Reseña sobre el libro Monseñor Quijote
La aventura de la fe
Todos cuantos escriben tienen influencia de Miguel de
Cervantes. Aunque no hayan leído El Quijote, su obra más conocida, siempre hay
algo de ‘El Manco de Lepanto’ en cualquier esfuerzo literario pues la cátedra
que sentó en sus folios trascendió a estos y es prácticamente inherente a todo
rincón en el que se hable castellano.
De lo anterior —palabras más, palabras menos—, está
convencido Antonio Ortuño, escritor mexicano quien prologó la nueva edición, con
renovada traducción, de Monseñor Quijote, novela escrita por Graham Greene en
1982 que ahora publica la editorial Oceano.
Resulta adecuado encontrarse con este tomo ahora que se
conmemora el IV centenario de la muerte de Cervantes quien en Alonso Quijano,
más conocido como Don Quijote, resumió y ejemplificó dos características que
nos otorgan humanidad: idealismo y locura.
De esos mismos elementos echó mano Greene para dar vida a
su protagonista: un cura de pueblo, de El Toboso, ni más ni menos, quien duda
de su fe pero está convencido de que al intentar vivirla a plenitud podrá
influenciar positivamente a los demás, aunque él no termine de creer en el
dogma católico.
Ortuño, quien es en sí mismo otro ejemplo de dualidad —al
ser mexicano de origen español—, al igual que Greene —británico de nacimiento
pero cercano a España e incluso a Latinoamérica—, realiza en su prólogo una
vasta enumeración de famosas plumas que se han visto cobijadas por una ‘sombra
cervantina’ como Dickens, Stendhal, Mann, Bulgakov, Fuentes, Del Paso y
Pacheco, entre otros.
Estas influencias y revisitaciones al clásico de
Cervantes y sus icónicos molinos de vientos trocados en gigantes de amenazantes
garras, tienen en Greene un punto y aparte. El ejercicio del autor británico,
aunque retoma episodios clave de El Quijote —como el ya mencionado—, se
convierte en un magnífico ensayo sobre la locura y el idealismo que son
inherentes a la fe, sea esta religiosa o ideológica, pero por medio de una
ficción narrativa construida con maestría.
Página tras página el lector se adentra en este universo
completo y complejo en el que creer es a la vez redención y tormento.
Sobre Rocinante
No hay manera de cuestionar la relación entre Alonso Quijano
y el padre Quijote. El segundo se declara descendiente del primero y aunque
está la cuestión de que se trata de un personaje ficticio para un hombre solo
como es el sacerdote, no hay límite cuando se trata de elegir a la parentela.
La existencia del padre Quijote es rutinaria y aburrida,
pero satisfactoria de cierta manera. No le pide más a la vida ni a Dios —aunque
a veces dude sobre a quién habría que hacer una solicitud de cambio—, ha vivido
en El Toboso desde su niñez, conoce el pueblo y su oficio como pastor de una
feligresía escasa e ignorante, y por tanto resignada, le permite cultivar el
hábito que más disfruta: leer.
Su afición por los libros lo ha convertido en un hombre
de cierto nivel cultural, por lo que son pocas las oportunidades de hablar con
alguien más o menos ilustrado, el único cercano es el alcalde del pueblo quien,
pequeño detalle, es comunista. Pese a esto surge una relación peculiar entre
estas dos figuras de autoridad que terminará por estrecharse hasta niveles
inimaginados.
Todo cambia cuando, por una avería mecánica, el padre
Quijote termina auxiliando y siendo anfitrión de un obispo italiano de paso por
la zona. Charlan, comparten almuerzo y vino y se genera una simpatía casi
instantánea que el párroco de El Toboso nunca ha tenido con su propio obispo.
Unas semanas después, como agradecimiento a su hospitalidad, recibe una carta
en la que se le anuncia su nombramiento como monseñor.
El nuevo e indeseado rango coincide con la derrota
electoral del alcalde comunista, llamado Sancho por el padre Quijote, quien
decide acompañar a su interlocutor en un recorrido sobre un viejo Seat llamado
Rocinante que, a 40 kilómetros por hora, los llevará a conocerse mucho más
pero, sobre todo, a entenderse a sí mismos.
Alonso y Sancho
Monseñor Quijote es una novela divertida en la que además
de encontrarse con una trama bien construida y narrada, el lector podrá
encontrar serios y profundos cuestionamientos sobre las propias creencias y
cómo las que parecen las más firmes convicciones pueden ser en realidad
endebles caretas que sirven para disimilar la duda.
Ambientada en la España postfranquista en la que ya era
legal ser comunista, Greene enfrenta a los protagonistas de su novela en un
reducido espacio, un Seat, a un devoto de Marx —Sancho, el alcalde—, con
alguien que no podría ser, en teoría, más opuesto a su ideología: un sacerdote
católico. Estas dos figuras tradicionalmente enfrentadas se darán cuenta que
cuando se trata de dogmas, ya sean políticos o religiosos, es imposible el
absoluto. Solo un iluso podría creer a pie juntillas lo que sus libros sagrados
—ya sea El capital o La Biblia—, le presente en sus folios.
Los monólogos y ágiles diálogos entre el alcalde y el
padre Quijote, llenos de sesudas reflexiones, se convierten en alegatos
liberadores respecto a la culpa que puede generar la duda o la ‘creencia a
medias’.
Como quedó claro desde hace más de cuatro siglos gracias
a Cervantes y su Quijote, idealismo y locura casi siempre van de la mano, sobre
todo cuando se trata de religiones y afiliaciones ideológicas. Este axioma se
comprueba nuevamente en las páginas de Monseñor Quijote, libro que muestra de
manera divertida y hasta conmovedora que no hay nada más humano que dudar.
Kilómetro a kilómetro y luego de insospechadas aventuras
en las que se consumen grandes cantidades de vino manchego, aparecen los
molinos de viento, un ladrón con poca suerte, una película pornográfica y hasta
una virgen en subasta, el mecánico Rocinante encontrará junto con su dueño, el
padre Quijote, un destino final en el que realidad, ficción y delirio son la
misma cosa.
Foto: Tomada de oceano.mx
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