Entrevista con María de Alva sobre Lo que guarda el río

Cicatriz que se desborda

Hay dos tipos de tragedias que afectan a todos por igual: las climáticas y las que se derivan del clima violento que impera en el país. Una avasalladora inundación o una aplastante balacera que acaba con la vida y posibilidades de quien por azar se quedó en medio de esta son, tristemente, los únicos escenarios que derriban las barreras del color de piel o el nivel socioeconómico.
   Un huracán se puede monitorear, estudiar y prever dónde, a qué hora y cuán fuerte será su golpe, pero ¿y un enfrentamiento?
   El azar que golpea al ciudadano común y la manera en que este intenta sobrellevar lo que le toca es parte de lo que la escritora regiomontana, María de Alva, aborda en Lo que guarda el río (Planeta), su más reciente novela. En el tomo aparecen tres personajes que presentan diversas perspectiva de un mismo hecho: el azote de un huracán, la violencia por el ‘narco’ y el hallazgo de una ‘narcofosa’ en pleno Río Santa Catarina de Monterrey.
   En sus más de 300 páginas el libro presenta cómo Memo, un joven de clase alta; Elías, un albañil e Isabel, una reportera, vivirán esta serie de eventos trágicos que los conectarán irremediablemente pese a sus abismales diferencias.
   “A mí lo que me interesaba era lo que cada uno representaba, porque cada uno pertenece a una clase social distinta y tiene una diferente perspectiva sobre la vida y sin embargo a todos ellos les afecta de manera similar tanto la violencia como el huracán.
   “La idea que está detrás de la novela es que el ciudadano común, tú y yo, cualquier persona, no importa ni tu edad, ni tu clase social, ni nada, la violencia y la naturaleza te van a afectar en algún momento. Para mí el elemento que los une es eso: que como sociedad todos hemos transitado por esta situación”.

—En Memo hay una toma de conciencia, se da cuenta de lo que pasa más allá de la burbuja de su vida...
Yo creo que en el caso de Memo, que es un muchacho adolescente, está en una confusión porque se da cuenta —es lo suficientemente inteligente para percatarse—, de que sus padres le tienen un camino trazado, que es mucho lo que pasa en ese nivel socioeconómico: te vas a casar con este tipo de gente, vas a vivir en tal lugar, vas a estudiar tal cosa… él se da cuenta y se empieza a sentir asfixiado. Primero quiere pasar desapercibido, pero al final explota.
   Todos los personajes tienen un aliado o un personaje secundario que los hace cambiar o reflexionar. En el caso de él es una chica que conoce, que tuvo un familiar secuestrado, entonces no le queda más remedio que salir de la burbuja y también está la situación que sucede en la novela, y que sucedió en la realidad, que fue el asesinato de dos chavos que murieron a las puertas del Tecnológico de Monterrey, que es donde yo trabajo. Eso sale en el primer capítulo de la novela. Sí, hay una toma de conciencia de él. La reportera, en cambio, es mucho más cínica, aunque está interesada en el caso también está la situación de saber si está interesada por la gente o por sacar la nota.

   De Alva, actual directora de la carrera de Letras Hispánicas del Tecnológico de Monterrey, fue reportera durante tres años en diarios como Reforma y El Norte por lo que su experiencia y visión resultan cercanas a las que tiene el personaje de Isabel, la periodista que coprotagoniza Lo que guarda el río.
   “Isabel tiene de mí en el sentido de que yo también fue periodista, soy muy lectora de noticias, siempre lo he sido, y aparte porque trabajé en el periodismo. Se me hace muy interesante nuestra actitud como ciudadanos con las noticias. El ciudadano lee y lee todos los días noticias terribles de lo que sucede en el país, o las vemos en la tele, y sin embargo estamos como atrapados porque estás en el vaivén pero sin poderlo controlar.
   “Yo quería que los personajes no fueran ni ‘narcotraficantes’, ni el Ejército, ni la Policía porque me interesa retratar a la gente común y corriente, el ciudadano que sufre las consecuencias. Como ciudadanos estamos como azorados y no sabemos qué hacer con las noticias. Hay un momento en el que Isabel se pregunta: bueno a lo mejor el periódico no sirve para leer noticias sino para madurar aguacates, para hacer una piñata… todas las cosas que hacemos con el periódico al día siguiente. Está esa sensación de lo fútil que es a veces el periodismo, es verdaderamente desgarrador. Yo creo que todos los ciudadanos nos sentimos así muchas veces. Por eso es que ella, a diferencia de Memo que es muy joven, más inocente, se involucra y acaba teniendo una postura más idealista, ella acaba teniendo una postura más cínica. Y Elías que es el joven albañil, lo único que le interesa es salir con su familia adelante, salirse del país, irse a Estados Unidos y yo creo que eso es muy natural, la precariedad económica no te da para pensar en otras cosas”.

—¿Cómo clasificaría la novela? Tiene toques policiacos, de novela negra, pero también es íntima y muy minuciosa respecto a las motivaciones de cada personaje
No sé. Yo sí creo que tiene los elementos que tú dices. Es una novela mucho de personajes, de la psicología de personajes, mucho que tiene que ver con la violencia también, obviamente, y una de las cosas que son para mí más importantes es el tema del clasismo, de cómo la sociedad en que vivimos, fracturada, con pocos vínculos de comunicación entre las clases sociales, nada más por la situación límite de huracán o la violencia en la ciudad es que se interactúa, pero si no fuera por eso no interactuarían jamás.
   Otra cosa que me parece importante como tema es el dolor de las familias que han perdido a sus familiares y están en la búsqueda.

   La trama de la novela se va desdoblando en bloques de tres capítulos, uno para cada personaje, que se adereza con uno extra en el que, con una narrativa más poética, se habla de diferentes templos católicos de Monterrey.
   “Es la parte lírica de la novela, donde está el recordatorio de que al final del día lo que queda es esta gente desesperada, como hay tantas en el país. Hay tantas madres que están buscando hijos, eso me parece insoportable, verdaderamente atroz y como que no tienen ninguna otra salida porque no hay respuestas, por eso este fantasma lírico que aparece en las iglesias está ahí porque, ¿qué más les puede quedar?
   “En esa desesperación de no encontrar lo único que les queda es el reducto de la fe. Incluso esa fe está cuestionada ahí mismo, (los textos de) algunas iglesias tienen un tomo más irreverente, como de enojo incluso contra Dios. Yo creo que la gente que vive un duelo así pasa por todas esas etapas pero finalmente esa es la voz de la ciudad, la ciudad que está clamando por sus hijos desaparecidos”.

—De alguna manera, el recorrido por las iglesias y la cara de la ciudad atravesada por el Río Santa Catarina que es o polvo o caudal, la vuelve otro personaje de la novela
Así es. El Río Santa Catarina que cruza Monterrey es otro personaje de la novela y así como lo dices: está polvoso o está rebosante de agua. No se puede hacer nada con este río porque es como el desagüe de Monterrey, ahí cae toda el agua de la montaña. Marca a la ciudad, crea las vialidades de la ciudad, hace necesario tener puentes para cruzar, divide a los municipios, pone precios a la tierra en diferentes partes a lo largo del río, es como santo y seña de la ciudad y también tiene una función clasista, discriminadora y una función también bastante siniestra porque en la noche es una mancha oscura, no tiene nada de luz, ahí cualquiera puede aventar un muerto y de hecho sí han aparecido muertos ahí.
   Mucha gente dice: “Monterrey, la ciudad de las montañas”, que es la frase de Alfonso Reyes, pero en realidad Monterrey tiene mucho más que ver con el río porque su geografía está marcada por el río. La montaña es la parte bonita de la ciudad.

—Los hechos que aparecen en la novela los vivió con mayor o menor cercanía, ¿cómo fue revistarlos a la distancia?
Los hechos que están narrados sucedieron en 2010, tanto el Huracán ‘Alex’ como la muerte de los estudiantes enfrente del ‘Tec’ y la fosa de San Fernando que inspira la novela. Fue en Tamaulipas pero también eran migrantes.
   Empecé a escribir en 2013, yo creo que tardó en madurar en mí la idea, además de que en 2012 terminé mi tesis doctoral y estaba ocupada con esa cuestión. Fue algo que tardó en madurar en mí. Hago todos los días un recorrido muy largo por el río desde un municipio, paso otros dos para llegar al Tecnológico. Ese recorrido habitual del río fue lo que empezó a tener como esta repercusión en el texto.

—Ese recorrido diario, ¿qué tanto ayudó al tono, a la estructura final de la novela?
Desde el principio quise representar tres clases sociales diferentes. Sí tenía la idea desde el inicio de que la violencia y el huracán marcaban a todo el mundo, que desgraciadamente el único nexo es este, es terrible. Esa solidaridad que se forma desaparece una vez que termina la situación límite, y yo quería mostrarlo a través de la novela, eso era importante para mí. Me tardé un poco en seleccionar quienes iban a ser los personajes. El primero que tuve muy claro fue Elías, el albañil. Quería a alguien de clase alta, pensé que estaría bien un adolescente… los otros personajes me tardé un poco más en que maduraran.

   La muerte de dos alumnos del Tecnológico de Monterrey —Jorge y Javier—, también es parte sustancial de la trama y los hechos reales retratados en Lo que guarda el río. Un hecho que sigue impune y que marcó otra de las reflexiones de De Alva.
   “Los estudiantes murieron porque en la noche estaban estudiando y cruzan la calle a comprar unos tacos y de regreso los pesca una balacera. A mí pareció siempre tan absurdo y tan irónico que (murieran) haciendo la práctica más cotidiana que hace todo mexicano, que es ir por tacos. No me importa si estás en Sonora o en Mérida, todo mundo vamos por tacos. Hay taquerías en las que se paran albañiles y ejecutivos. El mexicano, todo mexicano, come tacos, hasta veganos hay. En la novela también está el elemento de los personajes que comen tacos porque es democratizador, hasta suena extraño pero para mí es de las pocas cosas que nos une como mexicanos. Hay gente que dice que la Virgen de Guadalupe o el futbol, pero de la virgen no todo mundo es devoto y en el futbol hay tantos equipos que la gente más bien se pelea. Yo decía: ‘Todo mundo come tacos’, y los chicos que murieron frente al ‘Tec’ murieron por esta razón tan absurda y a la vez tan cotidiana”.

—Luego de esta situación, ¿surgió entre el alumnado algún tipo de texto o registro al respecto?
En los agradecimientos de la novela aparece un grupo que se llama Todos Somos Jorge y Javier, que surge a raíz del asesinato, que todavía está impune, de estos muchachos. Sigue impune porque el Ejército no ha reconocido que les sustrajeron las credenciales de estudiante, les plantaron armas y escondieron que eran estudiantes. Ellos mueren, como está narrado en la novela, de jueves a viernes en la noche, el viernes todo el mundo preocupado en el Tecnológico pero se pensaba que había sido alguien de un grupo delictivo, sin embargo, el sábado el rector anuncia que eran estudiantes y ahí fue el acabose, te imaginarás lo que fue esa noticia.
   Después de esto se formó el grupo estudiantil. No sé si hay gente que haya escrito sobre ellos, solo sé que hay un poema de mi colega y amigo Armando Alanís, que publicó su poemario Balacera —él es quien hace Acción Poética, él creó ese movimiento—, y tiene un poema dedicado a los alumnos del ‘Tec’. No conozco otras obras literarias en la que aparezcan estos chicos, solo mi novela y el poema de Armando.

—Cierra la novela con la historia de Memo y el final es un tanto esperanzador, ¿esa es tu postura respecto a la situación?
Ese es el final de Memo, porque el final de los otros personajes no es nada esperanzador. Yo quería que se quedara eso abierto. Hay unos personajes que acaban más o menos bien y otros muy mal. Yo no comparto la visión de que sea totalmente esperanzador, más bien, en el caso de ese personaje. Isabel, la periodista, acaba por doblar las manos, se convierte en una burócrata del periodismo, ya no le interesa el caso al final. En Memo es apropiado porque es un joven, en un joven siempre podrá haber ese resquicio para la esperanza.

—Personalmente, ¿cuál es su postura?
Hay varias ONG dedicadas a asistir a las familias que están con el conflicto de que tienen un familiar muerto o desaparecido, más allá de eso es muy difícil, ¿qué más puedes hacer? El tema del ‘narcotráfico’, de la violencia, no está en las manos del ciudadano sino en las manos de los actores gubernamentales pero las ONG sí son una ventana, no creo que sea suficiente pero es algo. Decir: “Esto está mal y por eso estoy involucrada con ellos”.



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