Entrevista con Adolfo Mexiac
Michoacano universal
Muchos años antes de que Adolfo Mexiac apoyara al
movimiento ferrocarrilero mexicano, el sonido de la locomotora lo hizo vibrar y
desear más. En ese entonces era un niño que vivía en Cuto de la Esperanza,
comunidad del municipio de Morelia y —de acuerdo con lo que comentó este fin de
semana en el Auditorio del Centro Cultural Clavijero—, se sentía atrapado.
El silbido del tren lo hizo soñar, no sabía muy bien con
qué, pero sí tenía claro que deseaba algo más. Un algo que encontró en la
escuela donde además de la formación que por descontado recibía todo alumno de
primaria y secundaria, se interesó en el arte. Una disciplina que le abrió las
puertas del mundo.
Mexiac, pintor, grabador y muralista moreliano, estuvo de
visita este fin de semana en la capital michoacana para inaugurar la exposición
Adolfo Mexiac. Homenaje Nacional en la Sala 1 del señalado recinto. El creador
asistió también a una conferencia previa en la que Juan Carlos Jiménez Abarca,
historiador de arte y director del Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce
(MACAZ), habló sobre la trayectoria del maestro para después presentar el
documental Libertad de expresión, realizado por Óscar Menéndez.
Mexiac subió al estrado después de la proyección para
charlar con el público y ahí rememoró su infancia rural que, gracias a ese
deseo de hacer más, dio pie a una vida y a un legado de influencia universal.
El pequeño Adolfo venía en burro a Morelia, solo. Fueron
esos viajes los que hicieron que terminara de germinar la semilla que ya estaba
en él. Veía a los niños de Morelia, dijo, y se maravillaba al ver lo diferente
que eran respecto a él. Los observaba cuando salían de la escuela y también en
algunos desfiles. Sintió el deseo de hacer lo mismo.
Su madre, una mujer joven y sensible, tuvo el buen tino
de no cuestionar los deseos de su hijo y lo mandó junto con otra de sus hijas a
estudiar a Morelia. Su padre se había ido a trabajar de brasero, una ausencia
que quizás facilitó su partida hacia una nueva realidad.
Hijo pródigo y prodigio
El próximo 7 de agosto, Adolfo Mexiac Calderón celebrará
su cumpleaños 88. Tiene 87 años cumplidos y 67 de ellos ha vivido fuera de su
estado natal. En 1947, dijo en entrevista para PROVINCIA, emigró a la Ciudad de
México para continuar su formación artística y aunque estuvo en contacto con la
academia en varios momentos, se considera autodidacta y no cree que un título
universitario haga a un artista.
De regreso en su tierra natal señaló sentirse muy
halagado por la invitación que le realizaron las autoridades culturales del
estado, ya que hace más de una década que su tierra natal no albergaba una
exposición individual de su obra.
“Me hace sentir muy halagado porque soy michoacano, soy
de aquí del municipio de Morelia, de Cuto de la Esperanza, ahí nací y aquí
estudié mi primaria y secundaria. En 1947 me desplacé a la Ciudad de México y
de ahí he ido por distintos lugares de la República Mexicana y de algunos
países. Me siento muy a gusto de regresar con mis paisanos y que mis paisanos,
de alguna manera, vean algo de lo que yo he podido hacer”.
—¿Su identidad es michoacana o ya es universal?
Yo creo que de alguna manera es universal pero reconocida
como michoacana. He encontrado en distintas partes del mundo que se me conoce
por algún grabado, principalmente por el de Libertad de expresión. Eso me hace
sentir de alguna manera ciudadano universal, pero las personas que me conocen
de México o de otros lugares siempre me relacionan con el estado de Michoacán.
Aunque yo no he vivido aquí desde hace mucho, sí tengo una buena cantidad de
amigos, de gente conocida en Morelia principalmente y no me he desarraigado.
Adolfo Mexiac ha recorrido el mundo en sentido literal y
figurado. Su obra gráfica ha viajado y se ha expuesto en Europa, Asia y
Sudamérica, y además el maestro recorrió buena parte del viejo continente
durante la segunda mitad del siglo pasado.
El niño que deseaba más cuando escuchaba el silbido del
tren realizó una serie de viajes y visitó lugares hasta los que no había riel
que llegara. Entre 1958 y 1978 participó en bienales artísticas realizadas en
Yugoslavia, Chile, Cuba e Italia. El Salón de Gráfica México lo premió en 1957,
1958 y 1969; también obtuvo el primer premio en el Festival Mundial de la
Juventud y los Estudiantes en Viena; además de visitar Cuba y pintar un mural
en Corrientes, Argentina.
“Mi gran preocupación siempre ha sido expresarme”, dijo
el maestro Mexiac. “Cuando me fui a la Ciudad de México yo ya pintaba, tenía un
oficio, pero sentía que estaba muy deficiente mi enseñanza, entonces lo que
hice fue ingresar a la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos para
subsanar lo que yo consideraba como elementos que me faltaban.
“Puedo decir que soy un autodidacta. Yo hice mi propio
programa, no del todo consciente, pero sí por la necesidad personal. Cuando
estuve primero en San Carlos y luego en La Esmeralda —donde estuve dibujando
desnudos sobre todo—, con José Chávez Morado, Pablo O’Higgins, con Ignacio
Aguirre, que eran miembros del Taller de Gráfica Popular (TGP), ellos me
llevaron al taller. Seguramente yo era un joven muy inquieto, tenía 20 años, me
jalaron al taller y empezaron a mandar obras que yo producía ahí sobre las
piedras litográficas. De repente me vi involucrado con un grupo de mucho
carácter, gente ya muy fogueada y mis obras estaban ya yéndose con las de
ellos”.
El maestro Mexiac recordó sus sentimientos cuando vio que
incluían sus piezas en las muestras que curaba Mariana Yampolzky, quien en esos
años era una destacada grabadora y apenas iniciaba su formación fotográfica con
Manuel Álvarez Bravo, disciplina por la que después sería reconocida.
“Empezaron a jalar mis obras y yo me sentía que estaba
usurpando un lugar que no me correspondía porque yo no era grabador, yo era más
que nada pintor y dibujante. Les pedí a
algunos de mis compañeros —Alberto Beltrán, Mariana y Leopoldo Méndez— que me
orientaran sobre dónde podría aprender grabado y me mandaron a la Escuela
Nacional de las Artes Gráficas (ENAG).
“Ideológicamente no era lo mismo porque ahí quien dirigía
era el maestro Francisco Díaz de León. Ahí fui a aprender una técnica y estuve
los tres años de rigor, pero como no me interesaba acumular títulos de nada,
para el tiempo de los exámenes del tercer año, aunque ya había cursado todo, me
ofrecieron un trabajo en Chiapas, como encargado de las ayudas audiovisuales
del Instituto Nacional Indigenista en San Cristóbal de las Casas. Abandoné todo
y hasta se me olvidó que había estudiado en la escuela. Me volví a acordar
cuando en algún momento los de la escuela me dieron una distinción y dije ‘ah,
sí yo estudié aquí’(risas)”.
—¿Entonces no considera a la formación académica como
necesaria?
Es esa época no.
—¿Ahora sí?
No, no la creo necesaria tampoco. Por razones de
currículum y ahora que están muy rigurosos y no son pintores, escultores o
grabadores sino licenciados en esto o en lo otro, maestros en esto, doctores en
tal… yo pienso que todo eso son nombres rimbombantes y pomposos que no ayudan a
ser un creador, un artista. Eso les sirve a la gente que acumula títulos y que
de alguna manera se los reconozcan por motivos de sueldo y esas cosas.
La otra universidad
El TGP primero y el Instituto Indigenista después, fueron
los sitios que más conformaron la visión e ideología del maestro Mexiac, quien
está convencido de que no se requiere más que las ganas de hacer las cosas bien
y hacerlas.
Y aunque al autor del grabado Libertad de expresión no le
interesó graduarse como grabador por la ENAG y no considera a la academia como
algo primordial, fue maestro durante más de dos décadas en la Escuela Nacional
de Artes Plásticas (ENAP) de San Carlos.
“Dejé de dar clases en San Carlos a mediados de los años
80 porque yo sentía que en esa época los alumnos ya no ponían mucha atención,
que se sentían por encima de los profesores, dije: ‘¿Qué estoy haciendo aquí
perdiendo el tiempo con estos engreídos?’”.
Pero pese a lo anterior, sus 26 años dedicados a la
docencia le traen también buenos recuerdos. “He recibido muestras de cariño por
parte de los que fueron mis alumnos y alumnas y muestras de mucho respeto y me
siento muy a gusto.
“No me quedé ahí para escalar puestos administrativos,
aunque fui por seis años secretario general de la escuela. No fui director
porque no tengo título y para entonces la escuela sí requería de un titulo
universitario o un título de la academia Vázquez aunque fuera (risas), pero que
tuviera título. Yo viví siempre con la filosofía de Pablo O’Higgins y del
maestro Carlos Alvarado Lang que decían ‘eso de que te tengan que calificar es
una tontería’. Yo participaba de ese pensamiento, es decir, tú haz las cosas y
hazlas bien, hasta ahí.
“Para mí fue una enseñanza maravillosa, una gran escuela,
en primer lugar la gente del TGP, que en esa época era gente con ideología muy
definida como Alfredo Zalce —que no fue mi maestro pero estuvo ahí—, Chávez
Morado y O’Higgins que fueron mis maestros, Ignacio Aguirre también, Mariana
Yampolsky… en fin, había un grupo de gente maravillosa”.
Otra oportunidad de formación se dio cuando decidió tomar
la oferta de trabajo de San Cristóbal de las Casas. Estaría a cargo de las
ayudas audiovisuales del centro coordinador del Instituto Nacional Indigenista
de esa ciudad y pese a que ganaría solo 600 pesos —que en una época en que no
había devaluación no era tan poco, pero sí bastante menos comparados con los 2
mil que obtenía con su trabajo en la Ciudad de México— decidió tomarlo.
“Lo pensé porque estaba casado ya pero dije ‘me voy’”,
recordó porque prefirió dejar la luz artificial para irse a la selva y estar en
contacto con la naturaleza y la gente. “Me sentía (en San Cristóbal)
verdaderamente libre como si hubiera salido de una cárcel”.
La nueva etapa formativa que vivió el maestro Mexiac se
dio con el trabajo de campo, porque iban hasta las zonas más apartadas, pero
también al conocer a un nuevo grupo de gente talentosa, inteligente y de
fuertes convicciones sociales.
“Me encontré con gente como el doctor Alfonso Caso, y
luego gente como el director del centro coordinador, que era Ricardo Pozas, y a
compañeros como Roberto Robles Garnica, que era médico recién egresado del
Politécnico —michoacano por cierto—, me encontré con Rosario Castellanos como
compañera porque ella era la que hacía los textos para las obras de teatro que
se presentaban por medio del teatro guiñol”.
Iban a los parajes más alejados, recordó, para llevar las
representaciones teatrales a comunidades indígenas en las que no había luz, por
lo que usaban su ingenio para subsanar esas carencias.
“El Instituto Nacional Indigenista compró una serie de
lámparas como las Coleman pero que se les pasaban diapositivas. Se les ponía
gasolina, se prendían y proyectaba la luz. A mí me tocaba hacer las
diapositivas en los cartoncitos de las películas de 35 milímetros o dibujar
sobre la película velada en negro con una especie de aguja para romper lo
negro. Al proyectarse se veía un efecto padrísimo.
“Para mí fue una superescuela el tener como compañeros a
gente como Juan Rulfo, Alí Chumacero, a Tito Monterroso, a muchísima gente
valiosísima”.
El maestro evocó también la información que le compartían
los antropólogos del instituto a quienes además acompañaba en sus recorridos.
“Para yo poder ilustrar con fotografías o con dibujos, tenía que recorrer esas
zonas. El conocimiento directo con la gente y el conocer los estudios de gente
especializada a mí me dio una preparación muy buena. Para mí fue una verdadera
universidad el Instituto Nacional Indigenista en esa etapa en la que había
gente muy idealista. Gente padrísima con la que estábamos de acuerdo en no
pensar en el tiempo que ocupábamos en ayudar a los grupos indígenas, sino que
había que realizar el trabajo que fuera a cualquier hora”.
Libertad de expresión
Una de las piezas más reconocidas de Adolfo Mexiac es Libertad
de expresión, un grabado en linóleo de 75.8 por 56.4 centímetros realizado en
1954 motivado por dos hechos dados en esa época y que le parecieron una clara
muestra de la coerción hacia el silencio: la invasión de Guatemala por parte
del gobierno estadounidense y el escándalo que suscitó la colocación de la
bandera del Partido Comunista sobre el féretro de Frida Kahlo durante su
velorio en el Palacio de Bellas Artes, un acto que devino en el cese del
director de ese recinto.
En ese momento estaba en Chiapas por lo que usó como
modelo a un joven de la comunidad indígena Tzotztil para su pieza en la que se
le ve con la boca clausurada por la cadena y un candado. Fue tal la repercusión
de esa obra que varios años después, en un viaje que realizó a China, se
encontró copias de Libertad de expresión.
La labor gráfica del maestro Mexiac tiene una importante
carga social, una característica que comparten sus murales —ha pintado 26 en
más de 70 años de carrera— y también su obra plástica. Este cariz cuestionante
y combativo cree que no se ha perdido del todo.
“Un grupo de personas en la Ciudad de México, encabezadas
por el crítico de arte Alberto Híjar y la maestra Patricia Salas, convocaron a
alrededor de 50 pintores y grabadores a realizar una obra relacionada con mi
grabado Libertad de expresión para conmemorar, el año pasado, los 60 años de
que lo hice y para mi gran sorpresa los 50 reaccionaron. Hay 50 obras que de
alguna manera están homenajeando a mi obra y yo no esperaba eso”.
El resultado de lo anterior se pudo ver materializado en
la expo colectiva Repudiar la Represión. Homenaje a los 60 años del Grabado
Libertad de Expresión del Maestro Adolfo Mexiac que se inauguró en el Museo La
Casona Spencer, en Cuernavaca (donde radica el grabador michoacano) y que
después fue itinerante con paradas en Tlaxcala y en el Campus Azcapotzalco de
la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Idealista
Adolfo Mexiac le ha apostado siempre a dar la batalla, a
entregarse al conocimiento y entregarlo también a través de sus creaciones,
pero también está consciente de que ese idealismo que compartió décadas atrás
con sus colegas y compañeros de trabajo, ahora ya no está vigente.
“Yo creo que los intereses son ya muy distintos. Se ha
perdido el idealismo. No se diga ahora que el país está gobernado por los
diputados y senadores y los que los dirigen son verdaderos traidores a México.
“No puedo concebir que se entregue al país o sus recursos
por tres centavos. Uno ve lo que gastan los dirigentes del país en sus
movimientos; nada más hay que ver lo que está costando el avión en el que se
mueve el presidente de México, es verdaderamente indignante cuando hay millones
de personas que requieren cubrir otras necesidades. Esa gente está ahí para
seguir sirviendo a los intereses extranjeros.
“Hay que ver a dónde han llegado varios expresidentes de
México, empezando por Zedillo que todo mundo tenía ciertas esperanzas por ser
egresado del Politécnico y ahora es empleadito de Union Pacific, de los
ferrocarriles en Estados Unidos. Calderón no se diga, una persona muy pequeña;
Fox que fue presidente de la Coca-Cola y después presidente de México y un
traidor a los ideales que dijo que iba a cuidar, que era demócrata, ¡qué
demócrata ni que nada, un falso!
“Las actuales dirigencias son lo mismo. Estoy verdaderamente
indignado, lástima que ya no tengo la energía que se requiere para que la gente
despertara y viera por quien votaba”.
Pero pese a lo anterior el maestro Mexiac se siente
renovado y agradecido por muestras de reconocimiento y cariño, como la
exposición recién inaugurada en el Centro Cultural Clavijero y atesora todos
los encuentros que ha tenido en ya casi nueve décadas de vida. “He encontrado
gente maravillosa, eso me mantiene a mí con vida, de otra manera a mis 87 años
era para que anduviera siempre con un bordoncito”.
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