Entrevista con Sofía Segovia
Sofía, la abeja reina
Convencida de que hay que estar atento a todo, incluso a
algo que pudiera parecer insignificante como el murmullo de un insecto, Sofía
Segovia es una de las nuevas y más celebradas voces de la literatura
latinoamericana, quien, con los cinco sentidos alerta, cuenta historias que
‘huelen a naranjas y miel’.
Nacida en Monterrey, Segovia es una narradora del noreste
mexicano que busca con su literatura entretener, sí, pero también ayudar a
rellenar los huecos que tiene la historia nacional. Predomina la versión de los
vencedores, dijo en entrevista para PROVINCIA, por lo que hace falta, en ese
discurso oficial, hacerse consciente de que hubo dos visiones sobre el mismo
hecho.
Su novela El murmullo de las abejas (Lumen) está
ambientada en Linares, al norte del país, y con la Revolución Mexicana como
telón de fondo, justamente para mostrar esa otra cara de un hecho que marcó el
rumbo que tomó la nación en los albores del siglo pasado.
“Sí hubo un momento en el que pensé ‘ay, Sofía, ¿qué va a
pensar la gente de ti?’, y dije: ‘Ni modo (risas) Hay que escribirlo’”, señaló
Segovia y es que, como ella misma mencionó, esta que es su segunda novela —la
primera, Noche de huracán, se publicó solo en Monterrey pero este año Penguin
Random House, su nueva editorial, la lanzará en una edición de mayor alcance—
la escribió con ‘la tripa’.
Al final del tomo Segovia incluyó un apartado titulado
Aclaraciones y agradecimientos, en el que habla sobre la licencia artística.
“No existe dependencia alguna de gobierno alguno que la otorgue. Uno se la
otorga cuando quiere”, indicó la autora, una conclusión a la que le costó
llegar.
“Lo que sucede es que empecé a escribir la novela con
mucha, mucha investigación histórica y hubo un momento en el que tuve que
decidir cuál es mi papel como escritora. No soy historiadora, esta es una
novela de ficción histórica, pero está inspirada nada más y yo quería comprimir
el tiempo. Hubo un momento en el que tuve este conflicto: ‘Alguien va a
criticar si me como minutos en la cronología de la historia, si me como días…’,
me separé un par de semanas de la computadora y le daba vueltas y vueltas, y
tenía este conflicto, me faltaba darle una ‘vuelta a la tuerca’, nada más,
hasta que llegué a la decisión de que no soy historiadora, mi compromiso no es
con la historia sino con esta trama, con la novela, como debía ser contada y
sin importar que, a pesar de que todo lo que está en ella sucedió, yo decidiera
comprimir los hechos un poco en el tiempo, para que conviniera a como tenía que
ser contada esta historia”.
Una vez con esto en mente, confió, escribió ese texto
incluido al final de su novela que en realidad era una carta para ella. “No
tenía más intenciones que convencerme a mí misma de: ‘Suelta, quítate el
miedo’.
“Soy una persona muy creativa y a veces lo peor que
puedes hacer en un proceso creativo es dejar que el cerebro intervenga. Es
curioso, siempre está, pero el cerebro es el que empieza con las dudas y no
debes dejar que se interponga, debe salir de donde sale… del corazón y de ‘la
tripa’. Ese fue el permiso que me autoconcedí ahí, después decidí incluirlo
porque me pareció que fue una ‘bandera’ con la que me acompañaré toda la vida.
Es mi manifiesto”.
—¿Cree que para escribir hay que estar atento a detalles
tan pequeños como el murmullo que realizan las abejas?
Yo creo que sí. Yo creo que todos como seres humanos
estamos poniendo atención a muchas cosas. Lo que sucede es que los escritores,
a parte, prestamos atención a las cosas y necesariamente las vamos archivando
en algún lugar de la mente. Luego acudimos a esas imágenes, sensaciones,
recuerdos… y las usamos y las traemos.
Por ejemplo, yo pienso que para mí mi murmullo fue:
‘Ponte a escribir’. Pero hay muchas cosas que están sucediendo dentro de
nuestro mismo cuerpo, dentro de nuestro mismo espíritu-mente, a las que no
estamos haciendo caso. El instinto ya lo desechamos porque casi nos parece
primitivo, preferimos hacerle caso al Whatsapp, qué me dicen las amigas en el
Whatsapp, o lo que sea, pero ‘la tripa’ te dice otra cosa.
Esto tiene maneras de verse. Yo como escritora observo
mucho, no me desgasto, no estoy todo el tiempo oyendo otras conversaciones,
pero voy guardando todo y lo que sucede es que todo lo que he guardado quizás
no tengo miedo de ir a buscarlo y sacarlo, y por otro lado creo que todos
tenemos algo —lo que nos va diciendo nuestra vida— con lo que tenemos que estar
más sintonizados.
—Ha mencionado el instinto, la inspiración y la
creatividad, ¿a dónde le han permitido llegar estos elementos?
A escribir sin miedo. A escribir sin pensar en nada más
que contar la historia como la quiero contar o como la historia desea que yo la
cuente. Parece fácil decirlo así, pero no es porque el miedo es algo que
petrifica a muchos o que los restringe mucho.
Creo yo que en esta novela lo logré, logré hacerle caso
al instinto, a ‘la tripa’. Ser fiel a la historia, dejar que la historia
brillara. Por más locuras sabía que estaba cometiendo al escribir y por más
reglas que yo sabía que estaba rompiendo, no dejé que el miedo me petrificara.
Creo que la gran satisfacción que tengo con esta novela
es que la conté como tenía que ser contada, sin fijarme en qué parámetros,
lineamientos y reglas hay por ahí. La conté como yo la quería contar.
—Ha dicho que de anécdotas se construye la historia, y de
hecho la novela se basa en lo que le contó su abuelo, esto de contarse cosas
¿lo mantiene con su familia, con sus hijos?
Sí, sí tenemos la fortuna de tener una familia muy
integrada, muy lectora, muy intelectual. Mis hijos son jóvenes todavía, pero
tienen un interés profundo en los aconteceres y en el acontecer diario.
Entienden que también debe haber un interés por la historia y lo tienen. Dentro
de ese gran interés que tienen por la historia tratamos de traer nuestras
anécdotas a relucir, porque al contárselas estoy completando su historia. Eso
es algo que fui comprendiendo más (al escribir la novela), lo afortunada que
fui de conservar estas anécdotas de mi abuelo en la memoria, de haber estado
sentada por ahí y haber escuchado de verdad y haberlas conservado. Ahora me doy
cuenta de que a pesar de que estas anécdotas parecen muy simpáticas algo hay en
ellas, algo muy profundo: Mi historia y hasta los huecos de mi historia, lo que
mi abuelo ya no contó entre anécdota y anécdota.
Todo eso fue lo que me dejaron las anécdotas de mi abuelo
que ahora les contamos a mis hijos y luego les contamos nuestra vida en
juventud en este país en el que no había una gran libertad para votar y no lo
pueden creer, pero es muy necesario que entiendan el proceso que hubo para
llegar a donde estamos. Que entiendan bien este presente, no olviden el pasado
para que aprecien lo que se ha logrado en el presente, protejan esos mismos
derechos y adquieran más para el futuro.
—Esta conciencia de la importancia del pasado, ¿estaba
ahí o le llegó al empezar a escribir?
Se desarrolló cada vez más con cada palabra que escribía,
esa fue la intención original inspirada por las anécdotas de mi abuelo.
Me intriga muchísimo que en este país se olvida tan fácil
de sexenio a sexenio, de trienio a trienio olvidamos. Con cualquier promesa ya
se nos olvidó todo lo que no nos han cumplido, siempre me ha intrigado
muchísimo eso. Me intrigó muchísimo (también) que entre Linares y Monterrey
existiera toda una historia esfumada, se había esfumado en la memoria. La misma
historia de Monterrey. La gente que vive en la ciudad no recuerda y no aprecia
hoy que esta ciudad tuvo que reinventarse hace poco y la gente de Monterrey
piensa que la ciudad ha sido grandiosa desde siempre y no es así, salió como el
ave fénix, de las cenizas, y está Linares, que sigue siendo un pueblo
maravilloso, pero que en un momento dado fue el núcleo económico de toda la
región.
Para mí es muy importante recordar esto porque
recordándolo llegaríamos a entender que un capricho de unos cuantos te puede
cambiar el destino de un pueblo. Un capricho te cambia todo lo que crees que
estás construyendo y entonces es muy importante recordarlo para proteger lo que
tienes.
—Y esa posibilidad de que los caprichos cambien rumbos
sigue vigente…
Es que esto no se acaba y por eso vamos al pasado, pero
hay que entender el presente y estar pendiente.
—Ha dicho que lloró y río mientras escribía, ¿cree que
estos sentimientos se impregnan en la historia y le dan vida?
Yo creo que sí, yo creo que no se puede fingir cuando
estás escribiendo. No se puede fingir y esperar que algo se transmita al
lector. Yo creo que lágrimas y risas en el autor se convertirán en lágrimas y
risas en el lector.
Cuando te estás riendo a carcajada abierta cuando estás
escribiendo sola en tu ‘caverna’ —como le digo yo a mi oficinita—, ¿qué sucede?
Estás viviendo lo que estás escribiendo, está sucediendo, entonces, claro, la
conexión que se va a lograr existe desde el autor. Mi conexión, esta historia
traída a la vida, está desde el momento en que yo la estoy escribiendo palabra
por palabra y me da tanto gusto comprobar que esto mismo se transmite al
lector, lo cual también me indica que sí, yo la iba escribiendo, pero
finalmente fui la primera lectora y cuando ahora me escriben: “Estaba llorando
a las cuatro de la mañana llorando como loca”, les digo: “Bueno, me estás
acompañando en todo lo que yo sentí, en las carcajadas, en el llanto, en el
odio, en la nostalgia…”. Esta es otra de las grandes satisfacciones en esta
novela.
—La Revolución Mexicana está de telón de fondo, ¿cree que
este movimiento dejó más cosas buenas que malas? ¿O es un proceso inacabado?
Yo creo que es un proceso que no ha terminado. No se le
ha puesto punto final a esta historia, el campo sigue arrojando su gente, murió
tanta gente para que no se arreglara.
La intención estaba de rescatar a esta gente que vivía en
el sur esta situación de esclavitud, llamémoslo así, es innegable. Lo que
sucede también, ahora vista en retrospectiva, es que es una historia que no se
ha contado bien porque solo se ha contado desde una sola versión, y la historia
de ninguna país se debe contar así, debe haber un balance: “Ok, ganó esta
ideología pero había esta otra”. Nunca se han comentado que hay otras
ideologías en este país, entonces terminamos acarreando el problema de que
seguimos sin entendernos norte y sur. Lo que traté mucho es contrastar esto.
Sí, para alguien del noreste quien trajera esta ideología va a ser el
antagonista, porque la del noreste era muy distinta y la realidad laboral y
política en el momento de la Revolución era muy distinta, entonces ni la
Revolución ni la Reforma Agraria fueron comprendidas. “Ahí vamos por un
sufragio efectivo y ahora me quieres quitar las tierras, ¿de qué se trata? ¿Por
qué? Si acá no hay injusticia laboral”. Ese es el punto de vista que yo quería
traer a la luz pero tampoco voy a negar, y ahí está, el otro punto de vista,
porque me saldría una novela muy maniqueísta.
Mi intención era aceptar que aquí hay diferentes
versiones y en el momento en el que aceptemos no nada más las diferentes
versiones sino hasta diferentes regiones —porque se cuenta la historia de
México pero nunca se habla del noreste, no salimos en ningún libro de
historia—, no tenemos una historia completa como país, vamos ahí medio cojos.
Una versión de la historia inconclusa, una versión que no nos deja entendernos
no nos sirve de mucho. Este es mi intento por, con anécdotas, ir llenando esta
historia que nos han contado un poco cóncava y poder completarla para que se
haga una esfera y poder verla desde todos los puntos de vista.
Sin encasillarse
En las presentaciones de El murmullo de las abejas que ha
realizado Sofía Segovia ha narrado el largo camino que tuvo que recorrer su
historia antes de que Lumen, editorial perteneciente a Penguin Random House
México, diera el visto bueno para su publicación.
Finalmente, luego de meses y meses de espera, la prosa,
definida como mágica y cautivante por sus editores, realizó su sortilegio y
hechizó a todos los que la leían. Ahora la novela de Segovia está entre las 10 más
vendidas en México, según datos de la agencia informativa The Associated Press,
y se publicará también en España.
El afán narrativo de la autora no conoce frontera de
ningún tipo y además de las geográficas, desafía también a las de género y a la
clasificación de literatura femenina.
“Yo creo que es innecesaria porque no hay una literatura
masculina. Supongo que hay gente que escribe pensando en un público masculino,
quizás Clive Cussler, o estos libros de espías que están pensados en hombres,
sin embargo, a mí me gustan, mientras me cuenten una buena historia, novelas de
policías y de misterios y de todo tipo.
“Para mí nunca ha habido esa ‘frontera’ infranqueable
como lectora. Pero creo que sí hay gente que escribe con esta intención y
también hay mujeres que escribirán con esa intención, ahí están las Sombras de
Grey aunque también ha conquistado a un público masculino, aunque lo nieguen
(risas). Lo que creo es que tenemos que quitarnos la idea de que porque está
escrito por una mujer es literatura femenina, no lo es. A mí me han preguntado:
‘¿Cómo te atreviste a ser mujer y escribir con un narrador masculino?’, me
atrevo y me atreveré mil veces.
“Creo que antes de ser mujeres u hombres somos seres
humanos y compartimos este mundo. Me siento con la libertad y con la autoridad
que me doy yo misma (risas) de escribir la historia que sea y que no me
etiqueten como literatura femenina. Me ofendería. Yo quiero escribir para todos
los seres humanos que quieran una buena historia”.
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