Quema y censura de textos a propósito del Día Nacional del Libro
La llama del olvido
“Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a
los hombres”, dijo alguna vez Heinrich Heine. Lamentablemente la humanidad ya
había demostrado —tiempo antes de que dijera esta frase— que no se equivocaba.
Definitivamente un libro está lejos de ser un simple
montón de papeles pegados entre sí. La trascendencia de una obra va más allá de
su soporte, ya que es el contenido lo que importa y lo que la hace amenazadora
para quien está en contra de lo que en ella se dice.
Los registros escritos, como bien apunta Fernando Báez en
Nueva historia universal de la destrucción de libros (Oceano), han estado
amenazados de origen: el agua, los terremotos, los accidentes y el mero paso
del tiempo hacen mella en eso que se escribió para dejar de lado la
‘inadecuada’ transmisión oral del conocimiento.
Sin embargo, no toda la desaparición de libros
(llamaremos libros a toda escritura aunque esta se haya hecho sobre papiro o en
tablillas de barro y por lo tanto no sea un libro en todo rigor) es imputable a
elementos externos e incontrolables.
Un incendio es un accidente, sí, pero cuando es provocado
deja de lado el componente funesto y azaroso para declarar la intención de
quien lo inició: destruir.
Históricamente el fuego ha sido el elemento más socorrido
para la destrucción intencional de los registros escritos de una sociedad.
En las guerras antiguas era casi uno de los primeros
pasos: quemar la biblioteca —o lo que más se le pareciera— de la ciudad recién
conquistada. Al reducir a cenizas historias, conocimientos, disertaciones y
fórmulas se dejaba claro el mensaje: “todo eso es pasado, todo lo que eran ya
no importa”.
Esos ‘borrón y cuenta nueva’ sistemáticos y violentos se
han sucedido desde antes de Cristo. Uno de los primeros casos fue la quema de
Persépolis —por orden de Alejandro Magno— ciudad que albergaba, según narra
Báez en su libro, una gran biblioteca en la que había miles de tablillas con
registros económicos pero también una copia del Avesta, el libro sagrado de los
persas.
Pero lamentablemente esto no se quedó en las guerras del
pasado. En 1992 la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina, en Sarajevo,
fue bombardeada con fuego de artillería. Y de manera más reciente, en abril de
2003, en Bagdad ardieron millones de libros en presencia de militares
estadounidenses.
Otros casos
Algunos otros casos de quema de libros registrados en Nueva
historia universal de la destrucción de libros son el de la biblioteca de
Alejandría en cuyo incendio se perdieron miles de rollos de papiro en los que
estaba registrada la literatura, filosofía y ciencia de la cultura griega.
En el 213 antes de Cristo, el emperador Shi Huangdi de
China aprobó que se quemaran todos los libros, excepto los que versaban sobre
agricultura, medicina o profecía. De hogar en hogar se confiscaron y los
hicieron arder en una pira. Más de 400 letrados que se resistieron fueron
enterrados vivos.
Francisco Jiménez de Cisneros, en un hecho conocido como
el Auto de Fe de Granada, dio en el año 1500 la orden de quemar cualquier copia
que se encontrara del Corán en un violento esfuerzo por convertir a los que
consideraba infieles. De casa en casa, sacerdotes y soldados confiscaron libros
y los destruyeron.
El 7 de febrero de 1497, el fraile Savonarola, en un
hecho conocido como La hoguera de las vanidades, insistió ante sus oyentes que
el triunfo de las tropas francesas sobre las italianas era una clara
demostración del desastre que vivían y convenció a la gente del malestar de
Dios. Una de sus primeras ideas fue sustituir el Carnaval de Florencia, que le
parecía frívolo, por la fiesta de la Penitencia y sus discípulos pidieron que
se reuniera todo objeto que fuera una muestra de la vanidad humana. De puerta
en puerta, tras el sermón en la catedral, se recolectó lo que se pudo en medio
de un saqueo general que culminó en la destrucción de libros sobre magia y
cábala, clásicos de Ovidio, Catulo y Marcial, textos de Dante y poetas de los
cancioneros del amor gentil e incluso los Diálogos de Platón.
“Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y
porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio,
se los quemamos todos”, escribió Diego de Landa, quien en 1562 hizo quemar en
el Auto de Maní 5 mil ídolos y 27 códices de los antiguos mayas. De esta furia,
sobrevivieron apenas tres códices mayas prehispánicos.
Fue 32 años antes, que fray Juan de Zumárraga, en
Texcoco, hizo una hoguera con todos los escritos e ídolos de los aztecas.
Manual de la prohibición
Es claro que no siempre se celebró a los libros como se
hace actualmente. Hoy que es el Día Nacional del Libro en México resulta
adecuado recordar también la censura política, ideológica y religiosa que
durante siglos se ha vivido.
En 1564 se publicó la primera edición del Index librorum
prohibitorum o Índice de libros prohibidos que vio la luz durante el
pontificado de Pío IV. El tomo tuvo más de 40 ediciones y resultó tan
importante que Pío V creó en 1571 la Congregación del Índice, que se encargó de
la revisión y censura de libros o cualquier publicación impresa entre los
siglos XVI y XX.
La última edición del Index librorum prohibitorum fue la
de 1948 y hasta el 8 de febrero de 1966 que el Papa Pablo VI lo suprimió.
Aunque la pena de excomunión por leer alguno de los
libros incluidos en el índice ya no está vigente, algunos sectores católicos
consideran como pecado venial el hecho de leer textos que injurien a la fe o la
moral católica.
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