La suma de todos los males
La suma de todos los males
No hay nada peor en la vida
que ser puto. Así lo creen los valientes aficionados mexicanos quienes defienden
su legítimo derecho de gritar: “¡Eeeeeh, puto!”, cada que despeja el arquero
contrario y es que, pobres, la FIFA ha señalado sanciones si se sigue
utilizando la frase calificada como discriminatoria y homófoba. ¡Qué
ocurrencia! Si es solo una floritura pícara de nuestro vasto lenguaje, ¿no?
El diccionario de la RAE (sí,
ya que hablamos de usos lingüísticos de una palabra es menester acudir a éste)
señala las siguientes acepciones: como calificación denigratoria, Me quedé en
la puta calle; como antífrasis, para ponderar, ¡qué puta suerte tengo!; para
enfatizar, No tengo un puto peso; o como sinónimo de prostituto pero también de
sodomita, es decir, el que practica sexo anal.
Son al primero y al último señalamiento
de la RAE a los que hace referencia el famoso grito, ¿no? Seamos honestos, si se
le grita al arquero contrario, es decir, al rival, es para denigrarlo, para
sacarlo de balance, para que el despeje sea malo y, claro, ¿qué puede ser peor
que ser puto (o sodomita, son sinónimos, pues)? Nada, absolutamente nada.
Gran polémica han causado los
señalamientos de la FIFA y miles de tweets han surgido al respecto. Tuiteros notables
y de a pie se han pronunciado al respecto señalando en su mayoría que ven
exagerada la determinación de organismo futbolístico. Así, mexicanos henchidos
de pasión y patriotismo futbolero (que al parecer es el único patriotismo que
nos queda) han tuiteado –porque ahora es en esa red social donde se mide el
pulso de todo–, que no podrán callar a un país.
Cito solo algunos: “Intentándose
meter con la idiosincrasia mexicana: si nos prohíben algo, más lo hacemos.
#MexicanosAlGritoDeEhPuto”, señaló @angeeelsau; “Jajajaja a la afición nos vale
verga”, tuiteó @xantonimo; “No puedes, ni podrás callar a todo un país #MexicanosAlGritoDeEhPuto
@FIFAcom”, dijo @RosSantana_10.
Claro, se les entiende. Lo
importante se debe defender. Y es vital poder usar las armas más efectivas, es
decir, los peores calificativos para esos que se meten con la supremacía
nacional en la cancha de futbol. No hay nada peor que ser puto, insisto, la
suma de todos los males está en esa palabra que es la más efectiva para echarle
una mano a los 11 próceres que con sus patas defienden al país. “Si gritamos ¡Eh,
puto!”, han de pensar, “estamos activamente en el partido. Ya eso de ‘¡Árbitro
vendido!’ quedó en el pasado”.
Hay quien dice que la FIFA
exagera porque aquí en México puto es sinónimo de cobarde y es justo ese el
primer escalón que nos lleva a la discriminación porque, ¿quién más cobarde que
un puto (sodomita, joto, marica o el sinónimo que quieran)? Nadie. Al menos para
el mexicano común esto es axioma. El puto, el que se acuesta con otro puto, el
que practica el sexo anal –pecaminoso porque no engendra y antipatriótico
porque al dejar de lado sus funciones reproductivas irremediablemente no posee
la hombría para defender a su país–, es lo peor. La suma de todos los males.
A todo lo anterior hay que
añadir que el puto, y aquí entra el machismo, ese que penetra y es penetrado
por detrás, es inferior a un hombre heterosexual porque sus gustos sexuales son
como de una mujer. Ser menor que, según la Biblia, surgió de la costilla de
Adán.
Pero no, a las mujeres no les
parece escandaloso el grito de ¡Eh, puto!, ya leíamos a @RosSantana_10 defendiendo
su uso. Y es que, insisto nuevamente, no hay nada peor ni más bajo que ser
puto. Incluso la mujer, calificada como inferior en la Biblia y mantenida siempre
en un segundo plano, está muy por encima que cualquier puto. Ser puto es, ya se
dijo, la suma de todos los males y por eso todos, sin importar qué tan jodidos
estén, pueden usar la palabra para demostrar que incluso ellos pueden tomar
distancia de seres tan despreciables.
El desprecio al puto no es
nuevo. Casi todas las religiones, pero hablaremos de la católica porque es la
que a pesar de todo sigue más presente en el país, consideran al puto como lo
más despreciable. La Biblia señala en Corintios, 6: “¿No sabéis que los
injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los
idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con
varones, ni los ladrones, ni los
avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el
reino de Dios”.
Para citar otro libro, del que
sí se conoce el autor, está el siguiente fragmento: “A la manera de los perros:/ los sométicos,
los sodométicos, los sodomitas./ A la manera de los traidores:/ por detrás./ A
la manera de la Nada/ que nada engendra/ son sus amores/ si es que son amores/ necios
humores equivocando el vaso”, se trata de La sodomía en la Nueva España, del poeta
mexicano Luis Felipe Fabre.
El tomo de Fabre hace referencia
al caso de Cotita de la Encarnación, un puto como no ha habido otro, quien en
1657, en pleno apogeo de la Santa Inquisición en México, fue condenado a morir
en la hoguera junto con otros trece hombres (todos putos, claro), para limpiar
a la Nueva España de, cito otra vez, “ese cáncer tan cundido/ el pecado nefando”,
es decir, el pecado de la sodomía, del sexo entre hombres.
“Dice/ la Carne: Cotita:/ Encarnación
del Vicio: el principal actor/ de aqueste teatro que es un libro: muy en su
papel de puto:/ Juan de la Vega :
una cornucopia de frutos prohibidos/ remate lisonjera/ su retrato”, añade Fabre
en su libro que está estructurado como un auto sacramental.
En México es peligroso ser
puto. Ya se ve. La Inquisición fue abolida en los albores del México
independiente pero sigue encendida la hoguera social en la que arden todos los
putos que siguen pululando, ensuciando el aire y haciéndose los ofendidos por
un inocente grito en un estadio de futbol donde, dicho sea de paso, es casi
deseable la violencia verbal.
Lo malo del uso indiscriminado
de la palabra puto y el famoso grito de la apasionada afición, no es la palabra
por sí misma, claro, lo nefasto se queda para el puto funcional, para el que sí
se acuesta con hombres.
Hay quienes dicen que al
gritar ¡Eh, puto! No se refieren a la opción sexual de nadie, es mero desahogo.
Pero gritarlo con afán de denigrar al otro endilgándole los defectos de los
putos –es decir, la cobardía, el pecado y el antipatriotismo–, normaliza la
violencia contra los putos y los eterniza como la encarnación de lo peor de la
sociedad.
Escribo esto como mero
desahogo, no quiero ni me interesa cambiar la idiosincrasia de nadie. Estas ya
numerosas líneas son mi grito contra el grito que quieren hacer pasar por inocente.
Porque para que el ¡Eh, puto! te resulte discriminatorio e indignante debes ser
puto y haber sufrido discriminación por serlo. Esto es algo que sólo los putos
entenderán porque ya ni siquiera otros grupos discriminados lo hacen. Hablo,
claro, de manera general.
Hace unos días tuiteaba sobre
cómo en la Isla de Janitzio me habían gritado “¡Joto!” como antesala a un vaso
lleno de hielos que salió volando y casi me pega en la cabeza. Iba con otros
jotos –somos gregarios, qué se le va a hacer–, y optamos por no hacer
escándalo. No estábamos ahí para hacer entender a nuestros hermanos purépecha que
la discriminación es pareja pero ellos desde su condición indígena, eternamente
desdeñada, declararon su supremacía sobre lo más bajo: los putos que iban de
camino a tomarse una foto en la estatua de José María Morelos.
Esta idea de que los putos son
lo peor, ya se dijo, no es nueva. El cine, ese medio que de acuerdo con
numerosos estudios de Carlos Monsiváis dio forma al México moderno, es prueba y
testigo de esa agenda en la que el puto es lo peor. Durante la llamada época de
oro de la cinematografía nacional hay varios ejemplos al respecto. Mencionaré dos:
En 1955 Pedro Infante filmó Pablo
y Carolina en la que Irasema Dilián, por cuestiones que no viene al caso
mencionar, se disfraza con traje masculino y se hace llamar Aníbal. Pasa mucho
tiempo acompañando al personaje de Infante y, claro, se enamora de él. Las actitudes
femeninas desconciertan a Pablo y, como buen norteño, recomienda que ese
muchachito tan raro (Carolina en piel de Aníbal), vaya con una mujer que “le
enseñe mucho”. El enredo queda resuelto cuando Pablo descubre que Aníbal es
mujer y, ¡ah, felicidad!, todo es como debería.
El segundo caso es muy
similar. En Las coronelas (1959) un par de hermanas son bautizadas con nombres masculinos
para que su padrino, un militar muy recio, creyera que eran niños. Años después,
en medio de una guerra, el general regresa demandando que sus ahijados lo
acompañen al campo de batalla. Así, Nicolas (Martha Roth) y Saturnino (Lorena
Goubad), en ropa masculina, se van a pelear. Todo se complica cuando el coronel
Rodolfo Suárez (Rodolfo Landa), a las órdenes de Nicolás, se enamora de éste creyéndolo
hombre. Es por esto que acude con un sacerdote, ¿quién lo culpa?, y le dice: “Estoy
enamorado de Nicolás Campos, no me diga nada, es lo más espantoso que me ha
sucedido en la vida, no sé qué hacer ni qué decir. Le juro padre que yo siempre
he sido un ser normal, dígame padre, ¿qué hago?, ¿Qué debo hacer? (…) Padre, entiéndame,
amo a mi coronel, no se da usted cuenta de que soy un ser anormal. Padre, por
favor, amo a un hombre. Padre, ¡resuélvame mi problema o me voy a volver loco!”.
En las décadas siguientes el
papel del puto cambió a mera comparsa. Siempre femenino e irremediablemente
peluquero o modisto (ahí está el famoso Modisto de señoras de Mauricio Garcés
en el que la homosexualidad, la putería, es, para tranquilidad de las
conciencias, mera simulación), sirve para la mofa y el escarnio.
La carga homófoba y
discriminatoria de puto es tan añeja que capas y capas del polvo que otras
generaciones han dejado acumular ya no permiten verla. Puto es, en resumen, la
suma de todos los males, de todos los prejuicios, de toda la ignorancia, de
todo el conformismo cultural del que somos capaces en este país. Pero, no hay que
exagerar que aquí no pasa nada.
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