Reseña de Méjico

Entre dos mundos

La conocidísima frase “No hay quinto malo” aplica perfectamente al nuevo trabajo narrativo de Antonio Ortuño. Méjico (Oceano) es la quinta novela del escritor jalisciense y ninguna de las 235 páginas que la componen tiene desperdicio.
   El más reciente libro del también autor de La fila india (Oceano) es una pequeña gran novela en la que, fiel a sus intereses, los conflictos de sus personajes son pequeñas piezas en la enorme maquinaria de las problemáticas que han marcado la historia del mundo.
   México y España se unen en él. Hijo de española y mexicano, Ortuño toma prestadas anécdotas de su familia y las reconfigura en un relato rico en emociones, humanidad y erudición —sin caer en el panfleto— sobre los conflictos bélicos que inesperadamente unieron a dos naciones que, a casi 200 años de haber roto su lazo colonial, viven una hermandad muy peculiar.
   La Guerra Civil Española, seguida por la Segunda Guerra Mundial, ocasionó una diáspora angustiante y espectacular que encontró en Latinoamérica en general, y México en particular, un remanso no de paz pero al menos libre del sonido de las alarmas, los bombardeos y los cañonazos. Los recién llegados hallaron un lugar que ofrecía la oportunidad de seguir vivos pero en el que no era tan sencillo encontrar los medios para subsistir. El nacionalismo malentendido y la xenofobia inconsciente los dejó en el centro de una espiral que oscilaba entre la suspicacia y la fascinación.
  El título, Méjico con jota, fue una elección consciente de lo provocador que podría resultar pero necesario para mostrar que del país hay una visión y versión conocidas y estandarizadas pero que no son las únicas. Quienes han llegado aquí y sus descendientes, como es el caso del autor, están en ese punto medio en el que una palabra suena igual pero su forma y fondo son muy distintos.
   Méjico es una buena forma de entretenerse, aprender y ver que en esta nación no todos son bigotones, sonrientes, priístas y guadalupanos.

Ni de aquí…
Méjico arranca con la certeza de la muerte. Su primera línea así lo declara y en todas las siguientes el lector atestigua la lucha desesperada por dilatar la consumación de ese destino fatal.
   Todos los personajes están en la huida, algunos de sí mismos mientras que otros, víctimas de la situación que les tocó vivir, deben seguir los dictados de un guion que se les antoja macabro e injusto pero inapelable. El movimiento es necesario en ambos casos, permanecer en el mismo lugar quizás resulte en una permanente inmovilidad.
   La historia inicia en la Guadalajara de finales de la década de 1990. Ahí, donde las buenas conciencias se empeñaban en asegurar que, gracias a Dios, no pasaba nada, en realidad pasaba de todo. Un amor incestuoso e imposible, uno más que era inconsumable y una traición inevitable se revelan como los ingredientes de la receta de un caos que no es sino continuación de otro mucho mayor iniciado del otro lado del atlántico cinco décadas atrás.
   La Guerra Civil Española divide al país y a las familias. Algunas, enfrentadas ideológicamente, no tuvieron oportunidad, ni deseos, de separarse entre abrazos y llantos; otras, fieles a sus convicciones, se dispersaron con la resignada certeza de que era el único camino para salvar la vida. La que ocupa las páginas de Méjico emprendió la huida por rumbos distintos, unos a Colombia, otros a México. Los segundos, con todo y descendencia, llegaron a ese país lejos de Europa y de Franco pero con su propio caos. 
   La siempre recordada condición de extranjeros acabó por engendrar a una tercera generación, cuya única certeza era la incertidumbre de su identidad. ¿Mexicanos, españoles o simplemente ‘pinches gachupines’?
   Es justamente uno de los nietos quien se ve forzado a correr para intentar salvarse de una bala redentora pero indeseada. Al convertirse en fugitivo, como lo fueron sus abuelos, honra su historia familiar y paso a paso, sin darse cuenta, la reconstruye. Tanto camina, que alcanza un punto en el que, enfrentado a su destino, tendrá la posibilidad de liberar a ancestros y descendientes de la necesidad de escapar.

Ni de allá
La escritura de Ortuño es un canto de sirena. Basta escuchar el primer acorde o, mejor dicho, leer la primera línea, para quedar atrapado y dirigir la nave hacia el origen de ese sonido, no importa que implique colisionar y hundirse.
   El ritmo de Méjico, su nueva novela, resulta cautivante. Al oscilar entre el pasado, el origen y el presente, mantiene al lector al filo de la página en un deseo de avanzar lo más rápido posible para poder atar todos los cabos sueltos de la historia que atestigua.
   Esos hilos, esas piezas del rompecabezas, son ni más ni menos que los Almansa, familia dividida por la Guerra Civil Española que encontró en el continente americano un lugar para continuar su vida pero con el que no pudieron conectar. Esta imposibilidad queda de manifiesto en la nebulosa identidad de sus descendientes, quienes son mexicanos de nacimiento pero ascendencia española, lo que los hace raros. Es ese el escenario perfecto para preguntar: ¿qué somos?, ¿qué nos hace?
   El autor se ha hecho los mismos cuestionamientos y a partir de esa duda es que en su novela plantea una suerte de disertación sobre cómo es posible, o quizás imposible, ser mexicano —dentro del canon estandarizado de lo que se tiene por tal— al tener padres extranjeros. Uno de los personajes lo simplifica: Es un ‘gatonejo’. No es ni una cosa ni otra y entre más rápido lo asimile será mejor.
   Esa identidad sui generis es quizás el elemento imprescindible y el motor para que dos de sus personajes, héroes improbables, devengan en los salvadores del linaje Almansa en dos momentos diferentes y siempre violencia de por medio. Abuelo y nieto, callados y hasta temerosos, hacen lo que debían hacer, cuando nadie lo esperaba, y libran una batalla que daban por perdida.
   Si hay o no un destino que se cumplirá sin importar lo que pase, no es un tema que le importe a Ortuño ni a sus personajes. Estos, víctimas de sus acciones unos, y de sus circunstancias otros, allanan paso a paso el camino de la huida para dejar atrás a sus perseguidores —externos para algunos e  internos para otros— y encontrarse con la muerte, sí, pero en condiciones que no les resulten tan ominosas.
   La novela, como ya se dijo, echa mano del anecdotario familiar de Ortuño sin que nada de lo narrado resulte literal de la historia de sus parientes. Las situaciones fueron parecidas pero todo lo escrito en Méjico es ficción. Además de esto el autor recurre a dos piezas importantes de su identidad literaria: Juan Rulfo y Jorge Ibargüengoitia, en las páginas del tomo hay un homenaje a estos escritores pero el lector deberá estar atento para descifrar los crípticos tributos.
   Méjico es un tomo en el que se presenta una indagación en el pasado y en el origen. Quizás una vez leído se encuentre que en los cromosomas particulares en lugar de X hay una J.


Foto: Tomada de http://www.oceano.mx/


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