Reseña sobre la novela Barrio de Catedral
Epopeya con diablitos
La facilidad con la que actualmente es posible viajar y
comunicarse ha hecho que la épica de los traslados y la anhelante espera de
noticias sean parte ya no solo del pasado sino del olvido. Poder ir de una
ciudad a otra o de un continente a otro en unas cuantas horas, si es que así se
requiere o desea, se traduce en una falta perenne y sistemática de grandes
aventuras cuyo vacío es prácticamente imposible de llenar.
Las grandes migraciones se realizan ahora no por el deseo
de explorar, sino por la urgencia de sobrevivir. Son periplos que generan mucho
debate además de grandes y precarios campamentos cuyo recuerdo permanecerá muy
poco luego de que sus nomádicos habitantes sigan caminando.
Ese proceso, hoy casi estéril, es reflejo de un pasado
fecundo y conformador de identidad al que el escritor Felipe Montes acude para
crear su obra narrativa cuya entrega más reciente es Barrio de Catedral publicada
por Tusquets.
La historia que Montes configura para su lector recorre
diversas etapas de su ciudad natal, Monterrey, urbe que hoy ostenta el mote de
‘Sultana del Norte’ y cuyo origen se dio luego de que Diego de Montemayor,
intrépido aventurero de origen español, saliera con su familia, al frente de
muchas más, en busca de una nueva tierra prometida que encontró entre montañas
y ríos.
Palabra por palabra, el autor lleva a los lectores a esa
añeja génesis y, sin avisarles, de repente es 1596 y están junto con el
conquistador ibérico caminando desde Saltillo hasta la ribera del Santa Lucía
para fundar Monterrey, eco del municipio gallego con el que, desde el
principio, marcó sus diferencias. Solo el nombre las une, no sus humores, ni
sus saberes, ni su clima, ni sus hombres.
Fueron 12 familias al inicio de los tiempos regios. Esa
nueva docena que encontró en Montemayor al mesías por seguir, es el arranque de
una larga historia —casi 420 años—, registrada ahora por Montes en sus libros.
El viaje
El largo y épico viaje iniciado por Diego de Montemayor
revive ahora, gracias al sortilegio de una narración que tiene mucho de
lirismo, de la mano de Felipe Montes quien, por medio de la literatura,
revisita el origen propio y colectivo en Barrio de Catedral.
La nueva obra del autor regio recorre cinco etapas de
Monterrey. Arranca con su fundación, después da cuenta de las aventuras,
problemas y enfrentamientos de sus primeros habitantes con la población
indígena de la región, luego, en un gran salto temporal, ‘aterriza’ en los
albores del siglo XX para presentar el casi nomádico recorrido de una familia
que se conforma y crece en el primer barrio de la ciudad.
Avanzan las páginas, la narración y el tiempo. El cuarto
capítulo permite atestiguar de una forma diferente el ataque al Café Iguana,
que, para muchos en la ciudad, marcó el final definitivo de la larga agonía del
barrio antiguo. Pablote y ‘El Enano’, protagonistas tanto de Montes como de la
tragedia real, dan sus testimonios entre los demonios y ángeles que, según
muchos, pueblan las oscuras profundidades y los recovecos soslayados de estas
primeras calles trazadas por Montemayor y su comitiva.
El final, la quinta entrega de esta historia llega con el
calor del fuego y el olor a carne que, estoica entre las llamas, inunda el aire
y, luego del olfato, provoca al resto de los sentidos. El cabrito, ganado
infaltable y platillo ineludible, desvela al lector, gracias a Montes, su largo
y épico camino entre su nacimiento y la inmolación necesaria para trascender
por vía de los paladares regios.
La poética
La historia norteña recreada por Felipe Montes en Barrio
de Catedral está registrada en cinco capítulos y 189 páginas, pero aunque la
palabra escrita permite su permanencia, la narración parece pedir que sea la
oralidad su medio de difusión. Al leer el nuevo libro del autor regiomontano
resulta muy difícil contenerse de leer en voz alta.
La aventura de Montemayor y las 12 familias,
suficientemente atractiva de conocer, encontró en la pluma de Montes la
justicia necesaria, pues el escritor apela a la prosa poética pero también a
estructuras y recursos —entre estos los epítetos kenningar—, propios de poemas
épicos como Beowulf, por citar alguno.
La forma lírica de la narración hace que su lectura sea
rápida, pero a ratos también disminuye el ritmo para dar pie a la contemplación
nostálgica pues, aunque no se conozca Monterrey, la trama que mantiene el autor
entre sus cinco capítulos es disfrutable por sí misma y evocativa de todo
tiempo pasado al que alguna vez padres o abuelos, sin importar su lugar de
origen, han hecho referencia.
Es la familia un elemento importante en Barrio de
Catedral. Fueron 12 estirpes las que iniciaron todo y es una en particular,
siglos después, la que con su largo caminar entre las diferentes calles de la
zona, con sus enseres sobre un carretón, la que da cuenta de todas las
posibilidades que ofrecía ese lugar fundacional de la gran urbe que ahora
extendió sus brazos más allá del torrente que la contenía.
Así, de la semilla regada por papá y mamá, el crecimiento
sigue y aunque los barrios cambian o incluso mueren, nada detiene el caminar de
la ciudad.
Aunque Montes recrea una historia real, la de su ciudad y
su barrio fundacional, la literatura permite que se eche mano de la poética y
la fantasía para poblar calles y páginas no solo con regios pujantes y familias
cuyo andar no para, sino también con brujas, ángeles, diablitos y fauna
fantástica que, señalan algunos, forman parte del Monterrey antiguo.
Pequeñas batallas entre alados espíritus celestiales
contra oscuros demonitos que surgen de las alcantarillas, aderezan calles,
casas, albercas y centros de recreo, ajenos al ajetreo y las grandes batallas
que la violencia instauró casi de manera permanente en la ciudad.
El crimen, las tropelías, las balaceras y el temor son
elementos que, da cuenta Montes, siempre han estado presentes en la ‘Sultana
del Norte’. El enfrentamiento entre sus primeros habitantes y el indio Cuajuco
tienen hoy resonancia en el que viven los ciudadanos comunes y el crimen
organizado que se apoderó de horarios, voluntades y barrios enteros.
El quinto capítulo titulado Lucía y Jasdián, con el que
cierra el libro, es el más poético y fantasioso de todos pero también uno de
los más disfrutables porque, con las obvias licencias tomadas, el autor desvela
el épico periplo que lleva a los cabritos de los corrales de crianza a las
llamas transformadoras.
Paso a paso, por medio del largo viaje de dichos
animales, Felipe Montes da el perfecto ejemplo de que, en la cotidianeidad,
también se encuentra la epopeya.
Comentarios
Publicar un comentario