Comentario sobre el libro El leopardo, de Jo Nesbo
Maldad en erupción
Lo único malo de leer a Jo Nesbo es que pierdes la
tranquilidad por completo. Cuando cierras El leopardo (Random House) en alguna
de las pausas —si no es que en todas— que se deben hacer al leerlo (es un libro
de más de 600 páginas y en algún momento hay que ir al baño o dormir) buscarás
en los rincones y detrás de cada sombra para asegurarte de que no hay una
inminente amenaza en contra de tu vida.
Antes de irte a la cama regresarás no una, sino dos o
hasta tres veces, a checar que la puerta de la calle esté bien cerrada y con el
cerrojo bien puesto. El más leve sonido te sobresaltará y empezarás a
desconfiar hasta de ti mismo.
Así de efectiva es la literatura de Nesbo. Así de brutal.
Así de inquietante. Así de necesario tomar sus libros y dejarse llevar.
El leopardo es la octava entrega de la serie Harry Hole,
que toma el nombre de su protagonista, un policía que a estas alturas tiene una
gran experiencia en casos de asesinato y algunos fuertes encontronazos con
asesinos seriales que lo dejaron marcado de por vida —literal y en sentido figurado—.
La forma de trabajar de Hole es que no tiene forma. Se
brinca todas las normas, actúa casi siempre en solitario o con un equipo
reducido y tiene como único objetivo atrapar a los malos, pese a quien le pese
y sin importar por sobre quien haya que pasar.
Lo anterior, a estas alturas de su vida —y de la saga— ha
hecho que sobre él pese un halo que no se termina de definir y que oscila entre
la veneración y el odio. Sus colegas lo admiran sin duda, pero es una
admiración recelosa y casi nunca manifiesta.
Y aunque se supone que en la Policía todos son “los
buenos” las envidias, alimentadas por esa fascinación soterrada que genera
Hole, se hacen presentes de una y mil maneras.
El leopardo es la más reciente entrega en español de la
famosa serie de Nesbo, autor y músico nacido en Noruega en 1960. Su aclamado
personaje, que da bandazos entre la legalidad y la ilegalidad, regresó para
reclamar el puesto que le corresponde en el gusto de los lectores: el del malo
más bueno.
Al acecho
El planteamiento de El leopardo resulta intrincado de
inicio pero está lejos de desvelar lo enmarañado que resultará el resto de la
historia.
En Oslo se dieron dos extraños asesinatos. La Policía
está hermética al respecto y los medios empiezan a especular pese a que ni se
imaginan los puntos de conexión que tienen ambas muertes: las dos son mujeres
jóvenes y ambas fueron encontradas con 24 heridas extrañas e inexplicables,
además de cero indicios en la escena del crimen. ¿Se tratará de un asesino
serial?
A la pregunta anterior no hay una respuesta clara y la
única persona que podría fijar un rumbo, Harry Hole, lo último que quiere es
involucrarse en la investigación. Para empezar no está en Oslo, se fue a Hong
Kong a perderse y tiene la firme intención de no volver. Será necesario que su
padre sea hospitalizado para que considere poner fin a su exilio autoimpuesto.
El asunto es que el caso anterior, cuando atrapó al
asesino que fue bautizado como ‘El Muñeco de Nieve’, le dejó graves secuelas y
unas ganas aún mayores de las que ya tenía, de internarse en el laberinto del
alcohol y las drogas.
La soledad indigente de Hole, aturdida en los fumaderos
de opio de Hong Kong, se ve confrontada por la innegable realidad de la muerte
que amenaza a su padre y decide volver. Una vez en Oslo los recuerdos —buenos
algunos, malos los más— se hacen presentes aún con mayor fuerza y aunque su
deseo de no involucrarse sigue firme, su cimiento empieza a resquebrajarse
cuando aparece otra víctima, aunque esta en circunstancias diferentes.
La fama precede al policía y en cuanto pone un pie en su
ciudad natal y hay quien lo vigila, temeroso de que su presencia arruine lo
planeado y termine con la inercia beneficiosa.
Finalmente Hole terminará por aceptar que su instinto
investigativo resulta más fuerte que cualquier negativa, y aunque realiza
hallazgos importantes hacia la resolución del caso este se estanca, en primera
por lo intrincado del plan del asesino y en segunda por las guerras intestinas
en el cuartel general de “los buenos”.
Hole, el héroe que no teme echar mano de la ilegalidad
para que la justicia —la de los tribunales o la del hombre, no importa— sea
aplicada tendrá que utilizar todos los recursos posibles para resolver las
decenas de incógnitas que se le presentan.
‘El Muñeco de Nieve’ lo marcó de por vida, lo sumió en la
soledad y le cortó un dedo, ¿qué se llevará este nuevo asesino?
El destino
Los vericuetos de una buena novela negra deben ser más
intrincados que el laberinto del Minotauro, y así como en el mito griego, la
sensación de peligro debe estar detrás de cada esquina o, en este caso, de cada
página.
Con lo anterior cumple cabalmente Jo Nesbo. Su asesino,
que tiene el sigilo, la elegancia y la habilidad de un leopardo, es un temible
hombre con cabeza de bestia que acecha entre las sombras y que tiene muy
diversas formas de matar, aunque no expone el móvil para hacerlo. El Minotauro
buscaba su comida, ¿cuál es la satisfacción de este otro monstruo?
También, como toda novela negra que se precie de ser
buena —y El leopardo lo es— la respuesta a la simple pregunta de ¿por qué?
llegará a cuentagotas, pero únicamente para develar que el líquido ‘vertido’ no
es el que se pensaba y tampoco el necesario.
La famosa vuelta de tuerca es, para Nesbo, un mero
pretexto para hacer de su trama una veleta que da vueltas frenéticas para
‘marear’ al lector y darle un norte falso, y después otro, y otro.
Los giros literarios que el autor noruego maneja con
maestría en toda su obra y en esta novela en particular llevarán a quien tome
su libro primero a Hong Kong, luego a Oslo, después al Congo para de ahí ir a
las montañas noruegas y finalmente hasta el fin del mundo, donde la
manipulación, disfrazada de amor, intentará poner el desenlace.
Las muchas dudas planteadas por el actuar del asesino y
los muchos sospechosos que el escritor ‘siembra’ durante la historia minan la
confianza del lector hasta en sí mismo, al ver echada por tierra la teoría en
la que tan firmemente creía. Esto, aunado a las terribles descripciones que
hace de los métodos que utiliza el homicida hará que tenga desconfianza hasta
de su sombra y miedo a las posibles pesadillas que poblarán sus sueños.
Sin embargo, está ahí Harry Hole para salvar el día. El
magnífico antihéroe que fuma opio, es alcohólico y le falta un dedo, como marca
imborrable de su pasado, se ganará la simpatía de quien apenas entre en contacto
con él y reafirmará las que ya tenía con quien lo haya conocido desde el inicio
de la serie literaria.
El pasado marca, eso queda claro en esta novela. A Hole
le dejó una mano incompleta, al asesino otras huellas que, aunque borradas
cuidadosamente, siguen latentes debajo de la pulida y brillante superficie.
La idea de que la maldad es un volcán que cualquiera
lleva dentro, esperando a hacer erupción, hace aún más atractiva y a la vez
inquietante la novela de Nesbo quien confronta a su lector y le pregunta: ¿Y si
no eres como tú crees?, ¿y si eres un Minotauro encerrado en tu laberinto?
Otro aspecto que añade emoción y adrenalina a quien
atestigua la historia es que esta va mucho más allá de descubrir quién es el
asesino y su motivación. El lector lo descubrirá junto con Harry para después
lanzarse en una búsqueda desesperada y casi suicida para arrancar el mal de
raíz, para apagar la erupción de la perversidad.
Una vez terminada la última página de El leopardo, el
lector se sentirá aliviado por ver que “los buenos” hicieron lo que les tocaba,
quizás un poco triste por terminar una historia apasionante, y seguramente
correrá a ponerle el cerrojo a la puerta, por si acaso. Pero luego de todo
esto, y ante un epílogo nebuloso e inquietante se preguntará: ¿qué sigue para
Harry Hole?
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