Reseña de la novela El asesinato de Paulina Lee

La muerte del pasado

Es común escuchar que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Será cierto? ¿Estamos condenados a vivir en un presente siempre criticable y eternamente comparado con eso que ya no es pero debería ser? ¿Qué pasará si dedicamos la vida a mirar atrás, será esa la respuesta para un futuro mejor o el resultado de esa observación será un quimérico porvenir?
   Presente, pasado y futuro se entrelazan en la pastosa prosa que logra Hugo Valdés en El asesinato de Paulina Lee (Tusquets). La narración que hace el autor de un acto delictivo que marcó la historia de Monterrey se asemeja al tiempo porque atraviesa a todo y a todos. Ciudad y habitantes están inmersos en una ‘inundación’ de palabras —muchas de estas arcaísmos—, que no los dejará incólumes y así como el Río Santa Catarina al salir de su cauce ha cambiado el entorno en varias ocasiones, todo estará transformado cuando, letra por letra, el texto vuelva a su cuenca.
   La nueva publicación de Valdés lleva al lector a la década de 1930 y le presenta al México de esa época en la que los ecos de la Revolución parecían cosa del pasado y las batallas se tenían que librar contra el atraso que empezaba a representar lo rural que debía dar paso a la modernidad y el progreso, esperados frutos del movimiento armado.
   Página tras página se atestigua también el inicio del aire cosmopolita que parece mantenerse en Monterrey. El arribo de chinos al país, desde las primeras décadas del siglo pasado, fue un adelanto de lo que sucedería una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial. Pero no todo fue sencillo, el exotismo y la fascinación de las razas recién llegadas —la oriental en el caso del tomo—, dio paso después a la xenofobia y la discriminación, rasgos que también se mantienen (en 2014 el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación señaló que ‘La Sultana del Norte’ es la ciudad que más discrimina en México).
   En el pasado, ya se ve, se puede encontrar el origen de muchas situaciones presentes, ¿aún así se le puede llamar tiempo mejor?

Los 60 cortes
Paulina Azucena Lee Cue es el nombre completo de la víctima. Aparece así, con segundo nombre y apellido en la primera línea de la novela que contará su malograda vida. Su final trágico que marcó también la pauta para una desdicha casi colectiva.
   Paulina Lee es hija de un inmigrante chino que llegó al país a inicios del siglo XX. Naturalizado mexicano su descendencia ya tampoco es extranjera, pero el suelo azteca en el que ha nacido no puede contra los genes asiáticos que les rasga los ojos y les tinta la piel de amarillo. Son chinos, para los demás no son, no importa su estatus legal ni migratorio. Paulina, bella muñeca oriental, se convertirá así en objeto de fascinación para unos, de deseo para otros y hasta de resquemor para unos cuantos. Se dice que su raza es mala, fría y dada a las vendetas.
   La bella figura de la joven se presenta, también desde la primera página, rota y ensangrentada. Arrojado en un terreno baldío detrás de un hospital a cuya morgue será llevado después, su cadáver, atravesado por más de 60 puñadas, muestra el horror que debió vivir en sus últimos momentos. Su cuerpo mancillado en todas las formas posibles es testimonio de la fragilidad de la vida y de la violencia que empezaba a instalarse en la ciudad.
   El horror crecerá cuando se sepa, apenas unas horas después del macabro hallazgo, que Cesáreo Hernández Juárez, compañero de trabajo de Paulina, admitió ser el asesino de la joven. ¿Por celos?, ¿por coraje?, ¿como resultado de una mala pasada de las drogas?, ¿porque le pagaron?, ¿por qué lo hizo? Es la pregunta más simple de formular pero la más difícil de responder.
   Cesáreo, aún más joven que su víctima, tiene al parecer todo en contra y aunque aceptó su culpabilidad hay algo que no acaba de convencer a la mayoría. Detrás de sus cambiantes declaraciones y del hecho de que no se sabe su edad exacta ni si padece sífilis o no, hay algo que no se atreve a decir. El silencio, convertido en sombra, será tierra fértil para que la impunidad avance y la justicia, ciega al fin, tropiece.

Sin príncipe
Uno de los principales logros de Hugo Valdés en El asesinato de Paulina Lee es su prosa. Pastosa, como fue calificada unos párrafos atrás, su narración hace que el lector se hunda poco a poco en una historia compleja y macabra. Será muy tarde cuando se dé cuenta de esto y no podrá salir, su única alternativa para  pisar tierra firme otra vez es atravesar todas las hojas de la novela.
   El autor regiomontano obliga a quien tenga su tomo entre las manos a no soltarlo. Esa pasta escurridiza y pegajosa a la vez, formada de tiempo y palabras que emana de sus folios permitirá conocer paulatinamente detalles de la trama. En cada paso que se dé, cada página que avance, se clarificará lo que sucedió, pero a ratos también será aún más confuso. Solo queda no dejar de caminar, de leer.
   Esta narrativa que, como el tiempo, todo lo atraviesa, puede volverse en contra de la novela. Un lector no muy concentrado ni acostumbrado a una historia que demande un poco más podría verse tentado a tocar retirada.
   Otro elemento destacable, pero que en algunos casos podría abonar a lo dicho en el párrafo anterior, son los arcaísmos usados por Valdés. En El asesinato de Paulina Lee nos lleva a la década de 1930 en Monterrey, a su sociedad, sus valores, sus ideas y su periodismo. Esas narraciones abigarradas y a veces admonitorias que hacían los medios de comunicación en la época encuentran eco en la narrativa del escritor quien por medio de esas palabras hoy en desuso ayuda a situar en el tiempo y en el lugar, algo que resulta muy importante.
   En las páginas de su libro, Valdés presenta una serie de personajes retomados desde del olvido y la soledad de sus tumbas pero insuflados de vida por medio de la literatura. Quienes pueblan las páginas del tomo realmente caminaron las calles de Monterrey y a falta de otro testimonio realizado en vida ahora pueden decir lo que quizás no se atrevieron.
   El también autor de La vocación insular realizó el sortilegio de narrar apoyando en una amplia investigación hemerográfica que le permitió dar nuevamente voz a Paulina y a Cesáreo, pero también a los familiares de ambos, a los policías que aprehendieron al segundo, al abogado que lo defendió, al mataperros de la ciudad —quien podría tener la respuesta a todo si es que lo dejaran hablar—, y hasta a una supuesta iluminada, apodada la Güera Eva, quien ofreció respuestas sin muy buenos resultados.
   Mención aparte merece la relación que hace Valdés entre realidad, literatura y cine. Blancanieves y los siete enanos, cinta que deslumbraba a Monterrey entero poco antes de que Paulina Lee fuera asesinada —y que a ella misma, al menos en su versión novelada, dejó muy marcada—, presenta un intento de homicidio. El lacayo de la malvada reina debe matar a Blancanieves para que no haya mujer más bella que la soberana, pero cuando está a punto de hacerlo, cuchillo en alto, se arrepiente y deja que la joven huya al bosque. Esa daga, arma blanca que rasga la piel pero que también puede tomarse por instrumento para romper el velo que separa a la niña de la mujer, tendrá una importancia capital en la hipótesis que el escritor ofrece para esclarecer el crimen que en papel fue resuelto pero que en realidad nunca se solucionó.
   Pasado y presente, mejor o peor, no hay en realidad una respuesta contundente que confirme o rechace la teoría. Quizás todo —amor, corrupción, crimen, odio, belleza, xenofobia y discriminación—, esté ahí, siempre, en la misma proporción.


Foto: Tomada de planetadelibros.com.mx


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