110 años de Isherwood

Un hombre soltero por un hombre soltero

En una entrevista realizada en 1973, Christopher Isherwood dijo sobre su novela Un hombre soltero: “Creo que A single man es lo mejor que he escrito nunca. Fue la única vez en que conseguí, casi totalmente, decir justo lo que quería decir”.
   Hoy 26 de agosto se cumplen 110 años del natalicio del autor inglés naturalizado estadounidense, por lo que lo recordaremos a través de una reseña de la citada obra que fue la última novela que escribió.
   Isherwood es mundialmente conocido por Adiós a Berlín, texto en el que se basó la película Cabaret (1972), estelarizada por Liza Minnelli, Michael York y Joel Grey, sin embargo, aquí lo abordaremos por medio de una trama más íntima que tiene a George como protagonista.
   Un hombre soltero (A single man, en inglés) también fue llevada al cine; estelarizada por Colin Firth y dirigida por Tom Ford. La adaptación, en opinión de quien escribe, no hizo justicia a la historia, aunque tal vez, como muchos dicen, es mejor ver a libro y película como entes totalmente independientes para ahorrarse desilusiones.
   Sirvan estas líneas para evocar el ingenio y talento literario de quien nunca temió mostrarse abiertamente homosexual —ni en la vida ni en sus textos—, a ese hombre soltero que le prestó parte de su existencia e ideario al hombre soltero del papel.

Soltería repentina
Un hombre soltero narra un día en la vida de George, un profesor de origen inglés que vive en el sur de California.
   George tiene más de 50 años y acaba de perder a su pareja Jim. Su vida, siempre bajo el escrutinio de los vecinos, se volvió más silenciosa desde la muerte del hombre con quien la compartía.
   Aunque su relación con Jim nunca modificó su estado civil, este hombre está súbitamente soltero otra vez y su existencia, aunque rutinaria hasta cierto punto, se ve trastocada con la necesidad —o quizás la urgencia— de encontrar una nueva ilusión (amorosa, de ser posible), para lo que le queda de vida.
   A pesar de que los vecinos más cercanos —esto en cuanto a distancia, no en lo que a afecto concierne— entienden poco o nada a George y él tampoco a ellos, hay una que lo comprende, pero más que eso, lo necesita. Charlotte habita una casa un tanto alejada de la de George, pero no por eso está menos presente en su vida cotidiana. El teléfono permite una cercanía que a ella la calma y a él desespera.
   La salida hacia el coche, el trayecto hasta la universidad —su lugar de trabajo—, el camino del estacionamiento hasta el salón de clases… son lapsos en los que el protagonista está en dos sitios a la vez. Manejando o caminando, hay un George realizando estas acciones de manera mecánica mientras que su mente, anhelos e ideas están muy lejos de ahí, no siempre en buenos lugares.
   Las clases, las intervenciones de sus alumnos, las reacciones de los que le resultan interesantes o incluso atractivos, la salida de la escuela rumbo al gimnasio y la tarde que pasa en el sauna son pequeños pasos que da el día de George rumbo a una repetición constante que amenaza su alegría de vivir.
   Frente a un cambio súbito en lo que considera su realidad, ¿usted qué haría?, ¿sentarse a esperar a ver qué pasa?, ¿o tomar acción?, ¿qué le aconsejaría a George?

Íntimo y social
En Un hombre soltero, el lector asiste a un viaje que lo lleva desde lo más íntimo y profundo de George, el protagonista, hasta lo más grandilocuente de la sociedad norteamericana y su estilo de vida.
   Las primeras líneas de la novela permiten no solo conocer la recámara del protagonista, sino todo el funcionamiento interno de su cuerpo que poco a poco despierta y se prepara para salir de la cama a un mundo que lo espera.
   Así como en Adiós a Berlín está presente la crítica social y un cuestionamiento constante del entorno político, Un hombre soltero tiene también esos elementos pero ‘filtrados’ a través de la mirada de George, quien aunque no tiene intención de volver a su Inglaterra natal, sí nota y marca diferencias entre su actuar y el de los nacidos
en Estados Unidos.
   Los critica, los señala y se divierte con todo eso que hacen y que él considera inadecuado pero está ahí entre ellos, a pesar de todo no se imagina viviendo en otro lado, al menos no sin Jim.
   En cada uno de los pasos que da el protagonista a lo largo de ese día que narra la novela, puede atestiguarse cómo su —hasta cierto punto— aversión social no tiene nada que ver con la nacionalidad sino con todo lo que la gente hace mal o que simplemente no hace, con todo lo que se transforma para adecuarlo y trocarlo en algo más laxo y también con eso que prefiere no verse por considerarse ‘contrario a lo bueno’, a ‘lo que debe ser’.
   El libro también tiene su toque de rebeldía sexual. De entrada, al tener a un personaje central abiertamente homosexual —sin cortapisas ni remordimientos— el tomo es ya contestatario (no se debe olvidar que se publicó en 1964). Sin embargo, los lectores más ‘conservadores’ pueden estar tranquilos, en el tomo no se hacen descripciones gráficas de los gustos de alcoba del protagonista.
   George juzga a ese entorno en el que vive y lo hace en justa retribución por los juicios que se hacen sobre él. Es el ‘vecino rarillo’ y como tal lo tratan.
   Ahí también hay otro toque de crítica social dentro del texto —y esto no solo aplica al American way of life sino a prácticamente cualquier país—, la hipocresía con la que muchas veces se tiene que vivir para poder tener una interacción ‘adecuada y sin sobresaltos’ en la sociedad.
El George (o ponga aquí el nombre que quiera) que vive y existe dentro de su casa no es el mismo que sale todos los días a la calle rumbo al trabajo. Las capas y máscaras que debe ponerse —maestro de universidad, buen vecino, ‘hombre respetable’ (y por lo tanto no gay, o al menos no tan notorio)— convierten en una vaga sombra su verdadera esencia.
   En la entrevista antes mencionada que le realizó Winston Leyland a Isherwood para Gay Sunshine Journal en 1973, se le preguntó si el personaje de George era autobiográfico, a lo que respondió: “Sí, bastante. Pero hay diferencias importantes. Contrariamente al pobre George, nunca he tenido un amante que se haya muerto cuando estaba conmigo. Además, George es un estoico y un agnóstico, sin ninguna fe religiosa que le ayude en la vida. Desafía al destino. Lucha con uñas y dientes hasta el último momento. Yo no soy en absoluto así”.
   La lucha que mencionó el autor está presente en las 153 páginas que componen al tomo y que narran 24 horas en la vida de George, quien del profundo aburrimiento y mecanicismo al manejar rumbo al trabajo pasa a la emoción que ocasiona compartir conocimientos y luego a la ‘cosquillita’ de estar en el gimnasio rodeado de hombres jóvenes, quienes de alguna manera comparten con él su vitalidad y energía.
   Una larga estancia en el sauna seguida de una excursión nocturna llena de alcohol, recuerdos y un encuentro deseado —y tal vez no fortuito— culminan ese día en la vida de George, un personaje entrañable y magistralmente humanizado a través de contradictorias ideas y profundos claroscuros.
   La trama termina donde inició, en la cama. George está solo nuevamente, su cuerpo descansa sobre el colchón e inicia el proceso de recuperación para estar listo al día siguiente, ¿podrá con la rutina que le espera?


Foto: Allan Warren



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