Entrevista con Juan Trejo

Un hombre de porvenir

Antaño, abuelas y madres deseaban para sus hijas un hombre con porvenir, palabra usada como sinónimo de ‘estabilidad económica futura’. Quizás en muchos casos, de haber sabido el porvenir que les esperaba al lado de esos que fueron elegidos como esposos, no se hubieran casado con ellos.
   La idea del futuro es algo que obsesiona. Saber o intentar saber qué va a pasar dentro de una hora, un día, una semana, un mes o un año ha llevado a muchos a consultar oráculos, gitanas, psíquicos o a cualquiera que lea las cartas, sin importar cuál sea su filiación adivinatoria.
   Ese deseo que en muchas ocasiones se convierte en una vorágine que arrasa todo es algo contra lo que, en esencia, lucha la nueva novela de Juan Trejo: La máquina del porvenir (Tusquets).
   Con 449 páginas y una narración que inicia en Berlín y lleva al lector a Nueva York, México, Buenos Aires y Cadaqués, la historia escrita por el nacido en Barcelona obtuvo el Premio Tusquets Editores de Novela. Su autor, en entrevista para PROVINCIA, señaló: “Yo no sé si es necesario conocer el pasado para conocer el futuro, pero sí que es imprescindible conocer el pasado para vivir el presente. Eso sí que me da la impresión de que es clave”.

Un subidón
El mundo literario no es ajeno para Juan Trejo, licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, fue miembro del consejo de redacción de la revista Lateral y codirector de la publicación literaria Quimera.
   Además de lo anterior colabora de manera regular en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia e imparte clases en la Escuela de Escritura de l’Ateneu Barcelonés.
   Su primera novela, El fin de la Guerra Fría, fue celebrada como un gran debut literario, una frase que se vio refrendada este año con la obtención del Premio Tusquets Editores de Novela. “Recibir el premio ha ido mucho más allá de mis expectativas respecto a esta segunda novela”, dijo Trejo. “Para mí, publicar en Tusquets era un sueño desde bien jovencito. La primera novela estuvo ahí rondando a la editorial y al final por impaciencia mía y por alguna otra cuestión no salió ahí”.
   El escritor español compartió que presentó La máquina del porvenir al certamen convocado por Tusquets aunque con una expectativa baja.
   “Obviamente tenía la esperanza de ganar —porque si no, no se presenta— pero con unas expectativas más bien bajas. Para mí el hecho de que tan insigne jurado formado por Almudena Grandes, por Juan Marsé —que para mí son referentes—, pensar que ellos pudieran leer la novela junto con los editores de la editorial, Juan Cerezo por ejemplo, que admiro mucho, para mí ya era un premio el hecho de que lo pudieran leer.
   “Recibir el premio ha sido un bombazo, un subidón que diríamos por ahí, y realmente me he dado cuenta de la dimensión que tiene porque fue pasar a nivel de visibilidad —de hacerte visible en los medios en todas partes— de cero a 100 en cuestión de un día. De repente me vi y me vieron todos mis conocidos en decenas de periódicos de habla hispana, de toda Latinoamérica y de España.
   “También uno se da cuenta de la responsabilidad que entraña también. Saber que uno tiene que estar a la altura de este premio que le han dado”.

—Si existiera una máquina del porvenir, ¿le gustaría usarla?
La verdad es que yo creo que cedería a la misma tentación que sucumbe el abuelo del protagonista —que parece o que es posible que construyó la máquina física como tal— a lo  mejor no me importaría echar un vistazo a mi pasado familiar, yo un poco comparto con Óscar este vacío, este desconocimiento de mi línea familiar. Sí tuve buena relación con mis padres, conocí solo a uno de mis abuelos y a partir de ahí se extiende un vacío. No me importaría conocer un poquito más de familia, aunque solo asomarme, nada más, hacer de turista del pasado unos segunditos y volver.

En La máquina del porvenir se narra la historia de Óscar, un joven que debe ir a Berlín para reconocer el cadáver de su madre y hacerse cargo de sus pertenencias. Cuando esto sucede, hace 10 años que madre e hijo no tenían contacto.
   El protagonista del libro no tiene la opción de avisar a su padre, pues resulta que su progenitor es prácticamente un desconocido: lo ha visto en muy contadas ocasiones durante toda su vida. Ante tal panorama Óscar siente la necesidad de reconstruir el devenir de sus antecedentes familiares y ese es el punto de partida para la novela.
   “La gente con la que compartimos historias, así como las historias que nos han contado desde bien pequeños, son lo que nos van conformando”, señaló Trejo al respecto, “de hecho nosotros podemos decir que nuestra identidad es un discurso y tenemos problemas a nivel personal, afectivo o psicológico si se quiere cuando ese discurso no está bien estructurado o se rompe.
   “Óscar no tiene apenas historia familiar, no se la han contado, no ha tenido una buena relación con su madre, de su abuelo sabe dos detalles pero él siente esa necesidad, como la sentimos un poco todos, de saber que uno está incluido en un discurso, un discurso que tiene que ver con el tiempo precisamente, algo que viene de atrás y que señala hacia adelante y en el que tenemos la necesidad de sentirnos incluidos.
   “Hacemos lo que podemos a ese nivel, o hay una historia familiar muy sólida o la vamos construyendo con lo que tenemos”, señaló el autor al abundar en que en La máquina del porvenir hay una gran cantidad de referencias a otros libros y filmes de varias nacionalidades y épocas.
   “A veces (reconstruimos nuestra historia) con restos de películas, con restos de discursos tomados prestados pero que al cabo si nos sirven, si son útiles, qué diferencia hay con la historia familiar, qué diferencia hay con lo que nos han contado, que después de todo también es un cuento. Es un poco lo que el protagonista acaba descubriendo y acaba descubriendo también en relación a esa máquina que no es sino la materialización de ese anhelo, esa sensación de temporalidad, él acaba entendiendo que es eso, lo que se trata pura y simplemente es de contar, de seguir contando”.

—¿Hay algo de biográfico en Óscar?
Yo diría, primero, que toda escritura es biográfica, de un modo u otro, quieras que no. Yo con Óscar no comparto sus circunstancias familiares como tal, él nace en una familia muy extraña, totalmente desestructurada, con su madre —cuando ha muerto— hace 10 años que no hablaba, con su padre ha hablado a lo mejor dos veces en la vida, no lo ha visto apenas más, yo he tenido una familia bastante estándar, he tenido buena relación con mis padres.
   Compartimos dos cosas que yo considero fundamentales en el desarrollo de la novela: una es el afán por encontrar una respuesta válida a la vida, una respuesta que dé sentido, cierta necesidad de trascendencia a algo que vaya más allá de lo que uno puede ver o tocar, eso por una parte y por otra obviamente compartimos las referencias culturales que a Óscar le van a servir para reconstruir su familia y que parten de mi propia experiencia, de mis lecturas, de las películas que he visto, de los cómics que me han marcado, de las músicas incluso que a mí también me han servido un poquito, como a Óscar, para construirme, aunque tal vez de otra manera, tal vez no con la ansia o con la necesidad que lo hace él pero sí que soy quien soy un poco gracias a todas  esas referencias.

—Todas las entrevistas, aplausos y la notoriedad generada con el premio, ¿ya son parte de su identidad?
No me lo había planteado así hasta este momento pero sí, tienes razón, sí que esto conforma, conforma como escritor. El hecho de haber recibido el premio, de que te haya publicado Tusquets, aparte de una suerte de palmadita en la espalda que viene a decir ‘no está mal, sigue adelante’, da una confianza tremenda.
   De repente te ves y estás compartiendo espacio con autores a los que admiras desde siempre y que te tratan como a un igual, y realmente eso te hace sentir bien, eso te da un extra o algo que yo no esperaba recibir y que sí, me conforma o me va a conformar a partir de ahora.

—En la novela se hacen varias referencias a la película de Inteligencia artificial, ¿fue fácil entretejer estos elementos con la historia que tenía pensada para la novela?
Todas esas referencias fueron saliendo un poco como le fueron saliendo a Óscar: venían a mí o venían a mi mente a medida de que iba avanzando en la historia y cuando necesitaba —tal como necesita Óscar— un material con el que llenar los huecos.  Tanto Inteligencia artificial que explicaba algo muy concreto de la sensibilidad del personaje como otras películas, salen un montón de ellas. Una muy destacada también es Érase una vez en América, hay una escena  que es prácticamente un calco de una escena de la película.
   Todas estas referencias fueron viniendo al hilo, una cosa absolutamente natural que yo tampoco tuve que forzar en absoluto. Venían a sumarse a esta fiesta narrativa, a aportar su pequeño granito de arena y para mí fueron de una ayuda inestimable.

—¿Las cintas que se mencionan en la novela revelan sus gustos cinematográficos?
Un poco sí. Tal vez no exactamente mis gustos pero obviamente si las cito es que algo dicen de mí también o algo me han dicho a mí y las conozco bien.
   A lo mejor todas estas referencias no las pondría en mi decálogo cinematográfico por decirlo así, pero sí que, lo que decía antes, vinieron al hilo, quisieron aportar su pequeña parte y yo las dejé. Más por una cuestión sentimental que por una cuestión de gusto intelectual. Aportaban algo y yo no pretendía dármelas ni de inteligente ni de popular al citarlas, sino que vinieron así y yo dejé que vinieran a sumar a la historia.

Lo que viene
Cuestionado sobre la asertividad de la frase “Conocer el pasado para prever el futuro”, Juan Trejo señaló: “Yo sí que pienso que es imprescindible conocer el pasado, aunque sea para rechazarlo pero conocerlo. Vivimos en una época en la que parece que el pasado no sirve para nada, no tiene una utilidad directa. Tal vez cuestiones como la identidad o la personalidad —que están basadas precisamente en eso, en el trascurrir del tiempo y de la historia— a lo mejor hoy en día parece que tienen un poquito menos de sentido.
   “Yo no sé si es necesario el pasado para conocer el futuro, pero sí que es imprescindible conocer el pasado para vivir el presente. Eso sí que me da la impresión de que es clave. O le dedicamos un poquito de tiempo a eso o a lo mejor esta sensación de orfandad que tenemos no nos va a abandonar en mucho tiempo”.

—¿Cree que obras literarias como la de Julio Verne han sido una suerte de máquina del porvenir?
Sí, por supuesto. J.G, Ballard, el escritor inglés, decía, tal vez con la voluntad un poco de llamar la atención, que la ciencia ficción era el único género narrativo que permitía hablar del presente.
    Gente como Verne, como Welles, que han dejado cierto trazo en La máquina del porvenir, o como Philip K. Dick, adelantándose un poco en el tiempo han sabido expresar muy bien lo que estaba inmediatamente por venir o incluso lo que ya estaba ocurriendo pero explicado de otra manera, tal vez más penetrante o más poderosa, precisamente por esa aproximación un poco adelantada en el tiempo.
   Digamos que esta novela no tiene esta voluntad de adelantarse en el tiempo ni mucho menos, no propone un futuro sino más bien por lo que apuesta un poco es por poder seguir soñando en el futuro. Vivimos en una época en la que parece que el tiempo, el mundo, el ser humano está por acabarse ya mismo, no hay un mañana, y de algún modo yo pienso recuperar —enlazando un poco con lo que decía antes de conocer la historia, tomando un poco de los soñadores del siglo XX, esos que fueron capaces de dejar incluso su vida por sus ideales— que podamos apostar por seguir soñando en un futuro, por un futuro mejor, por qué no.
   Da la impresión de que hoy en día es sumamente ingenuo pensar algo así, un poco lo que dicen mi protagonista y el resto de personajes del libro es eso, ‘¿por qué no soñar con el futuro?’, no tanto desplazarse a él sino por qué no soñar con el futuro para tener un presente un poquito mejor, un poquito más esperanzado.

—¿Qué le gustaría que en el futuro se diga de usted y de su literatura?
Lo que me gustaría, mi secreta aspiración, es que aquellos que lean el libro sean felices, tal cual. Es una aspiración muy pretenciosa y sí que me gustaría que se dijera que además de haber pasado un buen rato, de haberse divertido, de haber disfrutado con las aventuras, la lectura de este libro —y espero de los muchos que tienen que estar por venir— les deje algo, algo que sea útil para ellos, para su propia construcción personal, para su manera de entender el mundo y que ese algo les resulte también positivo y les haga sentirse tal vez un poco mejores personas y sean capaces de soñar con alegría en el tiempo por venir.

—¿Cuál es el porvenir de su obra?, ¿qué sigue?
Estoy trabajando en una novela, en cuanto acabé esta, precisamente para no entrar en un proceso de ansiedad, en el sentido de ‘¿qué va a pasar con ella?’, intenté centrarme en la siguiente, y bueno, llevo un tiempo trabajando en ella. Parece que de momento no se cae y que tiene su punto. Lo que pasa es que por mi experiencia con las dos novelas anteriores, todavía pueden pasar tantas cosas con ella, todavía puede refundirse de tantas maneras diferentes, que de momento me fío de la intuición y de la sensación positiva que me transmite.

—De haber consultado una máquina del tiempo y sabiendo que iba a ganar el concurso, ¿hubiera escrito algo diferente?
No, a lo mejor es feo que lo diga pero estoy muy orgulloso de esta novela, porque tengo la sensación de que he escrito justo lo que quería escribir, el gusto soberano —gustará más o menos, espero que guste a millones de personas (risas)—. Me siento satisfecho por eso, porque la intuición que tuve he sido capaz de estar a la altura de ella y de acabar de perfilar una novela que dice lo que yo creo que tenía que decir.
   De la novela no cambiaría absolutamente nada, creo que es una novela que además se defiende muy bien sola, que no tengo ya que defenderla, ya corre por ahí por el mundo, ahora ya soy simplemente un lector más de esta novela.


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