Vanidades a prueba de fuego
Nací en una familia que cada
domingo a las ocho de la mañana iba a misa. No recuerdo haber faltado ni una
sola vez a la iglesia al menos hasta que cumplí los dieciocho años. Estudié durante
una década en un colegio religioso, fui acólito (esos niños de sotana que
ayudan a los padres en la misa) y canté, o al menos lo intentaba, en coros juveniles
de la misma parroquia. Conozco a la religión y justo por lo que me tocó ver de
ella es que ahora no les creo a casi ninguno de sus ministros, incluido el papa
Francisco.
Mañana llegará a Morelia,
donde vivo desde hace más de diez años, el llamado vicario de Cristo y, como muchos, más que
emocionado estoy entre indiferente al respecto.
La visita es un hecho
histórico, sí; es un símbolo poderoso para quien practica la religión católica,
claro; de símbolos llenamos la vida, son nuestros asideros en este sinsentido
que habitamos y más en Michoacán en donde la incertidumbre –social, económica y
de seguridad– se instaló desde hace años. Eventos como el de mañana son
pequeños puntos de inflexión en la historia personal de quien así lo quiera ver
y eso hay que respetarlo, con lo que no estoy de acuerdo es con la forma en
como nos han vendido esto.
“Michoacán te recibe con
alegría y esperanza”, dice una de las muchas canciones compuestas al respecto.
¿Alegría por el bloqueo vial que va a desquiciar a toda la ciudad?, ¿esperanza
de que no les descuenten el día a quienes llegarán irremediablemente tarde al
trabajo a causa de esto? No me queda claro.
Desde el sexenio de Felipe
Calderón, quien por cierto estuvo en la misa oficiada por Francisco en la
basílica, más que vivir sobrevivimos. Ya estamos acostumbrados a esta realidad
pero, por más que nos quieran hacer creer lo contrario, ésta no va cambiar por
el tan repetido mensaje de paz y esperanza que, dicen hasta la náusea los spots
publicitarios, nos trae el papa.
Al parecer, después de todas las
campañas electorales que nos ha tocado vivir aún no entendemos que a las
palabras se las lleva el viento y que un buen orador puede emocionar hasta al
más indolente pero no pasa de eso: Un buen recuerdo pero ningún cambio real.
Todo sigue igual, o quizá empeora, con mensaje o sin él.
Y me dirán: ¿Cómo te atreves a
comparar al papa con los políticos? Porque en ambos casos son figuras que
ostentan el poder. No olvidemos que Francisco es el máximo dirigente del
catolicismo pero también es la cabeza del Estado Vaticano. Son 44 hectáreas las
que componen a este país soberano cuyo sistema financiero, manejado por el Instituto
para las Obras de la Religión o Banco Vaticano, es, según Forbes, “el banco más
secreto del mundo”, cita que retoma Robert Draper en El papa Francisco y el
nuevo Vaticano (National Geographic-Oceano).
Con la ñ como escudo
Al parecer cada vez que llega
al trono de san Pedro alguien cuya lengua materna es el castellano no pasa
desapercibido. Alfonso de Borja, como Calixto III lo ocupó del 8 de abril de 1455 al 6 de agosto de 1458, durante su papado se
concentró en la reconquista de Constantinopla y declaró nulo el juicio que
había condenado a la hoguera a Juana de Arco.
Pasaron casi cuarenta años
para que otro español, otro Borja, fuera elegido obispo de Roma. Rodrigo Borja,
como Alejandro VI, entre acusaciones de que había comprado a los cardenales
electores, fue nombrado papa el 11 de agosto de 1492 y ocupó el trono de san
Pedro hasta el 18 de agosto de 1503.
Alejandro VI, como muchos pontífices
antes y después de él, tuvo amantes, hijos y nietos. Entre varios intentos de
envenenamiento y las encendidas homilías de Girolamo Savonarola (célebre por su
Hoguera de las vanidades y sus prédicas contra el lujo, la sodomía y el papa) no
pasó desapercibido como tampoco pasa Francisco.
Y no, aclaro, no estoy
diciendo que el actual papa tenga amante, hijos o haya comprado el papado, lo
único que tiene en común –al menos hasta ahora– es la lengua materna y el hecho
que, se dice, también hay algunos
jerarcas católicos que preferirían ver a otro a la cabeza de la iglesia.
Hay quienes ven llegar aires
reformistas de la mano de Francisco y consideran que puede cambiar el mundo,
sin embargo, debería empezar por renovar a la iglesia que, si se hace una revisión,
tiene una larga historia de nepotismo, abusos y decisiones basadas en intereses
políticos más que pastorales.
Como ya dije, de nada vale un
discurso, un mensaje, una declaración, una crítica, si no se va a actuar en
consecuencia. De poco sirve que sea el Año de la misericordia y se firme una
declaración conjunta con el patriarca Kirill de Moscú en la que –sí qué bien, se
habla de refugiados y contra la persecución religiosa– se dicta lo siguiente: “La
familia es fundada sobre el matrimonio que es un acto libre y fiel de amor
entre un hombre y una mujer (…) Lamentamos que otras formas de convivencia se
equiparan ahora con esta unión”.
Muchos se emocionaron cuando,
de regreso de Brasil, Francisco declaró: “Si una persona es gay y busca al
Señor y está dispuesto a ello, ¿quién soy yo para juzgarla?”, hacía referencia,
dijo después en una parte de la cita que ya casi ningún medio difundió, al Catecismo
de la iglesia Católica que respecto a la homosexualidad dice:
“2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves la Tradición ha declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’ (…) Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
“2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
“2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.”
En pocas palabras si eres gay no
serás juzgado por la iglesia siempre y cuando seas casto porque si ejerces tu
sexualidad eres una abominación ya que tus coitos no tienen fines
reproductivos. Es, digamos, un amor y una aceptación condicionados para
homosexuales pero también para divorciados y mujeres por el derecho a decidir,
entre otros.
No puedo creer en el mensaje
de paz y esperanza que trae Francisco si sus declaraciones “progresistas” no
tendrán un impacto real en la manera en que se conducen sus ministros, ¿o es que
acaso gracias a que vino a México por fin se dejará de encubrir a los curas
pederastas y Norberto Rivera será ejemplo de rectitud y fe? No lo creo.
En el mensaje que dio
Francisco a los obispos en la Catedral Metropolitana les pidió no ser príncipes
sino testigos de dios y habló en contra de los que buscan hacer ‘carrera eclesiástica’.
De nuevo declaraciones fuertes pero vanas. Apenas unas horas después de hechas Federico
Lombardi, Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, pidió a la
prensa no malinterpretar los discursos del pontífice: “Tenemos que interpretar
bien los discursos que el Papa hace, porque el Papa desea siempre dar una
contribución que no sea puramente formal sino que sea verdaderamente un impulso
por una conversión personal (…) El mensaje para los obispos es un mensaje
fuerte porque la responsabilidad es grande, pero no tiene que ser visto
particularmente negativo”. ¿Entonces?, ¿se avecina el cambio o no?
Si en un arranque reformista
se encendiera una nueva Hoguera de las vanidades, ¿quedaría indemne el Vaticano
o reducido a cenizas?, ¿quedarían enteros quienes practican la religión católica
o acabarían achicharrados por igual?
El no revelado pero
seguramente alto costo de la visita del papa a Michoacán –estado cuyo problema
financiero ya echó por tierra la promesa de no más reemplacamientos– es otra
vanidad que quizá sería bueno quemar.
Comentarios
Publicar un comentario