Quinto aniversario luctuoso de Carlos Monsiváis

El gato multicolor

Luego de pasar más de dos meses hospitalizado, Carlos Monsiváis murió el 19 de junio de 2010. Era sábado, iban a dar las 14:00 horas y la capital del país se había quedado sin su cronista. También en la orfandad quedaron sus 13 gatos y los animales en general, por cuyo trato digno luchó durante su vida. Las mujeres perdieron a un aliado, el cine mexicano a uno de sus más informados espectadores y la diversidad sexual —como insignia de las minorías— a uno de sus más lúcidos defensores.
   El asunto de si ‘Monsi’—como muchos amigos, colegas y lectores lo llamaban y lo siguen llamando— era o no homosexual estuvo activo durante muchos años en una suerte de debate soterrado que tenía constante actividad, pero que no se atrevía a alzar la voz. En un país en el que no ha perdido vigencia la máxima de “lo que se ve no se pregunta”, los que por morbo tenían la necesidad de saber vivieron confusos, nadie atinaba a asegurar que había visto algo y por lo tanto no era necesario preguntar.
   Los cercanos al autor de Las leyes del querer y Apocalipstick, sabían que sí, que ‘Monsi’ era homosexual, pero que no creía necesario decirlo.
   Marta Lamas, también autora y amiga con quien hablaba por teléfono a diario —según dijo Elena Poniatowska en una entrevista que le realizaron en el programa de televisión Shalalá—, declaró luego de la muerte del cronista que él nunca ocultó sus preferencias. “Mucha gente del movimiento gay quería que Carlos hiciera una declaración pública sobre su orientación sexual y Carlos siempre dijo que a las personas heterosexuales no les estaban pidiendo esa declaración”, comentó a medios nacionales la creadora de Debate feminista.
   Y aunque nunca quiso hacer ese pronunciamiento Monsiváis sí salió del closet, o mejor dicho, lo sacaron. Cuando el ensayista ya no podía decir nada, otros lo hicieron por él y sobre su ataúd fue colocada la bandera multicolor con la que se identifica al movimiento LGBT en todo el mundo.
   La señal del arcoíris acompañó a ‘Monsi’ también en el homenaje que se le rindió en el Palacio de Bellas Artes, estaba entre la de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la de México. Fue un último acto de rebeldía obviamente no planeado, al menos no por él, pero también una última afirmación antes de que fuera llevado al crematorio: su vasta formación académica fue siempre herramienta para defender a las minorías —sexuales, religiosas (a las que perteneció por ser protestante) y de todo tipo— que sufrían en su país.

Rebelado y revelado
Las convicciones del escritor y columnista lo llevaron a enfrentarse al conservadurismo, a los partidos políticos, a la Iglesia y al registro mismo de la historia —siempre inexacto y muchas veces tendencioso— a través de las crónicas que realizó y en las que anotó de manera precisa y argumentada, episodios no solo de disidencia sexual, sino de tragedia nacional como la matanza del 2 de octubre de 1968 o el terremoto del 19 de septiembre de 1985.
   ‘Monsi’ se rebeló contra todo lo que fuera inexactitud e ignorancia, contra todo lo que tuviera pobres o nulos argumentos, contra todo lo que atentara o vulnerara el pleno reconocimiento de algo tan básico como la dignidad del ser muchas veces negada a la mujer, al indígena, al homosexual, al diferente, al que rompe con las reglas del establishment.
   De lo anterior Monsiváis sabía de primera mano. Al ser ‘hijo natural’, como se decía en esa época, era consciente de ser parte de una minoría: la de los hijos sin padre, a la que se tenía que añadir la de protestante, dado que fue formado en la fe cuáquera. “Como tarjetas de crédito tengo tarjetas de minoría”, declaró en una entrevista televisiva y, aunque nunca lo dijo de viva voz, hubo en su vida una ‘tercer tarjeta’ que lo hizo militante de la minoría homosexual. 
   “Durante varias décadas las campañas contra los diferentes no hacen falta. Están inscritas en el ‘código genético’ de la sociedad o las sociedades mexicanas. La Ciudad de México es, comparativamente hablando, el espacio de mayores libertades y por eso los gays y las lesbianas que pueden abandonan la provincia”, escribió Monsiváis en su extenso artículo titulado Homofobia que publicó la revista Nexos en marzo de 2010, poco antes de que su autor fuera hospitalizado.
   Tuvo ‘Monsi’ la suerte de vivir toda su vida en ese espacio de libertades en el que se convirtió la capital del país, un lugar que sin embargo no fue siempre tan benévolo con la diferencia, pues durante el Porfiriato fue escenario del célebre Baile de los 41 —cuyos asistentes terminaron en el total descrédito social ya fuera barriendo calles o haciendo trabajos forzados en las cárceles— y también, siglos atrás, de la quema de los ‘invertidos’ que eran juzgados y condenados por la Inquisición al ser encontrados culpables del pecado nefando.
   A Monsiváis, en cambio, le tocó hacer el registro de los avances de una sociedad que pasó de ser mayoritariamente rural a prioritariamente urbana, transición que favoreció —poco a poco—a la apertura hacia nuevas ideologías. La Ciudad de México se convirtió, durante la vida del escritor, en una verdadera urbe cuyas posibilidades tenían que hacer juego con su tamaño, aunque esto a veces fuera  sin darse cuenta y hasta forzada.
   Y luego de décadas de cambios que parecían imposibles ‘Monsi’ vivió para ver cómo el 21 de diciembre de 2009 la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) con 39 votos a favor, 20 en contra y cinco abstenciones, aprobó el matrimonio homosexual, con lo que la capital de México se convirtió en el primer lugar de América Latina en permitir estas uniones.
   Sabina Berman ha dicho que la Ciudad de México es una “isla de libertades en medio de un mar de prohibiciones”. Y en esa ‘isla’ Monsiváis se convirtió en un faro que guió durante décadas a quienes buscaban el buen puerto del entendimiento y a las causas que tenían que luchar contra el clericalismo institucionalizado en una república cuya laicidad a veces se queda en el papel.
   ‘Monsi’ pugnó por la laicidad, por la prevalencia de la razón, por la preponderancia de la lógica y aunque no era adepto a la religiosidad —como declaró en la entrevista que concedió a Berman en su programa Shalalá—, sí lo era a la trascendencia plasmada en los versículos de la Biblia, libro que leyó siempre y del que era capaz de citar grandes fragmentos.
   En esa misma charla televisiva, Carlos Monsiváis dijo que tenía firmado un contrato para que cuando se diera su muerte le fuera concedida la gracia de escuchar durante 10 minutos lo que se dijera sobre él. Mucho tiempo más ha pasado de su partida y, nos escuche o no, el multifacético ‘Monsi’ sigue y seguirá siendo tema de conversación.



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