Pequeña laguna, escúchame II (cuento)

Biera regresó de conocer gente nueva, como había dicho, la cerveza, ese derecho que Ánne le concedió fue uno que su marido ejerció varias veces en el bar al que se fue a refugiar, llegó borracho.
   La pequeña estaba dormida y no se inmutó por el portazo que dio su padre, cuando tambaleándose, se fue de espaldas contra la puerta de la habitación.
   Ánne voltea lentamente hacia su recién llegado marido y lo ve contrariada, le gusta, lo desea, pero le teme cuando se emborracha, si la noche anterior las urgencias del amor lo hicieron apresurarse, ahora, con el alcohol en el cuerpo,a la prisa se añadirá la rudeza.
   Sin mediar palabra Biera la toma de los hombros y la voltea  totalmente para estar frente a frente, se le echa encima y se va directo a buscar su propia satisfacción.
   Ánne cierra los ojos buscando evadirse y viajar hasta su tierra, hasta su laguna, pero no lo logra, las fuertes sacudidas del cuerpo de su marido encima de ella no le permiten concentrarse, no le permiten sentir.

-Lagunita, escúchame- dijo en voz alta y con la mirada clavada en el techo
-¿Qué dijiste?- preguntó Biera,tumbado en la cama, bocabajo, a un lado de Ánne, la urgencia de sus pulsiones había pasado ya y solo había quedado la sensación de plácida pesadez del deseo satisfecho
-Nada, duérmete- dijo Ánne sin mirarlo

   Al día siguiente, muy temprano, Ánne sale de su casa con la pequeña en brazos, y con paso firme se dirige hacia el muelle, lleva un abrigo largo y pesado para cubrir sus pechos de vaca vieja, se siente gorda y observada a pesar de la enajenación de la gente de esa ciudad.
   Biera despierta casi al mediodía, le duele la cabeza, se levanta y el piso se le mueve  y el pantalón se le cae hasta los tobillos, al agacharse para levantárselos y abrocharse, el piso se le vuelve a mover y cae sentado a la cama.

-Ánne, ¿dónde estás? ¿Pusiste café?

   De pronto se da cuenta de que a su pregunta le responde el eco del departamento vacío, se levanta como puede y ve la cuna vacía y algunas prendas de su esposa ya no están en el armario.
   Avanza a la cocina, al comedor, al baño, al estudio… no hay nadie, sale a la calle y empieza a preguntarle a la gente si no ha visto a su esposa, por la facha que trae todos lo toman por un loco o un indigente con suerte, su ropa no se ve tan sucia ni gastada.
   Pero Biera no se percata de eso, tiene una imagen propia de sí mismo muy firme en la que la ropa arrugada y los chinos crespos no entrarían ni por error, de lo que sí se percata es de que no sabe cómo describir a su esposa cuando alguno de los transeúntes lo toma en serio y le pide más información para saber si ha visto o no a quien busca.
   Sigue caminando sin rumbo, dando tumbos de calle en calle y de persona en persona, busca a Ánne pero no sabe en dónde, él único que conocía ‘gente nueva’, gente de esa ciudad, era él, ella no conoce a nadie.

-¿Dónde estás Ánne? ¿Dónde?- grita en medio de la plaza principal y se deja caer junto a la fuente, inmóvil, las palomas lo toman como un decorado más del lugar y lo empiezan a poblar, una a una hasta cubrirlo


A pocas cuadras de ahí Ánne tomó un barco que zarpó hace dos horas.

Cuento desarrollado a partir de Pequeña laguna, escúchame, de Inger Haldis Halvari

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