Reseña de la novela Cinco esquinas

En la encrucijada

Que un libro esté firmado por Mario Vargas Llosa no lo hace, por descontado, el mejor del mundo, sin embargo, esa firma sí lo dota de cierto prestigio que, seamos o no admiradores de su obra, debemos reconocer.
   Tres años después de El héroe discreto, publicado por Alfaguara, el mismo sello editorial lanza Cinco esquinas, su más reciente novela y la primera desde su, otra vez, polémico cambio de ruta en su vida sentimental. Después de 50 años de matrimonio con Patricia Llosa, su prima —luego del romance vivido con Julia Urquidi, su tía política y primera esposa—, inició una relación con Isabel Preysler con quien celebró su cumpleaños 80. Todo este rodeo para llegar a la conclusión: Mario Vargas Llosa está en un punto en el que puede hacer lo que quiera. Y escribir lo que quiera.
   Dicho lo anterior se puede tomar a Cinco esquinas como un divertimento literario bien construido que abreva de la nostalgia y que se permite licencias tales como tener a un par de personajes —muy cercanas al protagonismo—, que, casi por serendipia, inician una relación lésbica, aunque esto no resulte de gran relevancia para la trama principal.
   Vargas Llosa puede escribir lo que quiera, repito, se lo ha ganado, aunque en esta ocasión quizás más de alguno de sus lectores más afectos encontrará con que la elección del autor no lo convenza o satisfaga del todo.
   La novela inicia con este descubrimiento del placer femenino. Chabela y Marisa, amigas y damas de sociedad peruana, se ven obligadas a compartir la cama a causa del toque de queda en el Perú de Fujimori, Montesinos y el terrorismo. El hecho no tendría nada de particular si no fuera porque durante la noche se encuentran tocándose de una manera más que amigable.
   Ese primer capítulo, titulado El sueño de Marisa, fue el que se compartió ampliamente previo al lanzamiento de Cinco esquinas y aunque el fragmento de la historia resulta polémico y quizás estimulante para algunos lectores, poco o nada tiene que ver con el tema central de Cinco esquinas: el periodismo amarillista.

Un viaje
Cinco esquinas inicia en una habitación, pero el resto de sus páginas nos lleva a un país entero y su ejercicio de la corrupción. Ambientada en el Perú dirigido por Fujimori y Montesinos, la novela muestra los problemas sociales y de seguridad que se vivían y la forma en que se acallaba a las voces críticas del régimen: con escándalos.
   Rolando Garro, periodista sin escrúpulos, es una de las principales figuras de la historia. Su conexión con Chabela y Marisa es por medio del marido de la segunda, Enrique Cárdenas, quien, para su mala suerte, verá resurgir del pasado un error registrado en fotografías. Serán unas indeseables imágenes las que desaten una escandalosa historia que podría llegar a los más altos niveles del poder.
   A la par de esa posible debacle para Enrique, Marisa, su esposa, vive su propia historia polémica pero dentro de cuatro paredes y acompañada por su amiga convertida repentinamente en amante.
   Cualquiera que sea que salga a la luz, será suficiente para que Garro, si no recibe lo que quiere, encienda la llama del chisme y la persecución mediática que podría acabar con la vida, tal como la conoce, de quien sea el centro del escándalo.

Las aristas
Entre novela erótica y casi thriller, Cinco esquinas está en un punto en el que cada uno debe decidir si es que se quedó en medio de la nada o es tan vasta que ofrece más que la lectura obvia. Sea lo que cada lector determine la forma en que está construido el libro, no se discute, es magistral.
   El mismo Vargas Llosa declaró que la idea para su más reciente publicación surgió de la situación erótica vivida entre el par de amigas pero posteriormente se convirtió casi en un thriller policial —según sus propias palabras—, que luego tomó el rumbo de un paisaje funesto de la sociedad peruana durante los últimos meses de la dictadura de Fujimori y Montesinos. Lo cierto es que hay un poco de todo esto, pero nada concluyente en ninguno de los rumbos que toma.
   Lo que se debe destacar es el tono de thriller que permea a lo largo de toda la narración. Ese contar cosas sin revelar demasiado pero siempre lo suficiente para ‘picar’ la curiosidad y mantener al lector al filo de la página está presente en Cinco esquinas manejado con maestría por Vargas Llosa.
   Otra cuestión a destacar es específicamente el capítulo XX de la novela titulado Un remolino, en ese segmento de la historia el autor ganador del Nobel en 2010 sienta cátedra sobre cómo narrar dos, tres o hasta cuatro aspectos de la misma trama alternándolos en los párrafos ahí presentados. Así, con un poco de conmoción al inicio pero con gran fluidez una vez que encuentras la clave para el juego literario, es posible, con tan solo saltar unas líneas, enterarse de un nuevo encuentro amoroso entre Chabela y Marisa, pero también de lo que aconteció con Juan Peineta, un artista venido a menos a causa de una publicación malintencionada de Rolando Garro, y además de qué pasó con el propio Garro luego de un fallido intento de chantaje, así como de los planes de otro periodista para revelar aspectos poco ortodoxos de la administración de Fujimori y Montesinos.
   Lo anterior resulta sorprendente por lo bien logrado que está y porque además permite resolver en apenas 36 páginas hilos de trama que de otro modo quizás hubieran demandado otro centenar, o más, de folios, además de permitir un salto temporal importante.
   Algo que llama la atención es que, aunque la historia se sitúa casi al final de la dictadura de Fujimori —que terminó apenas en el año 2000—, no se encuentran en la narración elementos que puedan fácilmente relacionarse con el cambio de siglo y milenio. En El héroe discreto hay una gran cantidad de estas referencias como blogs de noticias y hasta la mención de Justin Bieber, y es que aunque en el año 2000 Internet no estaba tan presente como ahora sí empezaba a ganar terreno, algo que no aparece tan claramente pese a que la novela nos lleva a la redacción de una revista.
   El mismo Vargas Llosa fue blanco de los reportajes amarillistas a los que hace referencia en Cinco esquinas. Contendiente por la Presidencia de Perú en 1990 contra Fujimori, fue su vida privada —más específicamente sus matrimonios con su tía y su prima—, el material para estos destapes escandalosos. Perdió la elección y regresó a su vida en Europa —donde radica desde la década de 1950 entre Gran Bretaña, Suiza, Francia y España, cuya nacionalidad detenta—, por lo que su conocimiento de la vida en Perú durante el periodo fujimorista, aunque pueda ser profundo, no se compara con quien sí haya radicado en el país.
   Con lo anterior en mente no es de sorprender que el toque de queda, los apagones, las explosiones, los secuestros y las desapariciones forzadas se mencionen durante la novela de manera incidental. Si bien es cierto que la novela se narra principalmente desde la perspectiva de Enrique Cárdenas y su esposa, quienes pertenecen a una clase adinerada y por lo tanto lejana a la crudeza experimentada por las clases menos privilegiadas, también lo es que ese “mural de la sociedad peruana” que intentó el autor retrata con trazos fugaces algunos de sus aspectos capitales.
   Fueron muchos los intereses y objetivos de Vargas Llosa en esta nueva publicación, dependerá de quien la tome entre sus manos decidir si es que los cumplió o no. Algo cierto es que el erotismo mostrado por medio de los personajes de Chabela y Marisa parece por momentos desconectado de todo lo demás y hasta cierto punto gratuito. Si se hubiera prescindido de ese aspecto no se hubiera afectado la trama del periodismo amarillista, aunque, claro, habrá quien agradezca que la prosa del destacado peruano retome la sexualidad, uno de sus temas predilectos.
   Quizás como el nombre del libro lo sugiere, en las bifurcaciones de esas cinco esquinas es que hay que buscar la novela que cada uno quiera leer.




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