Aniversario luctuoso de Franz Kafka

Metamorfosis

La literatura nos cambia. De las páginas pobladas de letras y frases se desprende una suerte de sortilegio que opera una metamorfosis casi siempre positiva en el lector: se incrementa su vocabulario, puede conocer otras realidades y, lo más importante, lo hace pensar. Quien toma un libro irremediablemente reflexionará sobre la historia que acaba de leer; según sea el caso, la recordará con gozo o, quizás, sus cavilaciones no sean de regodeo si no de profundo cuestionamiento.
   Este último es el punto fuerte de la literatura de Franz Kafka, quien se adentra en su legado literario no puede sino quedarse repasando, mucho tiempo después de haber pasado la última página, la historia que acaba de atestiguar.
   Nacido en Praga en 1883, Kafka tampoco dejaba de cavilar, “me atenía en mi pensamiento a las cosas presentes”, anotó el autor en su diario en 1912, “no por rigor o por un interés demasiado ligado a ellas, sino por tristeza y por miedo, si es que la causa no era la debilidad de mi pensamiento; tristeza porque, resultándome tan triste el presente, yo creía que no debía abandonarlo hasta que desembocase en la felicidad; miedo porque, igual que temía el más pequeño paso en el presente, también me consideraba indigno, dado mi despreciable aspecto infantil, de juzgar seriamente, con responsabilidad, mi gran futuro de hombre adulto, que casi siempre se me ha figurado tan imposible”.
   Fue quizás esta inseguridad sobre su apariencia y el hecho de que su padre le haya impuesto la carrera de Derecho, parte del germen para su novela La metamorfosis que este año cumple 100 de su publicación.
   La novela corta narra la historia de Gregorio Samsa, quien una mañana, sin que medie una explicación lógica, despierta convertido en un insecto monstruoso, según se lee en las primeras líneas del texto. Este hecho, sorpresivo per sé, acaba por quebrar la tambaleante relación que, se adivina, tiene Gregorio con su padre, uno de los muchos rasgos compartidos por la ficción y la vida de su autor.

Una premonición
La metamorfosis es una de las obras más conocidas de Franz Kafka y, al leerla y compararla con su biografía, no puede sino parecer premonitoria y casi autobiográfica. Hay críticos que advierten el primer rasgo de ‘autorretrato’ de la historia en el apellido del protagonista: Samsa, cuyas vocales son las mismas que en Kafka, con la diferencia de las consonantes que, sin embargo, aparecen en la misma cantidad, tres.
   Otra situación que destaca es la relación subyugante entre Gregorio y su padre, hecho compartido también por el autor.
   Gregorio Samsa debe trabajar como viajante (una especie de vendedor) para pagar la deuda que su padre contrajo con el dueño del almacén para el que labora. Los Kafka en cambio tenían una buena posición económica, pero Hermann —el papá de Franz— nunca se llevó bien con su hijo al punto de que este, en 1919, le escribió una carta que iniciaba: “Querido padre: hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas, y en parte porque son demasiados los detalles que lo fundamentan, muchos más de los que podría expresar cuando hablo. Sé que este intento de contestarte por escrito resultará muy incompleto”, el texto, que constaba de más de 100 folios escritos a mano, fue publicado de manera póstuma en la década de 1950.
   Conforme avanza la historia de La metamorfosis se puede ver cómo la relación de la familia se torna en hostilidad para con el cambiado Gregorio. El padre lo odia, la madre le tiene cierta compasión pero no soporta ver en lo que se ha convertido mientras que la hermana, la única que mostraba algunas consideraciones, acaba por hartarse de la situación y es ella quien se atreve a verbalizar lo que todos pensaban: “Es preciso que intentemos deshacernos de él”.
   Esta alienación presentada en la historia también la vivió el autor, quien quiso alejarse de su familia y pese a que en 1917 le fue diagnosticada tuberculosis, lo hizo aunque tuvo que regresar al hogar paterno en marzo 1924 luego de haber contraído pulmonía en diciembre de 1923. 
   Lo anterior pareciera también una resonancia de La metamorfosis que, podría pensarse, predijo en sus páginas lo que pasaría casi 10 años después. La novela inicia poco antes de Navidad y es en marzo del año siguiente cuando Gregorio, quien nunca retorna a su estado regular, fallece.
   Bien podría decirse que Kafka murió como individuo en cuanto regresó con sus padres a causa de la enfermedad que lo aquejaba, sin embargo fue hasta junio de 1924 que dejó de existir. Su padecimiento derivó en un ataque de tuberculosis de laringe que —como se consigna en el ensayo El hombre que no podía desaparecer de Jeff Fort y el libro Franz Kafka. Una biografía, de Max Brod— le hizo prácticamente imposible comer, por lo que durante sus últimas semanas de vida se alimentó principalmente de líquidos.
   Kafka murió —de alguna manera— de hambre el 3 de junio de 1924, también, sin poder alimentarse y recluido en una habitación, pereció Gregorio Samsa.

Sacrificio
Ante La metamorfosis no hay manera de quedarse impasible. Son poco más de 90 páginas —claro, esto varía según la edición—, aparecen apenas cuatro personajes principales y otros tantos incidentales y pese a ello la grandeza de la obra no se cuestiona.
   En la centenaria novela de Kafka parece que no pasa nada y en realidad pasa todo: la transformación operada en Gregorio Samsa, el protagonista, deviene en una tragedia que cambia por completo a la familia, las lealtades se trastocan y los afectos prácticamente desaparecen.
  En esta novela, más que la anécdota, lo importante es qué pasa en la mente de los personajes a partir de ella.
   La línea de inicio no deja lugar para cuestionamientos: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”. Desde ese momento el lector sabe qué pasó, sin embargo no puede ni imaginarse lo que de ello deriva.
   A través de un narrador omnisciente (que lo sabe todo de todos) se va develando ese después de una metamorfosis que se puede interpretar de diversas formas, una de ellas, como el temor al cambio.
   Escrita durante la Primera Guerra Mundial, La metamorfosis tiene en el cambio de Gregorio Samsa la representación del conflicto bélico que con su monstruosidad amenaza y destruye la vida tal cual se conocía.
   Gregorio era el sostén de la casa y de un día al otro se transforma en la carga más grande e indeseable que se pueda imaginar. Ya no puede salir a trabajar, ya no aporta nada y pese a que por su esfuerzo la deuda del padre iba menguando y hay algo de dinero guardado, toda consideración se termina.
   La tragedia, como se refieren a la metamorfosis en varias ocasiones durante la trama, va incrementando poco a poco su magnitud, el padre, la madre y la hermana de Gregorio tienen que buscarse un medio de vida y, nada acostumbrados al trabajo, el hartazgo incrementa proporcionalmente con su cansancio. La situación deriva en una atmósfera opresiva presentada sin suavidad alguna en la habitación de Gregorio quien, así como su entorno acumula tierra y basura, tiene cada vez más pensamientos ambivalentes respecto a su familia y empieza a plantearse exigir las atenciones y cuidados que no le han brindado.
   Herido durante un enfrentamiento con el padre —causado por salir de su habitación—, apesadumbrado por el abandono y débil a causa del prolongado ayuno, poco le queda por hacer a Gregorio y simplemente decide dejar de estorbar.
   Es común escuchar: “todo cambio es bueno” sin embargo nadie advierte que toda metamorfosis implica espera, paciencia y casi siempre sacrificio. Gregorio Samsa se inmoló en la tristeza del abandono, Franz Kafka lo hizo también y dejó de padecer la tiranía del padre, ¿qué le tocará a usted, lector, sacrificar en aras de su propia transformación?


Foto: @CMGrafico

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Comentario sobre En busca de WondLa

El bigote y la identidad nacional

Ana Pellicer, vestida de cobre