Reseña sobre Aquiles o El guerrillero y el asesino

El sacrificio del héroe

El sacrificio y el sufrimiento redimen. Así lo tiene por cierto el dogma religioso que prevalece en Latinoamérica.
   El catolicismo ha dejado bien claro que todo redentor debe inmolarse, superar ese rito iniciático aunque —o preferentemente—, no salga vivo de este y después, desde la muerte, dar testimonio de todo eso que representaba y sigue representando pero ya sin cuestionamientos, dudas, ni fallas.
   Si ese al que se llama hijo de Dios debió ser crucificado, beber vinagre y derramar hasta la última gota de su sangre antes de morir, ¿qué se puede esperar como destino final para cualquier otro mesías?
   La respuesta a la pregunta anterior es obvia pero no la historia de cada uno de esos redentores caídos que han ido y venido en todo este continente en el que, con mayor o menor medida, cada cierto tiempo aparecen. Desde el desierto Sonora hasta Tierra del fuego, se han levantado esos caudillos cuyo prístino ideal se materializa en acciones una vez que rompen con todo eso que les resultaba cercano y familiar para, por medio de una transfiguración, llegar a ser la encarnación del mismo. Convertirse ellos mismos en lo que buscan lograr.
   México ha tenido variados ejemplos de estos personajes que hoy, al paso del tiempo y si resulta que murieron a tiempo, se han convertido en referentes identitarios y culturales. El resto de Latinoamérica también, sin embargo es el Colombia donde el surgimiento de próceres tuvo, hasta hace poco, un cariz peculiar al estar estos irremediablemente ligados a la ilegalidad de la guerrilla.
   De ese semillero por fin cerrado ahora que se firmó la paz en dicho país, destaca la historia de Carlos Pizarro, uno de los jefes del movimiento M-19, que interesó durante décadas al fallecido escritor mexicano Carlos Fuentes y que ahora, en una edición póstuma, llega a librerías de todo el continente.
   Aquiles o El guerrillero y el asesino es una novela corta, la primera obra de narrativa publicada tras la muerte del también autor de Aura, editada por Alfaguara y el Fondo de Cultura Económica (FCE) y a cargo de Julio Ortega, amigo de Fuentes con quien mantuvo un diálogo amistoso y profesional buena parte de su vida.
   Al inicio de la obra se puede leer una breve nota introductoria de Silvia Lemus, viuda de Fuentes, en la que señala el interés del escritor respecto a la vida y muerte de Pizarro durante los últimos 20 años de su vida. Hubo varias versiones del texto, correcciones, reescrituras, trabajo incesante que continuaba hasta su último suspiro en mayo de 2012.
   No es posible saber, entonces, si la versión que ahora llega a los lectores es la que Fuentes tenía planeada, la única certeza es que su propio sacrificio, su inmolación involuntaria, lo conectaron aún más con la que vivió Pizarro, arriba de un avión, en 1990. Y así, unidos en esa oblación que mezcló sus sangres —uno baleado, el otro por una úlcera gástrica—, se terminó de editar esta novela.

Ahí estuve…
¿Cómo abordar la historia de alguien cuyo final es añejo y bien conocido? No hay misterio qué mantener, no hay necesidad de dosificar con gotero esos pasos que llegarán al momento culmen, entonces ¿qué hacer?
   Esas eran quizás las preguntas que Fuentes se hacía cuando empezó a escribir Aquiles o El guerrillero y el asesino. La forma en que murió Carlos Pizarro Leongómez es sabida y ha sido largamente analizada por las dudas generadas así que la opción final fue, gracias a que la novela lo permite, posicionar al narrador en el lugar de los hechos.
   Las palabras, arcilla en manos de Fuentes, dan forma y volumen, con profusión de detalles y belleza lírica, a los que serían los últimos momentos del guerrillero quien, luego de dejar las armas, firmar la paz con el gobierno y regresar a la vida civil, contendía por la presidencia de Colombia.
   El hombre que narra los hechos, ese que ve a otro, uno rodeado de guaruras, de mirada triste y rostro guapo, es quizás el propio escritor quien, debió situarse ahí, en el avión en que perecería el héroe, el Aquiles de talón débil, para poder abordar la historia y encontrar finalmente la mejor manera de narrarla.
   Página a página, Pizarro, transfigurado en Aquiles —como debe transformarse todo mesías—, permite al narrador que cuente su historia y lo acompañe a la casa de sus padres donde aprendió de la madre maestra y del padre militar; donde los secretos no eran posibles porque todo se escuchaba; donde debió heredar la ropa de sus tres hermanos y compartir también juegos y complicidades con su única hermana. Ahí, en ese hogar en el que supo todo y luego lo cuestionó, se dio el primero de los muchos pasos que lo llevarían al monte para prepararse y luego atacar.
   Ese que va desarrollando la trama, que a ratos se disocia para luego hacer referencia su identidad como Carlos Fuentes, también permite conocer el origen del asesino de Aquiles, el que arañará el talón del héroe para, con esa pequeña fisura, hacer que caiga la mole entera. El andar de uno y otro transita la ilegalidad pero cuando uno ya volvió a la vida civil en otro está dispuesto a vivir un último sacrificio, el más grande, en aras de hacer honor al destino que le preconizaban desde la infancia: moriría joven.
   Guerrillero y asesino caen, casi al mismo tiempo, a los pies del narrador. La sangre ambos se mezcla con la del herido fuselaje y ahí, en pleno vuelo, el sacrificio redime a los dos y condena a Colombia por entero.

Carlos y Carlos
Aquiles o El guerrillero y el asesino es un homenaje doble, primero a la historia de Carlos Pizarro y en segundo lugar, aunque en igual sitio de preponderancia, a la obra narrativa de Fuentes quien quizás se molestó por tenerse que ir antes de cumplir su palabra y publicar dicha novela.
   El tomo, escrito con la maestría que caracterizó al autor, mezcla un lenguaje poético, utilizado en momentos clave, con las posibilidades de la narrativa pero también con el cuestionamiento analítico propio de un ensayo. Resulta así en una obra bella y rigurosa por igual.
   El autor no decepciona a quien se acerca a su libro en busca de una historia pues se la cuenta, solo que muy a su manera y con tono marcado por un vaivén, entre la cronología y la memoria, propio del litoral caribeño.
   En estas páginas póstumas de Carlos Fuentes es posible encontrar también sus disertaciones sobre el derecho que tenía de abordar la historia reciente de Colombia por más amigos colombianos que tuviera y señala, de manera indirecta, que es el azoro el rasgo compartido por casi todos los países de Latinoamérica. A cada nación la turba algo distinto pero todas, sin excepción, viven en la confusión eterna. En ese saber que algo —o todo—, está mal y no saber cómo se torció ni la manera de arreglarlo se puede cifrar la identidad continental, de acuerdo con lo leído en el tomo.
   En el libro, además de los géneros ya mencionados, también es posible vislumbrar guiños a la crónica, esa reina del periodismo de antaño que abdicó ante la inmediatez de la nota periodística y que ahora comparte sus tesoros con quien tiene la paciencia para una narración literaria de mayor extensión y riqueza. Pese a esto, Aquiles o El guerrillero y el asesino tiene apenas 191 páginas que concentran años, décadas y siglos de historia.
   En el prólogo del tomo, escrito por Julio Ortega, encargado de la edición, se da cuenta de las varias versiones que tuvo el libro y de los muchos apuntes que el autor hizo respecto a la aproximación que, al parecer, consideró que era la adecuada. En sus archivos estaban las piezas de un poliedro que no solo narraba la historia de Pizarro sino la de Colombia y también la de Latinoamérica y, en consecuencia, la del propio Fuentes.

   Carlos Pizarro tenía 38 años de edad cuando fue asesinado, Carlos Fuentes 83 cuando una úlcera gástrica le quitó la vida. El sacrificio de cada uno fue por motivos distintos y cobrado por manos muy diferentes, sin embargo hoy, que ambos han mostrado ya su talón de Aquiles, son más fuertes y heroicos que nunca.


Foto. Tomada de www.megustaleer.com

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