería estudiar una maestría en literatura pero no había muchas universidades que me quisieran aceptar porque mi licenciatura venía de otra área. El Arreola me dio la libertad económica de mudarme de ciudad y el currículo para que me aceptaran en un programa de postgrado. Me quitó los pretextos para no abandonar la vida conocida. Cuando gané el Yáñez había tenido que volver a contabilidad por una serie de problemas, ya tenía en mente ir a estudiar a Cincinnati. Así que de nuevo el premio fue un boleto de salida. Un impulso que me llevó más lejos que el primero pero montado en la misma corriente. Ahora que he estado con lo del doctorado, he estado enfocado en literatura, pero de pronto no hallo tiempo para escribir. Hago academia, leo textos críticos, pero tardo un poco más en mis cuentos y en lo que sea que esté escribiendo. El Owen me regresó la certeza de que se trata de escribir. La academia está muy bien, pero la escritura fue la que lo comenzó todo. Fue el inicio del viaje. Me gusta que haya sido un tipo de vida viajera el que me haya regresado esta certeza, que el premio me haya encontrado de viaje, un viaje que empieza y termina con la literatura; siempre. Por si fuera poco, es visibilidad, es decir, lectores potenciales. Y he hecho mucho énfasis en esto: El lector es la literatura. Uno lo es siempre, aunque escriba.
Historias del olvido
El escritor Luis Miguel Estrada habló sobre Journeyman, libro
con el que ganó el Premio Nacional de Literatura
Gilberto Owen.“Son seis cuentos, cada uno en un ambiente de
trabajo más o menos distinto. Después de un tiempo, me di cuenta de que varios
de mis cuentos tienen a personas en ambientes laborales que sufren algo
terrible, que ven su mundo vulnerado por algo fantástico o que les ocurre algo
que no puede dejar de contarse.
“El título es un término que el box ha popularizado. El
journeyman es el que se contrata a medio tiempo en los muelles, en las
fábricas, el trabajador de medio jornal. En box, es la gente que ha boxeado
durante algún tiempo pero que por falta de talento, de recursos o de suerte,
nunca se vuelve un peleador estelar. Llenan las carteleras en las peleas
preliminares, sufren nocauts fabulosos a manos de futuras promesas. Sobre
todos, se olvidan. Son la mayoría. Cuando uno trabaja por suficiente tiempo y
no tiene talento, recursos o suerte en lo que hace, se da cuenta de lo fácil
que va a ser olvidado. Ese podría ser un poco el espíritu que anima al libro.
Puede ser que me equivoque”.
Foto: Cortesía, Luis Miguel Estrada
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