Primer aniversario luctuoso de Gabriel García Márquez

365 días sin Gabo

Hace un año murió Gabriel García Márquez. Hace un año, el 17 de abril de 2014, fue jueves santo. Y al día siguiente de hace un año, el viernes santo, tembló. La Tierra se sacudió como señal del final de una era en la literatura mundial, así como el viento sacudió a Macondo y lo arrancó de sus cimientos en la última página de Cien años de soledad.
   La partida de Gabriel García Márquez, ‘Gabo’, fue quizás el culmen de la crónica de una muerte anunciada a la que ni a punta de hashtags como #FuerzaGabo —que fue trending topic cuando se supo de la hospitalización del autor— se le pudo cambiar el rumbo.
   Y cuando la noticia llegó no se hizo esperar el ‘aluvión’ de tweets en los que se mencionaba el hecho de la muerte, algunas de las frases de ‘Gabo’ o fragmentos de alguna de sus muchas obras literarias. Tampoco faltaron aquellos que señalaban —quizás con razón— que repentinamente toda la comunidad tuitera se declaraba lectora del recién fallecido escritor.
   La cuestión con figuras como la de ‘Gabo’ no es si estamos o no familiarizados con su obra creativa, sino el ‘coletazo’ de realidad que llega con su muerte, hecho que deja de manifiesto que esos personajes con los que crecimos y que en algún momento creímos eternos no lo son.
   Claro está que mientras más se haya conocido al escritor detrás de la ‘figura pública’ resultaba más sincero y sentido el pesar por la pérdida ya que lugares, personajes, situaciones y elementos como abuelas desalmadas, mariposas amarillas, muertes anunciadas, bellas que se elevan al cielo, pedazos de hielo o de imán, compañías bananeras, espantos de agosto, hombres que aman a pesar del cólera, coroneles a la espera de una carta o memorias plagadas de putas tristes, formaban y formarán parte del imaginario personal.
   La partida de ‘Gabo’ fue la gran noticia hoy hace un año. Hubo quienes lo conocieron ese día, otros lo recordaron en ese momento en el que ya era tarde para hablar de él en presente y unos más, lo tuvieron siempre presente y le dijeron adiós para luego reencontrarlo en las páginas de sus novelas y cuentos.
   Cuesta decir adiós pero cuesta más ser noticia en jueves santo, algo que bien sabía ese hijo prófugo de Aracataca, Colombia. ‘Gabo’ inició en el periodismo, y como acto final —además de morir en jueves santo así como Úrsula Iguarán en Cien años de soledad— regaló a las redacciones del mundo la de ocho: su partida física.

Un espanto para siempre
A Gabriel García Márquez lo vi solo en fotos pero lo conocí a través de las páginas de algunos de sus libros. Nuestro primer encuentro fue cuando yo tendría unos ocho o nueve años de edad y él unos 11 o 12 de haber recibido el Premio Nobel de Literatura (1982), y fue en un libro, no uno suyo, sino en un libro de texto de la escuela primaria en el que se presentaba íntegro su cuento titulado Espantos de agosto.
   Recuerdo que leímos ese texto que inicia: “Llegamos a Arezzo un poco antes del mediodía, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana…” y que después de narrar —en apenas poco más de 6 mil caracteres— las desdichas y tormentos de un antiguo caballero que mató a su amada en un terrible arranque de locura, termina en una ‘vuelta de tuerca’ inesperada que te deja con la ‘carne de gallina’.
   El impacto fue más o menos igual con todos mis compañeros de clase pero a mí se me quedó grabado el nombre de Gabriel García Márquez que encabezaba una escueta ficha biográfica sobre el autor de ese cuento corto. Muchos años después, recordando que en el breve párrafo se consignaba que el texto había sido tomado de Extraños peregrinos, doce cuentos, busqué el tomo y lo compré.
   Además de Espantos de agosto ese libro pequeño de pasta dura en color verde me regaló —es un decir porque la dádiva venía de García Márquez— otras 11 historias: Buen viaje, señor presidente, La santa, El avión de la bella durmiente, Me alquilo para soñar, Sólo vine a hablar por teléfono,  María dos Prazeres, Diecisiete ingleses envenenados, Tramontana, El verano feliz de la señora Forbes, La luz es como el agua y El rastro de tu sangre en la nieve.
   Extraños peregrinos, doce cuentos fue mi segundo encuentro con ese autor a quien muchos hoy le dicen ‘Gabo’ y cuyo nombre de pila fue Gabriel José de la Concordia García Márquez. Página tras página atestigüé, sin saber, una cátedra de la literatura del realismo mágico y del boom latinoamericano. Todos los protagonistas de las 12 historias tienen su origen en esa zona del planeta y, también todos, encuentran en Europa las respuestas que buscaban, los espantos que no esperaban, las pasiones que serán salvación pero también el dolor de la pérdida sin remedio del amor.
   Años después, ya en la universidad, una maestra cubana nos encargó leer la obra cumbre de un escritor colombiano, se trataba de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, y fue ese el encuentro definitivo con la literatura de magia inesperada y realidad atemperada que fue todo un movimiento y que tuvo como bandera más conocida y celebrada a la pluma de ‘Gabo’.
   Luego de su muerte hace un año, su nombre sonó por todas partes: homenajes, mesas redondas, charlas y conversatorios lo han evocado pero además, noticia aún mejor, las ventas de sus libros aumentaron.
   La pasada edición de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara no se quedó atrás y tuvo un extenso y muy concurrido tributo en el que participaron, por mencionar solo a algunos, Ángeles Mastretta, María Cristina García Cepeda, Pilar del Río y Jorge Franco.
   De entre las muchas anécdotas que se contaron en ese acto, una de las que más gracia causó fue en la que refirieron que Mercedes Barcha, ahora viuda de García Márquez, decía que salir a la calle con su esposo era como ‘exponer al santísimo’ por la cantidad de gente que desfilaba ante él para pedirle una foto, un autógrafo o simplemente para saludarlo.
   Todavía unas semanas antes de su muerte el ‘santísimo’ estuvo expuesto. ‘Gabo’ salió a la puerta de su casa para agradecer a quienes le habían llevado Las mañanitas en su cumpleaños (6 de marzo). Saludó, se aventuró a corear las canciones que el mariachi le tocaba —a pesar de sus problemas de memoria—, y regaló a la posteridad sus últimas fotografías en las que apareció sonriente y con una rosa amarilla en el ojal.
   La imagen mental que se tenga de García Márquez puede tener muchas variantes: de guayabera blanca, de saco gris, serio, sonriente, mirando directamente o de soslayo a la cámara y hasta pintándole el dedo al camarógrafo. Pero la mejor forma de recordarlo es leyéndolo. Las páginas de sus libros están llenas de lugares y situaciones con las que nos podemos identificar, al fin latinoamericanos, nuestra manera de ver la vida tiene mucho de boom y otro tanto de magia.


Ilustración: Eduardo Ruiz



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