Comentario sobre el libro Festín de muertos

Lúgubre festín

Si la muerte es un tema inquietante y fascinante a la vez por todo lo que implica —dolor, miedo, llanto, la duda de si hay algo más allá o no— imagínese cuánto más lo sería la ‘no muerte’, si es que esto fuera posible.
   Si perder a un ser querido incluye la tristeza de ya no verlo y el paliativo a medias de ir a llorar a su tumba,  ¿qué supondría su pérdida fuera a medias? Si, digamos, su espíritu ya no estuviera aquí, pero su cuerpo siguiera animado y con un deseo irrefrenable de morder y comer todo lo que tenga enfrente, incluso a aquellos a los que quiso en vida.
   Sí, lo anterior plantea la posibilidad de que existieran los zombies. Imagine por un instante lo que pasaría si la ‘no muerte’ un día se hiciera presente y en lugar de preocuparnos por un plan de pagos anticipados para nuestro funeral y tumba, tuviéramos que ocuparnos en disponer lo necesario para que nuestra existencia zombie fuera lo más llevadera posible para los que quedaran vivos.
   Ante el panorama anterior es que nos pone la antología titulada Festín de muertos publicada por Oceano en su colección El lado oscuro, bajo la coordinación de Raquel Castro y Rafael Villegas. El proyecto, como ellos mencionan en la nota introductoria al tomo, tiene como objetivo apropiarse del tema de los zombies para ‘darle la vuelta’ a un tópico abordado en infinidad de ocasiones tanto en la literatura como en los cómics, el cine y la televisión.
   Los productos de entretenimiento —nuevos y no tanto— que incluyen a los muertos vivientes hacen pensar que se sabe todo sobre ellos y que su presencia es un irremediable indicativo del final de la civilización tal y la conocemos, que su aparición —tambaleante y con gruñidos incluidos— precede al infaltable “¡corran por sus vidas!”.
   La fórmula es conocida y reconocida, funciona. Sin importar cuántas películas de zombies se hayan hecho, las salas de cine estarán llenas en el estreno de la siguiente, sin embargo fue justamente eso lo que Festín de muertos buscó evitar. La antología, en ese deseo de apropiarse del tema, indaga y presenta sus resultados, a través de 18 plumas mexicanas, sobre las implicaciones de una epidemia zombie en México. Los resultados son variopintos y afortunados en la mayoría de los casos.    
   La virtud de los cuentos incluidos en la publicación es que van más allá del caos, el miedo y los sonidos guturales de los muertos vivientes al comerse a los sobrevivientes y los alaridos de estos, las historias van en algunos casos a los dilemas éticos que supondría la convivencia diaria con los zombies, cómo serían los cementerios si en lugar de tumbas fueran cuartitos de confinamiento para los parientes ‘no muertos’, o hasta cómo sería la historia del país si una de sus más terribles masacres se hubiera tornado en una pandemia de estas criaturas.

El resultado
Festín de muertos se compone de 18 historias emanadas de las plumas de Bernardo Esquinca, Édgar Adrián Mora, Jorge Luis Almaral, Omar Delgado, José Luis Zárate, César Silva Márquez, Cecilia Eudave, Alberto Chimal, Joserra Ortiz, Bernardo Fernández ‘Bef’, Gabriela Damián Miravete, Karen Chacek, Antonio Ramos Revillas, Arturo Vallejo, Ricardo Guzmán Wolffer, Carlos Bustos, Norma Lazo y Luis Jorge Boone. Se trata de casi una veintena de nombres literarios conocidos —unos más, otros menos— que con sus particulares estilos abordaron a la ‘no muerte’.
   Desde zombies heredados hasta epidemias en ciernes cuyo arranque o corte de tajo dependen exclusivamente del protagonista, pasando por pasajes oníricos cuyo despertar termina en pesadilla, los cuentos incluidos en Festín de muertos dan cuenta de la gran variedad que ofrece la narrativa mexicana que, aunque cuenta con grandes autores del género oscuro y fantástico —como Antonio Malpica, Francisco G. Haghenbeck, y los incluidos en el tomo, Bernardo Esquinca, ‘Bef’ y Alberto Chimal— no ha explorado a profundidad a la ‘no muerte’.
   Esta publicación se antoja como un primer acercamiento de todo lo que los zombies pueden aportar a la literatura no solo como portadores de un germen apocalíptico, sino cómo se trastocaría el tema de la muerte que se cree tan asimilado y festivo en nuestra cultura. ¿Cómo sería el Día de Muertos si los cementerios fueran lugares de confinamiento para los zombies que alguna vez fueron nuestros abuelos? Una reflexión planteada en el cuento de José Luis Zárate que resulta en un texto espeluznante al plantear la posibilidad de que en lugar de llevar veladoras y cempasúchil al camposanto, cada 2 de noviembre las visitas a ese lugar fueran para reforzar las puertas de las gavetas y asegurarse que los ‘no muertos’ seres queridos tuvieran bien puesta su máscara para evitar que mordieran a alguien.
   Otro cuento que destaca por su trama más allá de la idea del fin de los tiempos es Sobrevivir… de Cecilia Eudave, una narración corta en la que una zombie, en primera persona, describe cómo es su trajinar, su ir y venir de un lado a otro, pero también cómo se da la convivencia entre los seres de esa ‘nueva raza’. Una condición en la que vanidades, modas y egos quedan fuera, en la que la belleza no es un parámetro social y lo único que interesa es encontrar qué comer y dado que todos tienen la misma motivación, la empatía y el trabajo en equipo son la regla y no la excepción.
   El aporte de Bernardo Esquinca resulta también muy interesante desde su título que hace referencia a uno de los libros torales de la literatura mexicana: La noche de Tlatelolco. Su cuento, La otra noche de Tlatelolco, remonta al lector al 2 de octubre de 1968 y plantea la posibilidad de que la represión de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas hubiera sido el germen de una epidemia zombie que requiriera un exterminio de otra índole. 
   Una aproximación divertida e inesperada del tema la hace Alberto Chimal, quien propone en Los salvajes a un protagonista cuya celebridad y recursos provienen del crimen organizado, pero cuyos intereses literarios lo hacen iniciar, sin pensar, una epidemia zombie a nivel mundial.
   Otro cuento que destaca es el de César Silva Márquez —ganador del Premio de Novela José Rubén Romero 2013 por La balada de los arcos dorados— quien en Los primeros atardeceres del incendio hace gala de su maestría del género policiaco y ubica al caos del holocausto de la ‘no muerte’ en la ya de por sí caótica Ciudad Juárez.

En girones
Los cuentos incluidos en Festín de muertos son lecturas entretenidas en primer lugar, pero van un poco más allá. En sus páginas, como mencionan Raquel Castro y Rafael Villegas, los compiladores, en su texto de introducción, hay también una metáfora sobre la situación actual del país que a fuerza de miles de muertos y desaparecidos ha convertido al resto en sobrevivientes  de una epidemia que parece no tener solución o cura.
   Al inicio del libro Castro y Villegas lo dejan bien claro: “Nuevos tiempos exigen nuestras historias de horror, capaces de dar sentido a una realidad que para muchos es inasible (…) Creemos que los zombies pueden cumplir esa encomienda: redefinirse una vez más para dejarnos ver aunque sea un reflejo, un resumen o un cuestionamiento de lo más intolerable y doloroso de nuestra realidad”.





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