Margo Glantz y la presea Cervantina

La caballera andante

La relación de Margo Glantz con Alonso Quijano, y por lo tanto con Cervantes, su creador, se remonta mucho antes de su nacimiento.
   Los Glantz, su familia paterna, iniciaron a principios del siglo XX una migración forzada y magnífica de las que sólo se creen posibles en la literatura. Desde Europa central hasta la Ciudad de México, donde finalmente se asentaron, vivieron un peregrinar que podría calificarse de ‘Quijotesco’, no por absurdo sino por valeroso.
   Predestinada genealógicamente a las causas que otros calificarían como perdidas, no es, entonces, una sorpresa que la joven Margarita, Margo, nacida el 28 de enero de 1930 en la capital mexicana, se haya decidido por estudiar Filosofía y letras en la UNAM.
   Esa cabalgata de Margo al lado del Quijote, en un camino de letras, se oficializa con la entrega de la Presea Cervantina en el acto inaugural del Festival Internacional Cervantino que arranca hoy.

Lady Godiva
La cabalgata de Margo Glantz Shapiro no es, sin embargo, sobre un borrico como la de Sancho Panza, ella va sobre un caballo como Lady Godiva –cubierta con sus cabellos pero sobre todo con sus ideas-, y a ratos sobre el pajarito azul de Twitter, red social en la que también hace frente tanto a dragones como a molinos de viento además de compartir sus alegrías.
   “Buenos días. Estoy feliz. Hoy sale Por breve herida, mi libro que espero no sea el último”, tuiteó esta semana en su cuenta @Margo_Glantz.
   Se trata de un tomo –que está por salir a librerías-, publicado por editorial Sexto Piso, que consigna una narración fragmentaria, como casi toda la producción de Glantz, en la que se combina la erudición del ensayo, con la evocación de la autobiografía y el acuciante acecho de las obsesiones.
   “En el proceso mismo de la escritura se descifra una manía, los procedimientos que crean una relación indispensable entre el espacio de la creación y los instrumentos que la harán posible”, señaló Margo en su discurso titulado Gorostiza y Rulfo, leído el 21 de noviembre de 1996 en su ceremonia de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua (AML).
   Glantz encontró esos instrumentos desde muy temprano en su vida, “desde muy niña leí mucho. Yo era una niña tímida y me encontraba con que estaba yo mejor con los libros que con la gente. Empecé a leer muy pronto y me refugiaba en mi casa”, le confesó a Cristina Pacheco en el programa que dirige la periodista en Canal Once y que se transmitió el 20 de mayo de este año.
   La también autora de La cabellera andante (Alfaguara), recordó que sus primeras lecturas fueron de Shakespeare, Alejandro Dumas y Julio Verne.
   “Como a los 14 o 15 años empecé a leer a Dostoievsky, a los 15 entré a una asociación que tenía una biblioteca ambulante y leí mucho a Faulkner, a Dos Passos, a Thomas Mann…”.
   Y pese a que tenía ya una vasta referencia literaria y el deseo de escribir, no tenía claro si podría dedicarse o no a la literatura más allá de los trabajos académicos que había realizado.
   “Lo que yo escribía no funcionaba”, le dijo a Pacheco, “porque no se acomodaba a la escritura tradicional, entonces yo pensaba que nunca iba a poder escribir”.
   Además, su aventura literaria inició hacia la mitad de la década de 1970, cuando la literatura hecha por mujeres tenía sobre sí un afán denostador que se puede resumir en la siguiente frase del arquitecto Juan O’Gorman: “Las mujeres no piensan y cuando piensan, piensan en otra cosa”.
   Divorciada, en una época en la que tal condición significaba el eterno señalamiento social, Margo Glantz recordó en su entrevista televisiva con Pacheco que hasta sus papás le ponían ciertos condicionamientos por ese hecho.
   “No me querían dar firma en su cuenta de banco porque era divorciada y eso que mis papás no eran nada reaccionarios”, recordó.
   Pese a ese panorama nada favorable, se decidió a seguir. “Como a las 45 o 46 años decidí escribir un libro de aforismos que se llamó Las mil y una calorías. Novela dietética, que nadie me publicó y que tuve que pagarlo a cuenta de autor. Luego escribí otro que se llamaba Doscientas ballenas azules, que también me lo tuve que pagar yo, hasta que por fin ya dijeron: ‘Bueno, ya, le publicamos’”.
   Fue con Las genealogías en 1981, libro ganador del Premio Magda Donato en el que consigna la migración de su familia paterna, que finalmente despegó su carrera literaria. Tenía 51 años de edad.
   A partir de ese momento, su caminar quijotesco no ha parado. Ha ido tres veces a la India además de haber visitado China, Nueva Zelanda y Australia, viajes que continúan, de cierta manera, la tradición migrante de su familia y de su ascendencia judía.
   “Viajas en la escritura, viajas en los libros, viajas en la imaginación, es muy importante. Haces una biografía distinta a la de tu vida, creas tu propia biografía, la recompones, la retrabajas”.
   Hoy, esa biografía literaria-real, la ha traído a Guanajuato. Esa cabellera andante de Margo, castaña y ensortijada, la transfigura hoy en una caballera andante de yelmo y escudo que recorre los caminos de la literatura mexicana.


Foto: FIL Guadalajara

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