Los 41 botones del vestido de Mimí
Su habitación tiene
balcón que mira sobre la calle, la cortina abierta deja entrar la luz del
alumbrado público, va empezar a maquillarse y decide hacerlo a la luz de las
velas, piensa: “Mimí necesita una atmósfera de misterio y romanticismo”, cierra
las cortinas y comienza la faena.
Sentir la suavidad de
las esponjas y pinceles sobre su rostro le fascina, ver cómo el maquillaje va
transformándole la faz es algo que disfruta como nada, colorete en las mejillas
y el carmín en los labios hacen que Mimí se sienta la reina de la coquetería,
algo que corona pintándose un lunar en el pómulo derecho.
Las cejas bien
arqueadas y delineadas, los ojos con profundos colores a juego con el atuendo
de seda y brocados que lucirá esa noche, quiere ser la más bonita… “Voy a ser
la más bonita”, se dice a sí misma mirándose al espejo y se sonríe.
La titilante luz de
las velas crea penumbras que a cualquiera pudieran asustar, mas no a Mimí, esas
penumbras son sus compañeras, sus cómplices en ese largo y disfrutado proceso
de convertirse en un objeto digno de admirar para dejar de ser (al menos por
unas horas), un simple objeto en esa casona de altas paredes y escudos
heráldicos.
Alguien llama
discretamente a la puerta.
-
¿Quién es?
-
Soy yo, Lupita, ¿ya quiere que
empecemos? - responde la criada abriendo demasiado los ojos como para ver mejor
en la oscuridad
-
Sí, ayúdame con el corsé que se me
hace tarde
Con el maquillaje
listo, Mimí se levanta y lanza otra mirada inquisitiva a su reflejo en el
espejo antes de dar media vuelta y dirigirse al pie de su cama, Lupita le ayuda
a quitarse la bata de satín y le pide que alce los brazos.
El corsé, de fino
encaje, abraza su talle, cuando hayan terminado de ajustárselo la brevedad de
su cintura será impactante. Con la habilidad de quien lo ha hecho muchas veces,
Lupita empieza a entrelazar una larga cinta rosa de tela satinada en los orificios del corsé, poco a poco la
prenda va presionando el talle de Mimí y es hora de empezar a apretar, con
fuertes y firmes tirones la criada ayuda a su patrona a afinar la cintura,
darle volumen a la cadera y levantar el busto.
-
Uno más - dice Mimí y toma aire,
aprieta las manos alrededor de uno de los postes del dosel de su cama y con un
leve movimiento de cabeza indica a Lupita que es momento… otro tirón.
Lupita se asegura
que la cinta del corsé esté bien sujeta y hace un pequeño moño, se hace a un
lado para dejar pasar a su patrona que se dirige hacia el espejo, Mimí se
observa complacida, será la más coqueta y la más “acintureada” de la fiesta.
-
Hiciste un buen trabajo Lupita, el
dinero está sobre la cama y ya sabes… ni una palabra de esto a nadie o hago que
te corran
-
No diré nada, pierda cuidado
Pero Mimí ya no la
escucha, está atenta a la imagen que el espejo le devuelve: Cara angelical
(muchas veces se lo han dicho) y cuerpo bien formado, da varias vueltas sobre
si misma admirándose en cada ángulo posible.
Avanza hacia su
cama, Lupita ya no está en la habitación, toma las medias bordadas y se sienta
en una silla baja para ponérselas, primero la derecha: Alza el pie a una altura
considerable y poco a poco desliza la media suave, un toque de discreto placer
que termina a la mitad de su muslo, sigue la pierna izquierda y con ella repite
la misma operación, el roce suave que siente en sus manos será sentido dentro
de un rato por algún osado caballero que entre baile y baile decida pasar una
mano traviesa por debajo de su falda, el solo pensarlo hace que su corazón se
acelere, siente como si una paloma queriendo salir de su jaula revoloteara en
su pecho.
Mimí muchas veces
se siente enjaulada en casa, cumpliendo con normas, formalismos y requisitos
que su posición social le demanda, pero no esta noche, esta noche aunque estará
entre cuatro paredes en la fiesta a la que va, su sensación será de libertad
pues compartirá la jaula con otras palomas también prisioneras como ella.
Se pone de pie y
avanza al pie de la cama, ahí están dispuestos unos choclos café con bordados
en tonos verde, azul oscuro y terracota, mariposas y pequeñas flores adornan
ahora la punta de sus pies, rodea la cama y toma la falda de su vestido, cuando
se la abrocha y termina de acomodarla corre hacia el espejo, disfruta el sonido
de la tela que se arrastra levemente sobre la alfombra de la habitación, por
breves instantes se siente como María Antonieta correteando en Versalles.
Ya está casi lista,
ve su breve cintura y se coloca las manos sobre ella con orgullo, avanza al
tocador y extiende el brazo derecho para tomar el brassier, revisa que el
relleno esté bien sujeto y no sin esfuerzo se lo pone, hace sonar la campanilla
y rápidamente entra Lupita otra vez a la habitación.
-
Ayúdame con la blusa - le dice
Mimí
-
Levante las manos por favor - responde
Lupita sin mirarla a la cara
Mimí alza las manos
y siente como la blusa de su vestido rojo se ciñe a su bien torneado talle, la
encomienda de la criada no es fácil, la prenda tiene 41 pequeños botones que
uno a uno se van cerrando para completar el atuendo.
“Ya está”, dice
Lupita y se hace a un lado para que su patrona pueda darse vuelta y verse al
espejo, da una y otra vuelta admirando su figura y arreglo, de lado, de frente,
de espalda, todo ángulo es cubierto por la mirada de la juez más implacable:
Ella misma, finalmente el veredicto es benévolo y sonríe, está tan contenta que
hasta a Lupita le sonríe y le pide que avise al cochero estar listo para salir
por la puerta trasera.
Falta un detalle primordial,
la rubia peluca aún no está en su sitio, Mimí la toma y tras ponérsela decide
dar dos o tres pasadas con el cepillo para asegurarse estar bien peinada, terminado
esto toma presurosa el carmín de labios y lo mete en su pequeño bolso, toma la
capa de terciopelo negro y la abrocha antes de salir de la habitación, es
noviembre y hace mucho frío.
A pesar de saberse
sola en casa Mimí abre la puerta con sigilo, voltea a ver en ambas direcciones
y sale para avanzar por el corredor a toda prisa, toma la escalera y al terminar
de bajarla pasa junto al reloj que marca con campanadas solemnes las 11 de la
noche, el 17 de noviembre de 1901 está por terminar.
Aunque la casa está
a oscuras, Mimí avanza con seguridad hacia la cocina y sale al patio rumbo a la
caballeriza donde la está esperando el carruaje, espera a que Jesús, el cochero,
le abra la puerta y éste antes de ofrecerle la mano para que suba le pregunta:
-
¿A dónde lo voy a llevar joven
Miguel?
-
Ya te he dicho que cuando me veas
vestido así me llames Mimí, ¡no quiero tener que volver a repetírtelo! - dice
con rabia
-
Discúlpeme - responde el cochero
bajando la mirada
-
Vamos al centro, a la calle de La
Paz, a prisa
Ya en el carruaje Mimí
acomoda la falda de su vestido, no quiere ni una arruga, está segura que la
fiesta será para recordar…
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