Entrevista con Antonio Ortuño

En la huida 

Antonio Ortuño está convencido de que cada escritor vive su propio infierno. En el suyo está presente una identidad compleja, el temor a la huida y la necesidad apremiante de estar preparado para ejecutarla.
   En entrevista para PROVINCIA, habló de la larga lista de influencias literarias que lo conforman y que se ha visto aderezada por el redescubrimiento de Juan Rulfo, autor también nacido en Jalisco a quien homenajea en Méjico (Oceano), su más reciente novela.
   Luego del éxito de La fila india (Oceano) en la que toca el tema de los migrantes centroamericanos de paso por el país, Ortuño retoma el éxodo pero desde una perspectiva diferente, una que le resulta más cercana y personal. Su nueva publicación retrata la historia de los exiliados españoles que llegaron a México luego de la Guerra Civil Española, y de uno de sus descendientes. Él, hijo de española, entiende muy bien esa situación y desde la duda sobre la propia identidad plantea una reflexión al respecto.
   La novela tiene un título que, reconoció, puede resultar provocador: Méjico. “Es México, que es nuestro país, pero escrito a la manera en la que durante muchísimos años lo han escrito no la totalidad pero al menos una parte sustancial de los españoles y que corresponde al sonido gramatical, al menos desde hace 200 años, de la jota.
   “Sé que puede ser provocador para algunos lectores pero me parecía que era justo como si fuera una suerte de isla que estaba a la mitad de los dos lugares, de México y de España”.

—El libro se plantea la duda sobre la identidad y en algunas entrevistas ha dicho que, al ser hijo de una migrante, nunca se ha sentido 100 por ciento integrado. ¿Hoy puede definir su identidad o es algo indefinible?
Yo creo que se puede definir sencillamente entendiendo que la identidad mexicana es más compleja que la de los niños héroes. Yo me siento absolutamente mexicano pero parte de esa mexicanidad es que soy hijo de española, que me crié con una familia de españoles y que también tengo ese pasaporte y esa nacionalidad. Sé que soy mexicano, no me levanto en las mañanas y digo: “Yo que soy español”. Pienso en los españoles como “ellos”, como el país de mi madre.
   Desde luego que tengo un cariño particular por España, me crie leyendo literatura española, pero he vivido toda mi vida en México y me siento mexicano por los cuatro costados.

Ortuño señaló, al evocar a su madre, quien murió en 2014, que los únicos momentos de ‘convulsión identitaria’ se dieron cuando tenía que ver un partido de futbol en el que se enfrentaban las selecciones mexicana y española.
   “Lo veíamos y nos ‘agarrábamos del chongo’. Mi madre sí era profundamente nacionalista y se sentía muy española. Vivió más de 60 años en México y nunca se nacionalizó, quería muchísimo a México pero ella se sentía española. Y yo me siento mexicano porque soy mexicano. Nunca he tenido ninguna clase de confusión de identidad”.
   La cualidad de peculiaridad o, incluso, rareza, dijo, proviene de fuera. “Hay gente que juraba que yo me inventaba que mi madre era española, veían el pasaporte y pensaban, no sé, que lo había ido a comprar a la plaza de la computación. Desde luego no es algo generalizado, no toda la gente en México piensa así, es muy diversa la identidad mexicana y hay muchos tipos de migración.
   “Cuando escribí La fila india mucha gente, como si fuera una confesión —porque era que había ocultado o de lo que no hablaba— me dijo que tenía padres o abuelos o ascendente directo centroamericano, pero eso no lo decían. A mí me sorprendió la cantidad de gente, muchas personas, que a raíz de leer La fila india, aparte, me decían: ‘Oye, la novela me gustó y la sentí mucho porque fíjate que mi mamá era salvadoreña… fíjate que mi papá era guatemalteco…’. No hablaban de ello porque estaban acostumbrados a recibir burlas o piques.
   “En Méjico se aborda cómo hay una cierta identidad mexicana que se quiere imponer sobre todos y termina siendo muy injusta porque niega a cualquiera. Niega al indígena, niega al extranjero… es como si todos tuviéramos la obligación de ser charros bigotones y priístas. La realidad es muy diferente. Hay mucha gente en el altiplano que de repente ve a los norteños como gringos, a los del sureste como centroamericanos porque piensa que ellos son el centro del universo. Es algo complejo y justamente porque no tengo las respuestas precisas escribí el libro, porque uno escribe planteando dudas”.

—Esa conciencia de que hay más de una identidad mexicana, ¿le ha dado una mayor sensibilidad al escribir?
En mi caso sí. No creo que sea algo generalizado, hay mucha gente que pueda tener antecedentes similares a los míos y que no escriba una fregada y que no lea una fregada; y lo mismo, hay gente que es mexicana por los cuatro costados, que no tiene esa impronta de la migración, y que son extraordinarios escritores, parece que no se puede aparejar una cosa con la otra.

Ortuño recordó con una sonrisa cómo fue ser descendiente directo de españoles e ir a la escuela en una ciudad como Guadalajara.
   “Cuando yo estaba en la primaria, y veía la historia, los españoles son los malos todo el tiempo. A mí me causaba un conflicto enorme porque además las maestras despotricaban contra los españoles y entonces yo levantaba mi manita y decía: ‘Es que mi mamá es española’ y el resultado fue que yo acabé haciendo el papel de todos los malos en los festivales escolares; de los españoles y de todo. También fui don Porfirio, yo mandaba a quemarle ‘las patas’ a Cuauhtémoc, yo mandaba matar a Zapata en el papel de Huerta… sí dejó una impronta en mí”.
   Le tocó crecer, recordó, en una ciudad en la que, a diferencia de la capital del país, no había una colonia española grande ni colegios como el Madrid que recibía a los descendientes de exiliados.
   “En Guadalajara no existía esa comunidad o al menos yo no accedí jamás a ella, es mucho menor, no hubo una presencia del exilio. La gente en Guadalajara es ‘antigachupina’ porque es una ciudad afrancesada, la aristocracia tapatía siente que tiene un ‘buche’ de sangre francesa recorriéndole las venas, entonces ve a los españoles como salvajes y como indeseables. Me parece que es anecdótico y es pasto de literatura, nunca tuve que ir al psicoanalista por el asunto, no fue algo que me impidiera respirar o hablar, se limitaba a piques en el patio de la escuela, haber tenido que salir de malo en los festivales… Cada escritor tiene su infiernito”.

—¿Qué tanto abona el periodismo a su narrativa?
Desde luego le ha aportado mucho y es parte principal de la manera en que yo me acerco a la narrativa. Tiene que ver con mis intereses y mi formación como periodista. No es que yo haga investigaciones específicas para los libros pero sí hago investigaciones sobre los temas que me interesan. Puedo leer de un tema durante años, decenas y decenas de libros, artículos, papers y estudios respectivos porque hay muchos temas que me fascinan, me estoy actualizando sobre ellos constantemente y eventualmente termino escribiendo de ellos.
   En el caso de Méjico no es que hiciera una investigación sobre la Guerra Civil Española sino que me he pasado la vida leyendo sobre esto y sobre la Guerra de marruecos y sobre la Segunda República Española porque tiene que ver con mi origen. Si no hubiera habido guerra en España yo no hubiera nacido porque mi familia no hubiera migrado.
   El periodismo me ha dado la disciplina y me ha dado una característica que para mí es fundamental: Siempre siento que tengo un ojo y un pie puesto en la calle. Me interesa lo que pasa a mi alrededor, sería incapaz de escribir algo que sucediera en la esfera de la intimidad de los personajes, no digo que eso está mal, hay literatura grandiosa que ocurre, digamos, en ese espacio pero a mí me interesan los grandes espacios narrativos: Las sociedades enteras, épocas. El periodismo ha tenido mucho que ver, yo pienso que es fundamental mi formación periodística en la manera en la que escribo, no trato de escribir novelas como periodista, yo escribía literatura desde antes de trabajar en el periodismo, pero a la vez, después de casi 18 años en periódicos queda también una huella permanente. Si me preguntan qué soy mi oficio es el periodismo.

El origen
Como ya se dijo Méjico retrata una parte del exilio español, un éxodo que tiene que ver con el origen de Antonio Ortuño, y aunque el tema le resulta cercano en más de un sentido no hay nada tal cual de su historia familiar en la novela.
   “Los personajes no son mis parientes, con una sola excepción, un personaje secundario que a mí me resulta muy simpático: Antonio del Val, un amigo de los personajes principales en la línea de los españoles. Es un tío abuelo mío que tuvo una vida muy novelesca: Fue voluntario en la Guerra de Marruecos, cantaba ópera, andaba en la picaresca en Madrid, y él migró pero a Estados Unidos. Me llamo Antonio por él, entonces siempre tuve cierta fascinación por mi tío que además era un hombre muy apuesto, se parecía a Clark Gable.
   “No le quise dedicar toda la novela a él porque tenía otras ideas del tipo de personajes que quería pero para mí era como un caramelo el tener a la mano esa historia sensacional del tío soldado, cantante de ópera, un poco malandro, además guapo y elegante”.
   Ortuño aclaró que, sin embargo, muchas de las situaciones descritas en Méjico si recrean las anécdotas de sus familiares.
   “Es la recuperación del anecdotario familiar de ese mundito trémulo de la Segunda República Española que murió de manera fulminante con la Guerra Civil. Quise recuperar ese mundo que ya no existe, ya murieron mis abuelos, ya murió mi madre, ya murieron mis tíos, sobrevive solamente la hermana más pequeña de mi mamá que ya nació en México. Los mayores con los que yo me crie ya murieron y quise recuperar ese mundo anecdótico con el que yo me crecí que eran bombardeos, la historia de mi tía en el campo de concentración en Francia… en fin, desde luego que fue fundamental.
   “La literatura me permite reaprovechar eso que tiene que ver con la memoria y también con la experiencia personal. Uno describe las cosas según las ve y según las ha experimentado y también lo que imaginas, todo lo conjuntas. Hay muchos estímulos que lo llevan a uno a escribir”.

—Ha declarado que no creció leyendo a Rulfo ni a Arreola, ¿quiénes sí están en su identidad literaria?
Yo tuve una especie de reacción como alérgica, y muy imbécil, hacia Rulfo en la adolescencia, porque todo el entorno endiosaba a Rulfo y me quería obligar a leer a Rulfo y a trazar mi comprensión de la literatura a partir de Rulfo porque, desde luego, Rulfo es el gran autor de la narrativa mexicana de la segunda mitad del siglo XX y además era jalisciense. Creciendo en Guadalajara la escuela, los talleres, los medios, la academia… todo estaba centrado en torno a Juan Rulfo y yo cometí la excentricidad de ser la única persona que no había leído los libros de Rulfo y ya había publicado libros. Hasta que supongo que tuve el rapto de lucidez de entender que aquello era una estupidez, un prejuicio, y de sentarme a leer a Rulfo y de redescubrir —puesto que había tenido que leer cosas de Rulfo de mala gana—, a un autor sensacional. En este momento lo que tengo por Rulfo es una admiración enorme y creciente. No me gusta el rulfianismo como no me gusta el borgesianismo y como no me gustan las fanaticadas pero Rulfo me parece un autor fundamental en la novela y hay una suerte de homenaje un poco insolente, pero sentido, en un pasaje de Méjico.
   En cuanto a Arreola, es un autor que descubrí junto con Borges y por Borges en la adolescencia y que siempre me pareció fascinante. Arreola me parece un prosista extraordinario, un hombre de una agudeza y de una habilidad literaria suprema pero es cierto que no es el escritor que más ha influido sobre mí. Quizás justo por haberlo leído junto con Borges me enganché mucho más en Borges y Borges sí tuvo un peso fundamental en la manera de entender y de trabajar la prosa durante mi juventud y formación como lector y por ende como escritor.
   A partir de Borges entendí y vertebré un montón de influencias literarias que se volvieron fundamentales, por Borges pasé a Chesterton y a los autores postvictorianos, digamos, Wilde, por ejemplo, Henry James… para mí fueron fundamentales y, por otra línea, en la adolescencia descubrí a Jorge Ibargüengoitia y también se convirtió en una influencia fundamental y directa como lector y posteriormente como periodista y escritor también.

Fue a partir de Ibargüengoitia, recordó Ortuño, que descubrió ‘las coordenadas’ de lo que le entusiasmaba: La sátira, el humor negro y la agudeza. “Fui encontrando una suerte de tradición al respecto en diferentes geografías, épocas e idiomas, y me enganché con gente como Philip Roth, Martin Amis, Salinger… gente mucho más salvaje como Boris Vian y digamos que se fue el corpus de autores que fueron fundamentales en mi formación como escritor”.
   Otra lectura que señaló como definitoria, aunque le costó trabajo digerir y engancharse, fue la de la obra de Joseph Conrad, “que me parece un autor que todo mundo debería leer y al que habría que volver continuamente”. Recordó también a literatos rusos como Dostoievski, Tolstoi, Chejov y Bulgakov.
   Mención aparte mereció Patricia Highsmith de quien valora, dijo, la veta de vileza que se puede encontrar en casi todos sus personajes con obras ya de culto como El talento de Mr. Ripley y Extraños en un tren, por mencionar solo algunas.
   “He sido también muy lector de poesía porque tengo un hermano que es un poeta extraordinario, Ángel, gracias al cual he descubierto lecturas importantísimas, mis gustos no son exactamente los de él, supongo que soy un lector de poesía más conservador, pero gracias a él descubrí muchísimos autores, que se volvieron para mí importantes”.

—Además de la nebulosa identidad a uno de los personajes de la novela lo persigue la idea de la huida, ¿le ha cruzado por la mente ese tema?
Sí, no es algo que haya hecho pero es una suerte de obsesión. Soy muy paranoico y siempre estoy fraguando planes de huida: Qué tendría que pasar, cuál sería nuestra ruta de escape, qué sería lo que haría… tengo siempre actualizados mi pasaporte, los de las niñas, los dos pasaportes van siempre en una bolsita y tengo copias fotostáticas en otro lado de todo, y un archivo en la nube en donde están guardados respaldos. Sí, soy muy paranóico y siempre tengo esa obsesión, mucho de lo que he escrito contiene estos elementos, desde El buscador de cabezas en la que los personajes terminan exiliados, hasta La fila india, que también implica una serie de huidas y en Méjico es una obsesión.
   Hablaba antes de que cada escritor tiene sus pequeños infiernos y uno de los míos es ese, supongo que porque mi familia tuvo que salir de España en una situación terriblemente precaria. Mi padre también tiene por su lado una historia rocambolesca que implicó muchas mudanzas y migraciones, vivió en Estados Unidos y terminó casi accidentalmente en Guadalajara. Supongo que es algo que tengo incorporado y es gracioso, puede sonar paradójico, a la vez eso ha impedido que me vaya de Guadalajara, cuando he tenido buenas oportunidades profesionales siempre he optado por quedarme porque también supongo que tengo una especie de necesidad de arraigarme, no me gusta viajar… es una especie de paradoja, tengo bastante miedo de tener que huir en algún momento y ‘toco madera’ porque no suceda nunca.




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