Entrevista con el escritor Jorge Franco

Contra el olvido

Jorge Franco es famoso por su exitosa novela Rosario Tijeras, historia que —antes de adaptarse a la televisión y al cine— lo hizo acreedor del Premio Internacional de Novela Dashiell Hammett en el año 2000.
   El galardón, otorgado por la Asociación Internacional de Escritores Policiacos, dio pie a la fama mundial del nacido en Medellín. Sin embargo, dijo en entrevista para PROVINCIA, la memoria del público es corta y es por lo tanto fácil caer en el olvido, algo a lo que le teme.
   “Yo pensaría que es un temor general en el oficio”, señaló, “casi que inherente al mismo oficio. Y claro, es contradictorio, un poco paradójico porque en la medida en que vas obteniendo logros yo siento que ese miedo crece también, porque mientras más tienes sientes que al momento de perderlo, pierdes más”. Y ese temor le llegó con mayor fuerza el año pasado cuando obtuvo el Premio Alfaguara de Novela por El mundo de afuera, una historia en la que rescata parte de su pasado y revisita con nostalgia una época pasada de Medellín.
   Sobre el olvido añadió: “Yo creo que es un temor que está vinculado a algo muy íntimo, que yo creo que es mi mayor temor: no estar yo a la altura de mis propias expectativas. Ese miedo que tengo yo de no dar una historia que a mí me deje medianamente satisfecho. Soy bastante autocrítico, no soy mi autor favorito y no puedo decir que he escrito una obra maestra, pero sí quedo satisfecho respecto a que con las herramientas que tenía traté de utilizarlas de la mejor manera para escribir esa historia.
   “Creo también que esto es una carrera progresiva en la que vas ganando conocimiento, experiencia y madurez y de eso se trata, de que en cada libro eso se note un poco, pero el temor es eso, que de pronto no me encuentre satisfecho con lo que yo hago, y creo que eso está relacionado con ese miedo al olvido, porque sé que si yo no voy a estar satisfecho ese libro no va a tener el impacto que uno quisiera porque también estoy plenamente convencido —y todos tenemos que ver con esto, es algo inherente al oficio— es que escribimos para que nos lean. Yo creo que el escritor que diga que no le interesa que lo lean miente, porque el lector es la materia de lo que hacemos, es la otra media naranja, puede tal vez tener un efecto terapéutico escribir algo, pero yo creo que quienes nos dedicamos profesionalmente a esto vamos ya mucho más allá de ese efecto terapéutico que buscamos en la escritura, buscamos que eso tenga unos efectos secundarios en otras personas, que generen algo: emociones, reacciones, aprobación… no sé, algo en nosotros.
   “Son trabajos que —yo no sabría si para bien o para mal— son de exposición pública, están expuestos al juicio del público y eso tiene que ver en general con el arte. Ahí es donde se evoca esa frase que creo es de Oscar Wilde que dice ‘no importa si hablan o hablan mal, con tal de que hablen’. Yo creo que esa es una frase que es producto de ese temor, del temor al olvido: que hablen”.

—¿Quién sí es su escritor favorito?
No hay uno, son muchos. También ha habido algo que yo creo que nos pasa a todos los lectores y es que en la medida en que vamos madurando y creciendo como personas, esas lecturas y esos autores favoritos van cambiando.
   Actualmente me gustan los escritores norteamericanos. Corman McCarthy es un escritor que me encanta; Jonathan Fransen también; digamos que de la vieja guardia siguen gustándome mucho William Faulkner y Truman Capote. Me gusta de los que escriben en español, Juan Marsé, otro que es un referente constante es Juan Carlos Onetti, siempre que hago listas se me pasan los más importantes… Javier Marías.
   Yo procuro hacer también un ejercicio constante de un autor clásico que me ha encantado siempre, William Shakespeare, y el ejercicio es sacar una tarde para leer una de sus obras de cuando en cuando. Me nutre, me alimenta, me enseña siempre. En una época año con año hacía una lectura de Pedro Páramo, por ejemplo, esa obra de Rulfo es un portento y en cada lectura encontraba elementos diferentes y ahí, en ese libro tan pequeño, estaba todo lo que yo necesitaba aprender como escritor, el manejo del tiempo, que es mágico, magistral, porque rompe con lo tradicional, con los esquemas. El manejo del espacio —vivos conviven con los muertos—, el tono, porque es poético pero no es meloso y sigue contendiendo todavía elementos muy reales en esa tonalidad, el hecho de ser poético no lo saca de ese entorno rural y real sobre todo, eso me parece que es muy importante sobre todo. En una lectura de ese libro hay mucho aprendizaje.

Un refugio
En otras entrevistas Jorge Franco ha declarado que durante su infancia se sintió ignorado por sus hermanas y fue una época en la que se encerraba en su cuarto a ver televisión o a leer. Pronto encontró en los libros un refugio para ese mundo que lo relegaba. Décadas después encontró que la escritura sirve para lo mismo.
   “Soy un pleno de que lectura es como un encuentro entre dos mundos. Yo creo que el mundo en general está compuesto siempre de un mundo interior y un mundo exterior, empezando desde lo más particular hasta lo más general. Habitamos varios mundos, pero por lo general hay un mundo íntimo y ese mundo con el que convivimos en el día a día. Uno percibe divisiones profundas en países y en culturas donde hay como mundos internos y mundos externos por las diferencias en las clases sociales, eso genera también esa posibilidad de diferenciar mundos, pero es precisamente a través de la lectura o de la escritura donde se presenta también esa confluencia de una manera íntima, profunda y analítica de lo que son los mundos”.
   El también autor de Paraíso travel añadió que para él, la lectura es también una búsqueda de un espejo en el cual reflejarse para “vernos como personas, como cultura y ahí es donde se producen esos encuentros que permiten muchas veces fomentar la claridad sobre el mundo propio, sobre el mundo exterior. La comprensión permite fomentar también la tolerancia, porque muchas veces nuestros problemas de violencia vienen de que no hay una aceptación, digamos, civilizada, entre mundos que chocan y por lo  general siempre ese proceso de lectura y de escritura nos ayuda a elaborar, a asimilar, esos puntos de choque para facilitar la integración”.

—En general Latinoamérica está ‘plagada’ de condiciones dispares, hay enormes riquezas concentradas por unos pocos y pobreza que abarca a la mayoría de la población, ¿en este contexto es más fácil la creación de submundos y subrealidades?
Sí. Lo creo porque creo que esas diferencias sociales crean barreras mucho más profundas. En la medida en que los estratos y las clases sociales tienen menos obstáculos para compartir ciertos espacios, por ejemplo cuando pueden compartir la educación, los espacios culturales, los espacios urbanos, eso permite una mayor armonía entre esas diferencias de mundos, pero en los países nuestros eso está muy marcado y particularmente en estos aspectos que menciono, como la educación por ejemplo, donde los colegios están claramente segmentados por clases sociales, algo que no ocurre de una manera tan contundente en países de primer mundo. Por supuesto en toda cultura va a haber élites que quieren estar ahí aparte, pero esas diferencias educativas, culturales, urbanas, son muy marcadas en nuestros países y eso crea ese choque de mundos.

Fue lo anterior una de las motivaciones para escribir El mundo de afuera, ya que en esa historia quiso plantear la confrontación de dos mundos, dos realidades distintas.
   La novela narra la historia de un hombre que vivía en una burbuja, “en un pequeño reino, en un castillo que de hecho es real, sí existió, existe en Medellín pero no muy lejos de ahí había personas que vivían en condiciones muy complejas.
   “Quiero aclarar que no tengo nada en contra de que una persona que tenga los medios económicos para vivir de una manera cómoda, en un castillo si lo quiere hacer, que lo haga, lo que sí creo es que debe tratar de darse una armonía con el ambiente que lo rodea, con esa ciudad que lo rodea”.
   La persona en la que está basada la historia, el propietario del castillo, sí trató de subsanar esas diferencias, aclaró Franco, pero dijo que eso no se ve en la novela porque no era su propósito.
   “Era un hombre que compartía, que generaba empleo, que generó espacios para la cultura, para la educación, y yo creo que eso le daba a él un poco de tranquilidad espiritual, de sentir un poco de menos culpa y más tranquilidad.
   “Yo creo que la gran mayoría de nuestros conflictos latinoamericanos tiene que ver con ese desorden social que hay, con ese choque de burbujas, de mundos, donde los espacios se comparten, pero no de una manera armónica”.

La historia
El mundo de afuera narra la historia de Isolda, quien vive encerrada en un castillo que resulta extraño y fascinante para su contexto, Medellín. Esa fortaleza en la que habita se convierte en una prisión, por lo que decide salir al bosque que rodea su hogar para mitigar su encierro. Sin embargo no se da cuenta de las amenazas que se ciñen sobre ella y entre las ramas de los árboles hay quien la vigila.
   La novela, ganadora en 2014 del Premio Alfaguara de Novela, fue señalada como una trama en la que un cuento de hadas con tintes tenebrosos se convierte en el reporte policial de un secuestro que ocurrió realmente en 1971 en la citada ciudad colombiana.
   Franco y su familia atestiguaron el hecho que, varias décadas después se convirtió en un tomo al que Laura Restrepo se refirió de la siguiente manera: “Entre la fantasía y la truculencia, entre los hermanos Coen y los hermanos Grimm, El mundo de afuera es una deliciosa sorpresa”.

—¿Fue sencillo mezclar su realidad actual con la que tenía cuando se dio el hecho que retrata en su novela?
Esta fue una historia que yo sentí que escribía más desde la nostalgia por un Medellín que ya no era. Siento yo que todas las ciudades de la infancia cambian, pero el caso particular de Medellín es diferente porque cambió de una manera muy rápida y muy abrupta. En cuestión de cinco años nos vimos habitando una ciudad que era casi nueva para nosotros, porque era una ‘ciudad-narco’, nueva, y eso nos desconcertó.
   La novela es previo a esa época, entonces yo la escribí un poco desde la nostalgia, lo que me servía como referente de tener la realidad actual, sobre todo la más reciente, con esos episodios de violencia que vivió Medellín a raíz de la barbarie del ‘narco’, me sirvieron como referente para nombrar el comportamiento de esos bandidos, de esas bandas, como con cierta ingenuidad, que fueran bandidos aprendices, siempre mirándolo en retrospectiva.

El escritor rememoró que en una presentación de su novela en Estados Unidos mencionó, señalando la tranquilidad de la ciudad, que en Medellín en los años 70 solo había atracos a mano armada, o robos a bancos y casas, algo que sorprendió al público que le dijo ‘¿te parece poco?’.
   “Yo decía ‘poco, para lo que pasó después, porque pasó de todo’, pero eso me sirvió para echar mano del humor negro para tratar la violencia. Ver a estos bandidos tan torpes que es ahí donde me acerco más (al humor) y como mencionaron los miembros del jurado, un poco (al tono de) esas historias de violencia de los hermanos Coen o del mismo Tarantino donde ya es de un absurdo que te da risa esa violencia. Eso sí me sirvió, ese contraste de lo vivido recientemente, con lo que recordaba como una ciudad mucho más tranquila”.

—Estudió cine en Londres y dos de sus novelas (Rosario Tijeras y Paraíso travel) fueron adaptadas a ese medio, ¿qué tan influida se vio El mundo de afuera por el lenguaje fílmico?
Si algo se da con toque cinematográfico o audiovisual sucede de una manera muy inconsciente. Yo no puedo negar mis estudios de cine, mis inicios como cineasta y mi amor por el cine, que me parece un gran arte. Yo entré a la escritura literaria por el cine, pero ya al momento de escribir lo hago con un compromiso estrictamente literario, me fijo en la sintaxis, en la palabra, en el adjetivo, en los juegos que me puede permitir la historia, pero todo en términos literarios.
   Yo creo que se cuela lo cinematográfico de una manera muy inconsciente y yo creo que hay que tener en cuenta hoy  en día que esa influencia cinematográfica y audiovisual también la tiene el lector. El lector, por más literario que sea el texto, lo está elaborando en imágenes, ahí es donde convergen esas dos tendencias inconscientes.
   Siempre me he sorprendido cuando suceden esas aproximaciones de productores y cuando han pasado estas adaptaciones al cine o a la televisión yo soy el primer sorprendido porque nunca lo pensé. Como dije, comulgamos todos con lo audiovisual desde hace muchas décadas y siempre vemos imágenes de los textos que leemos.

Su burbuja
Aunque Franco ya mencionó su temor al olvido y a no entregar una historia con la que se sienta satisfecho, a lo que no tiene miedo es a que la fama, el reconocimiento y los premios, lo aíslen del entorno y le construyan un castillo a su alrededor. 
   “Lo que yo he sentido sí es un cambio en mi vida, pero de una manera muy técnica en lo que tiene que ver con viajar, con dar entrevistas, de repente me veo en ese papel de vendedor de mi libro. Soy consciente de que los libros necesitan esa ayuda por parte del autor para que lleguen a más lectores. Hoy está la oferta y está la competencia que tenemos los escritores con medios electrónicos y tenemos que salir como escuderos del libro a ver qué podemos hacer por él y ver qué podemos hacer por algo que es mucho más importante, que es el hábito de la lectura. Cómo tratamos de aportar un granito de arena a que la lectura, que siempre ha sido algo de minorías, no vaya a desaparecer completamente.
   “Me refiero a la lectura literaria porque sí estamos leyendo todo el día, pero leemos 140 caracteres y casi que nos cansamos de eso. En ese sentido ha cambiado bastante y probablemente me espera algo que sea complicado y es ese próximo trabajo, cómo abordar una historia con la responsabilidad o con el peso de saber que ya te leen en más países, que ya te conocen más, que tal vez hay más expectativa por una obra que viene después de (un premio)”.
   El autor recordó que haber ganado el Premio Alfaguara le recordó la súbita fama que le llegó con Rosario Tijeras.
   “Es una novela que se leyó mucho en Colombia y en muchos países latinoamericanos, que me llevó también a viajar, a conocer y a llevar el libro por otras culturas y era ¿cómo se lleva esa carga?, ese peso de escribir después de.
   “De todas maneras no debería ser diferente, tengo el pleno conocimiento de que lo importante es la escritura. Para uno como creador es el presente, es el día a día, uno no puede estar viviendo de glorias pasadas y está muy claro que un éxito no garantiza el siguiente y que es un camino inestable, el de la creación, eso lo sé siempre, sea con premio o sin premio. Lo que tendría que sentarme a apostarle, a lo que he hecho siempre: sacar una historia adelante con dignidad, pero más allá de eso no (ha cambiado mi vida). Lo que ha venido a corroborar el premio, lo que vino a regalarme, es la confianza y la seguridad para seguir adelante, para eso creo que también sirven los premios, para ver que tienes un apoyo, y que hay que seguir así. Intentar seguir por ese buen camino”.

—¿Qué otras cosas le regaló el premio?
La posibilidad de ir a otros países, de tener es contacto con lectores extranjeros. A mí algo que siempre me ha despertado mucha curiosidad como escritor es la percepción que yo encuentro por parte de diferentes culturas, más allá de que me digan si les gusta o no les gusta, si está bien escrita o no tanto la historia, es cómo la ven, porque cuando uno está en un proceso de escritura uno está muy impregnado de esta historia mucho tiempo —yo me demoro tres o cuatro años escribiendo una novela— y pierdes la dimensión, la perspectiva sobre esa historia, y de pronto lo que te refresca a ti esa percepción es muchas veces la que tenga otro lector sobre la historia. Te hace ver cosas que están ahí pero que tú por esa misma cosa visceral e inconsciente de la escritura, muchas veces no la tienes asimilada. Es el lector el que te lo permite.
   Lo fantástico aquí es que las lecturas cambian con las culturas. En Colombia, y en particular en Medellín, donde mucha gente conocía la historia original, la historia real, donde todavía está el escenario —el castillo existe y se puede visitar— ahí hay una percepción muy concreta de la historia, pero lo que me ha asombrado a mí es cuando la leen en Uruguay, en México, en Estados Unidos, que no tienen ese contacto con esa realidad inmediata, hay una lectura muy distinta. Eso me enriquece mucho a mí como creador.
   Cuando tú escribes a veces quieres probarte con esos premios (como el Alfaguara) y es como lanzar un mensaje al mar a ver qué pasa. Uno sabe que va a esa isla donde están los miembros del jurado a ver qué pasa, (a ver) cómo lo leen.

La quinceañera
En 2014 Rosario Tijeras, publicada en 1999, cumplió 15 años, y pese a que en la sociedad colombiana es una edad importante para las jovencitas, no hubo fiesta ni vals. 
   “Yo la celebré de una manera muy personal, muy íntima, además porque el mes que salió Rosario Tijeras coincidió con el mes del fallo del premio, que fue marzo (de 2014), y para mí no hubo una mejor manera de celebrar esos 15 años. Digamos, que ese premio consolidaba un trabajo que he venido haciendo estos 15 años, un trabajo dedicado, juicioso, disciplinado, probablemente con unos logros más contundentes que otros pero sí ha sido un trabajo de entrega y para mí era una manera especial de celebrar.
   “En Colombia, la editorial Planeta, que es la que edita Rosario Tijeras, sí lo celebró con una edición especial muy bella, pero a la quinceañera no se le hizo la fiesta. Se la estoy debiendo”.

—¿Cómo se siente respecto a la novela y a la adaptación fílmica de Rosario Tijeras?, ¿está satisfecho?
Sí. No he vuelto a releerme completamente, no he vuelto a leer la novela de principio a fin, he leído a veces fragmentos en colegios o universidades donde doy charlas y en esos fragmentos a veces siento que podría haber posibilidades de mejoría. Quien escribió esa novela fue el Jorge Franco de hace 15 años que estaba todavía en ese proceso de aprendizaje, proceso que no ha terminado, pero hoy en día cuento con más herramientas literarias para dar una historia más sólida.
   Yo siento, cuando leo fragmentos de El mundo de afuera, que esos elementos se están dando ahí, que no estaban en Rosario y están ahí. Por ejemplo, el tema de los personajes secundarios, en Rosario Tijeras a veces siento que fui injusto con personajes secundarios que habrían debido de tener un poco más de presencia y que cuando se hizo la adaptación al cine aprovechamos para darle un poco más de solidez a esos personajes, como el caso de la mamá de Rosario. Hoy siento que los personajes secundarios en El mundo de afuera pasan con mayor contundencia y me están ayudando a tener más firmeza en toda la estructura de la novela.
   La película quedé muy satisfecho con ella, creo que hubo un gran trabajo de producción y actoral, obviamente hay cosas que yo habría hecho de una manera diferente pero eso no me corresponde. Hay que tener todo el respeto por la adaptación, lo discutí incluso con el director y los productores, para que conocieran mi punto de vista, en algunos casos me hicieron caso, en otros tenían muy claro cómo querían llevar su historia y yo fui muy respetuoso con eso, pero creo que el balance general es bastante positivo.
   Con Paraíso travel tengo que asumir un poco más de responsabilidad porque fui coguionista, cuando eres coguionista eres parte del proyecto.

Franco nació en Medellín en 1962 pero desde hace varios años radica en Bogotá, ciudad de la que, a diferencia de otras generaciones de autores latinoamericanos, no piensa emigrar.
   “Alguna vez me lo planteé. Ya había vivido un par de años en Londres, cuando era estudiante de cine, y me lo planteé como aprendizaje, las posibilidades oscilaban entre España y México, porque me interesaba la vida editorial de esos países pero no sé, me fui quedando en Colombia.
   “Hubo algo que también me pareció importante, hace dos años soy papá y me pareció importante que esa hija mía creciera en un ambiente familiar, que tuviera abuelos, tíos, tías, primos… no sacarla de ahí. Lo que sí tengo muy claro es que lo primero es ella y el hecho de vivir en Colombia me parece que es interesante, es un país que te sacude a diario, que te confronta, te está suministrando historias en el día a día. Obviamente eso pasaría en México y en España, pero lo que sé es que no es un terreno árido, que si me quedo en Colombia no voy a estar perdiendo sino también ganando. (Emigrar) Es algo que no he descartado, tal vez cuando mi hija sea un poco más grande pensaré en la posibilidad de irme ya con ella.
   “Tenemos la suerte, los que ejercemos este oficio, que va a nuestro lado, se comporta a nuestro favor. (Escribir) Lo he tomado como un proceso de aprendizaje que no he terminado y espero que ese proceso se dé hasta el último día de mi vida”.


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