Reseña de Lo peor de todo es la luz
La luz es como el agua
“La luz es como el agua”, dice uno de los niños en el
cuento así titulado por Gabriel García Márquez, “uno abre el grifo, y sale”. En
la tercera novela de José Luis Serrano así pasa, se atestigua la apertura del
‘grifo’ de la memoria y los deseos para ver pasar un torrente que se adivina
caudaloso detrás de la apariencia de mansedumbre.
Lo peor de todo es la luz (Egales) se trata, como ya se
mencionó, de la tercera entrega literaria de Serrano, bloguero español y
también autor de Hermano y Sebastián en la laguna. La luz a la que hace
referencia el título y uno de los protagonistas no es esa que está contenida en
una bombilla y cuyo flujo se puede controlar con un interruptor, sin embargo,
la estructura narrativa sí hace referencia a esta dinámica. Hay capítulos que
están ‘prendidos’ mientras que otros aparecen ‘apagados’.
La nueva novela de Serrano es, como ha dicho él mismo en
una entrevista, una que pudo haber sido y no fue, acompañada por otra —que
corre paralela— en la que explica el proceso de creación de la primera.
Son dos tramas en un mismo libro con una conexión
irresoluble, una explica cómo es que está o estará construida la otra mientras
que esa segunda valida a la primera al presentar lo que esa dijo que tendría.
Suena enredado y lo está, pero este libro así es: un enredo de sentimientos,
deseos y amores divididos, encapsulados y eternizados por la luz.
A cuatro voces
Lo peor de todo es la luz tiene a cuatro protagonistas,
dos de ellos narradores. El primero, podría decirse que el principal, no tiene
nombre, el segundo se llama Edorta. El que pone la primera línea está
registrando su historia y a la vez planeando cómo será la de Edorta. Después,
Edorta habla sobre sí mismo, pero principalmente acerca de él cuan-do está con
Koldo. Unas páginas más adelante la primera voz regresa.
El escritor sin nombre muestra cómo es que pasó —cómo
está pasando— el verano con su pareja, también sin nombre definido, los
recorridos que hacen, las playas que visitan, qué es lo que ven, hasta dónde
llegan, los recuerdos que tienen de todo eso y las acciones presentes que el
año siguiente evocarán.
De manera salteada aparece la voz de Edorta, quien en un
monólogo ininterrumpido habla por dos: él y Koldo. Los dos jóvenes vascos ya
están en la edad adulta y al alcanzarla perdieron esa felicidad que encontraron
a temprana edad. La felicidad no está y la posibilidad está a punto de
desvanecerse por completo.
Edorta habla sin descanso pero su tono no es monocorde,
está lleno de altibajos en función de sus anhelos, esperanzas, derrotas,
ilusiones, recuerdos y realidades. Tiene claro desde el primer recuerdo hasta
el último. Su memoria está llena de luz, la luz que compartió con Koldo en la
escuela, en su casa, en los bares que visitaron, en las calles que recorrieron
y, sobre todo, la que los bañó durante el ocaso vivido en un parque londinense,
ciudad a la que fueron para ver más allá de su mundo y donde encontraron, al
menos Edorta sí, que no era necesario estar en otro lugar mientras estuvieran
juntos. El narrador sin nombre está acompañado por su pareja, otro hombre sin
nombre. Tienen años juntos y la naturaleza de su unión está clara: se aman. Son
Edorta y Koldo quienes no le pueden poner nombre a eso que los une más allá de
los años, los daños y los hijos. ¿Será amor también?
De sí y sobre sí
La lectura de Lo peor de todo es la luz —editada por
Egales en España y disponible en México— resulta disfrutable en más de un
sentido. Para empezar, se trata de una novela en la que la metaficción está
presente. Es decir, el texto habla sobre sí mismo, se observa, se analiza y a
la vez le avisa simple y llanamente al lector que lo que tiene enfrente es
ficción.
Ese juego entre el narrador sin nombre, que podemos
asumir es una versión ‘ficcionada’ de José Luis Serrano, y los escritos
firmados por Edorta, se refieren a sí mismos y se necesitan para que ambas
historias puedan ser contadas.
Si Edorta no hablara sobre lo que el otro dijo que haría,
no tendría sentido su escritura mientras que los diálogos registrados por el
Serrano ficticio tampoco tendrían razón de ser si no hablaran sobre la forma en
que la historia entre los jóvenes vascos debería ser contada. Este ejercicio
podría parecer confuso, pero es una forma directa en la que al autor involucra
al lector en su proceso creativo.
Quizás los diálogos del Serrano ficticio sean eso:
ficción pura, pero al menos dan la ilusión de estar atestiguando la manera en
la que historia de Edorta y Koldo fue concebida. ¿Qué la inspiro?, ¿qué dudas
hubo al respecto?, ¿algo quedó fuera? Todo eso se puede leer.
Otro punto de disfrute en esta novela es la reflexión que
hace sobre la masculinidad y sus variantes, es decir, las diferentes formas de
vivirse como hombre independientemente de la opción sexual.
Así como la construcción social dice que los hombres no
lloran sobre los homosexuales señala que son necesaria e irrenunciablemente
débiles y femeninos. Por supuesto son ideas que constriñen a un solo modelo de
hombría en el que solo se puede ser negro o blanco.
Es a la amplísima gama de grises que la novela de Serrano
echa luz. El autor habla sobre cómo no es regla que los gays —él lo es— tengan
que ser de cierta manera o gustar de determinados cantantes o géneros
musicales, pero también reflexiona acerca de los sentimientos que existen entre
hombres heterosexuales —sin que medie el deseo sexual— y que pocas veces son
expresados.
Entre Koldo y Edorta hay más que amistad, como puede
pasar entre muchos hombres, y es difícil para ellos ponerle una palabra a eso
que sienten. Edorta lo hace y después se arrepiente.
Serrano, a través de la historia de sus protagonistas
vascos, hace preguntas, piensa y reflexiona, pero no encuentra las respuestas.
Dependerá del lector intentar encontrar la mejor manera de nombrar a un
sentimiento que va más allá de la camaradería pero que no sabe qué tanto se
tiene que alejar de los límites que la hombría occidental tiene bien marcados.
Finalmente, ¿qué nos hace hombres?, ¿hay que esconder los sentimientos para
recibir ese calificativo?
Esta podría ser, recordando las palabras de Oscar Wilde,
algo más que pasa entre hombres y que no se atreve a decir su nombre.
Foto: Tomada de http://www.cascaraamarga.es/
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