Entrevista con Ana Clavel

Deseo y tentación

Recorrer la piel con la lengua, catar su dulzura, confirmar su suavidad, son los primeros pasos de un camino que puede llevar a los involucrados a ‘devorarse’ a besos.
   La tersura del primer tacto como preambulo de una persecusión en el bosque del deseo, se encuentra en las páginas de El amor es hambre, novela de la escritora mexicana Ana Clavel publicada por editorial Alfaguara.
   El placer sexual pero también culinario es el hilo conductor de la trama en la que Artemisa, su protagonista, explorará sensaciones de toda índole para encontrarse y encontrar su camino. Uno en el que la saciedad será el destino.
   Escribir este nuevo libro, señaló Clavel en entrevista para am, fue un proceso gozoso pero a la vez vertiginoso.
   “Era como un hambre por plasmar la historia, por recorrer con Artemisa este bosque de deseos y de probarme en mundos y territorios que todavía no había incursionado, como el de la cocina y la gastronomía”.
   Artemisa, una gran chef, representó un desafío para su creadora.
   “Podía ser un tremendo reto el pensar en platillos que literariamente fueran muy apetecibles, que literariamente pudieran despertar apetitos imaginarios. Porque hay platillos ahí (en la novela) que no forzosamente experimenté en terrenos de realidad”.
   El ejercicio culinario-literario, confesó Clavel, en algunas ocasiones trascendió del gusto a la imagen y lo que ésta podría evocar. Tal es el caso de las Trompetas de la muerte, un hongo muy apreciado por su sabor que aparece en El amor es hambre y que fue elegido por lo sugerente de su nombre.

Mujer y hogar
Aunque es consciente de la marca de género que está sobre todo ejercicio literario realizado por una mujer, Ana Clavel busca siempre alejarse de estos temas, algo que resultó complejo en su nueva novela que tiene una protagonista metida en la cocina, terreno eternamente ligado a la feminidad.
   “Yo tengo un poco de distancia en cuanto a pretensiones de género porque a mí, por sobre todas las cosas, me interesa un trabajo literario que vaya más allá de esas diferencias y esas peculiaridades. No quiere decir que no me interese trabajar un personaje femenino como puede ser el de Artemisa, pero yo no voy, a la hora de hacer mis apuestas literarias, pensando en reivindicaciones de ningun tipo.
   “Creo que lo literario trabaja a otros niveles mucho más profundos y que cuando tú tocas verdaderamente a un personaje en aspectos mucho más fundamentales vas a hablar de peculiaridades que tienen que ver con el pasado, con las heridas, con las vísceras y, por supuesto, con el género y la sexualidad, pero no nada más vas a restringir a un personaje a uno sólo de sus aspectos”.

-En la primera parte de la novela está el tema de la sexualidad de los padres de Artemisa, algo que puede resultar shockeante en una sociedad que se dice conservadora como la mexicana, ¿fue difícil abordarlo?
Para nada. Confieso que la gente se espanta mucho de esa primera escena porque piensan que en realidad a la bebé la conminan al asunto sexual y no, es ese acto tan amoroso de “devorar a besos”, cuando tienes a un bebé, y no va más allá. Pero a la gente le despierta mucho la dinámica más consumada y tiene que ver, por ejemplo, con una lectura previa. Está el caso de una pelicula de Bernardo Bertolucci, La luna, en la que hay una escena muy parecida y en la que yo me inspiro para narrar eso.
   No es ni siquiera nada del otro mundo, tiene que ver con esos juegos que incorporan el asunto de la piel y el acto amoroso cuando estás con un ser que te inspira, que te despierta esa ansia que tiene que ver con los labios, con el acto de devorar, y que de alguna manera sublimamos para no llevarla al acto.
   Cuando estás con una persona muy amada y te da esa ternura de querer abrazar, de querer besar, estás en realidad conteniendo el impulso de comértela literalmente.

Además, señaló Clavel, también está presente en su novela el acto de alimentarse de lo más trascendental.
   “No en balde en la eucaristía misma está simbolizado, ¿no? El acto de alimentarte de la divinidad y que en la novela está llevado incluso al punto de manejarlo como estos pueblos de la India que pueden concebir devorar a sus muertos por considerar que no hay mejor lugar para guarecer a un ser amado que el propio cuerpo.
   “Todos esos tabús que van implícitos, en una sociedad tan conservadora como puede ser la mexicana -con estos criterios de moralidad y de lo que es un buen comportamiento-, llevan a un nivel a donde se reprimen todos estos elementos que tienen que ver con el goce y con asumir los instintos de una manera mucho más responsable y libre a la vez”.

-El sexo y el hambre podrían reducirse a una mera pulsión y apelar a la racionalidad para domeñarla, pero ¿cree que motiva más el instinto que el razonamiento?
Yo creo que en la medida que lo reprimimos sin pensar que son parte de nuestra humanidad, nos la cobra al grado de que por eso, en este momento, tenemos un ambiente de violencia tan recalcitrante porque no hay una aceptación de la parte libidinal-animal que tenemos y como esto se da en un marco de tales injusticias, de pronto el inconsciente nos lo cobra. Por ahí se nos despiertan los demonios. Y estas ansias de devorar que se dan en la política con la corrupción y con todo el deseo de poseer y de aprovecharte del ciudadano.
   Todo eso, finalmente, son cobros de un inconsciente colectivo que estamos teniendo. En la medida en que no nos asumimos con la parte mucho más libidinal, mucho más instintiva, son precios que a nivel de sociedad estamos pagando.

-En su novela aparece la frase: “Lo prohibido tiene dedos y por eso tienta”, en ese sentido, ¿qué es lo que tienta a Ana Clavel?
A mí es una forma intangible de deseo que siempre está acechando y está alimentando mi imaginación. A veces me pasa que ni siquiera necesito la realidad, me basta con la fantasía de estar desarrollando este ejercicio de tentación interior.


Ninfas devoradas
Ana Clavel, autora de El amor es hambre (Alfaguara), aborda en su nueva novela la relación de inocencia-deseo por medio de Artemisa, su protagonista, quien encuentra en su vida paralelismos con personajes como Alicia Liddell, que fue tragada por El país de las maravillas; Lolita, tan sensual como ajena a lo que causaba, y con Caperucita Roja, fagocitada -en la versión más conocida-, por el lobo feroz.
   Estas referencias de sensualidad y sexualidad, confesó la escritora, no las había percibido en el cuento clásico propularizado por Perrault.
   “Yo no lo había visto para nada en el cuento de Caperucita hasta que trabajé la novela. El cuento de Caperucita, sí, a nivel simbólico, maneja toda esta cantidad de impulsos instintivos que te llevan a ser devorado, a ser dominado por las fuerzas oscuras, pero no solamente afuera sino adentro de ti.
   “Está también el impulso de muerte, no solamente de la realización amorosa. En el sentido de lo que sería Caperucita se da justamente que hemos sido engañados porque, al parecer Charles Perrault, el que primero escribe la versión literaria de la primera Caperucita, se encontró con estos cuentos de la tradición popular en el sur de francia, en el norte de Italia y lo que hizo fue censurar a la verdadera Caperucita”.
   Hay estudios, señaló Clavel, que recogen versiones orales previas que presentan a la chica de la capa roja con un personalidad muy distinta.
   “No era nada tonta, era una chica lista que sabía salir adelante con su propio ingenio. No necesitó, ni por un lado ser castigada al ser devorada por el lobo, ni tampoco ser auxiliada por el cazador como en la versión de los hermanos Grimm.
   “Entonces, cuando te pones a ver que en realidad el núcleo original manejaba impulsos como los verdaderos cuentos de hadas, que terminan premiando al personaje central cuando éste logra equilibrar las fuerzas exteriores y las fortalezas y debilidades propias, entonces ahí se da el verdadero cuento de hadas que no es una cuestión solamente mágica si no, sobre todo, de una integración de los diferentes elementos que te conforman como individuo. Es esa maduración a la que aspira el cuento de hadas”.
   Artemisa, señaló Clavel, está inspirada en la Caperucita. “En el asunto de los ojos de Artemisa tan grandes para devorar, y en toda esta relación de seducción que se da tanto con Rodolfo, el lobo, como con los otros lobos que se van a apareciendo en el camino de ella.
   “Ella también desarrolla la parte propia de depredadora, que fue para mí un hallazgo muy interesante, descubirir cómo, en realidad, en todo corazón habita un bosque”.



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