Entrevista con Carlos Martínez Assad

De par en par

La identidad y la memoria son —o al menos deberían— como una casa cuya puerta está siempre abierta para que entren en ella las historias e influencias del entorno a enriquecerla y hacerla crecer.
   La anterior es una de las lecturas que se pueden hacer de La casa de las once puertas (Seix Barral) la más reciente novela del sociólogo mexicano Carlos Martínez Assad. El también autor de Los rebeldes vencidos ha sido pionero del estudio de la historia regional mexicana, un tema en el que se interesó luego de vivir, por el trabajo de su padre en la Secretaría de Hacienda, una infancia casi nómada que lo llevó de Jalisco a Guanajuato para luego llegar a Hidalgo, Coahuila, Puebla y Michoacán.
   Martínez Assad habló en entrevista para PROVINCIA sobre su nuevo libro en el que retoma parte de su historia familiar cuyo origen, del lado materno, se remonta a Líbano y muestra la manera en que además del mestizaje entre españoles e indígenas, también se vivieron varios más entre otras culturas y la mexicana.
   La trama se entrelaza con la de un maestro rural hidalguense que da juego a lo que se vivía al interior de esa casa de 11 puertas y permite ver también parte de lo que se vivió en el movimiento agrario suscitado en el país durante el siglo pasado.

Una mezcla
Casi al inicio del libro Martínez Assad señala: “Muchas historias podrían contarse, porque se entremezclan las que dan identidad y en ocasiones hasta se confunden; preferí las noveladas por la mitología familiar, encabezada por mi madre, así como las de otros personajes que no responden con exactitud a los reales y así, de paso, también podría decir que algunas son mentiras compartidas y verdaderas”.
   El autor señaló estar agradecido por todas las voces que lo fueron nutriendo a lo largo de los años con “todas esas historias, esas fantasías, sueños, proyectos, recuerdos, nostalgias, etcétera. Esto creo que es algo fundamental en esta novela”.
   También destacó su formación como sociólogo e historiador, lo que le permitió acercarse de una manera distinta al proceso de migración de libaneses a México, como el vivido por su familia materna y cómo fue que se adaptaron con cierta facilidad al país.

—¿También la literatura tiene migración y mestizaje?
Por supuesto. La literatura expresa mucho de lo que son las sociedades, como sociólogo no lo puedo eludir. Unos literatos afirman que no hay relación entre lo real y la ficción, pero a mí se me hace muy difícil entenderlo así. La propia realidad, la que se vive, la del momento en el que uno escribe necesariamente está presente en su narrativa. Por eso es que creo que La casa de la once puertas está publicada precisamente o más que publicada está madurada en este momento y no hace 30 años, ahora las cosas están cambiando, hay más apertura para entender la diversidad cultural. Hay más apertura para asumirnos como parte del mundo, me refiero a los mexicanos, y finalmente aceptar que somos producto de todo este crisol de culturas que finalmente el país ha albergado.

—¿Cree que este nacionalismo mal entendido hizo que antes no se viera, aceptara y valorara este crisol de culturas que es México?
Es para reflexionar. Son los constructores de la nación, fundamentalmente en el siglo XIX, los que van a crear lo que somos los mexicanos, es decir, la idea de un mestizaje único entre españoles e indios. Creo que eso es algo que en este momento es real en parte pero no es ya lo exacto, porque al final lo que podemos ver y que ha sucedido a través del tiempo es aceptar que somos producto de varios mestizajes y que incluso la población india de México era varias culturas, era varias naciones, varios pueblos, no era uno solo. Creo que eso ahora está muy claro y muy internalizado en la conciencia de los mexicanos. Hubo nahuas, tarascos, mixtecos, zapotecos, ñañú, tarahumaras, en fin. La gama de pueblos era muy amplia y eran pueblos con culturas muy diferentes, o sea que ni siquiera se trataba de un solo pueblo cuando se dice el indio.
   Además de españoles comenzaron a llegar alguno que otro italiano, inglés, árabe, judío y finalmente todos fueron asumiéndose como parte de este país. 
   La migración libanesa, lo que muestra, es que un grupo étnico tan diferenciado llega con una gran capacidad de integración al país, entre otras razones, porque comparten con el pueblo de México varias de sus propias características, fundamentalmente el hecho de ser cristianos, de compartir la religión, lo que dio paso de inmediato a los matrimonios mixtos, no había mas dificultad de entenderse debido a la diferencia de lenguas.
   En el interior de La casa de las once puertas se come comida huasteca y se come comida libanesa, se combinan platillos, se fusiona toda esa forma de vivir la vida cotidiana en se lugar, y no es sino una representación de algo que está sucediendo en varias partes del país.

—¿Como definiría la identidad del mexicano?
Precisamente en esta misma idea: yo creo que no hay una identidad. Hay varias identidades y esas identidades las llevamos encima cada uno de los mexicanos. No estoy ya tan seguro de que el término ‘identidad del mexicano’ tenga un fuerte sostén, yo creo que ese planteamiento ha sido superado por las nuevas formas y las nuevas imágenes que tenemos del mundo. Nuestras ideas necesariamente han cambiado, ahora somos un conjunto de identidades, estará la fundamental como integrantes de una nación, o como parte de México, pero al mismo tiempo empiezan a surgir otras.
   Como michoacano, como tabasqueño, como jalisciense, asumo además otras cuestiones que me identifican, otros elementos que me dan sentido y esto se ha expresado en la historia y se expresa en todos los acontecimientos que vivimos en diferentes partes del país.
   Con mis trabajos académicos sobre la Revolución Mexicana lo que he demostrado es que la revolución aconteció de manera diferente en cada lugar. Mientras estaban las batallas del Bajío entre Villa y Obregón, Oaxaca, hace 100 años, declaraba su soberanía y se independizaba del Estado central porque no estaba de acuerdo con las políticas de Carranza. En un mismo año sucedían cosas completamente diferentes en todas partes, así es que no me parece lo más exacto hablar de la identidad del mexicano. Insisto en hablar en plural, hablar de varias identidades de los mexicanos.

—¿Esta infancia y adolescencia casi nómada que vivió por el trabajo de su padre le ayudó a imbuir todo esto?
Seguro que tuvo mucho que ver. Sí, mi vocación regionalista tiene que ver con que pude vivir y palpar las diferencias en carne propia. No se vivía de la misma manera en Guanajuato, que en Hidalgo, que en Jalisco o que en Michoacán. Sí, todo esto sin duda está relacionado con mi forma de ver al país y por eso es que considero que es tan universal la huasteca, donde está la ciudad de Huejutla, que es donde está ubicada —en términos de la ficción— esta casa de 11 puertas, para desde ahí hacer una propuesta y puede tener igual significado ahí que en otras partes del mundo.
   Tolstoi decía ‘pinta tu aldea y pintarás el mundo’, creo que desde luego estoy muy lejos del gran literato y gran personaje que es Tolstoi, pero en todo caso tengo que aportar en ese sentido, es decir, yo puedo hablar del pueblo mas recóndito y convertirlo en un pueblo universal. Creo que eso es lo que sucede con La casa de las once puertas porque es la historia de una familia pero podría ser la de cualquier otro. Sin duda las familias de inmigrantes, sean chinos, japoneses o italianos, tendrán sus propias formas de cómo se fueron relacionando con este país y en todo caso ahí hay algún lazo que nos identifica, que nos unifica.

—La novela tiene dos historias que se narran de manera alternada y que a la vez tocan varios de los temas que han sido significativos en su carrera: las luchas sociales, la migración, el mestizaje, ¿es este libro una suerte de resumen temático e ideológico?
Sí, pero sobre todo la estructura narrativa de esta novela lo que quiere significar, lo que quería aportar, es que esa casa donde escuchamos un conjunto de voces —hablan personajes muy diversos— todo sucede en el interior, en ese universo cerrado, en esa casa cuyo portón central está abierto porque hay que dejar entrar a los muertos y no sabemos en qué momento puedan llegar. Por eso, el abuelo en la narración insiste en que esa puerta esté abierta, y pese a eso es un universo cerrado donde la familia va a convivir y van a transcurrir sus diferentes historias. Necesitaba una voz exterior que contara lo que sucedía fuera de la casa, y desde luego, al tratarse de una familia de inmigrantes, ellos no pueden tener todo el conocimiento de lo que sucedía ni en México ni  fuera de esa casa. Entonces el narrador, el profesor bilingüe náhuatl, ubica lo que está sucediendo en el tiempo en el que está transcurriendo la vida de los personajes de esa casa. Finalmente, el maestro rural es un eslabón para entender hacia el final de la novela, que es cuando las historias se empalman, cómo esa integración llegó hasta sus últimas consecuencias, si se puede decir así.
   Es un personaje que a mi me pareció fundamental y en el momento de publicarse la novela parece necesario que la memoria —que es la intención que atraviesa toda la novela— es fundamental para entendernos a nosotros mismos y creo que ahí tenemos un maestro rural, que tiene una misión que aún es la consecuencia del cardenismo, un profesor que lo único que quiere es enseñar a los niños aun cuando no esté tan de acuerdo con los principios de la educación bilingüe. Está planteado ahí algo fundamental; los maestros y esa vocación con la que surgió esta propuesta, que surgió de la Revolución Mexicana, que era la de llevar la educación y la cultura a todas partes sin importar los obstáculos. Ahora creo que los maestros están concentrados en su función sindical y muy alejados de ese proyecto original de la educación ante todo.

En las paredes
La casa de las once puertas tiene epígrafe de Pita Amor que señala: “Al decir casa pretendo expresar que casa suelo llamar al refugio que yo entiendo que el alma debe habitar”. Una idea con la que Martínez Assad concuerda totalmente.
   “La casa es ese lugar que nos da certeza, donde nos sentimos permanecer, donde tenemos la protección de los abuelos, de los padres, de la convivencia con los hermanos que nos hace sentir que somos parte de un conglomerado humano y que juntos podemos enfrentarnos a todos los retos que nos va poniendo el destino. Por eso la infancia se llega a definir como el paraíso que los adultos hemos perdido, imposible regresar ahí, pero lo que no se nos puede negar es la nostalgia sobre ese pasado y sobre ese momento en el que éramos el centro del universo”.

—¿La memoria familiar es una casa también?
Por supuesto, ese es el sentido de la novela, que todas las historias, secretos y sueños de esa familia están impregnados en esos muros y metafóricamente terminan siendo derruidos. Las puertas son las puertas que constantemente se abren  para escuchar historias y para encontrar nuevas historias. La metáfora de la puerta abierta durante toda la novela concluye cuando esa puerta se cierra, lo cual no significa que se acabó la historia para el narrador, al cerrarse la puerta definitivamente de pronto él voltea, siente la luz del Sol y dice ‘bueno, habrá otras puertas que abrir’. Creo que eso permite pensar que se trata de una historia abierta a otras nuevas historias.

—¿También desde la nostalgia?
Sí, por supuesto. Habemos algunos que no le tenemos miedo a ese sentimiento.

Trama madurada
Carlos Martínez Assad está convencido de que este año y no otro de los anteriores, es el idóneo para la publicación de La casa de las once puertas porque el país está mucho más abierto a reconocer la diversidad étnica y cultural que detenta.
   Además de lo anterior, también está el componente familiar que, si bien lo narrado en el tomo, no es 100 por ciento biográfico, sí toma como raíz la historia de tíos, tías y de su abuelo Selim. Sin embargo no fue un factor determinante ni que le haya causado problemas.
   “Por fortuna las reacciones familiares han sido corregirme algún detalle o decirme ‘no, la historia de la tía no fue así’, o ‘la tía era diferente’, en fin, son cuestiones menores”.
   Sin embargo, sí tuvo que dejar pasar el tiempo para poner distancia a los señalamientos de los que sí eran objeto los migrantes en décadas anteriores.
   “En las primeras generaciones, hay mucho temor a que se les señale como diferentes, que son los otros, los que no son de este país. Con el tiempo definitivamente las cosas se van transformando y creo que ahora hay una aceptación mayor de parte de los mexicanos, de estas diferentes presencias que fueron formando parte del país. Al principio era casi imposible, durante las primeras generaciones, que existiera un político libanés y en la actualidad tenemos por montones los descendientes de libaneses que hacen política. Ya nadie deja de votar por alguien que lleve apellidos que no son los propios, hemos tenido ya gobernadores, secretarios de estado, en fin, mucha gente cuyos apellidos no son los tradicionales de México lo cual habla de esa aceptación”.


Foto: Tomada de planetadelibrosmexico.com


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