Entrevista a Luis Panini

En mala hora

Para Luis Panini no hay peor cosa que las tres de la tarde. Es, sin duda, su hora mala. Algo que en buena hora decidió aceptar y abordar como mejor saber hacer: escribiendo. De esa especie de limbo cotidiano que se abre cuando el reloj marca las 15:00 horas, surgió un pequeño gran libro titulado La hora mala (Tusquets), en el que ocurre de todo, desde lo más terrible hasta lo más risible, pasando por lo absurdo, lo prejuicioso y lo violento.
   El autor, en entrevista para PROVINCIA, habló sobre esta, su más reciente novela, en la que en tiempo real, es decir, en los 60 minutos que separan a las tres de las cuatro de la tarde, un hombre que yace en la banqueta con la cabeza abierta y el cerebro expuesto, pasa de accidentado a suicida, a víctima de asesinato y a victimario de la moral colectiva.
   La trama, recordó Panini, tuvo su origen en su adolescencia y ahora, con 37 años de edad, decidió retomarla luego de mucho cavilar al respecto.
   “Generalmente lo que hago cuando escribo un libro primero tomo apuntes durante varios años, nunca trato de escribir bajo el imperio de la emoción porque quizás una idea no es buena. La revisito meses después, un año después, y si la idea sigue interesándome o persiguiéndome decido tomar más apuntes y finalmente en algún momento escribir el texto”.
   Así sucedió con La hora mala que, compartió, al inicio le pareció que estaba destinada a otro medio. “Pensé que iba a ser una especie de obra de teatro, pero cuando empecé a escribirla desde las primeras páginas se dio que sería una novela corta. No iba a ser una novela larga porque la novela sucede en tiempo real, entre tres y cuatro de la tarde”.
   Panini, dijo, sintió que no debía forzar la historia por lo que la dejó en apenas 168 páginas, extensión que añade dificultad al momento de clasificarla entre cuento largo, novela corta o narrativa experimental. “Puede tener sus momentos muy experimentales como ese guiño metaliterario que hago en uno de los pies de página cuando Luis Panini, el autor, empieza a discutir con el narrador omnisciente de la novela”.

—El guiño a la metaficción, ¿estaba planeado desde el inicio o se dio al estarla escribiendo?
No lo planeé resultó mientras escribía porque en algún momento los personajes comenzaban ya casi a hablar por sí solos. A través de este pie de página yo quería evidenciar un poco los mecanismos de la ficción, de la prosa, cómo a veces el mismo autor pierde control sobre la historia, sobre sus personajes y son ellos quienes se imponen.

—Los personajes son muy llamativos y sus razonamientos, así como la historia, parecen absurdos pero reflejan algo real: El apego a la religión, al prejuicio, al juicio moralizante, al saldo del celular…
Exacto, de alguna manera con los nueve o 10 personajes de la novela estoy tratando de crear una serie de estereotipos para reflejar a la sociedad actual y a veces la indiferencia ante la desgracia ajena y creo que en cada uno de estos personajes el lector va a poder reflejarse por lo menos en uno de ellos, en parte no completamente. Siempre he creído en los libros que funcionan a manera de espejos donde uno mismo se puede ver reflejado.
   El eje temático de la novela, ahora que mencionas lo de la realidad y los prejuicios, tenía que ver un poco con cómo es la maleabilidad de la psique colectiva. A veces tú como individuo puedes tener una opinión pero esa opinión puede ser distinta cuando estás en grupo, es decir, nos atrevemos a hacer algunas cosas acompañados que no nos atreveríamos a hacer solos. Quería un poco retratar eso, qué tan fácil es convencer a un grupo de personas sobre determinado tema y que a veces como individuo sería imposible.

—Esta parte del anonimato es algo a lo que en parte se apuesta en las redes sociales, está muy activo en Twitter, ¿cree que esos espacios virtuales son tierra fértil para esconderse y hacer algo que quizás no se haría en la vida real?
Absolutamente. Ahora que lo pienso, los personajes de esta novela están reaccionando casi de forma instantánea ante las nuevas conjeturas de otros personajes y es así un poco como nosotros mismos reaccionamos ante este flujo de información masiva que nos está siendo alimentada y cómo a veces formamos nuestra opinión después de leer notas y artículos que quizás no contengan información fidedigna. Sí, es el gran riesgo de las redes sociales: Formarte una idea de algo que pudiera no ser real.

—En El uranista el protagonista no tiene nombre, es simplemente ‘el viejo’ y en La hora mala ninguno menciona su nombre, solo uno se presenta y el dato está eliminado, ¿por qué lo decidió así?
Desde que comencé a escribir he evitado los nombres propios. Yo creo que un nombre propio tiene mucho peso, es un gran compromiso porque estás bautizando a una persona y eso ya implica una historia detrás de ese personaje y como esto sucede en una hora, tan rápido, traté de evitarlo y simplemente definirlos mediante su ocupación. Lo mismo en El uranista, no creí necesario concederle un nombre al viejo.
   Ahora mismo estoy trabajando una nueva novela en la que los personajes ya tienen nombre y otra más, que se va a publicar en agosto, donde debido a la cantidad de personajes ya me vi obligado, un poco, a identificarlos mediante un nombre propio pero creo que los nombres propios distraen mucho en la escritura y por eso trato de evitarlos siempre que puedo.

—Su primera novela, Esquirlas, es biográfica, en El uranista, ha dicho, hay guiños a su personalidad, ¿de dónde surgió La hora mala?
Yo supongo que proviene de un momento, un accidente, del que fui testigo cuando tenía 13 o 14 años. Frente a la casa de mis padres (en Monterrey) hay un colegio para secretarias y caminas dos o tres cuadras para salir de la colonia y llegas a una avenida muy transitada donde hay numerosas líneas de transporte público, una de estas estudiantes fue atropellada por un camión de ruta. La chica prácticamente moribunda, estaba, con la huella del neumático —las acanaladuras del caucho impresas sobre su espalda—, tratando de levantarse. Una serie de personas, literalmente, comenzó a hacer bola alrededor de ella mientras esperaban a que alguien llamara a una ambulancia. Cerca de donde ocurrió el accidente había una nevería, ya no existe, era la Danesa 33, y lo que más me perturbó fue ver a este gente bastante indiferente ante la desgracia ajena que seguía lamiendo sus conos de nieve y sus paletas de hielo. Yo creo que ahí está el germen de La hora mala, es un evento muy serio, muy trágico, pero La hora mala tiene un espíritu muy distinto, es una novela muy jocosa y lenguaraz, es humorística, divertida y nunca se toma tan en serio.

Un reto, siempre
A Luis Panini lo sencillo y lo repetitivo lo aburre. En sus proyectos —tanto en su estudio de diseño, PeRiOdIcA, fundado en 2009, como en la literatura—, busca siempre el desafío, algo que no haya hecho, dicho o intentado.
   “Con cada libro hay un reto. No solamente se escribe una historia siempre hay una especie de reto literario. En El uranista me pregunté si podía escribir una novela sin diálogos, tiene solo dos líneas de diálogo que retratan, yo creo, el momento más perturbador de esa novela, y acá en La hora mala era: ‘¿Puedo escribir una novela que suceda en tiempo real? Solamente una hora, ¿cómo lo voy a hacer?’, no se trata solamente de escribir, sino de encontrar nuevas formas de hacerlo. Darle al lector una nueva experiencia literaria, porque para mí como autor no me interesa repetir formulas anteriores, me interesa la creación de una obra que siempre esté cambiando”.
   Esta convicción de no repetirse le vino, dijo, de otra forma de arte: la pintura. “Alguna vez mencioné que visité una retrospectiva de un pintor alemán en el Museo de Arte Moderno de Nueva York y mientras recorría las galerías de ese museo sentí que estaba visitando una exposición colectiva y no de un individuo. Eso me pareció algo muy seductor, esta capacidad de reinvención constante del creador y eso es lo que estoy tratando de emular, de alguna forma, en mis escritos. Siempre reinventarme con cada libro y entregarle al lector una nueva experiencia literaria”.

—A partir del Premio Nuevo León de Literatura en 2008 se podría decir que inició formalmente su carrera literaria, son menos de 10 años y en poco tiempo, para efectos del mundo literario, hay una evolución grande y una notoriedad creciente respecto a su obra, es un caso especial, particular…
No sé qué tan especial, pero definitivamente desde el lanzamiento de El uranista fue una especie de catapulta en el panorama literario nacional. He recibido incontables correos electrónicos de parte de lectores que nunca creí y creo que los textos están llegando a más gente y más gente está tomando interés. Me piden un nuevo libro, y qué voy a hacer, y si va a ser distinto… es algo bastante loable hacia los lectores.
   Siempre he pensado que el vínculo entre un autor y un lector es sagrado, por eso hace poco decidí escribir un texto, que se va a publicar en agosto, que es más literatura infantil-juvenil, por esta idea de acompañar a un lector desde sus años de infancia hasta la edad adulta. Me parece una idea muy bella: Aunque no conozcas a alguien estar presente en su vida y acompañarlo.

—Ha dicho que le influye más el cine que la literatura al momento de escribir, ¿qué películas o directores lo han marcado más?
Yo creo que Michael Haneke; un director sueco, Ruben Ostlund; existe un director griego, Yorgos Lanthimos; uno húngaro, Bela Tarr… todas estas imágenes son una especie de ‘combustible’ para mi imaginación. No estoy tratando de imitar lo que hacen, pero simplemente con ver estas obras de pronto se me ocurren ideas o situaciones que más tarde se convierten en relatos o a veces en alguna escena de alguna novela.

Disfrazado de arquitecto
Luis Panini nació el 1 de agosto de 1978 en Monterrey, Nuevo León. Estudió la Licenciatura en Arquitectura en la Universidad Autónoma de Nuevo León y después una maestría, sobre la misma disciplina, Arquitectura, en la Universidad de Kentucky y la Herbstakademie, en Estados Unidos y Alemania, respectivamente. Luego decidió emigrar a Los Ángeles en 2005 donde ahora se especializa en diseño. ¿Cómo vivió todo eso alguien que escribía desde niño? Se creyó el clásico: “Si estudias literatura te vas a morir de hambre”.
   “Yo tenía planeado estudiar letras y desde los 13 años escribía. Todo mundo me decía: ‘Jamás encontrarás empleo, te vas a morir de hambre’ y fue ese un poco el susto que me metieron. Yo quería estar un poco ligado con el arte y la arquitectura fue la respuesta ideal, pero finalmente nunca se ha impuesto sobre mi vocación literaria. (La arquitectura) Es mi vocación académica, pero no es mi verdadera vocación, por eso siempre digo que de lunes a viernes de 10 de la mañana a 6 de la tarde me disfrazo de arquitecto y al llegar a casa me quito el disfraz y escribo.
   “Sin embargo, la arquitectura siempre ha sido una parte fundamental de mi escritura porque creo que el espacio físico es donde el juego se juega y por eso siempre he tratado de concederle un valor simbólico a los espacios que mis personajes habitan e incluso los objetos que tocan. A veces estos espacios u objetos se vuelven tan importantes como un personaje literario y de esa forma compagino mi formación académica con mi vocación literaria”.

—Diseño y literatura son disciplinas retadoras de manera creativa y satisfactorias. Ha dicho que diseñó el escritorio en el que trabaja, pero, ¿qué le permite la literatura que le queda a deber el diseño?
Creo que son dos vocabularios completamente distintos. Son definitivamente desahogos creativos, hay cosas que puedo expresar a través del diseño que nunca podré hacerlo mediante la literatura y viceversa. De hecho, en algún momento me gustaría escribir un par de novelas gráficas porque existen un par de historias que quiero contar, pero no puedo hacerlo a través de una novela o de un relato, tendría que tener un soporte gráfico. Es el desahogo que encuentras y las herramientas que cada disciplina te da.
   Siempre me gusta nutrirme no solo de la literatura sino del cine, del diseño, creo que finalmente todo se convierte en una unidad y la literatura es un espejo de tu diseño y tu diseño un espejo de tu literatura, hay vasos comunicantes entre estas disciplinas y forman, llamémosle, una unidad narrativa entre todo lo que voy creando poco a poco.

El limbo personal
La hora mala tiene un epígrafe tomado de La náusea, de Jean Paul Sartre, que dice: “Las tres. Las tres, siempre es demasiado tarde o demasiado temprano para lo que uno quiere hacer. Momento absurdo de la tarde”. La certeza de estas líneas es incuestionable para Panini.
   “A mí siempre me ha pasado que las tres de la tarde siempre es demasiado tarde y demasiado temprano para lo que quiero hacer. Es un momento de arenas movedizas, pantanosas, siempre tan indefinido para mí. Entonces por eso decidí que la novela tendría lugar entre las tres y cuatro de la tarde”.

—Su relación con las tres de la tarde no es la mejor…
No, es un momento del día tan indefinido para mí. Siempre lo ha sido. Todos los días las tres de la tarde, incluso en el trabajo siempre me sucede que ya es demasiado tarde y olvidé hacer una cosa o aún es muy temprano para hacer otros planes. Es un momento muy especial del día y muy extraño. De ahí proviene un poco la extrañeza y esta condición absurda que permea en las páginas de la novela.

—Es su ‘hora mala’…
Sí, definitivamente. Todos los días las tres de la tarde es mi ‘hora mala’.

De identidad mexicana
Pese a que desde 2005 radica en Los Ángeles, California, y parte de su formación académica la realizó fuera de México, para Luis Panini la migración no ha sido un elemento determinante en su voz literaria.
   “Yo creo que mi identidad como mexicano siempre ha estado plenamente establecida y este traslado geográfico nunca me ha motivado a cuestionarme sobre identidad o lo que significa ser mexicano en otro lugar. Creo que nunca he tocado y no pienso que tocaré lo que significa ser mexicano en otro sitio, no creo que influya”, comentó Panini.
   “La novela que ahora escribo es sobre una pareja de mexicanos que emigra a Estados Unidos, pero la temática en la novela no tiene nada que ver con la migración, es sobre un proceso de adopción, entonces no sé porqué aún no me interesa narrar la experiencia del migrante. Quizás algún día suceda, pero por lo pronto este traslado geográfico no ha influido de ninguna forma en mi escritura”.

—Ha declarado que esta etiqueta de ‘Escritor del Norte’ no le gusta…
No porque cuando yo leo la obra de los escritores a quienes incluyen en esta etiqueta, como bien dices, no tengo el menor vínculo. No estoy en contra de ella, simplemente me parece que sería un poco ‘chapucero’ para un lector decirle que soy un escritor del norte, esto va a fabricar ciertas expectativas que yo no voy a poder concederle, no va a llegar a eso al leerme, no va a encontrar a un escritor del norte.

—¿Con qué etiqueta si se siente cómodo o prefiere evitarlas todas?
Siempre prefiero evitar las etiquetas porque siempre he pensado que las etiquetas destruyen un poco al libro. Desde ese momento estás limitando el alcance del libro, estás limitando no solo el número de lectores, sino también el tipo de lectores que puede tener, entonces siempre he evitado las etiquetas. Me parecen más bien una estrategia comercial, más que tratar de representar una unidad literaria o un hilo conductor entre varios escritores.

—Vive en Estados Unidos desde hace más de 10 años y ese país está en año electoral con candidatos de pesadilla, ¿cree que Estados Unidos vive su hora mala?
En este momento, definitivamente. El riesgo de saber que Donald Trump podría convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos es pesadillesco. Su discurso de odio creo que es imparable ya en este momento, supongo que muy pronto en uno de sus eventos de campaña algo terrible va a suceder, más de lo que ha sucedido, y creo que será quizás un mal necesario cuando resulte alguien herido o seriamente lastimado cuando por fin la gente vea que detrás de ese discurso solo hay odio. Esperemos que no llegue a esas alturas. Mi voto está con Hillary Clinton y esperemos que ella sea la próxima gobernante.


Foto: Cortesía, Planeta



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