250 aniversario del natalicio de Morelos

250 años del hombre

Nacido en una sociedad estratificada a consecuencia del sistema de castas aún imperante, la historia de José María Teclo Morelos Pavón y Pérez es de superación.
   Su origen humilde parecía haberlo predestinado a una vida afanosa y anónima que terminaría un día para sumir su nombre en el olvido, sin embargo, el resultado de su existencia fue otro y esta, recogida por el discurso histórico oficial, es, a 250 años de su génesis, motivo de reverencia en todo el país y especialmente en la ciudad que fue renombrada en su honor en 1828.
   Hijo de José Manuel Morelos y Robles, carpintero, y de Juana María Guadalupe Pérez-Pavón y Estrada, el pequeño José María era de ascendencia indígena y de un nivel social poco favorecido, hechos que lo hacían poco susceptible a ser retratado en vida, sin embargo, ahora, a 250 años de su nacimiento y a casi 200 de su muerte, su rostro es por todos conocido y aparece tanto en las artes plásticas y gráficas como en la numismática nacional. 
   Pero, ¿era realmente Morelos como asumimos que es? Sus facciones resultan tan variables como los soportes y los autores de sus retratos, y ante la falta de una fuente que resulte 100 por ciento irrefutable el elemento que no falta, cuando del Siervo de la Nación se trata, es el paliacate a la cabeza. Además de esto hay otro rasgo, este no físico, que también forma parte del mensaje que las representaciones del caudillo siempre toman en cuenta: la grandeza de carácter.
   En entrevista para PROVINCIA, el historiador del arte y actual director del Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce (MACAZ), Juan Carlos Jiménez Abarca, indicó que las primeras representaciones gráficas y plásticas de Morelos se hicieron en un momento del arte en el que la idea, más que la forma, era lo importante.
   “Pasa en la pintura del siglo XIX algo interesante, en general todo el espíritu de la pintura y de la academia está imbuido de un neoplateonismo, es decir, es más importante la idea, porque la idea es la perfecta, y el resto de sus manifestaciones, la misma realidad, para la pintura, el grabado o alguna otra forma de representación son sombras, son formas imperfectas y falibles de una idea perfecta, eterna y universal que es la que en realidad importa”, dijo.
   Detrás del rostro del héroe nacional se puede entrever la necesidad de representar todo por lo que luchó, expresado en los Sentimientos de la nación, por lo que sus rasgos, quizás, más allá de una representación fidedigna de la persona están modificados en pos de una idealización ideológica más que estética.
   “El rostro de Morelos aparece en ese marco del retrato sí de una individualidad, pero sobre todo de la efigie humana como estandarte de una serie de ideales o de valores. Es importante retomar que Morelos, al igual que otras personas con cargos públicos o con una vida pública por su formación, vocación o por su papel en sociedad sí son sujetos de interés para la producción artística. Esa falta de acceso más abierta de la población al retrato muchas veces se ha leído como un problema de prestigio, de acceso de pertenecer a cierta clase o haber tenido cierta cantidad de dinero para patrocinar una pieza de pintura que no va a estar dedicada a la Iglesia, sino que va a estar dedicada a la persona que en vida es retratada, eso es algo que no mucha gente pudo llegar a vivir en su tiempo”.
   Luego de varios años de trabajo como arriero, vaquero y en la hacienda cañera de Tahuejo, en Apatzingán, Michoacán, Morelos regresó a Valladolid en 1789 según señala Alfonso Hurtado en su libro J. María Morelos (Grandes Mexicanos Ilustres). Al año siguiente ingresó al Colegio de San Nicolás, en Valladolid, donde estudió gramática latina y retórica, filosofía y moral. En el Seminario Tridentino estudió, en 1795, teología moral y filosofía. Fue en 1799 cuando lo nombraron cura de Carácuaro.
   “Morelos, al igual que las personas que son retratadas con motivos diferentes a la autopreservación para el futuro”, dijo Jiménez Abarca, “se vuelve una persona de interés público por la relevancia que tienen a nivel sociedad. No solamente era un cura en diferentes partes de México a lo largo de su vida. Cuando adquiere relevancia como una persona protagonista del movimiento independentista, adquiere también un talante muy representativo de México”.
   El caudillo, abundó el titular del MACAZ, se vuelve el rostro de una lucha armada e ideológica de gran complejidad porque la guerra de Independencia tuvo como detonante primordial el hecho de que Napoleón había tomado España por la fuerza.
   “La Independencia pone de frente el hecho de que predominan los intereses por preservar el Estado por hacer independiente a Nueva España de España, porque el trono español había caído y había que salvar a Nueva España de los franceses, pero al mismo tiempo todo esto se caracteriza de herejía por la rebeldía contra la Iglesia por parte de Morelos”.
   El rostro de Morelos, dijo Jiménez Abarca, “se vuelve un reflejo de esto, de esta forma de abordar una esfera de la vida social sumamente compleja porque la defensa de una cierta cantidad de valores (patriotismo, lealtad, justicia) es leída como la renuncia, la rebeldía, ante una serie de valores simultáneos (la obediencia en primer lugar)”.

El cristal con que se mira
El también sacerdote Miguel Hidalgo inició la guerra de Independencia en septiembre de 1810, ese mismo mes Morelos, su antiguo alumno, cumplió 45 años de edad. Enterado de la empresa iniciada por quien había sido su maestro fue a reunirse con él en Charo, donde el ahora llamado Padre de la Patria le encargó la misión de levantar en armas al sur del país y, de acuerdo con lo consignado por José Manuel Villalpando en Corrieron ríos de sangre (2002), le otorgó el título de general de los ejércitos americanos para la conquista y nuevo gobierno de las provincias del sur.
   Lo anterior dio pie a que se ‘diluyera’ el cura Morelos para dar paso al generalísimo. “Se trata de una figura poliédrica”, indicó Jiménez Abarca, “por una parte se le  puede representar desde muy pronto como un soldado y se le nota porque además está vestido con la espalda al cinto y con un peto de color rojo, es un retrato muy a la usanza de la representación del sujeto militar, esa es la imagen que el México del siglo XIX recupera muy pronto y su papel como parte del clero será recuperada en otras ocasiones.
   “Otra forma predominante de representación de Morelos —en esto estamos hablando de la gráfica como de la pintura— es representarlo como legista, como persona de letras y de leyes, redactor de los Sentimientos de la nación y de documentos que van a representar la lucha por la independencia, pero no en el campo de batalla sino en el papel. Parece que le va mejor en la Independencia a través del papel que en la lucha a pie. Se dice que tuvo algunas victorias pero fue por la participación de otras personas que sí tenían una formación militar, que sí tenían una disciplina para el combate. Morelos tenía una disciplina para las letras, para las ideas”.

—Entonces es generalísimo en una construcción posterior…
Exactamente, sí fue una figura predominante dentro del movimiento independentista, y es generalísimo porque fue reconocido como supremo comandante, pero de ahí a que hubiera él liderado todas las victorias del movimiento, fue otra cosa.
   Parece que esta noción del generalísimo tiene que ver sí con muchas razones, pero creo que muchas más expectativas y la construcción de Morelos respondió a una serie de intereses liberales, finalmente, que recuperaron de él, el papel minoritario de su vida que fue como supremo comandante de fuerzas armadas. Pero donde sí tuvo una gran relevancia fue como redactor de leyes, como propulsor de una Independencia hecha desde el campo de lo legal  y en ese sentido Morelos es una vanguardia a nivel continental.

   Esas dos facetas de Morelos rescatadas por el arte tienen grandes ejemplos en Morelia. El militar con el monumento ecuestre que se encuentra en la plaza que lleva su nombre y el legista en el mural ejecutado por Agustín Cárdenas en 1976 en el cubo de la escalera del antiguo Palacio de Justicia.
   “Es muy importante reconocer que el destino de las obras donde se le retrata, en buena medida delimitan la necesidad de lectura que hay que hacer de su figura, porque en el Palacio de Justicia lo que se retrata es justamente eso, el papel predominante que tuvo como legislador, como hombre de leyes.
   “Y esta presencia de él como un hombre armado, como un comandante, es lo que vemos en la estatua ecuestre y lo que vemos también en los primeros retratos, sin embargo, su representación, digamos, más compleja se da en esta revisión histórica que echa mano de los medios audiovisuales modernos, por ejemplo el cine”.
   En 1943 Miguel Contreras Torres dirigió las cintas El padre Morelos y El rayo del sur, ambas estelarizadas por el actor Domingo Soler. Mientras que las telenovelas de corte histórico como Los caudillos (1968) y La antorcha encendida (1996), le otorgaron a su figura un papel estelar. En 2010, en la serie de nombre Gritos de muerte y libertad, el papel de Morelos fue interpretado por Alberto Estrella.
   “En el cine la imagen de Morelos es presentada como un hombre sumamente moreno, como verdaderamente de pueblo que participa de esta herencia del sistema de castas y que a través de la relación con los jesuitas y la formación académica inicial logra superar su misma condición de persona marginal en una sociedad estratificadísima. Ese es el punto donde hay mayor complejidad y creo que mayor apreciación de lo que fue su vida, ahí es donde todo el idealismo que fue construyendo su efigie a los ojos de una nación comienza no a resquebrajarse, sino a humanizarse de una manera mucho más efectiva”.
   Un punto importante de la idealización de los héroes en el que dejan de lado su condición humana y se convierten en figuras casi celestiales se dio hacia el final del porfiriato cuando Díaz, para conmemorar el centenario de la guerra de Independencia, manda construir el monumento del Ángel de la Independencia que corona a la patria.
   “Ese puede ser identificado como un momento culmen de esta consolidación de la idealidad en torno a Morelos, pero a partir del siglo XX estas figuras comenzarán a ser retomadas cada vez con mayor frecuencia. El estudio de su vida y de sus circunstancias serán puestas a la luz y en esa medida nos vamos encontrando cada vez con un Morelos más humano, sumamente falible, muy sobrepuesto a las circunstancias de vida y de batalla que tuvo que enfrentar y creo que en esa medida también un aniversario del 30 de septiembre va teniendo una mayor relevancia en la medida en que vamos teniendo los ojos más puestos en una realidad que podemos asumir de forma menos doctrinaria”.

Laicidad necesaria
Una vez consumada la Independencia el país se encontró ante el abismo de no saber qué era, ¿un imperio o una república? Fue la primera opción la que resultó elegida lo que dio pie al primer imperio mexicano con Agustín de Iturbide, otro vallisoletano, a la cabeza. El trono duró solo 11 meses para luego dar paso a la república.
   En su libro La corte de los ilusos, Rosa Beltrán presenta a un Iturbide atribulado por las dificultades de su cargo y anotando como prioridad el reconocimiento de quienes hicieron posible la existencia del Estado Mexicano.
   “Punto uno: Exhumar las cenizas del señor Aldama y los señores José María Morelos y Leonardo Bravo, y depositarlas en una caja cuya llave custodiará el Archivo del Congreso”, se señala en la novela. “Punto dos. Cerrar con verjas el terreno donde estos Señores (que en lo sucesivo llamaremos los héroes que nos dieron patria) fueron ultimados y sembrar una hilera de árboles en el dicho terreno. Levantar al centro una sencilla pirámide que transmita la sensación de respeto y heroísmo a la posteridad”.
   “Hay que tomar en cuenta”, dijo Jiménez Abarca, “que después de la consumación de la Independencia inicia toda esta pugna por definir qué iba a ser México y en medio de la lucha de conservadores y liberales al principio no estaba tan claro si el Estado iba a ser laico, lo cierto es que sí tenía que ser un Estado independiente. Con el triunfo de la noción del Estado laico, una figura tan predominante como la de Morelos no podía ser fácilmente asumida como una persona perteneciente al clero y mucho menos se podía asumir como fundante de una nación a una persona caída en desgracia dentro de ese mismo clero (Morelos fue degradado eclesiásticamente en noviembre de 1815). Entonces, México echó mano de sus ideales y asumió las facetas de Morelos que para ese momento eran convenientes y que finalmente fueron las efectivas, es decir, un hombre que a fuerza de necesidad y sin una formación militar se dio a la batalla, primero con los recursos que tuvo y con los apoyos que logró a través de alianzas, y después hacia la parte legal, hacia la parte más humanista, más intelectual.
   “Si bien hubo quienes con mayor efectividad construyeron la Independencia a través del uso de la fuerza, toda esa revuelta necesitaba un trasfondo legal para ser reconocida y para que pudiera perdurar con el tiempo, de otra manera se hubiera diluido. Entonces muy pronto se reconoce esta visión de Morelos de construir un México dentro de la ley, de la palabra escrita, que finalmente llega a reunir voluntades de una manera mucho más permanente o sostenida que una lucha armada”.

—Aunque no haya certeza de sus facciones, las representaciones de Morelos son de una corriente realista, pero, ¿hay representaciones abstractas de su figura?
Hay un monumento-edificio, una obra conocida por todos que es efigie y es un espacio que se puede recorrer, que tiene una fuerza expresiva y que además ya no tiene que ver con el academicismo del siglo XIX sino con una serie de propuestas que ya durante el siglo XX reúnen a México con otra dimensión de la representación de una persona, y es el Morelos de la Isla de Janitzio.
   Ya no es el general, ya no es el legista, ya no es el cura sino es una suerte de abstracción que además, en el lenguaje internacional de la representación gráfica, tiene que ver muchas veces con el lenguaje grandilocuente de los estados defendiendo su perspectiva originaria a partir de un pasado remoto, es decir, un Morelos masivo, gigante y con la mano alzada, llega a ser un símbolo en medio de un paisaje que busca dominar.
   Hay algunos casos en la escultura internacional escasos que son comparables, uno es el Cristo de Río de Janeiro, otro el Cristo del Cubilete. El Morelos de Janitzio responde a estas formas de proponer una figura gigante que busca dominar el paisaje y que además es depositaria de una serie de símbolos y de cargas ideológicas muy fuertes.

Construido durante el cardenismo, el monumento tiene 40 metros de altura y fue realizado por los escultores Guillermo Ruiz y Juan Cruz Reyes. En su interior hay una serie de murales ejecutada por el pintor Ramón Alva de la Canal en los que se presenta la vida de Morelos.
   “El cardenismo es como una suerte de etapa mística del Estado moderno mexicano donde se perfila lo que ha estado sucediendo desde hace 80 años”, dijo Jiménez Abarca y abundó en que fue justamente durante el periodo postrevolucionario cuando se volvió la mirada hacia el momento fundacional de la nación “a través de las razas que componen al pueblo mexicano. De esa masa popular surgen los héroes que primero trascienden su propia condición de humanos para comenzar a ser caudillos de trascendencia histórica y después, cuando la Revolución termina, esta mentalidad funde todo en función de trazar un futuro.
   “No hay que dejar de lado que finalmente toda la comprensión que se ha desarrollado de manera general sobre el momento de la Independencia lo recibimos justamente a través de la mentalidad de la Revolución. En ese sentido los héroes son recuperados como entes libres de una espiritualidad ajena al Estado, de hecho hay una especia de mística de Estado a partir de la cual son recuperados los héroes y Morelos es reivindicado en esa medida”.

—Morelos es una suerte de titán mexicano que le dio forma al país…
La frase de ‘Los héroes que nos dieron patria’ tiene que ver con una especie de metáfora que incluso es comparable al mito de Prometeo que da el fuego, el desarrollo y la energía a la humanidad. La noción de que los héroes legan patria a nosotros que somos el presente tiene que ver con eso, y son la imagen del titán, es un símbolo de defensa física del pasado y una especie de defensa ideológica del presente.

A caballo
Es un punto de encuentro para estudiantes, amigos, enamorados y familias. Niños y niñas corren sobre su amplia explanada correteando a las palomas y la mayoría de los viandantes no se da por enterada de quién los observa desde la punta de un robusto y pluscentenario pedestal de cantera.
   La Plaza Morelos debe su nombre a que en 1913 fue instalado ahí un monumento ecuestre dedicado a José María Morelos que sigue en pie y que ahora es conocido simplemente como ‘El Caballito’.
   Esa efigie en bronce fue elaborada en Roma por el escultor italiano José Inghillieri y la base se empezó a construir en 1909 bajo las órdenes de Albino Cottini. El conjunto escultórico, que se complementa con un par de relieves y con las representaciones de la patria y de la libertad, estuvo en riesgo en la década de 1990. Dos de las patas del caballo sobre el que está el héroe estaban cediendo al peso —9 toneladas y media— y la efigie entera se balanceaba incluso con el aire.
   José Luis Padilla Retana, reconocido escultor moreliano, autor de Las Tarascas, recordó, en entrevista para PROVINCIA, que fue a él quien le tocó, a petición de Salvador López Orduña, entonces presidente municipal de Morelia, reforzar la pieza.
   “Fue un honor y un respeto muy grande el que sentíamos al estarlo moviendo porque es un monumento excelente. Lo bajamos, lo colocamos y al ratito llegaron unas personas a colocar unas ofrendas florales”, dijo.
   La estatua tenía ya más de 80 años instalada en el lugar en el que aún permanece, por lo que ya presentaba algunos problemas, ya que en el momento en el que fue realizada por Inghillieri no se usaba la soldadura para reforzar los puntos de soporte.
   “Me traje a mi equipo de soldadores de México, con quienes hacemos los monumentos”, evocó Padilla Retana, “con ellos revisamos qué problemas tenía. Vimos que la pata derecha tenía una especie de fierros en forma de ángulo que le habían puesto debajo de la pesuña, no sé con qué fin,  y unos remaches en la pesuña que ya por dentro no tenían nada. De lo oxidados que estaban ya estaban desprendidos y sin amarre hacia la base, entonces optamos por quitar esos remaches y volverlos a poner tal como los habían puesto originalmente. Los volvimos a hacer y le metimos soldadura en la pesuña.
   “Corregimos también la base porque la columna tenía unas piedras desprendidas que estaban a punto de venirse abajo, entonces les pusimos unos amarres de acero y la volvimos a reforzar. Quedó muy bien, nos tardamos casi 15 días en hacer eso y después se levantó, se colocó en su lugar, le metí unas anclas que sujetan a la base de bronce y ahora le pusimos unas tuercas como las tenía, pero le pusimos también unos puntos de soldadura”.
   Pero además de lo anterior, Padilla Retana ha experimentado una cercanía mayor con Morelos al ser autor de varios bustos y del monumento ecuestre que está ubicado en la tenencia que lleva el nombre del caudillo.
   “Cuando nos toca hacer un monumento hemos tenido mucho respeto y (Morelos) nos inspira muchas cosas. Lo hemos trabajado con ese afán de que salga lo mejor posible y con mucho respeto porque fue un héroe tan grande y tan importante del estado y del país”, señaló el artista.
   Uno de los bustos de Morelos de más reciente creación de Padilla Retana se puede ver en uno de los corredores del Museo Casa Natal de Morelos, es una pieza en tono blanco realizada con marmolina y policarbonato.
   “Es algo que sacamos como de un retrato hablado, vamos a decir”, dijo el creador sobre el reto que implica moldear las facciones de una figura como Morelos.
   “Tengo unos libros de Casasola, ahí aparecen fotografías de dibujos y pinturas. Nos hemos basado en una fotografía de un dibujo en el que está de sacerdote y con los Sentimientos de la nación. También nos hemos apoyado mucho en una pintura de autor desconocido en la que aparece como generalísimo, que dicen que es lo más fiel que hay en su parecido”.

Pasa desapercibido
Juan Carlos Jiménez Abarca, historiador del arte, señaló que sería complicado tasar el valor artístico de las muchas representaciones que hay de Morelos en la ciudad.
   “Es difícil jerarquizar, lo que sí es cierto es que hay una forma de representar a Morelos de una manera muy aterrizada. Sí reconociendo una grandeza, pero también dándole un sentido de humanidad y es la escultura ecuestre de la Plaza Morelos”.
   Una efigie así, dijo, es similar al también llamado ‘Caballito’ —monumento ecuestre a Carlos IV— de la Ciudad de México. “Es una representación que se destina a emperadores, a reyes, a regentes, a esta figura heroica y que sirve de guía y de ejemplo.
   “Toda la fuerza de un carácter, sin necesidad de recurrir a demasiados efectos de grandilocuencia, está representada en esa escultura, porque además el monumento a Morelos no es solamente la representación ecuestre, son también los relieves en bronce que hay en las paredes. Hay un sentido narrativo sumamente complejo y creo que muchas veces la pintura no logra recoger esa complejidad de la figura de Morelos porque precisamente está ceñida a una planimetría y el monumento permite una narrativa espacial que juega con los planos, pero también dispone de los volúmenes”.
   Señaló que al analizar, desde el punto de vista artístico e histórico, una obra de este tipo es fácil captar el sentido narrativo y simbólico que se condensa en ella, sin embargo, añadió, la mayoría de la gente no siempre es consciente de eso que le quieren decir.
   “Es chistosa la conciencia civil porque ese tipo de monumentos y narrativas pasan desapercibidas por el sujeto a pie, sabemos que hay un gran monumento ahí pero no se le conoce como el retrato ecuestre de Morelos, se le conoce como ‘El Caballito’, que es una forma emocionalmente íntima, cariñosa, de referirse a una escultura, pero de alguna manera también eso implica diluir toda una serie de mensajes que están condensados ahí.
   “Es contradictorio porque en la experiencia cotidiana ‘El Caballito’ no es Morelos y ahí el mensaje ya se diluyó, sin embargo, bien visto, ese tipo de disposiciones estéticas llegan a tener una fuerza que solo en la pintura mural que Alfredo Zalce desarrolla en torno a la figura de Morelos en Palacio de Gobierno, en los murales de la Casa Natal de Morelos o cómo está representado en el Museo Regional de Michoacán en Los defensores de la integridad nacional, también de Zalce.
   “Hay representaciones que lo ven salir del pueblo, pero ese mismo autor puede representar a Morelos como una especie de abstracción junto con todo el demás simbolismo de la defensa de un territorio y de una idea de nación que no respeta temporalidades y condensa a todos. Eso es lo que pasa en el Museo Regional de Michoacán, Los defensores de la integridad nacional es una metáfora abstracta de mucha fuerza, pero ahí, en ese mural, ya no se trata de la realidad del Morelos humano, se trata del Morelos símbolo, que es con el Morelos que más hemos convivido.

—Entonces, además del paliacate, ¿el rasgo que siempre está presente en los retratos de Morelos es su grandeza?
Exactamente. Es un símbolo que se puede blandir para fundamentar e impulsar una serie de ideales o de causas. Así sucede en la gráfica del siglo XX, así sucede en la pintura y sucede en la gráfica presente en los billetes o en las monedas.


Foto: Alejandro Amado. Retrato de Morelos realizado por Alfredo Zalce

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