Entrevista con Antonio Ortuño sobre El rastro
Camino y matadero
La vida literaria de Antonio Ortuño es fácilmente
transitable gracias al rastro de letras y palabras que sus novelas han dejado.
La prosa contundente registrada en sus folios es ya un rasgo distintivo de su
creación. La manera de narrar situaciones y construir personajes terribles y
entrañables le ha ganado adeptos y lectores que encuentran en sus historias la
incertidumbre del desarraigo y lo avasallante de la violencia.
Su sexta publicación, de la mano del Fondo de Cultura
Económica (FCE), cumple con lo antes mencionado pero tiene la particularidad
que está dirigida, de manera primaria, al público juvenil. Titulada El rastro,
la trama fue generada por Ortuño para la colección A través del espejo, de la
citada casa editorial.
“Por un lado (fue) escribir con la conciencia de que era
un libro para la colección de jóvenes del Fondo de Cultura Económica, pero por
otro lado traté de escribir con el rigor con el que trato de hacerlo siempre”,
dijo Ortuño en entrevista para PROVINCIA. “No podría decir que no venía a mi
mente continuamente el hecho de que era un libro destinado, al menos de manera
primaria, para lectores jóvenes pero no es como que haya encontrado grandes
diferencias, si acaso el tratar de no perder de vista que la prosa directa me
parece el recurso mejor para comunicar. Eso es algo en lo que sí reparé
bastante: hacer el libro menos retórico de lo que quizás hubiera podido ser y
no perder de vista también no ser condescendiente en el lenguaje, por un lado,
y por otro no ser abstruso para los lectores jóvenes. En lo esencial no creo
que sea un libro demasiado distinto a los demás que he escrito”.
Ir detrás
El FCE señala: “El rastro sigue el ritmo vertiginoso que
caracteriza a su obra, dando saltos en el tiempo y el espacio para confrontar
al lector con el México donde todo es posible”.
Este, el primer libro juvenil del autor jalisciense,
narra la historia de Paulo, un joven que cursa la preparatoria, quien
desaparece en Casas Chicas y es buscado por Luis, su mejor amigo, y Sofía,
hermana del primero. Durante el proceso Luis y Sofía descubren que el caso de
Paulo no es el único; son más los desaparecidos.
En la trama, contada desde la adultez del narrador, es
decir, Luis, se recuerda la noche en que conoció a Sofía oculta entre los
arbustos de un parque y los días que siguieron después de que decidieran
emprender una aventura que reveló una historia más tenebrosa de lo que imaginaron.
“Recuerda también el primer beso que se dieron, la carta
que nunca se atrevió a entregarle y la furia que lo envolvió luego de que Sofía
desapareció de su vida sin ninguna explicación para reaparecer, años más tarde,
justo en la casa de su mejor amigo. El rastro ofrece una narración ágil que
atrapa al lector por la trama y lo deleita por el audaz manejo del lenguaje, lo
cual hace que esta novela sea una excelente puerta de entrada para que los
jóvenes lectores transiten hacia otras lecturas”.
—Aunque está destinada a una colección juvenil, hay
lectores de cierta edad que quizás verán desde su misma perspectiva la
adolescencia, puede ser una lectura nostálgica…
Sí, yo creo que el texto tiene esas dos dimensiones. Por
un lado para mí era muy claro que no podía escribir como si yo fuera un
adolescente, es decir, sería un artificio, me parece, demasiado temerario en mi
caso, estoy a punto de convertirme en cuarentón entonces sabrás que estoy
bastante distante a la experiencia de los adolescentes contemporáneos en muchos
sentidos. A la vez de todo esto el proyecto de El rastro nace al retomar una
novela que yo intenté escribir en la adolescencia y que se quedó sencillamente
como unas páginas arrumbadas, como una serie de notas, una novela que no pude terminar
de escribir en aquel momento, pero que sí me sirvió como referencia para
escribir este texto. Recobrar esas notas, ese material que escribí hace más de
20 años cuando yo tenía 18 o 19 fue algo quizás mucho más vital para
relacionarme con los jóvenes, una perspectiva, creo, diferente a la que tendría
nada más narrándola desde el punto en el que estoy en este momento.
Para mí fueron muy valiosas esas notas, esos apuntes,
incluso hay varias páginas escritas aunque básicamente solo algunas palabritas sueltas
o alguna frase terminó en la novela, pero tener esa perspectiva me sirvió de
mucho. Desde luego, es una historia, como se dice al principio de la misma, que
es de jóvenes y donde los jóvenes son los protagonistas, pero que está escrita
por alguien que no es joven y justo ahí entra este aspecto que mencionas de la
nostalgia: generacionalmente las personas, digamos, un poco mayores, de mi edad
o incluso un poco más jóvenes, tenemos esa serie de contrastes con el mundo
contemporáneo sobre todo de la tecnología y en ciertos aspectos del modo de
vida. Es decir, hace veintitantos años los celulares eran mínimos, no tenían la
importancia que tienen en este momento. Las redes sociales no existían, la
manera de comunicarse y de relacionarse tenía matices importantes con las de
hoy día. Un poco en ese juego está escrito el libro.
—Hubiera sido un reto entrarle al Snapchat y estas apps
que son el otro mundo en el que habitan los jóvenes de la época actual…
Claro, la realidad es que me habría tenido que camuflar y
dedicar a eso y la realidad es que me parece que para lo que yo quería contar
eso no era necesario. No tengo que usurpar la juventud de nadie para poder
escribir sobre la juventud, en ese sentido me parece que hay cosas que le
pertenecen a cada generación y yo escribo desde la perspectiva de lo que a mí
me tocó vivir y de lo que recuperé desde mis viejos textos, espero que eso
pueda ser lo suficientemente dinámico y vital y sugestivo para los chavos que
lo lean ahora, y en realidad para cualquiera que lo lea en este momento.
Las notas de esa novela inacabada que fueron de mucha
utilidad para que El rastro tomara forma no estaban perdidas ni aparecieron por
serendipia durante una revisión del escritorio de Ortuño. Los folios estaban
latentes, como recuerdo de juventud, y cuando surgió la propuesta de concebir
un libro para jóvenes.
“No fue un hallazgo fortuito puesto que no es que tenga
un montón de manuscritos de los cuales no me acuerdo, tengo bastante bien clasificados
mis archivos porque trabajo mucho con ellos. Méjico (Oceano) sin ir más lejos,
es una novela que tardó muchos años en escribirse y en la que trabajé en
periodos muy diferentes y que también debí abandonar varias veces. La
diferencia en todo caso es que El rastro sea uno de los archivos más viejos que
tenía porque intenté escribir una historia con ciertas características
similares hace más de 20 años, cuando yo era adolescente, y en el momento en el
que me buscó Socorro Venegas, la editora del FCE e hizo su labor de convencerme
de escribir algo para esta colección de A través del espejo, la realidad es que
desde el segundo minuto que estuve charlando con Socorro vino a mi cabeza la
existencia de estas páginas de las que terminé echando mano para construir El
rastro, pero en ningún sentido es una especie de reescritura de novela vieja
porque en realidad el libro se escribió de la primera a la última página,
digamos, de año y medio para acá, sencillamente aprovechando ese viejo
material”.
—Tenía presente la existencia del archivo, pero ¿cómo fue
leerlo y reencontrarte con ese Antonio Ortuño de 18 años que quería empezar a
escribir?
Caray, en muchos sentidos es horrible. Yo soy alguien que
nunca vuelve a leer lo que escribe una vez publicado, pero que de alguna manera
trabaja mucho con los archivos pero no con ese archivo porque había perdido
toda esperanza de llegar a escribir esa historia, durante un montón de tiempo.
Sí, claro que saca de onda, que desconcierta y que puede llegar a azorar.
Dejemos de lado la cantidad de pifias técnicas que uno encuentra en esos
manuscritos juveniles, de puntación, de acentuación, a veces hasta horrores
ortográficos. Uno se quiere convencer a sí mismo de que siempre tuvo una
ortografía maravillosa y a veces no es tan cierto. Desde luego que es muy
diferente leer algo que uno escribió hace tantos años, y cuando apenas
intentaba dominar ciertos rudimentos de la escritura narrativa, desde la
perspectiva de muchos años después y después de haber dedicado esos años a
largas horas y días y meses de trabajar con la prosa narrativa. Desde luego que
parece que lo hubiera escrito otra persona, en muchos sentidos, y realmente lo
que me sirvió también, a la vez, fue esa distancia para poder echar mano de lo
que me servía y no conservar nada que tuviera que dejar por motivos
sentimentales. Yo soy bastante crudo y frío con mis manuscritos, estoy bastante
habituado a deshacerlos y arrancarles todo lo que crea que les sobra y al
sentirme lejano a este manuscrito en el momento de recuperarlo me pareció más
fácil tomar lo que me interesaba y olvidarme un poco avergonzadamente del
resto.
En la oscuridad
Aunque El rastro, presentada el viernes pasado en la
Ciudad de México, está incluida en la colección juvenil del FCE tiene una trama
que no es condescendiente con el lector y en realidad lo reta. En una época en
la que ese sector pareciera destinado solo a leer sobre romances imposibles y
vampiros teenagers, Ortuño sí echa mano de un amor de juventud, pero lo sitúa
en un contexto para nada ideal entre secuestrados y desaparecidos.
“Me parece que una de las cosas en las que me interesaba
que el libro hiciera énfasis era en el hecho de que llevamos muchos años,
muchos, muchos más años, de los que a veces pensamos en un clima de impunidad y
en el que el crimen tanto de bandas criminales como el crimen desde las
instituciones tiene un poder terrorífico sobre la población en general. Desde
luego que son diferentes las circunstancias de hace 20 años a las de ahora,
pero hace 20 años ya había desapariciones, había ya movilizaciones. Recordemos
que la parte más visible de lo que luego sería llamado el caso de las muertas
de Juárez hace 20 años ya estaba en el radar de mucha gente, es decir, no es
algo que comenzara con la guerra contra las drogas. La guerra contra las drogas
radicalizó y ha llevado a extremos espantosos toda una serie de cosas que ya
existían en la sociedad mexicana y que son males que hemos sufrido durante un
montón de tiempo. En ese sentido me parece que aunque no es una novela sobre los
desaparecidos o sobre los secuestros como fenómeno social, sí tenía que dar
cuenta de la existencia de eso y de las repercusiones sobre la gente, hace 20
años”.
—Cuando platicamos sobre Méjico comentaste sobre esta
necesidad casi genética de estar preparado para la huida, tener pasaportes
renovados, documentación importante a la mano… ¿qué tanto de este sentimiento
está presente en El rastro?, no se trata propiamente de una huida pero sí de un
traslado y una búsqueda…
Me parece que en muchos sentidos El rastro está en
escrito en otra dirección porque Méjico es un libro escrito a la sombra del
desarraigo, de las migraciones, de la herencia del migrante y de esa
descolocación en la que muchos migrantes y descendientes de migrantes viven y
hemos vivido a lo largo de los años, mientras que en El rastro es diferente
porque el personaje tiene mucho más arraigo, no quizás a nivel como ciudad pero
es un habitante activo de su barrio, que se conoce todos los rincones, que
camina por ahí y que de alguna manera posee la tierra y eso hace que su
perspectiva sea muy diferente a la de los personajes de Méjico.
En la otra parte de El rastro tiene que viajar y sí tiene
parte de eso que mencionas: esa sensación un poco de desamparo y de estar fuera
de lugar pero desde luego es muy diferente un viaje, que tiene una fecha, que
una migración en la que no sabes si vas a volver y de la que probablemente no
vuelvas nunca. Diría que en ese sentido sí hay una diferencia importante entre
Luis, el narrador de El rastro, con los personajes de Méjico que tiene que ver
con el arraigo y con la manera que él vive su barrio y su época.
Recordar es justamente reaprehender esas cosas, recordar
es recuperar y Luis es un personaje que desde el presente y desde su madurez
está recuperando esas viejas cosas que eran suyas: su barrio, su biblioteca, su
parque, sus amigos, sus ideas de aquella época.
—¿Qué tanto tiene de usted ese personaje o no tiene nada?
Sí, desde luego yo creo en este asunto flaubertiano de
que Madame Bovary es uno y uno es todo los personajes, no solamente el narrador
o el personaje principal o el que concentra más las luces de la narración sobre
él sino todos, en alguna medida.
Hay mucho de mi memoria, no creo que de mi directamente.
Muchas de las perspectivas de Luis son diferentes a las mías incluso de las que
yo tenía de juventud, pero sí hay muchas cosas que me pertenecen. La infancia y
la juventud en el sur de Zapopan este barrio por un lado lleno de baches y al
otro lado de la avenida uno lleno de parques y de calles amplias y plácidas que
uno recorre de manera más o menos envidiosa, eso tiene que ver con mi memoria y
esa especie de intento por recuperar esa época y esa atmósfera. Yo diría que el
ambiente, la atmósfera, era algo que me interesaba recobrar.
Doble juego
Como ya se mencionó, nostalgia y memoria están presentes
en El rastro pero ese recorrido evocativo no va solo a épocas pasadas desde una
perspectiva personal sino nacional. La vuelta al pasado es también al del país
que desde hace dos décadas, y seguramente muchas más, se estaba convirtiendo en
un sitio de oscuridad y violencia.
“(El título de la novela) Esencialmente hace referencia a
dos cosas: el rastro que se sigue, porque el libro aborda una búsqueda pero
también el rastro entendido como el lugar de matanzas. De alguna manera el
título juega con ambas cosas porque además en la búsqueda de Paulo, este amigo
que desaparece, encuentran más muertos y encuentran el hecho de que hay más
gente muriendo, más gente desapareciendo, por eso esta referencia que hacía yo
al hecho de que no es una novedad sino que es una sangría que existe en Mexico
desde hace decenios”.
—Tomar conciencia de esto para también, de alguna manera,
al revisar el pasado, replantear una posible solución a futuro…
Y de entender también que venimos de la oscuridad y nos
hemos mantenido en la oscuridad. La ola de sangre terrible de los últimos años
va a idealizar un pasado un tanto más lejano como si todas las cosas hubieran
estado bien, pero el hecho es que en ese pasado están las claves de lo que nos
ha sucedido y que nos sigue sucediendo en México, es decir, el autoritarismo,
el empoderamiento del crimen y la criminalización del poder no tienen cinco
minutos sucediendo en el país, tienen raíces muy profundas y me parece que la
historia repara en ellas. No es una novela específicamente sobre eso pero es
algo escrito teniendo muy en cuenta, todo el tiempo, ese contexto.
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