Nahui Olin, la imperfecta
Entrevista con Valeria Matos sobre su novela Nahui Olin. La loca perfecta
Una vez que elegimos a nuestros héroes y heroínas, ¿son
figuras intocables? ¿Son siempre el parámetro contra el cual medir a todo y a
todos? ¿O deberíamos cuestionarles y cuestionarnos conforme pasan las lecturas,
las posturas y los años?
Para Valeria Matos la respuesta estaría en la segunda
postura: cuestionar.
Si algo marca a su nuevo libro es justamente eso:
preguntarse y preguntarle a Nahui Olin qué tan libre fue durante su atrayente vida.
Publicada bajo el sello Lumen, de Penguin Random House,
su más reciente novela, titulada Nahui Olin. La loca perfecta, es un
viaje por la biografía de la famosa poeta, pintora y modelo, pero es también un
juicio ─riguroso
y compasivo a la vez─ sobre los alcances de esa existencia marcada por palabras
totémicas como: deseo, rebeldía, desnudez, pasión y decepción.
Nahui Olin fue la magnífica, la desnuda, la que volvió
locos de deseo a muchos hombres… en resumen, el ejemplo de lo inejemplar. ¿Cómo
es que alguien de ese calado cayó en un olvido relativo para el gran público
cuando se habla de mujeres mexicanas en el arte?
Para Valeria Matos la respuesta puede estar en la manera
en que esa mujer inejemplar era vista y calificada, y, además, consumida por el
sistema patriarcal en el que estuvo inmersa.
“Me parece que ella sufrió este olvido, es una hipótesis,
porque este calificativo de loca se puede interpretar de diversas maneras: por
un lado se puede interpretar como la diferente, como todas podemos ser cuando
vamos en contra de los cánones establecidos de cualquier índole, nos llaman
locas.
“La otra es que (loca) es un calificativo despectivo que
la sociedad tiene para un personaje que sale de los cánones establecidos, y lo
utilizan como algo terrible para colocarla en un lugar marginal”.
La salida de esa marginalidad llegó de la mano de Tomás
Zurián y Adriana Malvido, quienes llevaron a Nahui Olin al reencuentro con su público,
pasado y futuro, en el que estaba la misma Valeria Matos.
El encuentro
“Llegó cuando yo estaba muy chava”, recordó la autora. “Iba
en la prepa y me encantaba leer el suplemento cultural de La Jornada.
Adriana Malvido escribió ahí sobre Nahui Olin y, así como yo, seguramente
muchas mujeres conocimos a este personaje. Y coincidió con que a mi padre, que
está en el medio artístico, le habían entregado el catálogo de una exposición
muy importante que hubo sobre Nahui Olin y su obra. Me lo regaló y me dijo: ‘Esto
seguramente te va a interesar’”.
La respuesta fue positiva, se interesó. “Mi rebeldía en
ese momento, más haber hecho un enganche empático con esta mujer que me la
habían puesto como la mujer liberada de los años 20 que había ejercido su
sexualidad, que había tenido una inteligencia maravillosa, que se había
expresado de una manera única… me enamoré. Y después, a lo largo de los años, en este camino natural del
enamoramiento que se empieza a fisurar, empecé a ver a una mujer de carne y
hueso, a cuestionarla desde otras aristas, a cuestionar si realmente había sido
libre”.
─¿Lo fue?
Yo creo que no del todo. Esa es mi tesis a lo largo de
esta novela en la que exploro desde una cuestión de ficción, que me parece que
es en la que se puede lograr una empatía.
Exploro otras relaciones con el padre, con la madre, con
el entorno, con el contexto sociocultural… porque me parece fundamental
comprender que estas mujeres son productos socioculturales y están ahí también
porque otras mujeres están haciendo cosas similares o cosas opuestas. Todo eso,
más el contexto artístico, político, en fin, de muchas indoles, crea a los
personajes, nos crea a todos. No son personajes únicos, heroicos, salidos por
generación espontánea, son resultado de esto.
─Había ya un camino femenino importante…
Hubo mujeres revolucionaras que se tuvieron que vestir
como hombres, mujeres como las Adelitas que, tal cual, fueron a pelear no por
los hombres sino por ellas, por ideales, por vivir otras experiencias. Hubo de
todo.
Están las mujeres trabajadoras, las obreras, pero también
estaban las profesionistas desde antes. En el siglo XIX en México es muy
interesante también cómo entran las mujeres a diferentes ámbitos laborales. Por
ejemplo, Matilde Montoya, la primera médica, y otras mujeres que entran a las
universidades y son profesionistas.
Cuando Nahui Olin nació, unos pocos años antes de que
naciera, si no estoy mal, ya habían estado las periodistas mexicanas
cuestionando el voto, cuestionando la educación, la sexualidad. Ya se había
publicado el último número de Violetas del Anáhuac, hay una tradición
femenina muy importante no solo en México sino en Europa, donde surgen estas ideas.
En Estados Unidos, cuando por la guerra las mujeres deben
entrar a las fábricas, ya no quieren volver a casa cuando regresan los hombres:
“Queremos experiencias y no solo eso, queremos hacer lo que ustedes hacen que
es divertirse, queremos divertirnos solas, bailar solas, fumar, beber,
manejar...”.
Toda esta saga femenina está presente en el cuerpo de la
novela de Valeria Matos, que tiene una construcción, tono y ritmo poéticos, muy
a juego con la esencia de Nahui Olin.
“Todo esto lo dejo en apenas ciertos atisbos porque me
interesa que la lectora o el lector busquen, lo deduzcan, lo interpreten, o no. Decir:
‘Nahui Olin la mujer liberada de los años 20 cuando la mujer no tenía derecho
al voto y era tratada como menor de edad’, nos queda muy corto”.
Así como Nahui decidió dejar su impronta en lo que más valoraba:
su existencia incomprendida, Valeria optó por escribir una biografía que no
descansa en fechas y lugares, sino en sentires, opiniones, anhelos y compañías.
─¿Qué tanto abonó el proceso de escritura de la novela a
terminar de transformar ese enamoramiento respecto a Nahui Olin?
Lo que más trabajo me costó fue deshacerme de esta idea
de la mujer única, libre. Me parece que el estudio de estas mujeres que son
excepcionales, es importante a medida que se estudia un panorama y una
circunstancia de las demás mujeres también. Eso también ayuda, es como una comparación.
Si no, me parece que no nos sirve de nada, ni en la historia como un entramado
social, ni para visibilizar un sistema que privilegia a unos y a unas también,
dentro de ese sexismo.
Primero fue empezar por donde nació: fue una mujer
privilegiada dentro de este seno familiar con un padre que estaba dentro del
poder, que era muy cercano a Porfirio Díaz, todo eso qué implica, qué implica
en esa época. Y, luego, empezar a imaginar esta relación introyectada con el
padre, esta relación imaginaria que pudo ser o no, pero me imagino que tuvo mucho
que ver para tener una serie de carencias emocionales.
La necesidad de expresión, su inteligencia, su
personalidad, más la relación con la madre, genera este personaje que es tan
interesante. Eso lo logré a partir de tener estos lazos empáticos a través de
la imaginación, que me parece que solo la literatura y la ficción permiten
explorar.
─La estructura de la novela es peculiar, se lee como un
poema de largo aliento con ciertos intersticios en prosa, ¿cómo llegaste a
ella?
Fue maravilloso, no sé cómo explicarlo. Su poesía es lo que más me gusta, me parece que es donde quiebra, además
de con su obra plástica, que es en donde entra el cuerpo y nadie se ha
representado como ella, en el acto sexual, por ejemplo.
Me parece que la poesía es hablar de ella, en un momento
en el que, si comparamos, por ejemplo, con otros poetas como Bretón ─que
hablaba de estas mujeres imaginadas, la mujer de fuego─
llega Nahui a hablar de ella, de su erotismo y a decir palabras como semen,
dentro de la poesía. Irrumpe de esa manera.
Entonces no me parecía otro camino mas que el poético: esta
poesía que irrumpía desde el yo profundo. Me parecía que definitivamente no
había otro camino.
Y cuando estuve con mi mentor, que es Gerardo de la
Torre, gran escritor, lo que él me decía era: “Ya tienes la voz, esa es la voz,
no la sueltes”, y yo creo que esa voz no me soltó a mí. Definitivamente era
Nahui que estaba sentadita al lado y a veces dentro. Fue una experiencia
rarísima.
─¿Crees que siempre se debe cuestionar a las heroínas
personales?
Sí, yo creo que no existe tal. Yo creo que son personajes
que sí son síntesis de una época, que son un producto de ese momento, que no
hay nadie adelantado a su tiempo, que esas personas hacen avanzar junto con
todo un entramado que lo permite, y que justamente ese entramado pone esas
condiciones para que se construyan desde dentro y puedan actuar.
No nos sirve de nada tampoco, a las mujeres, tener estas
figuras inalcanzables porque son unos entes fantasmagóricos, ¿cómo haces lazo
con eso? En cambio, bajarlos, cuestionarlos y verlos desde diferentes puntos de
vista es mucho más humano. Ver los errores, los aciertos, ver cómo avanzaron
con diferentes obstáculos, igual que nosotras y que nosotros como sociedad. Lo
otro no sirve de nada.
─Tomás Zurián se ha declarado enamorado de Nahui Olin, ¿cuál
es tu relación actual con ella?
No lo sé. Soy una mujer que no cree en la otra vida, soy
atea… pero cuando terminé esta novela acabé en cama durante varios días, estaba
exhausta y no tenía fuerza, no podía, me asusté. Lo que me dijo mi madre, que
es sicoanalista, fue que no pasaba nada: “Te vaciaste, te vas a volver a llenar”.
Yo lo que creo, poniéndolo en este plano imaginario, es
que más bien fui algo así como su médium. De pronto sí había momentos en que
era estar escribiendo como en frenesí. Toda esta parte en la que ella está
hablando, pensando y diciendo, era como frenesí, estar tal cual poseída. Quizá
algo parecido, poniéndolo en un plano más romántico.
─¿Cómo ves ahora a Nahui? ¿Dónde dirías que radica su
principal aportación?
Yo creo que su dimensión es, por un lado ser un reflejo
fiel de su época, de estas mujeres modernas que avanzaban con esa época. Me
parece que es un ejemplo de estas mujeres de principios de siglo que reflejan
una reconstrucción, que van a la par de esos momentos históricos en los que hay
guerras, una revolución, reestructuraciones artísticas, cuestionamientos
culturales… todo eso también lo viven estas mujeres en esta reconstrucción
interior. Son parte de ese movimiento.
Como mujer creo que tuvo muchas aristas, cuestionamientos
también hacia ella misma, con momentos que tuvo que brincar, por ejemplo,
esta cuestión de que fue libre, ¿fue libre cuándo?
Al regresar a México fue cuando se separó de Manuel Rodríguez
Lozano y empezó una relación con Dr. Atl pero ya estaba lejos de los padres,
todas esas lecturas hay que tenerlas con mucho tiento y todo eso me parece que
es valorar al ser humano con sus contradicciones. Eso es con lo que me quedo,
con todas esas contradicciones y con todas esas dificultades que todas tenemos,
y que en esa época ella también las tuvo, aun así hizo, y creó. Eso es con lo
que me quedo.
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