Comentario sobre el libro La Restauradora

La tentación de lo prohibido

La frase “cada cementerio tiene su historia; cada tumba sus secretos” es una suerte de slogan para la serie literaria La reina del cementerio de la autora estadounidense Amanda Stevens.
   La primera entrega de la trilogía recién llegada a México se titula La restauradora (Roca Editorial), un tomo en el que el lector puede conocer el mundo de Amelia Gray, una amante y conservadora de camposantos que tiene además una cualidad especial: puede ver a los muertos.
   La trama, dirigida a un público más adulto, resulta entretenida en un primer nivel de lectura, pero más allá de la emoción del thriller y los saltos que provoca la visión de espectros, La restauradora es una ventana para observar algunas de las añejas tradiciones fúnebres del sur de Estados Unidos.

El primer encuentro
Amelia Gray tenía 9 años de edad cuando vio por primera vez a un fantasma, estaba ahí su padre y para su sorpresa se enteró de que él compartía esa facultad, mejor dicho se la heredó.
   Ese atisbo del pasado y origen de un don que parece más maldición permite hacerse una idea del mundo de la protagonista y de sus reglas, todas enfocadas a evitar que esas apariciones de ultratumba se den cuenta de que son vistas.
   “Si hay algo que desean los muertos es volver a formar parte de nuestro mundo. Son como parásitos; nuestra energía los atrae y se nutren de nuestro calor. Si descubren que puedes verlos, se aferrarán a ti como una plaga de pulgas. Nunca podrás librarte de ellos. Y tu vida jamás volverá a ser igual”, le dijo su padre en ese momento.
   Varios años después Amelia sigue al pie de la letra las recomendaciones que se le hicieron y lleva una vida tranquila pero también limitada y aburrida. Los cementerios y su casa —este último un lugar al que por alguna razón los fantasmas no pueden entrar—son los espacios en los que siempre se mueve. Pocas amistades y nulos amores completan el panorama.
   Y así como intempestivamente apareció el primer espectro que la hizo consciente de su capacidad, de la misma manera llega John Devlin, un detective de la Policía que sacude la realidad de la protagonista en todos los sentidos.
   Hay una atracción mutua casi instantánea pero también algo más: un par de fantasmas acechan al policía, algo que resulta peligroso para Amelia.
   Además de lo anterior, una serie de extrañas de-sapariciones y hallazgos en el antiguo cementerio que la protagonista se disponía a restaurar hacen que el orden de las cosas cambie y ella tenga que elegir entre las reglas que la han mantenido a salvo o el deseo, cada vez más acuciante, de experimentar con lo prohibido.

Fúnebre paseo
Leer La restauradora es, como ya se dijo, entretenido. La historia llena de espectrales apariciones, algo que ya de por sí llama la atención, se ve aderezada con la posibilidad —o quizás el destino irrenunciable— de un amor que por prohibido resulta más apetecible.
   La vida de Amelia Gray se ve trastocada y con ella también las emociones del lector que lo atestigua. Saber que en ciertos momentos y lugares los fantasmas, y quizás otras entidades, están al acecho, es un, digamos, shot de adrenalina constante.
   Para disfrutar de la novela no es necesario conocer de asuntos paranormales y mucho menos ser creyente de ellos, sin embargo, un lector que sí cumpla con lo anterior podrá reconocer varios conceptos populares que hablan sobre el paso de las almas hacia la luz luego de la muerte y bajo cuáles circunstancias ese tránsito se ve interrumpido.
   También resulta interesante ver cómo en el sur de Estados Unidos —lugar en el que se ambienta la historia— hay un cuidado especial en lo que a la simbología en los cementerios se refiere. Una serie de signos y epitafios se vuelven fundamentales en la historia pero también permiten hacer un paralelismo —guardando toda dimensión— con el culto a la muerte que se tiene en México.
   Las maneras de hacerlo por supuesto son muy distintas, pero ese cuidado y profusión de detalles que ornamentan las lápidas —y a la vez hablan de quien ‘habita’ la tumba— hacen recordar de cierta manera los tan especiales y cuidadosos arreglos que se hacen cada 2 de noviembre en los camposantos de México.
   Como ya se comentó, La restauradora está dirigida a un público más adulto. Con protagonistas que rondan los 30 años de edad; quienes se pueden identificar con ciertos rasgos de algún personaje o encontrar interesante la historia son lectores ya alejados de las novelas de amor cursi y a veces vampirizado.
   La trama protagonizada por Amelia Gray es un thriller en toda regla —con todo lo que el género implica: asesino, persecuciones, sombras, lúgubres escenas…— notablemente mezclado con los elementos fantásticos que a fin de cuentas son principio, medio y (tal vez) fin de todos los eventos narrados.
   La restauradora es parte de una trilogía completada por El reino y El profeta, entregas próximas a publicarse en México, sin embargo es en sí misma una historia en cierto modo conclusiva. Quedan algunos hilos sueltos por supuesto —que indican hacia donde van las siguientes partes— pero el lector no se queda en la incertidumbre. La heroína está a salvo… al menos de momento.
   No deje que la adultez le arrebate la posibilidad de hacer una lectura por la mera diversión y emoción de ello, y por qué no, también por la búsqueda de evasión hacia un mundo en el que los fantasmas están detrás de la ventana y los cementerios son lugares a veces seguros pero siempre llenos de misterios.




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