Reseña de La cena, de Herman Koch

El privilegio de la maldad

De lo salado de las entradas al dulce de los postres La cena (Salamandra), de Herman Koch, lleva a quien lo lee a recorrer una amplísima gama de emociones mientras atestigua la historia, y sus derivaciones, que se le presenta página tras página.
   Declarado como Libro del Año en 2009 y acreedor del Premio del Público —ambas distinciones en Holanda— esta publicación de Koch habla sobre la culpa, la violencia, la felicidad y familia para confrontar con la pregunta: ¿qué es demasiado cuando se trata de mantener una existencia normal?
   Otra pregunta que surge al terminar de leer La cena es ¿qué es normal? Aunque hay convenciones y normas sociales por las que, más o menos, la mayoría se rige, sale a relucir la frase de cada cabeza es un mundo. Quizás más de alguno de esos mundos es uno que llamaríamos postapocalíptico.
   Lo normal, concuerda la mayoría, es hacer lo que sea para ayudar a la familia y siempre estar ahí para apoyar en lo que haga falta. En el caso de La cena es al hijo al que hay que brindar ese acompañamiento incondicional pero una vez que se devela hasta dónde habría que ir con él, quizás más de alguno lo piense dos veces antes de dar el primer paso.
   La historia está ambientada en un restaurante de lujo en Ámsterdam y lo cierto es que, así como en esos establecimientos el sabor de la comida asegura que esperarás con ansias un platillo tras otro, la novela de Koch tiene el mismo efecto. Una vez que ‘abres boca’ con las primeras páginas el deseo de que traigan los siguientes platillos —es decir, el resto de la trama— será lo primero que venga a la mente.
   La calidad de lo servido está prácticamente asegurada aunque, descubrirá el lector al llegar a la última página, tal vez el postre resulte con un dejo amargo al dar el bocado final. Ese es quizás el precio justo que se debe pagar por el privilegio de esa cena.

Amuse bouche
La cena es, como ya se dijo, una historia familiar pero tiene alcances globales impresionantes. “La ropa sucia se lava en casa”, reza la conocida frase, pero, ¿hasta qué punto es posible mantener un acto doméstico fuera de la mirada curiosa, y seguramente inquisidora, de los vecinos? ¿Qué pasa cuando la suciedad de esa ropa no es lodo y tierra sino sangre?
   El planteamiento de la novela parece sencillo pero no lo es en lo absoluto. Dos parejas se citaron a cenar en un restaurante de lujo para hablar sobre el futuro de sus hijos. Los jóvenes de 15 años de edad esconden algo pero no muy bien y la sospecha aparece casi de inmediato. Al parecer han hecho algo muy malo y ahora es tarea de los padres intentar solucionar el que podría ser un enorme problema.
   Paul y Claire, renuentes, aceptan la invitación de Serge y Babette, los primeros coinciden en que lo referente a su hijo les concierne únicamente a ellos y no debe involucrarse a nadie más, sin embargo, Rick, el vástago de los segundos, estaba presente cuando pasó eso que les puede costar muy caro a todos. Se niegan a aceptarlo pero en ese momento se encuentran en una situación en la que la ropa sucia deberá lavarse a ocho manos.
   ¿Qué es lo que se debe hacer? Cada uno de los comensales tiene una idea muy clara pero no todas concuerdan. El único punto de coincidencia es el que se refiere al futuro de los hijos que, pase lo que pase, debe hacerse lo posible para no truncarlo. ¿Es egoísta pensar así?, ¿o lo es aún más el hecho de decidir el porvenir de dos personas que no están presentes?
   El platillo de actuar como adulto escudado en la irresponsabilidad juvenil resulta suculento y es devorado hasta el último bocado, ¿cuánto hay que dejar de propina?

El postre
Así como Paul, el narrador y protagonista de la historia, hace referencia a las porciones pequeñas —casi inexistentes en algunos casos— que les sirven durante la cena, Koch engancha a sus lectores con diminutas raciones de información y revelaciones que lo hacen seguir con la mirada fija en el libro, convertido a veces en plato, a la espera de lo que sigue. El escritor maneja con maestría esos silencios, dilaciones y rodeos que alejan un poco de lo central pero que nutren con otros detalles la trama principal.
   Si se observa con atención no hay espacios vacíos en este plato literario, quizás la porción de carne sea mínima pero los aderezos la hacen resaltar. Poco a poco el narrador va revelando todo lo que sabe pero también lo que no sabe y termina por conocer a la par del lector. De cuando en cuando quien da cuenta de la historia de Paul, Claire y su hijo Michel les hace guiños de complicidad al conocer esto que los tres saben fragmentariamente. ¿Michel lo hizo? y, si lo hizo, ¿eso lo hace culpable?
   El lector se encuentra con Paul cuando este llega al restaurante en el que cenará con su esposa además de con Serge y Babette. Está molesto por ello  pero es un encuentro que no puede aplazar y así como la mayoría ha hecho cuando se siente incómodo en un sitio, su pensamiento ‘vuela’ a otro lugar y empieza a recordar otras cosas para distraerse y hacerse creer que el tiempo pasa más rápido. Es justamente por medio de esas divagaciones que poco a poco va revelando las piezas de un rompecabezas complicado en el que hay amor y violencia por igual.
   Paul y Claire tienen una buena relación, se conocen a profundidad y saben interpretar el más mínimo gesto o mirada, sin embargo hay algo que no se han dicho y ahí aparece la primera grieta en esa idea de la familia feliz.
   “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”, recuerda Paul la primera línea de Ana Karenina y al hacerse consciente de esto encontrará que quizás solo a través de la desgracia puedan sentirse dichosos otra vez.
   Como ya se dijo, es a través de Paul y sus recuerdos que el lector se entera de todo. De alguna manera se trata de una novela reflexiva en la que se confronta al lector como temas como la discriminación, el nacionalismo, el racismo, el amor, la violencia, el estrés, la pena de muerte y las decisiones que se toman sobre la vida, y quizás la muerte, de un ser querido.
   ¿Realmente se condena sinceramente a la violencia o es un acto reflejo luego de regocijarse con el morbo que genera ver sangre, cadáveres y tiroteos? ¿De verdad disgusta el racismo o solo se habla en su contra porque es lo que todo el mundo hace? ¿La discriminación es de verdad lejana al proceder personal o en lo privado es la moneda de uso corriente?
   Paul es un narrador energético que capta inmediatamente la atención del lector, que gana, incluso, su empatía, pero conforme se van develando sus capas de pensamiento y sus reflexiones sobre los temas que hoy impactan en la corrección política, quizás más de alguno se sienta incómodo con lo que cree y afirma ese héroe temprano.
   “Un mundo sin catástrofes, sin violencia –ya sea violencia natural o de carne y hueso- sí que sería insoportable”, señala Paul en un punto de su narración. ¿Está de acuerdo?

La propina
El lector se encuentra con Paul a la entrada del restaurante, lo acompaña hasta la mesa y se sienta a su lado, sin embargo, no se quedan ahí. Los recuerdos y digresiones del narrador llevan al pasado, a Francia, a la escuela donde trabajaba, a la escuela de su hijo, al hospital en el que estuvo su esposa y de regreso a la misma mesa. La estructura de la novela resulta atrayente y envolvente, una vez que se adentró en ella es difícil salir.
   Poco a poco los silencios se van llenando de ruido y tensión, los espacios aparentemente vacíos en el plato hacen evidente su contenido, las dudas sobre la violencia ejercida por su hijo y el hijo de Serge y Babette se disipan y solo hay dos caminos: uno escudado en el amor pero moralmente reprobable, y el otro escudado en la honestidad pero que acabaría con la ilusión de familia desdichadamente feliz, ¿cuál tomar?
  A la pregunta anterior debería poder responder el lector, o al menos opinar, pero no puede. Paul y Claire eligen y así como de cuando en cuando le guiñaron el ojo a quien página tras página se enteraba de los fragmentos de su historia, le indican lo que harán, apenas un segundo antes, con una sonrisa en el rostro.
   El final del libro resulta tan polémico como algunas de las reflexiones de Paul y varios actos de Claire, pero el lector ya está involucrado, con cada guiño que recibió la complicidad creció y una vez llegado a la última página está completamente involucrado. Sintiéndose culpable o no, deberá cerrar el libro y guardar silencio.



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