Rosario, (la no) abnegada

Rosario Castellanos murió en 1974, tenía 49 años de edad y no estaba conforme con el papel que la sociedad mexicana tenía destinado para la mujer. Seguramente tampoco lo estaría ahora.
   Influenciada por Simone de Beauvoir, el feminismo de Castellanos estuvo alejado de las reaccionarias quemas de brassieres y mucho más del seudofeminismo de ciertas cantantes que en pos de la ‘liberación’ se dicen dueñas de un cuerpo que siempre terminan ofreciendo al harto e insatisfecho marido de alguna ‘no liberada’.
   El pensamiento de la nacida en 1925 ponderó  justamente eso: pensar. Pidió dejar de lado moldes prefabricados a base de fajas, maquillajes, tacones y concursos de belleza que hacían de la mujer poco más que una cosa. Una cosa bonita y fértil, por supuesto.
   Castellanos fue crítica de su entorno y de su tiempo a través de la ironía —la frase “mujer que sabe latín, ni tiene marido ni tiene buen fin” sirvió de título para uno de sus libros—, reviró el lenguaje machista y sexista, que aún prevalece, para intentar incentivar la reflexión de los hombres pero sobre todo de las mujeres.
   La tan promocionada ‘modernización’ que llegó a México hacia la mitad del siglo pasado fue algo que a la autora  de Balún Canán le encendió focos de preocupación, “nos llegará la lumbre a los aparejos. Cuando aparezca la última criada, el colchoncito en que ahora reposa nuestra conformidad, aparecerá la primera rebelde furibunda”, llegó a decir.

No para ella
En 1971, tres años antes de su muerte, Castellanos pronunció el discurso La abnegación, una virtud loca, en el que criticó duramente todo lo esperado de la mujer mexicana: silencio, sacrificio, resignación, comprensión… en una palabra, ser abnegada.
   “Yo insisto en que si la abnegación es una virtud, es una de esas virtudes que dice Chesterston que se han vuelto locas. Y para su locura no existe entre nosotros otra camisa de fuerza más que la ley”, dijo la poeta el 15 de febrero de 1971 en el acto conmemorativo del Día Internacional de la Mujer realizado en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México.
   Comparó también las oportunidades y posibilidades que hay para hombres y mujeres y cuestionó la legitimidad de lo que a cada género le toca vivir.
   “No es equitativo, y por lo tanto tampoco es legítimo que uno tenga la oportunidad de formarse intelectualmente y que al otro no le quede más alternativa que la de permanecer sumido en la ignorancia (…) que uno encuentre en el trabajo no solo una fuente de riqueza sino también la alegría de sentirse útil, partícipe de la vida comunitaria, realizado a través de una obra, mientras que otro cumple con una labor que no amerita remuneración y que apenas atenúa la vivencia de superficialidad y aislamiento (…) que uno tenga toda la libertad de movimiento mientras el otro está reducido a la pasarela (…) que uno sea dueño de su cuerpo y disponga de él como se le de la real gana, mientras que el otro se reserva su cuerpo, no para sus propios fines, sino para que en él se cumplan procesos ajenos a su voluntad…”.
   Tristemente las palabras de Castellanos siguen vigentes, lo inequitativo de la situación se ha modificado pero la igualdad aún no llega. La batalla continúa.
   “Una batalla que, para ser ganada, requiere no solo lucidez de la inteligencia, determinación en el carácter, temple moral, que son palabras mayores, sino también otros expedientes como la astucia, y sobre todo, la constancia”.
   Hoy se conmemora el 40 aniversario luctuoso de Rosario Castellanos y falta mucho por hacer. El paso de cuatro décadas no ha llevado a este país a donde ella soñó en su discurso: “Una patria integrada por ciudadanos conscientes para quienes la libertad es la única atmósfera respirable y la justicia el suelo en que arraigan y prosperan, y el amor, el vínculo indestructible que los une”.



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