Entrevista a Felipe Polleri

Una voz en libertad

Felipe Polleri, nacido en Montevideo, Uruguay, en 1953, escribe desde, por y sobre sus obesiones. Su voz literaria resulta difícil de definir y a ratos hasta incómoda de leer, sin embargo, una vez que se toma uno de sus libros entre las manos es difícil parar. Su estilo, al que el mismo autor se ha referido como “caliente”, hace que las páginas se fundan entre los dedos del lector y no se separan de ahí sino hasta el final.
   Polleri, dedicado a la escritura desde los 13 años de edad, tiene ahora más de 60, tiempo que, dijo en entrevista para PROVINCIA, le ha servido para encontrar la mejor manera de utilizar esa forma tan peculiar que tiene de narrar historias: por fragmentos.
   Antes de que sus libros llegaran a México vino él de vacaciones. “Vine a principios de año, pero de paseo, porque siempre he querido conocer”, indicó. Meses después, ya con la edición doble de La inocencia y Gran ensayo sobre Baudelaire en la mano, retornó al país para hablar de su obra y de la manera tan propia en que crea sus historias. “Se dio esta oportunidad de volver y estoy encantado de estar en México de nuevo”.

El retorno
En 2007 Felipe Polleri publicó en Uruguay Gran ensayo sobre Baudelaire y un año después escribió La inocencia, novelas cortas que ahora se pueden conseguir en México bajo el sello de Tusquets en una edición doble. Las historias, muy distintas entre sí, tienen en común los temas que obsesionan a su autor: la locura, la no pertenencia, la mala relación con la madre, la familia, la hipocresía, la discriminación y la desazón, por mencionar algunos.
   Los anteriores, por ser tópicos siempre presentes en la mente de Polleri, le resultan, dijo, cercanos. “Una cosa que hago con mis libros, con mis novelas, es que para mí cumplen una función, digamos, terapéutica. Las vuelvo a leer y las tengo frescas. Ahora no les cambiaría absolutamente nada, cuando doy algo para publicar es que trabajé mucho, mucho tiempo y estoy convencido de que más no puedo hacer por esto. Es lo que sigo pensando, lo que hice en ese momento es todo lo que podía hacer, y bueno, ahora estoy encantado con que Tusquets las haya publicado”.

—¿Entonces se relee constantemente?
Muy seguido, sí. Mis libros tratan de mis obsesiones, digamos, y las obsesiones no cambian, entonces voy a revisar cómo ando, me hago un psicoanálisis casero y las vuelvo a releer. Y esto (de lo) que no te querías acordar ahí está.

—Estas obsesiones, ¿las eligió o de alguna manera lo eligieron?
Uno no elige esas cosas, son cosas que me eligieron. Son obsesiones, son preocupaciones, son cosas que de alguna manera exorcizo viejos demonios que siempre tengo que estar exorcizando, y me alivia bastante escribir sobre eso, me alivia mucho. Yo creo que si no hubiera escrito no sé dónde estaría a esta altura, capaz que estaría internando en algún lugar.

   Ese terrible destino del que la literatura salvó a Polleri sí se materializó en una de las páginas de su novela La inocencia, en la que se lee: “Si los propietarios eran famosos médicos o abogados o grandes comerciantes, los hijos y las hijas eran pálidos y esqueléticos (y generalmente dementes) (…) Debidamente medicados, pálidos y esqueléticos, pálidas y esqueléticas, bajaban y subían en el ascensor con un extraño temblor en los labios y los ojos completamente muertos y enterrados. En realidad no me acuerdo de un solo hijo o hija que no estuviera completamente loco o loca”.

Estilo caliente
Como ya se mencionó, Felipe Polleri se ha referido a su estilo literario como “caliente”, uno en el que el lector no tiene un espacio de respiro y encuentra acción tras acción sin esas páginas de transición que se encuentran en una obra de narrativa convencional.
   Esta manera de narrar, comentó el escritor, le tomó muchos años. “Yo empecé a escribir desde muy jovencito”, recordó, “(pero) la primera novela que me gustó la publiqué cuando tenía treinta y pico de años, o sea, me llevó desde los 13 o 14 años de edad, cuando se me ocurrió que iba a ser escritor, hasta los treinta y pico que dije ‘bueno, ahora sí encontré mi voz’. Después fue todo más fácil, se puede decir así, aunque nunca es fácil”.

—¿Cómo se crea un estilo tan peculiar?
Fue saliendo naturalmente, fue una serie de ensayo y error. Yo no tengo ninguna idea en la cabeza, me siento a escribir sin nada en la cabeza, con un vago sentimiento o un personaje que capaz anda por ahí, le sigo y las cosas se van organizando. Después mi trabajo es podar, es darle ese ritmo en el que trato que la ‘temperatura se vaya elevando’, que el lector no suelte el libro hasta que lo termine con tal de librarse de él.
   Fue un proceso, me di cuenta, por ejemplo, con los fragmentos, de que no quiero transiciones, quiero que todo lo que esté en el libro sirva esencialmente al espíritu de esa obra, no quiero eso de que “tomó el bus y luego…”, eso lo hace el lector en la cabeza, no necesito hacer la explicación de lo que yo les quise contar, la va a construir el lector. Trato de darle la mayor cantidad de emoción con el mínimo de gasto, digamos.

—¿Entonces su proceso de escritura es un tanto azaroso?
El azar interviene mucho siempre. Por más que he escrito toda mi vida siempre hay un elemento, no diría de azar, que también influye, pero sí de ver qué es lo que me está incomodando, porqué me siento a escribir, qué es lo que no me está gustando y ahí empiezo a buscar, buscar y buscar, y a la larga o a la corta —cada vez más fácil de alguna manera porque cada vez soy más viejo—, voy encontrando mis motivos y el proceso se va desarrollando,  a veces con más dificultad, a veces con menos.
   Siempre se parte de cero de alguna manera, mis libros empiezan en cero, pero la veteranía da que el proceso se conozca más y saber cómo trabajar las cosas.

—La extensión corta de sus novelas, ¿se debe al ‘calor’ que encierran?, ¿si fueran más largas serían insoportables?
Sí, sería imposible que fueran más largas porque o el lector las soltaría porque ya no puede soportar la tensión, o la angustia por mucho humor negro que tengan y todo lo demás. (Las novelas) Tienen la tensión que yo calculo, también por ensayo y error, que tienen que tener. Hay algunos libros más largos, pero en realidad son varios libros juntos con distintos personajes, y la tensión es más o menos la misma.
   Si conté todo lo que quería contar con pocas páginas es mucho mejor. Lo malo breve es bueno y lo bueno breve también (risas), y además no exige que el lector se aburra leyendo páginas que están de más, yo trato de que no haya relleno, que esté lo más importante, lo que no sirve que no esté. Eso se tira o se guarda para un futuro.

   Para Polleri, dijo, lo importante es que en todas las páginas de sus libros haya elementos que sumen a la historia. “En el libro narrativo convencional a veces noto que para llegar a un punto el autor utiliza un montón de páginas que lo llevan a ese punto pero que sin esas páginas igual hubiera llegado si hubiera sabido hacer un montaje lo suficientemente calculado. Si hubiera agarrado el ritmo en lugar de conformarse con una manera antigua que a él no le sirve, a otros sí pero capaz que a él no. A mí no me servía, por eso la descarté”.

—Ha dicho que no hay finales en su literatura, ¿cómo decide dónde terminar la historia?
Cuando ya dije sobre el personaje todo lo que quería decir, o el personaje dijo sobre sí todo lo que quería decir, ahí termina. El personaje está dado. Ese tipo rebelde o inadaptado o marginado o lo que sea, ya dijo todo lo que quería decir, ahí termina. Trato de que termine en algún lugar significativo, pero no tienen final y casi no tienen principio tampoco.

—El inicio de Gran ensayo sobre Baudelaire es como una ensoñación que se convierte en pesadilla, ¿también los sueños influyen en sus historias?
La inocencia empieza también con una pesadilla, ese niño que se despierta en un cuarto a oscuras y no puede prender la luz. Empecé a escribir eso y de ahí se fue desarrollando el hilo de la novela.
   A veces los sueños son significativos, la semiconciencia que de alguna manera está trabajando está mandando un mensaje. Yo estoy muy atento a estos mensajes, a veces los anoto, si tengo un sueño a veces lo anoto, si me parece que me está diciendo algo sobre mí o sobre este momento que yo capaz me niego a ver.

Iguales y distintos
Aunque los temas y la forma de abordarlos hacen de Felipe Polleri una voz literaria casi disidente, señaló que no es por mera rebeldía sino porque se mantiene fiel a los temas que le interesan y que no son, en lo absoluto, similares a los que tocan otros escritores uruguayos. “Luego pasa una cosa curiosa, como escribir es muy difícil allá (en Uruguay) —porque no hay un estímulo—, el que quiere escribir está solo pero eso te da mucha libertad porque como no tienes nada que ganar ni nada que perder, te da libertad para que escribas lo que quieras y como quieras. No vas a tener un público masivo ni a dejar de tenerlo.
   “Si hubiera querido que me aplaudieran por la calle sería político y no escritor. Lo que interesa es hacer el mejor libro que puedo. Para mí escribir es la recompensa, todo lo demás es propina. Estar acá publicado por Tusquets ¡qué propina! Eso sí es una propina, qué propina enorme, impensable, nunca pensé que pasara algo así, pero bueno, el mundo da muchas vueltas y ahora tengo esta enorme alegría y orgullo”.


—En su novela ¡Alemania, Alemania! dice “El autor es un pájaro invisible”, ¿así se ve?
 Sí, mis personajes, por lo menos, son invisibles, como están afuera y mirando son observadores que los demás no observan pero los siguen y captan lo que describen.

—¿Cree que existe la literatura latinoamericana como categoría?
A veces tenemos muchas diferencias entre un país y otro, pero tenemos muchas cosas en común también como latinoamericanos. El mundo anglosajón es completamente distinto, incluso el mundo hispano, España, pero tenemos, yo creo, muchos problemas en común, mucha miseria por ejemplo. Y tenemos historias en común muchas veces. Si bien hoy en día no se nota porque no hay nadie que esté, como en otras épocas, llevando los libros de un país a otro. Antes había críticos que ocupaban ese lugar, que llevan la literatura de un país a todos los otros países de Latinoamérica, esta función ya no la está cumpliendo nadie.
   Lo queramos o no venimos de un origen común y también tenemos muchas diferencias, sobre todo lo que viene a ser del Río de la Plata, somos una especie de islote ahí, con mucho italiano, pero nos hemos dado cuenta los uruguayos, y supongo que también los argentinos, que somos parte de América Latina tanto como cualquier otro país.

—Estas historias en común, ¿con qué autor o autores mexicanos las reconoce?
El autor mexicano para mí es Juan Rulfo, lo sigo releyendo una y otra vez porque siempre se aprende algo leyendo a Rulfo. Es uno de mis autores predilectos y para mí uno de los más grandes.


Foto: Agencia Reforma


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