Reseña de Los amores solitarios
Nunca estamos solos
Los libros pueden llevarnos a cualquier lugar. A un
pueblo perdido en lo más profundo de Latinoamérica, al centro de la Tierra o a
uno de los terrenos más accidentados que se puedan encontrar: la cotidianidad.
Evadirse mediante las páginas de un tomo resulta “simple”
si se trata de una historia fantástica que nos hace creer en lo imposible.
Fantasmas, zombies, hombres lobo, magos, familias condenadas a 100 años de
soledad o hadas y brujas, tienen puerta abierta, casi siempre, a nuestro
espacio de lectura pero, ¿qué pasa cuando se trata de hombres comunes viviendo
situaciones que abrevan del día a día? Tal vez esos que consideramos casi
nuestros semejantes no resulten, de inicio, tan atractivos.
Eshkol Nevo, autor israelíta, tiene esa capacidad: con
situaciones que podemos llamar comunes, se embarca en la nada común empresa de
escribir una novela y atrapar con lo que en ella cuenta, a quien la tome entre
sus manos.
La más reciente es Los amores solitarios (Duomo), que
llega a México de la mano de editorial Oceano. En sus páginas no pasa nada y
pasa todo: se busca el amor. El perdido, el anhelado, el que podía recuperarse,
el que no fue, el que quizás sea, el que siempre ha estado, el que se rehúsa a
morir, el que pide que lo encuentren...
Nada más común y extraordinario a la vez, que el deseo de
estar satisfecho sentimentalmente. Extraordinario porque es difícil lograrlo
—si no lo cree ahí están los terapeutas para dar su testimonio—, y común porque
nos pasa a todos casi a cada hora del día. A fuerza de verlo tanto y vivirlo,
parece ya no ser un tema interesante de abordarse en la literatura y, sin
embargo, nos llevamos una gran sorpresa porque resulta todo lo contrario.
El amor es prácticamente la motivación de todos y en casi
cada libro lo encontramos. Lo interesante no es que aparezca sino cómo
abordarlo y en eso lleva delantera Nevo. En Los amores solitarios deja claro
que no hay nada ordinario en la cotidianidad, pero es necesario observar y no
solo ver para descubrir y atestiguar las aventuras extraordinarias que vive o
ha vivido quien tenemos en frente.
El proyecto
Todo inicia por amor, uno que se ha perdido. El magnate
estadounidense de origen judío, Jeremiah Mendelstorm, desea donar a la Ciudad
de los Justos un micvé —espacio en el que se realizan los baños rituales de
purificación que prescribe el judaísmo—, para honrar la memoria de su esposa
fallecida. Quiere, con este gesto, recordarla eternamente y que su nombre, que
estará inscrito en una placa en la entrada del lugar, no se borre con el paso
del tiempo.
Nadie se imaginará que un acto filantrópico, que además
está lleno de amor, pueda desencadenar una serie de eventos que terminarán por
redimir a unos y hundir a otros.
La donación del micvé es la primera vuelta de una bola de
nieve que arrasará a la ciudad entera aunque sean solo unos cuantos los que se
den cuenta del impacto.
Uno de los principales afectados será Moshe Ben Zuck,
funcionario municipal, quien parece llevar una existencia sosegada y plena que,
justo con la llegada de la carta en que Mendelstorm les declara sus
intenciones, se ve trastocada por el arribo de una misiva del pasado. Los
recuerdos lo atormentan nuevamente y el nombre de un amor malogrado lo
obsesiona al grado de impregnar su deseo carnal —fustigado por la memoria—, en
todo lo que emprende.
Quienes darán el impulso final y serán a la vez la
barrera en la que se estampe la ‘bola de nieve’, será un grupo de inmigrantes
rusos que habitan en un barrio alejado de la ciudad —llamado Siberia por la
lejanía y por la historia rusa—, que se elige como sede del micvé. La falta de
población que siga la tradición judía y los deseos de los recién llegados,
todos jubilados, complicará la empresa para todos y a la vez, dará pie para el
desenlace, casi fatal, cuando Mendelstorm visita el lugar construido con su
aportación. La piscina del micvé está en uso, pero el ritual que en ella se
realiza está fuera de la tradición judía.
La consumación
Eshkol Nevo, también autor de La simetría de los deseos (Duomo),
es un experto en desdoblar todas las capas de la realidad. Hay una, la primera,
la superficial, en la que podemos ver al vecino silencioso que sale a trabajar
a la misma hora y regresa puntual en cuanto termina la jornada. “Una vida sin
sobresaltos”, podemos pensar, pero si pudiéramos (o quisiéramos) indagar un
poco más, tal vez encontraríamos que el vecino “no hace olas” para no hundir el
bote salvavidas que lo libró de ahogarse en un deseo insatisfecho o en un amor
perdido cuya herida no ha sanado.
Observar, no solo ver, es a lo que invita el escritor con
sus historias. Y no es que quiera que empecemos a espiar al que vive enfrente o
con quien compartimos cubículo en la oficina. A lo que instan las páginas de Los
amores solitarios es a ver a la propia cotidianidad y hacerse consciente de que
el día a día no es tan anodino o si lo es hay un inicio y un punto de retorno
que no debería dejarse pasar.
Pero más allá de esta reflexión —que será muy diferente
para cada lector una vez que termine el libro—, la más reciente novela de Nevo
es un magnífico divertimento que da pie a asomarnos a la profundidad del amor,
los sentimientos y los recuerdos dolorosos que nos dan forma.
Los personajes que habitan Los amores solitarios son
ejemplo del autoexilio en el que se puede caer y del viaje de regreso que es
menester hacer para conjurar ese desplazamiento que a veces es geográfico como
mero eco del interno y emocional. Siempre hay tragedias qué llorar y las
lágrimas formarán un río en el que se puede encontrar la muerte o un medio para
transportarse y llegar a la rivera deseada.
Para los judíos, acostumbrados al exilio y el
desplazamiento, la religión es su verdadera nacionalidad, y aunque ya hay un
país —controversial por la manera en que surgió—, al que pueden llamar propio
es su fe la que les da una identidad prácticamente irrenunciable. Sus creencias
les dan forma y moldean también a los protagonistas de Nevo. Para unos, el
judaísmo es simplemente donde nacieron, mientras que para otros se convierte en
la tabla de salvación y esperanza en medio del río de lágrimas. La certeza del
dogma les ayuda a enfrentar la incertidumbre interna, pero también limita las
posibilidades de alcanzar lo que de verdad anhelan.
En este sentido, el personaje que podríamos calificar de
principal es el micvé. Su construcción desencadena todo, lo bueno y lo malo, y
es ahí dentro que pasa también lo que se puede calificar a la vez de sublime y
pecaminoso. El principio y el fin llega dentro de sus paredes.
Ese es otro logro de Nevo, resignificar los espacios
a los que se acude por tradición u
obligación y hacerlos vivir de nuevo en sus páginas.
La estructura de su narración es también distinta. Por
medio de flashbacks devela las historias de sus personajes. El lector poco a
poco los conoce y los acompaña también en saltos de tiempo que se dan sin hacer
tanto hincapié en ellos. Es con pequeños detalles que los revela para que se
deduzcan con facilidad.
Otro detalle son los diálogos internos. No hay, como se
acostumbra, conversaciones marcadas a través de guiones, dentro del párrafo se
habla y discute, pero otras ausentes son las comillas. No hay nada que indique
si se trata de la voz propia del personaje y, sin embargo, por la manera en que
está escrito, es fácil saber de quién se trata.
Nevo escribe a su modo y a su ritmo, pero es fácil
acompañarlo. Su novela es un micvé que está abierto a los no judíos. Redención
y pecado están muy cerca, quien tome el libro entre sus manos decidirá si las
aguas que ahí se contienen son para purificar o para disfrutar.
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