Reseña del libro Artillería nocaut

'Trancazo' literario

Verdades a medias, víctimas que en realidad no lo fueron tanto y un antihéroe lleno de culpas son parte de lo que podemos encontrar en Artíllería nocaut (Joaquín Mortiz) del escritor moreliano Víctor Solorio Reyes.
   El autor ganó con la historia narrada por Eleuterio ‘El detective’ Marto, la octava edición del Premio Nacional de Novela negra Una vuelta de tuerca. El jurado del galardón señaló que el texto presentado por Solorio Reyes es “un relato plenamente novelesco y arrebatador”, una de las muchas líneas halagüeñas que, con razón, se pueden decir de la publicación que desde hace unas semanas está en librerías de todo el país, incluidas por supuesto las de Morelia, tierra del autor.
   El término Vuelta de tuerca, que es parte del nombre de la distinción obtenida por Solorio Reyes, se refiere a aquel giro en el argumento de una historia literaria que representa un vuelco abrupto e inesperado en la situación descrita que hace replantear el objetivo de los personajes y hasta las simpatías del lector.
   El nombre del premio queda ‘como anillo al dedo’ a la trama de Artillería nocaut que poco más allá de la mitad tiene un cambio insospechado del que resulta la trasmutación de una víctima en victimario para desencadenarse luego un aluvión de golpes que dejarán noqueado al lector. Está por iniciar el round, ¿se anima?

La pelea
Eleuterio ‘El Detective’ Marto es un boxeador venido a menos que se gana la vida en peleas arregladas en las que, a pesar de su superioridad, se tiene que dejar ganar para allanarles el camino a la fama a las nuevas figuras de ese deporte. Su actual “profesión” es resultado de una serie de errores y culpas que ha cargado por años y que se esfuerza por aturdir entre la campana que anuncia los rounds y los golpes que da y recibe sobre el ring.
   Y por más que ha intentado huir del pasado este se le presenta encarnado en su ahijada Esperanza, hija de su compadre Agustín Correa, a quien tenía años sin ver. La joven mujer, misteriosa de por sí, le plantea la resolución de un misterio: encontrar al compadre. Agustín Correa tiene cuatro días desaparecido y Marto, por su experiencia militar, es la única esperanza para lograrlo.
   Reticente al inicio, se embarca en esa aventura que de entrada le anuncia la posibilidad de toparse más que con su compadre, con el cadáver de este. Marto poco a poco se va convenciendo de que hace lo correcto y es justamente el hallazgo de un cuerpo en una fosa común el punto de no retorno.
   Pero, ¿quién mató a su compadre?, ¿por qué?, ¿cuál fue el motivo para que lo torturaran y le cortaran además algunos dedos? ¿Quién fue?  Las dudas están, si es que es posible, más vivas que nunca luego del velorio de Agustín Correa cuyos restos, ya sin poder decir nada, siguen pidiendo a gritos que se encuentren las respuestas.
   A medida que pasan los días y se van dando los encuentros  y reencuentros que permitirán que Marto reconstruya las andadas de su compadre, también volverá el pasado y sus sombras. A cuentagotas llegarán las luces sobre el camino a seguir pero también los claroscuros de una época y unas situaciones que siguen carcomiendo a Eleuterio.
   Round tras round, el protagonista se encarará a los demonios propios y ajenos en una pelea que más que redención busca una venganza que permita acallar las voces que atormentan, y quizás una autocondena que dé la oportunidad de seguir expiando culpas.

Por nocaut
La novela de Víctor Solorio Reyes, como declara en su título, se gana al lector por nocaut. La narración fluida, la prosa bien trabajada y un narrador que gana adeptos desde la primera línea forman parte del magistral debut narrativo del autor moreliano.
   En la trama se encuentran elementos como la corrupción de los cuerpos de seguridad, la presencia del  narco y bloqueos en la ciudad —con quema de camiones incluida— en la que se desarrolla la historia, sin embargo no se trata de un texto coyuntural que se ‘cuelga’ de la situación que se ha vivido en el estado y en el país.
   En una entrevista concedida a PROVINCIA cuando se anunció el premio para su novela, Solorio Reyes comentó: “Me han preguntado mucho que si es una cosa de crítica o de denuncia, no, no hay tal, yo creo que ahorita el cliché dice ‘es moreliano, es michoacano, entonces algo debe de haber’. Puede que esté imbuido y puede que sí me haya definido un poco pero no, no es para tanto, no hay denuncia”.
   La historia tiene como telón de fondo situaciones hoy por todos conocidas pero la trama va más allá y las motivaciones de sus personajes son internas, para algunos vienen desde el sentimiento y en otros casos desde la frustración.
   A ese segundo grupo pertenece Eleuterio ‘El Detective’ Marto, quien por un episodio del pasado vive atormentado. Un romance que resultaba imposible —y tentador por prohibido— malogró sus sueños  profesionales y personales, y se convirtió en el punto de quiebre para que su realidad quedara hecha añicos.
   Reducido a escombros, Marto sigue frustrado y autoflagelándose luego de varios años. Es a la vez víctima y verdugo en un círculo vicioso que se interrumpe por el box —convertido al mismo tiempo en tabla de salvación y de evasión— y que se trastoca nuevamente por la desaparición de su compadre y por la aparición de su ahijada pidiéndole ayuda para encontrarlo.
   La narración está en primera persona y es apenas interrumpida por algunas anotaciones que de manera críptica dan detalles sobre el enemigo externo al que se enfrenta el protagonista. Poco a poco Marto revela qué es lo que lo atormenta internamente y a punta de golpes, derechazos y ganchos al hígado, obtiene de los demás la información que necesita para llenar los huecos en la historia sobre la muerte de Agustín Correa.
   Resulta interesante como lector ver la forma en que, a manera de rompecabezas, se va armando paulatinamente el panorama completo de una serie de historias entrelazadas que tienen como punto de partida un asesinato. El tufo generado al remover en la fosa común para buscar el cadáver del compadre de Marto da visos de todo lo que se generará luego de hurgar en el pasado del protagonista.
   El exmilitar devenido en boxeador es el pivote sobre el que todo gira: lo bueno, lo malo, lo peor, la bondad, la culpa, la avaricia, el deseo, la necesidad de retribución, el miedo a recordar, la venganza, el suicidio, la corrupción, la paternidad y la corrupción.
   Los flashbacks son otro recurso narrativo bien usado por Solorio Reyes quien recurre a ellos en par de ocasiones —y logra dar luz sobre la oscuridad que hay en el pasado de Marto— sin cortar la fluidez en la narración que da cuenta del presente y que se centra en aclarar los motivos de la muerte del compadre.
   En la entrevista concedida a PROVINCIA hace unos meses, Víctor Solorio señaló que su literatura no es sutil, “no tengo la fineza que a lo mejor podrían tener otros escritores, y yo creo que eso le ayuda a la novela negra porque es un poquito brutal, porque el personaje y todo lo que ocurre es brutal”.
   Sin embargo, en las páginas de Artillería nocaut encontramos que algo tan sutil como un olor es usado por el autor como un elemento determinante en una ‘vuelta de tuerca’ que casi noquea al lector.
   Hacer hincapié en que el autor es michoacano va más allá de insinuar que por el mero hecho de haber nacido aquí es menester apoyarlo y leerlo, es más bien para mostrar cómo su nombre se une a la larga lista de talentos literarios que ha dado esta tierra.
   La novela de Víctor Solorio se sostiene por sí misma, la historia es inquietante y atrapa desde la primera línea, los personajes son detestables y adorables por igual, y la manera en que está narrada hace que no quiera soltar el libro. Son 12 rounds pero al sonar el campanazo final el lector, más que descansar, se quedará con ganas de más.


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