Reseña de la novela Todos los días son nuestros
Una esponja y un final
¿Por qué se acaba el amor? Para este cuestionamiento no hay una sola respuesta. No existe un manual que indique, paso a paso, la receta para evitar el final. Qué se diga siempre dependerá de la expareja en cuestión.
Para algunos será la caída en la rutina, para otros la falta de pasión y para muchos más, una infidelidad. Motivos lo suficientemente fuertes, sin duda, pero, ¿qué pasa cuando el rompimiento se da por algo que cualquiera calificaría de nimiedad o tontería?
María y Emiliano, tras 10 años de amor, y bastantes más de amistad, terminan una noche, abruptamente, porque la esponja para lavar los trastes estaba sucia. El agua fría y los restos del huevo revuelto que desayunaron ese día, se burlan de ellos y cortan, con precisión quirúrgica, el lazo que los unía.
De esa manera inicia Todos los días son nuestros (Oceano), primera novela de la también guionista y cineasta, Catalina Aguilar Mastretta, quien tras contar historias en el cine con Las horas contigo (2015) y Todos queremos a alguien (2017), se aventuró también a narrarlas en papel.
Página tras página, su libro debut se convierte en una suerte de antimanual que deja clara una cosa: no hay respuesta para la pregunta que nos ocupa.
María y Emiliano
La historia es de dos pero la conocemos a través de una. María es quien lleva la voz de principio a fin, es a través de sus ojos que presenciamos la pasión, muerte y posible resurrección de su relación con Emiliano.
El niño peculiar que conoció al llegar a la adolescencia se convirtió a su lado en un joven atractivo que empieza a dar los primeros pasos hacia la adultez, ¿resistirán esta nueva sacudida patrocinada no por el frenesí de las hormonas, sino por el freno de mano que muchos ven en el camino hacia la madurez?
La respuesta parece un obvio y rotundo “no” dado que desde las primeras páginas de la historia se muestra su ruptura. Sin embargo, ese final es solo el principio y, aunque todo está puesto en papel… no hay nada escrito.
Es justo ese juego absurdo lo que da pie a todo lo demás. Una unión cimentada en la amistad y cementada por una década de complicidad y convivencia, debería ser lo suficientemente fuerte como para resistir a las hormonas y a la presión social que demanda a todos “ser estables y ponerse serios”, pero no, basta el rasguño de la cotidianidad para que se revelen las grietas más profundas.
El análisis de todo esto, como ya se dijo, corre a cargo de María quien, en el tono obsesivo de quien está interesada en obtener una respuesta -aunque sea solo para impactarse y hacerse pedazos-, invita, a quien atestigua su historia, a girar en una espiral de recriminaciones, autorecriminaciones y culpas, que solo un impacto aún mayor puede detener.
El humor, burlarse de lo que los otros esperan pero, sobre todo, burlarse de sí misma y de las certezas que creía tener, hacen del soliloquio de María un calvario llevadero en el que las sonrisas son amargas, y es a las lágrimas que les corresponde aportar el punto de dulzura para poder seguir.
No está sola pero tiene que aislarse para crecer. Todos le piden que empiece a subir la cuesta de sus 30’s para llegar a la cima de la adultez, ¿podrá salvar los precipicios de la escalada sin la cuerda de un amor que parecía el definitivo?
Principio y fin y principio
Aunque podría decirse que el camino de Catalina Aguilar Mastretta es aún corto con dos películas y una novela, también es cierto que tiene ya un estilo definido para estructurar sus historias, sin importar el soporte en el que se presenten.
Ema (Las horas contigo), Clara (Todos queremos a alguien) y María (Todos los días son nuestros), las heroínas creadas hasta ahora por Aguilar Mastretta, comparten el deseo de conocerse, reconocerse y superar las incesantes vueltas de la maquinaria de la vida que llevan a todos en una interminable sucesión de ciclos que van de principio en principio y de final en final, sin dar tregua ni descanso.
Por supuesto, las voces y temperamentos de estas tres mujeres de la ficción son independientes, y proclaman fuerte y claro sus particularidades, sin embargo, en este trío se puede reconocer cualquiera, sin importar la edad o el género.
En ese sentido, Aguilar Mastretta apela a una narración y lectura degeneradas, en el sentido literal del término. Es decir, lectores que reconozcan la humanidad de quien escribe, sin que medie si se trata de un hombre o una mujer, y así mismo se acerquen a estas historias: sin el rasero del género.
Catalina no escribe para mujeres, no hace literatura femenina, es simplemente alguien que escribe sobre la condición humana y, por el feliz accidente de que ella es una mujer, da esa voz a quien protagoniza sus historias.
Además de esta lucha que debe dar por la sociedad machista en la que le tocó nacer, tiene otra aún más personal, si cabe, que superar: la de sus apellidos. Hija de Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta, la joven autora tiene muy alto el punto de comparación cuando se trata de crear historias.
Resulta inevitable que su nombre sea a la vez sombra y privilegio, sin embargo, poco a poco da pasos hacia su individualidad, tal como las mujeres que llevan sus historias, ya sea en papel o en celuloide.
De momento es María la única que habita entre letras y párrafo tras párrafo se pregunta y cuestiona sus lectores: ¿qué puede ser más frágil que una relación amorosa? ¿Qué nos quieren decir los pequeños dramas de la cotidianidad?
Es mediante una narración ácida, humorística, reflexiva y hasta descarnadamente cruel, llevada por el monólogo incesante de María, que Catalina busca dar respuesta a esas preguntas que encierran otra: ¿hay algo más absurdo y trágico que el final de una relación?
Foto: http://oceano.mx/ficha-libro.aspx?id=14814
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