Entrevista sobre el documental Bellas de noche
Entre plumas y lágrimas
“Quíquiri miau”, dice con sensualidad Rossy Mendoza como
remate a un breve monólogo en el que aboga a favor de la belleza de un cuerpo
desnudo. Su cintura ya no es la más breve de México, como se consideraba en la
década de 1970, pero está inmortalizada gracias a Pérez Prado, quien le compuso
un tema titulado La cintura de Rossy.
Rossy Mendoza, sonorense, es una de las diosas olvidadas
que María José Cuevas rescata y reivindica en su documental debut titulado Bellas
de noche, que se presentó esta semana como parte de la edición 11 de Ambulante.
Gira de documentales.
Para Cuevas, hija del pintor y escultor José Luis Cuevas,
nombres como el de Olga Breeskin, Lyn May, Wanda Seux, la Princesa Yamal y
Rossy Mendoza son parte de sus recuerdos de infancia. Por esto, podría decirse
que Bellas de noche es un monumento a la nostalgia, la de la realizadora por su
niñez y la de las entrevistadas por sus años de gloria. Sin embargo, el filme
va más allá, sí, se recuerdan las plumas, los brillantes, los centenarios y los
ríos de champagne, pero también muestra cómo el paso del tiempo obliga a
repensarse y reinventarse para sobrevivir al pasado —acompañado de ecos de los
aplausos—, y al olvido.
La niña que vio
“En los 70, cuando estas mujeres estaban en su auge mi
papá también era este joven artista, rodeado de estas mujeres y pasaba que
ellas mismas invitaban a mis papás a ver sus shows”, señaló Cuevas en
entrevista para PROVINCIA. “A mí me llevaron un par de veces al Teatro
Blanquita porque era teatro de revista, entonces empezaba con un espectáculo
más familiar de cómicos y magos y conforme anochecía salía la vedette, pero
como mis papás eran los invitados no se podían ir, llevaban a la niña de 10
años y yo me quedaba viendo a la vedette.
“En el Blanquita”, aclaró, “no se desnudaban, eran estas
mujeres excéntricas increíbles y después pasábamos al camerino y para una niña
de 10 años entrar al camerino de Lyn May o llegar a mi casa y que estuviera
Olga Breeskin era increíble. Por eso me hago mayor y para mí siempre fueron
como estos personajes muy familiares a mis recuerdos, a mi familia”.
—¿Alguna vez, a sus 10 años, pensó: “Quiero ser vedette?”
No, nunca (risas). Más bien sentía como una complicidad
familiar y después me decían la rumberita. Mi papá era muy amigo de las
rumberas, eran parte integral.
Pese a esta familiaridad y cercanía con las mujeres más
codiciadas de México, Cuevas, recordó, nunca las dejó de ver como las veía todo
México: como diosas inalcanzables que tenían —o al menos así parecía—, una vida
fabulosa y que después de brillar por las noches regresaban a su nicho.
“Yo siempre las vi en personaje, de infancia no las
conocí como ahorita, yo siempre he dicho: ‘Hace 40 años creo que yo no hubiera
sido amiga de ellas’. Justamente lo padre de ellas es su presente, porque justo
ahorita toda la sabiduría, la sensibilidad, el aprendizaje, es lo que ahorita
hace que sean mujeres interesantes, que eso te lo da la edad. Seguramente en su
momento tenían su parte especial también, pero si eres una de estas diosas
inalcanzables teniendo 25 o 30 años, rodeadas de un mundo frívolo (era difícil
verla). Por eso era muy importante esta película hacerla a partir del
presente”.
—¿Alguna la recordaba?
Todas sabían obviamente, cuando me les presenté, quien
era mi papá, pero no, se acordaban de mis papás. A Lyn le dije: “Yo te vi en el
Blanquita”, y no me dijo: “Ah, claro”.
El brillo y la oscuridad
Un elemento común a las cinco entrevistadas es su visión
y ejercicio sobre la sensualidad y la sexualidad. No hay nada censurable en la
desnudez —parcial o total—, y uno de los pilares de su carrera fue justamente
mostrar la brevedad de sus cinturas, la generosidad de sus pechos y lo
vertiginoso de sus curvas.
De todas las presentes en filme la única que ya no echa
mano de sus antiguos atuendos cuando regresa al escenario es Olga Breeskin
quien, convertida al cristianismo, se refugia en la Biblia para mantenerse
lejos de sus adicciones y excesos.
La vida para ellas continúa y se han adaptado, sin
embargo, la cinta muestra esta dualidad entre el recuerdo de quienes fueron y
su momento actual.
—En su momento fueron vistas como diosas, sin embargo, no
dejaban de ser ‘las encueratrices’ que tenían una reputación no muy buena y el
documental las muestra humanas, con llantos y problemas, ¿diría que hay
feminismo en este trabajo?
Yo creo que más que feminismo son mujeres que estaban
acostumbradas a la mirada masculina, a validarse a partir de la sensualidad por
la mirada masculina y creo que es la primera vez que se encuentran con una
cámara vista a partir de una mujer y eso creo que hace completamente la
diferencia. Desde la complicidad, desde la confianza, obviamente mi mirada no
tiene nada que ver con una mirada masculina en cuanto a mi relación con ellas.
Luego de ocho años de filmaciones con cada una de las
entrevistadas y casi 200 horas de material, uno de los principales retos era la
edición y esto es justamente uno de los principales aciertos de Bellas de noche,
que en 93 minutos atrapa al espectador, lo hace reír con las anécdotas sexuales
que cuenta Lyn May o con las peripecias que padece Wanda Seux con sus decenas
de perros; pero también lo incomoda al mostrar el dolor que les causa no ser
tomadas en cuenta para trabajar o al enterarse de la enfermedad que les fue
diagnosticada —como el cáncer que padeció Seux—.
“Eso también fue de mucha complicidad con mi hermana
Ximena, quien realizó la edición”, señaló
María José, ya que buscaron mostrar el proceso de reinvención y empoderamiento
que han tenido que vivir algo que, dijo, se logró “a partir de la complicidad y
a partir de quitar todos los prejuicios, de decir: ‘No, son mujeres’. Que si
las cirugías, la crítica de los amantes poderosos… eso no lo ves porque
justamente son mujeres que tomaron la decisión de hacer lo que se les viniera
en gana. Creo que si hay un rescate es justo la mirada y la complicidad entre
mujeres”.
—¿Este resultado fue posible gracias a que esta era el
momento adecuado para entrevistarlas?
Yo creo que justo ellas estaban en otra posición. Para
llegar a ellas tenías que hablarle a un asistente, de hecho hay un libro muy
interesante de entrevistas de Cristina Pacheco que se llama Los reyes de la
noche, que es increíble. Entrevistó desde Pérez Prado, hasta —de las que salen
en la película—, a Lyn May, a Rossy Mendoza y a Olga Breeskin, y justo lo
cuenta, para que le dieran a Cristina Pacheco la entrevista con Olga Breeskin
pasaron siete meses. Estaban en otro lado y las entrevistas al final, si las
lees (las del libro), son a partir del personaje.
Creo que, se ve aquí en Bellas de noche, hay un personaje
que no han podido dejar pero ya es parte de su personalidad. Creo que hay
siempre esta dualidad en Bellas de noche: entre la mujer y el personaje, y lo
dice claramente Wanda Seux todo el tiempo: “Yo soy Wanda Seux o Amanda Seux”.
Creo que el personaje se fue diluyendo con el tiempo y empezó a salir más la
mujer. Yo creo que en su época de gloria me hubiera topado con los personajes.
—Es su primer documental y vaya debut. Es diseñadora de
profesión, ¿ya se asume como cineasta?
Ya me gustó. Sobre todo los documentales, amo la cámara,
amo transmitir, contar historias… sigo sin asumirme como cineasta porque nunca
lo hice con esa pretensión, pero quiero seguir haciendo documentales.
Seguirá el camino
María José Cuevas comentó que ya tiene un par de ideas para continuar su carrera como documentalista, sin embargo, no quiso dar detalles al respecto. “Es que todavía no lo planteo bien a los dos personajes de las dos ideas, me tengo que ir a echar unas largas comidas con ellos y ya después te chismeo si sí o no. Si ahorita te digo: ‘Es que quisiera hacer esto’, el otro me va a decir: ‘Ni lo hemos hablado’”
Foto: https://www.flickr.com/photos/festival_ambulante
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