Comentario sobre el libro La casa de las once puertas
Puerta abierta
Hay una frase de uso corriente que dicta: “Hogar es donde
está el corazón”. Esta máxima puede y, de hecho, tiene certeza en sus palabras,
las interpretaciones sobran y se puede aplicar en infinidad de situaciones. En
lo único que falla este axioma sentimental es en dar certeza a aquellos cuyo
corazón siempre los lleva a un mismo lugar, a uno que no es la propia casa.
El deseo constante de ir a un sitio en particular, y de
hecho visitarlo una y otra vez, podría ser visto en esta época en la que todos
“quieren dejar fluir las cosas”, como una señal de enfermo apego, pero, ¿qué
hacer cuando es a ese lugar en específico al que remiten los sentimientos?,
¿negar que es ahí donde está el hogar?
La novela La casa de las once puertas (Seix Barral), de
Carlos Martínez Assad, habla justamente de lo anterior. La palabra casa —usada
como sinónimo de hogar— remite a donde vivieron los abuelos, a ese espacio en
el que se gestaron las historias familiares y en el que, aprovechando la tierra
fértil de la infancia, ‘se sembraron las semillas’ de la identidad.
El tomo devela la historia de ese espacio de altas y
gruesas paredes lleno de recuerdos y situaciones, cuya puerta eternamente
abierta más que dejar salir cosas las recibe con los brazos abiertos.
Martínez Assad visita parte de su contexto familiar, pero
también presenta una trama que parece tener en común únicamente el espacio
geográfico, la Huasteca; sin embargo, conforme el libro avanza el lector
encontrará que se trata de historias que en un punto se tocarán.
Al doble
La casa de las once puertas permite conocer parte de las
raíces familiares de su autor. Martínez Assad echa mano de todo eso que le fue
‘sembrado’ en su niñez y presenta a quienes decidan tomar su libro entre las
manos las historias que estaban incluso antes de que él naciera y que perduran,
gracias a él, muchas décadas después de acontecidas.
Este viaje a la memoria particular del escritor se
acompaña además por la historia de un maestro rural que en una narración en
primera persona da la oportunidad de atestiguar un testimonial sobre los
problemas agrarios de la segunda mitad del siglo pasado y también ver la que
fue la realidad de esos profesores.
El tomo resulta, digamos, cómodo de leer porque está
construido en fragmentos, retazos del origen de los Assad en México que se
alternan con los que cuenta el joven profesor náhuatl sobre su comunidad y los
problemas enfrentados por el reparto de tierras.
Segmento tras segmento el lector obtiene piezas para ese
rompecabezas que incluye no solo la historia familiar del autor —que tiene
también el trasfondo de la migración y el mestizaje— sino todo un pasaje de
(léase aquí con mayúsculas) la historia del país que por mucho tiempo se ha
visto de soslayo.
La voz del maestro rural resulta clara y sencilla, además
le habla directamente a quien, por medio de la lectura, realiza el sortilegio
necesario para que nuevamente se materialice su existencia. La otra parte de la
novela es contada por el Carlos niño pero también por el Carlos adulto que
regresa a ese lugar en el que se forjó su identidad.
La casa de las once puertas es un viaje a una época y a
un lugar —Huejutla, Hidalgo— pero también a la memoria. A la colectiva, de la
que México nos hace parte a todos, pero también a la individual presentada con
la evocación que hace Martínez Assad. El recorrido es largo y podría ser
extenuante, ¿está preparado?
De par en par
El más reciente libro de Carlos Martínez Assad es difícil
de catalogar. Podría ser una memoria, un testimonio, una búsqueda o, incluso,
un análisis sociológico.
La casa de las once puertas tiene algo de todo lo arriba
mencionado pero no se decanta por una u otra cosa. Se trata de un tomo completo
y complejo que sin embargo devela sus entrañas con gran sencillez. En sus
páginas lo mismo podemos encontrar lo mismo historias familiares que las
particularidades del Xantolo; la preparación del zacahuil; sin dejar de lado el
Movimiento Agrario; la educación rural y los problemas de las comunidades
indígenas, pero también otro de los grandes procesos vividos en México: el
mestizaje.
La familia Assad llegó a principios del siglo XX a
México. El abuelo Selim fue uno de los primeros en arribar y también de los
pocos que hizo el viaje con toda su familia, otros hermanos dejaron a sus
esposas en Líbano y así inició una historia a la vez dividida y compartida
entre ambos países.
La migración de Oriente dio pie a un nuevo proceso de
mestizaje, en el que dos tradiciones primordialmente cristianas pero con sus
particularidades, se fundieron en un resultado del que Martínez Assad es
testimonio. Como México-libanés que además escribe, hace una declaración bien
construida de ese proceso que no ha sido lo suficientemente analizado en el
país.
Y así como su realidad identitaria tiene su cimiento en
dos naciones, el libro que presenta a sus lectores también incluye la dualidad.
Además de su propio testimonio, incluye el de un maestro rural que habla de la
situación de las comunidades indígenas en Hidalgo y hace también una reflexión
sobre la educación, la tierra, las lealtades, la justicia, la injusticia y la
muerte.
La casa de las once puertas que, podría decirse, es dos
novelas en una, resulta también en una especie de resumen generoso en el que
están presentes algunos de los temas que han poblado la bibliografía previa de
Martínez Assad como la migración, el México rural, y las luchas sociales.
Quizás sea este crisol narrativo donde está su hogar dado que a él lo lleva el
impulso creativo y, podríamos añadir, su corazón.
Conforme se avanza en el tomo es posible reconocer más
claramente la voz personal que no propiamente autobiográfica, pero
definitivamente íntima de Carlos Martínez Assad, quien en un punto del libro
señala que las historias contadas en este, “algunas son mentiras compartidas y
verdaderas”, en referencia a las licencias literarias que se tomó tanto para
narrar lo referente a su familia como la trama del maestro rural que tiene una
base verdadera pero es ficción. Ambas corren paralelas, pero llega un punto en
el que se entrelazan de una manera inesperada.
La casa de las once puertas sobrepasa por poco las 200
páginas y desgrana las dos historias de las que se compone —la del profesor y
la familiar— en 17 y 18 capítulos respectivamente, que son pequeños pasajes de
memoria histórica, pero también de recuerdos personales que tienen como telón
de fondo los avatares del acontecer nacional e internacional.
El libro es pues, una casa de puertas abiertas en la que
puede entrar quien así lo quiera y a la hora que le plazca. Cuando de historias
familiares se trata, basta con seguir el llamado del corazón o quizás el eco de
otro tiempo para encontrar la raíz de todo.
Foto: http://www.planetadelibros.com.mx/
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