Sobre Iturbide y la consumación de la Independencia

La receta del olvido

¿A qué sabe México? Algunos dirán que a mole, quizás otros que a tacos pero, sin importar las predilecciones personales, habrá una opción varias veces repetida: a chile en nogada.
  El emblemático platillo, para el que según el sitio cookpad.com hay casi una treintena de variaciones en su receta, se cocinó por primera vez en 1821 para agasajar la grandeza de quien dirigía al Ejército Trigarante: Agustín de Iturbide.
   El miliciano realista que combatió la insurrección iniciada por Miguel Hidalgo en 1810 fue quien la consumó 11 años después. Lo curioso es que fue el cura de Dolores quien se ganó el título de ‘Padre de la Patria’ mientras que Iturbide cayó en el olvido.
   Y así como hay casi 30 recetas para los chiles en nogada, existen numerosas versiones sobre la vida y obra del consumador de la Independencia, a cual más de enredadas y contradictorias. Pero, tal como el platillo, siempre están revestidas de verde, blanco y rojo.

Tostar los chiles
En la conferencia El imperio de Agustín de Iturbide, dictada por la doctora en historia Guadalupe Jiménez Codinach y disponible en Youtube, la experta señala: “Ciertamente, el periodo de nuestra historia que media entre 1820 y 1824 es uno de los más oscurecidos por el prejuicio, por el adjetivo calificativo, por la opinión ligera y la repetición de apreciaciones infundadas que hasta el día de hoy siguen apareciendo en textos académicos y de difusión, en producciones de televisión, cine, teatro e Internet”.
   Del halago excesivo a la descalificación, según Jiménez Codinach la figura de Iturbide, a 195 años de haber consumado la independencia el 27 de septiembre de 1821, aún espera mejores investigaciones que lleguen a una versión equilibrada y mesurada del episodio histórico que protagonizó.
   “Basta ya de una seudohistoria basada en adjetivos para adular o degradar a los autores de este periodo que es fundacional de la historia de esta nación”.
   El origen de la imagen negativa de Iturbide, señala la historiadora en su charla, se dio en vida del consumador. Sus enemigos, en 1822, le encargaron a Vicente Rocafuerte -republicano radical originario de Guayaquil-, que escribiera un libro contrario al imperio recién inaugurado para que el gobierno de Estados Unidos no lo reconociera como legítimo.
   El resultado de la encomienda se llamó: “Bosquejo ligerísimo de la revolución de México desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide”.
   Rocafuerte, amigo de Carlos María de Bustamante y Lucas Alamán, legó una versión de Iturbide muy lejana de los epítetos que le daban luego de lograr la independencia de México. Así, de ser ‘El Dragón de Hierro’ pasó a ‘Verdugo de sus hermanos’.
   Rocafuerte concluye como sigue su libro: “Por el (bosquejo) verán mis conciudadanos quién es el vil americano que ha intentado usurpar la dominación del septentrión y por los medios que lo ha conseguido. Sanguinario, ambicioso, hipócrita, soberbio, falso, verdugo de sus hermanos, perjuro, traidor a todo partido, connaturalizado con la intriga, con la bajeza, con el robo y con la maldad, nunca ha experimentado una sensación generosa. Ignorante y fanático, aún no sabe lo que es patria ni religión. Entregado al juego y a las mujeres cuando no está entregado en alguna maldad, sólo se complace en el vicio, sólo tiene por amigos a los hombres más prostituidos, a los más jugadores (…) su alma atroz sólo se electriza al aspecto del crimen, la tiranía y de la avaricia. He aquí mexicanos el verdadero retrato de su emperador”.

Para el relleno
Agustín Cosme Damián de Iturbide cumplía 38 años de edad cuando, vestido de civil, entró el 27 de septiembre de 1821 a la Ciudad de México al frente del Ejército Trigarante, grupo militar que conjuntó a realistas con los insurgentes que quedaban –comandados por Vicente Guerrero-, para poner fin a la guerra iniciada en 1810 e instaurar el imperio mexicano.
   En España se había abierto nuevamente la posibilidad del regreso a la Constitución de Cádiz, firmada en 1812, para dar pie a una monarquía constitucional, modelo de gobierno que, según Guadalupe Jiménez Codinach, era el más avanzado de la época.
   Con este panorama, el Plan de Iguala, promulgado por Iturbide, establecía esa forma de gobierno además de considerar a la católica como única religión permitida en el territorio nacional.
Estos ideales quedaron plasmados también en los Tratados de Córdoba, firmados en agosto de 1821 por Iturbide y el virrey Juan O’Donojú.
   En el documento se señalaba: “1. Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente, y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano; 2. El gobierno del imperio será monárquico constitucional moderado”.
   El punto tercero se hacía el ofrecimiento del nuevo trono a Fernando VII, rey de España, y en caso de no aceptarlo se proponía una lista detallada de opciones dentro de la misma familia real para tomar la corona.
   En ese mismo apartado se indicaba que ante la renuncia o no admisión para encabezar el imperio mexicano, las cortes del país debían designar a alguien más. Lo que abrió la puerta para que un mexicano fuera elegido y los ojos apuntaban a Agustín de Iturbide.
   Calificado como ‘Inmortal libertador’, ‘Grande varón de Dios’, ‘Antorcha luminosa del Anáhuac’ y ‘Redentor de la Patria’, fue la opción natural para subir al lugar más alto de la nación que acababa de fundar.
   Ya en el exilio, instalado en Liorna, Italia, Iturbide escribió un manifiesto firmado el día de su cumpleaños 40, dos años exactos después de haber entrado entre vítores a la Ciudad de México.
   “El amor a la patria me condujo a Iguala: él me llevó al trono; él me hizo descender de tan peligrosa altura: y todavía no me he arrepentido, ni de dejar el cetro, ni de haber obrado como obré”, escribió el repudiado adalid en unos folios que fueron encontrados entre sus ropas luego de su fusilamiento.
   “He dicho muchas veces antes de ahora, y repetiré siempre, que admití la corona por hacer a mi patria un servicio y salvarla de la anarquía. Bien persuadido estaba de que mi suerte empeoraba infinitamente, de que me perseguiría la envidia”.

El capeado
En los libros de historia de la Secretaría de Educación Pública (SEP) la aparición de Agustín de Iturbide es fugaz.
   La narración de la gesta independentista pasa prácticamente del fusilamiento de Morelos en 1815 al abrazo de Acatempan entre Guerrero e Iturbide, paso previo a la entrada del Ejército Trigarante en la Ciudad de México.
   Se menciona también a los Tratados de Córdoba y a Juan de O’Donojú para luego saltar a la instauración de la república varios meses después. De Iturbide y su imperio, poco o nada.
   No se mencionan los vítores a Iturbide ni los hechos a su esposa, la también moreliana (entonces vallisoletana), Ana María Huarte a quien dedicaron halagueños cantos.
   "Viva, viva la esposa/ del guerrero triunfador,/ que con la oliva en verdor/ convida a todos igual:/ la compañera amorosa/ viva, del grande Iturbide/ que a donde llega reside/ la paz, por bien o por mal./ Feliz mil veces, oh tú, Ana María/ Huarte, a quien une sacra deidad/ con
un héroe”.
   Tampoco aparece la estrofa del Himno Nacional dedicada al consumador: “Si a la lid contra hueste enemiga nos convoca la trompa guerrera, de Iturbide la sacra bandera ¡mexicanos! valientes seguid./ Y a los fieros bridones les sirvan las vencidas enseñas de alfombra; los laureles del triunfo den sombra a la frente del bravo adalid”.

Para hacer la nogada
Rosa Beltrán, autora de La corte de los ilusos, novela que en tono de parodia trágica rescata del olvido oficial a Iturbide y su imperio, señaló para am la complejidad de un personaje del que sólo se han destacado los aspectos oscuros.
   “Es terrible, en una gran figura, que su historia, toda, sea interpretada por un solo momento”, dijo la académica mexicana.
   “Generalmente se reinterpreta nuestra historia en el momento en el que nos morimos, pero que sea la última escena la que da significado a todo, también es un acto de injusticia. Por eso creo que la literatura nos sirve para comprender mejor el alma humana, es decir, todos los claroscuros que tenemos, porque Iturbide no es sólo el que se pone la corona, no sólo es el que triunfa, no sólo es el que entra con el Ejército Trigarante, no sólo es el amantísimo esposo de Ana María Huarte sino también el amante de la Güera Rodríguez.
   “Es una figura compleja, como somos todos, pero claro, en el gobernante se ponen todos los reflectores y lo terrible se vuelve mucho más terrible porque nos está afectando a todo un pueblo”.

Se adorna con granada
En La corte de los ilusos Beltrán escribe: “Nadie levantó el brazo para calmar a la multitud que lo aclamaba y nadie presentó, desde el balcón, a la familia imperial. Iturbide, que a partir de su renuncia había tenido la sospecha de no saber quién era, supo, por fin, que era nadie”.
   Ese nadie, declarado enemigo del Estado mexicano en 1824, regresó ese mismo año a su país. No estaba enterado de la prohibición de su regreso.
   Aprehendido con rapidez, se enfrentó al pelotón de fusilamiento el 19 de julio de 1824. Sus últimas palabras fueron: “¡Mexicanos!, en el acto mismo de mi muerte, os recomiendo el amor a la patria y observancia de nuestra santa religión; ella es quien os ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros, y muero gustoso, porque muero entre vosotros: muero con honor, no como traidor: no quedará a mis hijos y su posteridad esta mancha: no soy traidor, no”.


Imagen: http://www.mexicomaxico.org/

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