Reseña de Los recuerdos del porvenir
Tiempo y memoria
Resulta profético el título de la
primera novela de Elena Garro. Publicada en 1963, Los recuerdos del
porvenir presenta, varios años antes de la debacle en la vida de su
autora, una trama en la que no hay salvación posible y la culpa
acaba por petrificarse y petrificar a quien la experimenta.
Garro no se quedó inmóvil, pero
tampoco hubo redención para ella. Quizás marcada por un sino
trágico, la novelista y dramaturga, así como sus personajes,
alcanzó a atisbar un futuro incierto y aciago, un porvenir lleno de
malos recuerdos que la convirtieron en una exiliada de todo, menos de
su creación literaria. Su patria fueron
las letras y con ellas marcó su destino al escribir: “Yo solo soy
memoria y la memoria que de mí se tenga”.
Muchos años antes de la fundación de
Macondo surgió Ixtepec, un pueblo que tiene todo y nada que ver con
los que existen en Puebla y Oaxaca. En esa pequeña población del
sur —en el México imaginado por Garro—, es posible conjurar el
paso del tiempo al detener los relojes para propiciar la huida de los
amantes o simplemente para volver al día en el que se hizo la
primera comunión o cualquier otro en el que se haya sido feliz.
Ixtepec, prefigurando los cien años de soledad en la estirpe de
Macondo, fue el lugar en el que junto con Nicolás, Isabel y Juan
Moncada, nació el realismo mágico para entregar una saga familiar
en la que el amor prohibido y el deseo de escapar son fuerzas que se
contraponen y aniquilan.
Los hermanos Moncada son los
protagonistas de Los recuerdos del porvenir, pero el mismo Ixtepec
estelariza también esa que es su propia historia, y la del loco Juan
Cariño y la de las cuscas y la de los militares y sus queridas.
La novela de Garro resulta deslumbrante
por la maestría con la que se entrelaza la historia de México con
la fantasía y la magia de Ixtepec. Así, es posible que el pueblo
hable de sí mismo, sentado sobre una piedra aparente, y recuerde con
claridad la debacle de una fiesta con la que se intentó engañar a la milicia durante la Guerra
Cristera.
México, podría decirse, es un país
en el que la cotidianidad se inscribiría en el realismo mágico o
quizás la propia realidad de esta y otras naciones fue la que
propició el nacimiento de ese género. ¿Cómo saberlo?
El porvenir
¿Cómo se puede recordar el porvenir
si se supone que aún no sucede? Es una pregunta difícil y hasta
absurda, pero nada de eso importa, la respuesta se encuentra en las
páginas de Los recuerdos del porvenir que, folio tras folio, navega
en un mar vastísimo en el que no existe el norte del pasado ni el
sur del futuro. La brújula está rota por lo que es posible estar a
la vez en todos y en ningún lugar. Así, la historia de los Moncada
se va sucediendo de forma cronológica pero narrada desde el futuro,
lo que la hace presente y pasado.
Los hermanos Nicolás, Isabel y Juan
quieren irse de Ixtepec, escapar de ese lugar a uno mejor, a uno que
recuerdan cómo es aunque no lo han visto. Ese deseo de huida
permanece en sus vidas y conforme pasa el tiempo —aunque su padre
detenga los relojes cada noche a las nueve en punto—, encontrarán
que dejar el pueblo es lo único que podría salvarlos, sin embargo,
el entorno los aprisiona y el éxodo se pospone primero por la niñez
y después por la situación política que los encierra entre los
barrotes de la voluntad ajena.
Francisco Rosas, el general a cargo de
Ixtepec, es quien ejecuta las desdichas pero la causante de estas es
Julia, su querida, una mujer cuya belleza fascina y asusta a todos.
Están acostumbrados a juzgarla, pero sin ella están perdidos. De
eso se darán cuenta cuando sea demasiado tarde.
Un día, de la nada, aparece un
fuereño, Felipe Hurtado. Joven y misterioso, el inesperado huésped
de Ixtepec habla con la bella Julia y ahí empieza la desgracia de
todos. Expulsado por Rosas del único hotel del pueblo encuentra
refugio en casa de don Joaquín, tío de los Moncada, y desde ahí se
empieza a gestar el escape.
“Vino por ella”, murmura todo el
pueblo, y es cierto. Calladamente urde la huida y cuando todo parece
perdido un pase mágico detiene el tiempo y con tranquilidad puede
salir a caballo con Julia en brazos.
La desaparición de su mujer dejará a
Rosas flotando sobre un abismo. Está ahí a punto de caer, pero no
lo hace, lo dejó solo, sin la esperanza del regreso ni el tiro de
gracia de la despedida. Es con ese ánimo que lo encuentra el inicio
de la Guerra Cristera. Desencantado como está, hará lo que siempre
ha hecho: Cumplir órdenes, pero ahora con la frialdad del hombre
abandonado.
Acostumbrado a fusilados y colgados, le
dará igual que sean sacerdotes o, tal vez, los hermanos de su nueva
amante.
Petrificados
Elena Garro, en palabras de Elena
Poniatowska, “giraba en su propio mundo”. Si creemos en lo que
nos dice la otra Elena de la literatura mexicana no es de extrañar
que Garro haya escrito un libro como Los recuerdos del porvenir en el
que se mezclan realidad con absurdo, pasado con presente y verdad con
ficción.
Los recuerdos del porvenir, como ya se
dijo, resulta premonitoria por los temas que se abordan en ella:
Exilio, huida, recuerdos, juicios y deseos insatisfechos. Todos
presentes en la vida de la propia Garro, quien tuvo que salir de
México, luego del movimiento estudiantil de 1968 del que, se dijo,
había sido la autora intelectual. Siempre en movimiento —había
vivido en Europa con su entonces esposo Octavio Paz—, se escapó,
como declaró a José Antonio Cordero en el documental La cuarta
casa. Un retrato de Elena Garro, y no regresó sino hasta principios
de la década de 1990.
Garro en sí misma es una figura
misteriosa para quien no había una frontera entre su vida y su obra,
la única patria que le quedó. Por lo que es fácil que sus
historias estén plagadas de toques biográficos y su biografía, a
su vez, aderezada con las tramas que escribió para el teatro, la
novela y el cuento.
En Los recuerdos del porvenir, podría
decirse, está un resumen, un recuerdo, de lo que viviría a partir
de 1968: La huida de Ixtepec (México) sin mirar atrás; la
incomprensión de sus compatriotas (así como a Isabel Moncada le
gritan “hija ingrata”, Garro fue llamada “delatora”); y un
constante navegar entre pasado, presente y futuro en que se
convirtieron sus últimos años en Cuernavaca, donde murió el 22 de
agosto de 1998.
Inteligente y divertida pero a la vez
melancólica y taciturna, en el tramo final de su vida, como muestra
Cordero en el citado filme, Garro encarnó a todos sus personajes
para hablar de la magia y el absurdo, así como de la realidad de
México —también mágica y absurda—, y de todo lo que había
tocado vivir.
Nacida en 1916 no fue consciente de la
Revolución Mexicana, pero sí de sus consecuencias y también de las
de la Guerra Cristera, dos pasajes que aborda en Los recuerdos del
porvenir para analizarlos y cuyo balance final resulta muy poco
halagador y totalmente alejado de las pronunciaciones manieristas de
la versión oficial.
Los recuerdos del porvenir y la obra en general de Elena Garro es un tótem, un monolito, que da cuenta del pasado, pero que también aborda los horrores que traerá el futuro si no se cambia el rumbo. Página tras página sus libros nos los recuerdan por los siglos de los siglos.
Los recuerdos del porvenir y la obra en general de Elena Garro es un tótem, un monolito, que da cuenta del pasado, pero que también aborda los horrores que traerá el futuro si no se cambia el rumbo. Página tras página sus libros nos los recuerdan por los siglos de los siglos.
Muy buena película.
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