El pecado de Oyuki, 30 aniversario
Lágrimas, risas y ojos rasgados
Había culminado el descenso a la cuna de los lobos cuando
en febrero de 1988 inició el viaje del público mexicano al lejano oriente.
Ana Martin -quien hoy celebra su cumpleaños 73-, se puso
en la piel de una geisha e hizo llorar a México, y a medio mundo, con una
historia tan romántica como trágica, de la autoría de Yolanda Vargas Dulché.
Legendaria es la pluma de esa gran creadora de historias
que llegaron primero como cómics, en la revista Lágrimas y Risas, para después
pasar al cine y luego a la pantalla chica.
De El pecado de Oyuki, sin embargo, solo hay una adaptación:
la protagonizada por Ana Martin, Boy Olmi y Salvador Sánchez, que se transmitió
entre febrero y agosto de 1988, hace tres décadas.
La renuencia a volver a esa historia se debe, quizá, a
que es un melodrama que rompe con el esquema tradicional: la boda entre los
protagonistas es apenas el inicio de una serie de vicisitudes que no auguran un
final feliz.
La fábrica de sueños
Oyuki es, de todas las heroínas de Vargas Dulché, la más
sufrida y trágica pues no tiene que pelear contra una tercera en discordia,
sino contra dos culturas que se oponen a la realización de su amor.
Ella, japonesa, se enamora de un inglés quien, además, es
hijo del embajador británico en el país del sol naciente. Sin embargo, ambos
tienen un punto de comunión: él rechaza las certezas y comodidades de su rango
para perseguir una carrera como pintor; ella, a pesar de la posible ira de
Buda, dice no al amor de un hombre de su raza, Togo Fushoko, para casarse con
un extranjero.
Así, y aunque en el budismo no existe la noción de
pecado, Oyuki lo comete y tiene unas cuantas risas, y una hija sin ojos
rasgados, con Irving Pointer, interpretado por Boy Olmi.
Lucy Orozco, productora de la telenovela, aceptó en una
entrevista televisiva en 2016, que quizá se equivocó con la elección del galán.
Olmi no era precisamente guapo pero terminaba por redondear el pase mágico
gracias al que se logró la historia en la que un argentino, él, encarnaba a
inglés, y una mexicana, Martin, a una japonesa.
Y es que, si alguna vez Televisa mereció el mote de
“fábrica de sueños”, fue durante esa producción en la que se invirtieron cerca
de 2 mil millones de pesos al recrear un templo y varias calles de Tokio en
pleno bosque del Ajusco.
“Las locaciones fueron algo extraordinario”, recordó el
actor michoacano Manuel Guízar, quien interpretó a Uedo Shibayama, amigo y
secretario personal de Togo Fushoko, personaje para el que eligieron al
cantante Yoshio.
“Se hicieron muchísimas tomas en Tokio, y hacían un
travel in que entraba hacia una calle, y ya la calle estaba construida en el
Ajusco. Exactamente como en Tokio, los lugares, las casas… fue una gran
producción”.
Además grabaron en Cuernavaca, en un lugar llamado
Sumiya, actualmente un hotel, en el que todas las construcciones son de estilo
japonés: jardines, puentes, decorados…, “ves las tomas y efectivamente estamos
en Japón”, señaló Guízar.
“Para mí fue muy interesante el personaje porque
interpretar a un japonés, conociendo desde luego algo de la cultura japonesa, es
muy difícil. Yo pensé: ‘Ojalá no pase en Japón’, pero no se me hizo, si la
pasaron allá. No sé qué pensarían los japoneses, a lo mejor les gustó”.
Además de al japonés, la novela se tradujo al italiano y
al francés, por mencionar solo algunos idiomas, y se transmitió también en
España.
“Fue una telenovela de gran trascendencia y se había
invertido muchísimo en la producción. Fue la primera producción de Televisa en
la que gastó alrededor de 2 mil millones de pesos. En esa época era inusitado,
no había una producción televisiva en el país que gastara esa cantidad”, señaló
Guízar.
Además de la recreación de las calles de Tokio, un templo
y hasta el tren bala, se invirtió en las pelucas que usó Ana Martin para
convertirse en geisha, los 20 kimonos para completar su transformación, en el
trabajo del maquillista Takeshi Hazama y en la compra de equipo técnico.
“Compraron cámaras nuevas, la modernidad de esa época. Se
llamaban Ikegami, que trajeron de Japón. Eran lo último en tecnología para la
mejor imagen posible en el videotape”, recordó Guízar.
La mirada oblicua
Para las escenas de calle se emplearon hasta 600 extras
con rasgos orientales, sin embargo, para lograr los ojos rasgados que
demandaban los personajes de Ana Martin, Manuel Guizar o Salvador Sánchez
-quien interpretó a Yutaka Ogino, el terrible hermano de Oyuki-, fue necesario
recurrir a un truco no muy cómodo pero efectivo.
Además de aprender las danzas de las geishas, cómo tomar
las vasijas, comer, sentarse y moverse, fue necesario que Ana Martin lograra
una mirada expresiva pero rasgada.
Se aplicaba un tipo de pegamento muy fuerte en las sienes
y, “con un hilo que llegaba hasta la nuca, se podía tener una torsión
importante hasta que los ojos fueran jalando”, recordó Manuel Guízar.
El proceso de maquillaje y caracterización del actor michoacano
tomaba una hora y media, mientras que el de la protagonista tardaba dos horas.
Tan efectivo fue el estiramiento de los ojos que Ana
Martin debió someterse a un largo proceso de rehabilitación al terminar la
telenovela pues había sufrido desgarres en los párpados y las zonas
circundantes de los ojos.
Pese a lo anterior, la actriz logró lo que quería:
despedirse a lo grande de los papeles protagónicos pues, con 43 años cumplidos
al terminar de contar la historia de Oyuki, decidió explorar otro tipo de personajes
que la alejaron del sex symbol que fue.
Con su estela de heroínas del melodrama -La pasión de
Isabela (1984-1985), Gabriel y Gabriela (1982-1983), Muchacha de barrio (1979-1980)-, Ana
Martin cumplió con creces con el público mexicano al que dio, como Vargas
Dulché, lágrimas y risas.
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