Mimí

Para tus ojos, gracias por esta nueva mirada


Su habitación tiene un balcón que mira sobre la calle. La cortina abierta deja entrar la luz del alumbrado público, va a empezar a maquillarse y decide hacerlo a la luz de las velas, piensa: “Mimí necesita una atmósfera de misterio y romanticismo”, cierra la cortina y comienza la faena.

Le fascina sentir la suavidad de las esponjas y pinceles sobre su rostro. Ver cómo el maquillaje va transformándole la faz es algo que disfruta como nada en el mundo. El colorete en las mejillas y el carmín en los labios hacen que Mimí se sienta la reina de la coquetería, algo que corona pintándose un lunar en el pómulo derecho.

Las cejas bien arqueadas y delineadas, los ojos con profundos colores a juego con el atuendo de seda y brocados que lucirá esa noche, quiere ser la más bonita… “Voy a ser la más bonita”, se dice a sí misma mirándose al espejo y se sonríe.

La titilante luz de las velas crea penumbras que a cualquiera pudieran asustar, mas no a Mimí, esas penumbras son sus compañeras, sus cómplices en ese largo y disfrutado proceso de convertirse en un objeto digno de admirar para dejar de ser ─al menos por unas horas─, un simple objeto en esa casona de altas paredes y escudos heráldicos.

Alguien llama discretamente a la puerta.

─¿Quién es?

─Soy yo, Lupita, ¿ya quiere que empecemos?─ responde la criada abriendo enormemente los ojos como para ver mejor en la oscuridad.

─Sí, ayúdame con el corsé que se me hace tarde.

Con el maquillaje listo, Mimí se levanta y lanza otra mirada inquisitiva a su reflejo en el espejo antes de dar media vuelta y dirigirse al pie de su cama. Lupita le ayuda a quitarse la bata de seda y le pide que alce los brazos.

El corsé, de fino encaje, abraza su talle, cuando hayan terminado de ajustárselo la brevedad de su cintura será impactante. Con la habilidad de quien lo ha hecho muchas veces, Lupita empieza a entrelazar una larga cinta rosa de tela satinada en los orificios del corsé, poco a poco la prenda va presionando el talle de Mimí y es hora de empezar a apretar. Con fuertes y firmes tirones, la criada ayuda a su patrona a afinar la cintura, darle volumen a la cadera y levantar el busto.

─Uno más─ dice Mimí y toma aire, aprieta las manos alrededor de uno de los postes del dosel de su cama y con un leve movimiento de cabeza indica a Lupita que es momento… otro tirón.

Lupita se asegura de que la cinta del corsé esté bien sujeta, remata con un pequeño moño y se hace a un lado para dejar pasar a su patrona que se dirige hacia el espejo. Mimí se observa complacida, será la más coqueta y la más acinturada de la fiesta.

─Hiciste un buen trabajo Lupita, el dinero está sobre la cama y ya sabes… ni una palabra de esto a nadie o hago que te corran.

─No diré nada, pierda cuidado. Voy a estar aquí afuera.

Mimí ya no la escucha, está atenta a la imagen que el espejo le devuelve: rostro angelical ─muchas veces se lo han dicho─ y cuerpo bien formado. Da varias vueltas sobre sí misma admirándose en cada ángulo posible.

Avanza hacia su cama, toma las medias bordadas y se sienta en una silla baja para ponérselas. Primero la derecha, alza el pie a una altura considerable y poco a poco desliza la media suave, un toque de discreto placer que termina a la mitad de su muslo. Sigue la pierna izquierda y con ella repite la misma operación. El roce suave que siente en sus manos será, dentro de un rato, el deleite de algún osado caballero que, entre baile y baile, decida pasar una mano traviesa por debajo de su falda. El solo pensarlo hace que su corazón se acelere, siente como si una paloma queriendo salir de su jaula le revoloteara en el pecho.

Mimí muchas veces se siente enjaulada en casa, cumpliendo con normas, formalismos y requisitos que su posición social le demanda. Pero no esta noche, esta noche, aunque estará entre cuatro paredes en la fiesta a la que va, su sensación será de libertad pues compartirá la jaula con otras palomas también prisioneras como ella.

Se pone de pie y avanza al pie de la cama, ahí están dispuestos unos choclos cafés con bordados en tonos verde, azul oscuro y terracota, mariposas y pequeñas flores adornan ahora la punta de sus pies. Rodea la cama y toma la falda de su vestido, cuando se la abrocha y termina de acomodarla corre hacia el espejo, disfruta el rumor de la tela que se arrastra levemente sobre la alfombra de la habitación, por breves instantes se siente como María Antonieta correteando en Versalles.

Ya está casi lista, ve su breve cintura y se coloca las manos sobre ella con orgullo. Avanza luego hacia el espejo y, poco a poco, paso a paso, desliza las manos sobre el abdomen hasta llegar al busto. Mientras recorre suavemente su redondez revisa que el relleno esté bien sujeto. Hace sonar la campanilla y rápidamente entra Lupita a la habitación.

─Ayúdame con la blusa─ le dice Mimí.

─Levante las manos por favor─ responde Lupita sin mirarla a la cara.

Mimí alza las manos y siente la blusa del vestido ciñéndose a su bien torneado talle. La encomienda de la criada no es fácil, la prenda tiene 41 pequeños botones que, uno a uno, va cerrando para completar el atuendo. Uno a uno, en un abrazo progresivo, ayudan a marcar las formas de Mimí: su breve cintura, su alargado talle, su redondo busto…

“Ya está”, dice Lupita y se hace a un lado para que su patrona pueda darse vuelta y verse al espejo. Da uno y otro giro admirando su figura y arreglo, de lado, de frente, de espalda, todo ángulo es cubierto por la mirada de la juez más implacable: ella misma. Finalmente, el veredicto es benévolo y sonríe, está tan contenta que hasta a Lupita le sonríe y le pide que avise al cochero estar listo para salir por la puerta trasera.

Falta un detalle primordial, la rubia peluca aún no está en su sitio. Mimí la toma y tras ponérsela decide dar dos o tres pasadas con el cepillo para asegurarse de estar bien peinada. Terminado esto toma presurosa el carmín de labios y lo mete en su pequeño bolso, toma luego la capa de terciopelo negro y la abrocha antes de salir de la habitación, es noviembre y hace mucho frío.

A pesar de saberse sola en casa, Mimí abre la puerta con sigilo. Voltea a ver en ambas direcciones y sale para avanzar por el corredor a toda prisa. Toma la escalera y al terminar de bajarla pasa junto al reloj que marca con campanadas solemnes las 10 de la noche. El 17 de noviembre de 1901 está próximo a terminar.

Aunque la casa está a oscuras Mimí avanza con seguridad hacia la cocina y sale al patio rumbo a la caballeriza donde la está esperando el carruaje. Aguarda a que Jesús, el cochero, le abra la puerta y este, antes de ofrecerle la mano para que suba, le pregunta:

─¿A dónde lo voy a llevar joven Miguel?

─Ya te he dicho que cuando me veas vestido así me llames Mimí, ¡no quiero tener que volver a repetírtelo!─ dice con rabia.

─Discúlpeme─ responde el cochero bajando la mirada.

─Vamos a la calle de La Paz, a prisa.

Ya en el carruaje Mimí acomoda la falda de su vestido, no quiere ni una arruga, está segura de que la fiesta de esa noche será para recordar.




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